El historiador aborda en 'La guerra sucia' la lucha de la policía secreta republicana contra el enemigo interno durante la guerra civil.
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El historiador e hispanista Julius Ruiz, profesor de la Universidad de Edimburgo, profundiza en La guerra sucia (Espasa) en la lucha de la policía secreta republicana contra la quinta columna fascista durante la guerra civil, aunque los trotskistas también fueron considerados otro enemigo interno.
Hispanista británico, pero hijo de españoles.
Mi madre es ourensana y mi padre madrileño, aunque de origen andaluz. Ambos se marcharon a Inglaterra a trabajar y se conocieron allí. Tengo familiares que lucharon en el bando republicano y un bisabuelo que fue fusilado por los rebeldes en Sevilla en agosto de 1936, pero también abuelos que combatieron en el bando franquista.
De ahí su interés por la historia de España.
Es una manera de entender mi pasado. Sin la guerra yo no hubiera existido, porque en los años cincuenta España todavía sufría sus consecuencias, lo que motivó que emigrasen a Inglaterra en busca de trabajo. Mi padre me contó muchas historias de la guerra civil y del Madrid de la posguerra que me fascinaron. Ahora bien, a diferencia de otros historiadores británicos, nunca me interesaron las historias de las Brigadas Internacionales. Esos relatos tuvieron mucho impacto, sin embargo no me atraían.
En cambio, aborda la figura de George Orwell y sus perseguidores.
Claro, porque su relato es tremendo e impresionante. Homenaje a Cataluña es el mejor libro escrito por un británico durante la guerra civil y su lectura resulta imprescindible para entender el conflicto.
¿No le interesan las Brigadas Internacionales porque fueron mitificadas o porque cree que su papel no fue tan relevante?
Por ambas razones. Su importancia reside en que fueron el símbolo de la solidaridad internacional con la causa republicana, más que en su actuación militar. En el extranjero aún pervive el mito de que salvaron Madrid en noviembre del 36. En cambio, algunos historiadores sostienen que la actuación militar de las Brigadas Internacionales fue decepcionante —y, en algunos casos, desastrosa— y que ha sido siempre sobreestimada. Insisto: su importancia reside en el ámbito de la propaganda y no en el campo de batalla.
Una quinta columna espera en Madrid. ¿Cuánto de cierto tenía esa frase, atribuida a varios altos mandos franquistas y popularizada por Pasionaria en 'Mundo Obrero'?
Primero aparece en un informe del alemán Hans-Hermann Völckers, que informa a Berlín el 30 de septiembre de 1936 sobre la resistencia de los partidarios de la derecha en la capital y escribe: "Las malas lenguas dicen que, cuando a Franco se le preguntó cuál de sus columnas tomaría primero Madrid, él respondió: La quinta, que espera en la capital".
La frase también se le atribuyó a Mola, pero yo no he encontrado la supuesta declaración original, aunque sí citas al general. Como la de Pasionaria, en Mundo Obrero, el 3 de octubre de 1936: "Cuatro columnas dijo el traidor Mola que lanzaría sobre Madrid, pero que la 'quinta' sería la que comenzaría la ofensiva. La 'quinta' es la que está dentro de Madrid; la que a pesar de las medidas tomadas se mueve en la oscuridad".
¿Y ese "enemigo" interno al que había que "aplastar inmediatamente", según Dolores Ibárruri, era tan peligroso?
Hay que diferenciar entre la quinta columna real, que existía en las calles de Madrid, y la quinta columna imaginaria, que existía en la cabeza de los antifascistas. Es decir, frente a la visión que Pasionaria presentó en Mundo Obrero, la quinta columna real fueron unos grupos autónomos dedicados a la autodefensa en el contexto de un terror revolucionario sin precedentes.
Montar una organización sublevada en esa época no solamente era difícil, sino también suicida. Y también existía en ese momento la creencia firme de que Franco iba a entrar en Madrid en Navidad. ¿Por qué arriesgar la vida organizando actividades clandestinas si Franco va a liberar a todos los, entre comillas, buenos españoles?
