Otra vez. Ha sucedido otra vez. De nuevo en París. Un homenaje a los republicanos españoles. El motivo: volver a la liberación de París en agosto de 1944. Nombres españoles pintados en las puertas de las camionetas. No sé si en la plancha acorazada de los tanques. De nuevo nos vamos a Francia para rendir homenaje a quienes lucharon contra los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Hace siete años Felipe VI y Letizia allí estuvieron. Con la alcaldesa de París, la socialista Anne Hidalgo. Rindieron homenaje a los soldados de La Nueve, la compañía que participó activamente en la liberación de la ciudad.
Ahora se ha repetido el homenaje para celebrar un nuevo aniversario de esa liberación. Con la presencia de la misma alcaldesa y del ministro socialista Félix Bolaños. De nuevo un homenaje –y merecido– a quienes lucharon aquí contra el fascismo y luego, con las tropas y la resistencia francesas, se enfrentaron a los nazis hasta el final de la guerra. Todo eran guerras para poder vivir con dignidad, como dice el guerrillero que interpreta Antonio Gades en la inmensa película de Mario Camus Los días del pasado. “Los llevamos en el corazón”, ha dicho el ministro. Y yo le pregunto: ¿en qué parte de ese corazón queda la memoria republicana que sigue sin ser homenajeada en nuestro propio país?
Lo de irse a Francia para honrar a la resistencia española contra los nazis ya suena a tomadura de pelo. Primero los reyes y ahora un ministro del gobierno. Pobre República en esas manos. Pobre su memoria. Cruzan la frontera para rendirle homenaje. Y en este lado de la misma frontera sólo hay silencio. El miedo a la memoria sigue a sus anchas. Aquí todo es olvido. Esos republicanos españoles que lleva el ministro Bolaños en el corazón no existen en nuestro propio país. Los versos de Carmen Castellote: “Te contaré lo que de otros me traspasa, la historia de los que durmió la Historia”. Y ahí siguen, en ese sueño tristemente prolongado, en esta democracia llena de sombras, en un pasado que parece habitado sólo por fantasmas.
También la alcaldesa de la ciudad tuvo palabras de gratitud para quienes, con nombres españoles, liberaron París aquel día de agosto de 1944. Habló del olvido injusto a que Francia los sometió durante muchos años. Imagino los aplausos, el entusiasmo, las lágrimas que, en medio de una emoción tan desbordada, llegarían incluso al sitio exacto en que Robert Doisneau inmortalizó el beso de dos amantes en la plaza del Hôtel de Ville. Y es al imaginar esa alegría cuando me entra algo que se parece a la vergüenza. O al desasosiego. Han pasado casi cincuenta años desde que murió el dictador. Y ese homenaje a la resistencia republicana sigue muriéndose aquí en los sótanos del miedo.
No hay manera de que la historia ocupe de verdad el lugar que se merece. No hay manera de que la memoria de la Segunda República deje de ser ocupada por la propia memoria del franquismo. No hay manera de que la verdad de lo que pasó en esos años salga a la luz sin que la justicia le salte a la yugular para acallarla. La justicia contra la historia. La verdad de la historia: enemiga pública número uno de la justicia. La impunidad de los verdugos. Imposible nombrar —y aún menos condenar— a esos verdugos porque están protegidos por leyes que hablan de la reconciliación en vez de hablar de la verdad, como dice Avishai Margalit en su pequeño libro Ética del recuerdo. Por qué sigue siendo fácil irse a París para rendir homenaje a la memoria republicana española y resulta imposible hacer eso mismo a este lado de la frontera. El cinismo. Ahí estamos.
Cruzan la frontera para rendirle homenaje. Y en este lado de la misma frontera sólo hay silencio. El miedo a la memoria sigue a sus anchas. Aquí todo es olvido
“Los campos se cubren de ceniza y salitre”, escribe Angelina Gatell en su libro Poema del soldado. Así nuestra memoria. Ceniza y salitre es lo que el ministro Bolaños encuentra a su regreso en vez del homenaje a quienes defendieron la libertad y la democracia dentro y fuera de nuestras fronteras. El corazón republicano se lo dejó en París. Hasta que lo recupere en el próximo aniversario de la liberación de la ciudad. Un corazón de quita y pon, el del señor ministro de la presidencia. Qué cosas más raras, ¿no? Qué cosas más raras. O a lo mejor no tanto, qué quieren que les diga. A lo mejor no tanto.
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Alfons Cervera es escritor. Su último libro es 'Algo personal' (Piel de Zapa, 2021).