Sin embargo, fracasa la toma de Madrid y ese invierno ya empezamos a ver grupos autónomos y clandestinos que intentan conectarse con los mandos nacionales tras las líneas. Fue un trabajo muy duro y difícil, por lo que solo a partir de 1938 están bien organizados y dirigidos por José Ungría, jefe del SIPM (Servicio de Información y Policía Militar) franquista.
La quinta columna nunca fue una organización monolítica, organizada de arriba abajo, sino que eran grupos autónomos. Por eso el SIM (Servicio de Investigación Militar) y el DEDIDE (Departamento Especial de Informaciones del Estado), es decir, la policía secreta republicana, nunca pudieron desmantelarla del todo, pues siempre sobrevivía alguna red.
Las delegaciones diplomáticas —y sus valijas— tuvieron un papel fundamental y, además, su presencia en Madrid determinó que fuese la capital de la quinta columna.
Claro, porque las embajadas y los consulados eran espacios seguros y, aunque la policía republicana conocía su importancia y sabía que algunos miembros de la quinta columna se escondían allí, no actuaban por temor a las reacciones internacionales, salvo excepciones, como el asalto a la legación turca.
En su libro pesa más la represión que ejerce el Gobierno de la República que la propia quinta columna.
Lo que quiero demostrar con el libro es que la policía secreta tuvo mucho más éxito contra la quinta columna que lo que sostienen algunos historiadores. Y la razón principal de esos éxitos fue el uso sistemático de la tortura, es decir, fueron capaces de sacar información rápidamente a los presos para luego desmantelar por completo o de modo parcial las redes clandestinas. Quizá el mejor ejemplo sea la desarticulación en 1937 de la Organización Fernández Golfín-Corujo.
También quería conocer la naturaleza del SIM y el DEDIDE, envueltos en misterio. ¿Quién los controlaba exactamente? Yo pretendo demostrar de una manera definitiva que fue una policía negrinista, donde los comunistas sí tuvieron un papel importante, pero a fin de cuentas secundario.
Por otro lado, el SIM no solo vigilaba a los enemigos internos, sino también a los críticos de izquierda, desde el POUM hasta los caballeristas, pasando por algunos militares del Ejército Popular.
O sea, que el SIM estaba más sometido a los socialistas de Indalecio Prieto y Juan Negrín que a los servicios secretos soviéticos del NKVD, ¿no?
Prieto creó en agosto del 37 el SIM, un servicio de inteligencia y contrainteligencia, como una policía independiente de los comunistas. No fue una idea Alexander Orlov, el jefe de la NKVD en España, sino todo lo contrario. Eso sí, los comunistas tuvieron un papel importante en demarcaciones como la de Valencia —con Loreto Apellániz a la cabeza— y dominaron el SIM en las Brigadas Internacionales y en el Ejército del Ebro de Juan Modesto, pero no Madrid y el SIM Central, en manos de los negrinistas.
También reprimió a los trotskistas y a los marxistas del POUM, ante la impasibilidad de Juan Negrín. ¿Influyó en la evolución de la guerra y en la derrota de la Segunda República?
Sí, pero esa represión no fue dirigida por el SIM, sino por el DEDIDE catalán, que era comunista. El problema es que había muchísimas brigadas de investigación y muchísimos cuerpos de policía, lo que lleva a confusiones. Por ejemplo, la responsabilidad de la muerte de Andrés Nin [enmarcada en la guerra declarada por el comunismo a la "quinta columna trotskista"] no fue del SIM, sino de una Brigada Especial que dependía de la Dirección General de Seguridad. Y tampoco deben generalizarse las checas.
¿Era "la Policía política más siniestra y temible" o ese calificativo responde a la propaganda franquista?
Hay una cultura de la brutalidad generalizada que no tiene nada que ver con un partido político específico. Ángel Pedrero, jefe del SIM de Madrid, era socialista y Loreto Apellániz, jefe del SIM de Valencia, era comunista, pero ambos —o sus agentes— cometieron torturas.
Pocos miembros del DEDIDE eran policías profesionales y apenas una cuarentena no tenía carné de partido. ¿Cómo influyó que fuesen, sobre todo, militantes?
De ahí la importancia de los soviéticos, porque les enseñan técnicas para sacar información a los presos de una manera rápida.
También destacaba su juventud, que podría haber influido en su, digamos, ardor guerrero.
El socialista Francisco Ordóñez Peña tenía 23 años cuando fue nombrado jefe del DEDIDE y Santiago Garcés Arroyo, solo 22 cuando Negrín lo hizo responsable del SIM en mayo de 1938. Por cierto, ambos iban en la camioneta donde fue asesinado el diputado José Calvo Sotelo el 13 de julio de 1936.
Y Santiago Carrillo, consejero de Orden Público en la Junta de Defensa de Madrid, tenía 21 durante las matanzas de Paracuellos. Eran muy jóvenes.
Antes de la guerra habían tenido una experiencia política muy corta, aunque participaron en las luchas callejeras de la Revolución de Octubre. Tenían una visión de la política de juego de suma cero, es decir, "si no vencemos nosotros, lo perdemos todo". La política para ellos es una cuestión existencial y no tienen valores ni compromisos democráticos, simplemente quieren asaltar los cielos.
También rechazan la política de sus padres. Así, Santiago Carrillo le escribió una carta abierta a su padre, Wenceslao, ex director general de Seguridad y diputado socialista que participó en el golpe de Casado: "No, entre tú y yo no puede haber relaciones, porque ya no tenemos nada de común, a pesar de llevar el mismo apellido". Es una lucha contra la quinta columna, pero también una lucha entre generaciones, un concepto importante para entender la violencia política.
En el libro también alude a las matanzas de Paracuellos, que todavía pesan en el imaginario republicano.
Tenía que hacer una referencia a Paracuellos porque en 1936 el temor a la quinta columna franquista explica en su mayor parte la actuación de los republicanos y la matanza de Paracuellos. Es decir, el temor de los antifascistas a que los presos les asestasen una puñalada por la espalda. Paracuellos es un ejemplo más de los problemas que hemos tenido los historiadores para entender esa guerra contra el enemigo interno y contra la quinta columna. Un ejemplo, en definitiva, del poder de los mitos.
Su libro 'Terror rojo' fue criticado desde la izquierda, pero el título tampoco ayudaba.
En la versión inglesa se publicó entre comillas: The 'Red Terror' and the Spanish Civil War. Quizás hoy sería más adecuado utilizar el término "terror revolucionario", aunque siempre se produce una tensión entre los intereses comerciales e históricos. Lo importante es contarlo, porque es parte esencial de la historia de la guerra civil. Simplemente hay que hacerlo de una manera sensible y poniendo énfasis en la objetividad y en las fuentes.
La quinta columna no llevó a cabo sabotajes ni asesinatos porque a Franco le interesaba que se limitase a facilitar información, aunque también influyó la represión ejercida por la policía secreta antifascista.
Es un mito la quinta columna monolítica, poderosa, bien organizada desde arriba y que enviaba información cruzando las líneas sin problema alguno, porque en realidad a los grupos clandestinos les costó mucho relacionarse con las fuerzas franquistas. Podríamos decir que los republicanos, incluso los moderados, le concedieron demasiada importancia.
¿Las mujeres de la red Auxilio Azul fueron menos reprimidas? ¿Se incurrió en una inacción por machismo?
Exactamente. Es evidente que esa cultura machista existe en ambos bandos. La policía secreta no le dio importancia al trabajo de las mujeres del Auxilio Azul, aunque debería haberlo hecho. Sin embargo, estaban convencidos de que las más peligrosas eran las mujeres hipersexualizadas, tipo Mata Hari. Resulta contradictorio, porque por una parte les tenían miedo y, por otra, creían que no podían ser agentes ni realizar tareas de espionaje importantes.
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