diumenge, 9 de març del 2025

Guinea: la colonia recordada

 https://www.lavanguardia.com/cultura/culturas/20250308/10440603/guinea-colonialismo-memoria-historica.html

La revisión de la memoria histórica ha llegado al pasado colonial español y películas y libros profundizan en hechos poco conocidos, a la vez que despega la literatura de autores ecuatoguineanos




Un ciudadano guineano adorna su bicicleta con banderas de los dos países con motivo del viaje de los Reyes de España a Guinea en 1979 

 J.M.Pastor / A.Millán / EFE

El 28 de noviembre de 1959, el líder independentista Acacio Mañé Elá fue detenido en la ciudad guineana de Bata, trasladado a un cuartel militar y embarcado en un buque rumbo a la isla de Bioko. Sin embargo, cuando el barco atracó en destino, él ya no estaba entre el pasaje. Había desaparecido, probablemente había sido arrojado al mar, no se sabe si estando todavía vivo o habiendo primero muerto. Curiosamente, una semana antes, otro secesionista, Enrique Nvo Okenve, perdió la vida en ­circunstancias también extrañas.

El director y productor gaditano Lorenzo Benítez está moviendo por los festivales de cine un documental, Negro limbo (Antonia Films), que pone sobre la mesa el tema de Acacio Mañé y de los mil quinientos guineanos represaliados por la dictadura franquista a finales de la década de los cincuenta. Esta película viene a sumarse a otras producciones audiovisuales, como El escritor de un país sin librerías (Marc Serena, 2019) y Anunciaron tormenta (Javier Fernández Vázquez, 2020), que están dando la vuelta a la imagen bucólica que tradicionalmente se ha tenido sobre la presencia española en el golfo de Guinea. Y la prueba de la efectividad que está teniendo este ejercicio de memoria histórica la encontramos en el hecho de que, en el 2023 y a consecuencia de la investigación llevada a cabo por Benítez, el gobierno español aprobó el reconocimiento y reparación de Acacio Mañé Elá como víctima del franquismo.

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Trabajadores guineanos en la isla de Bioko (Fernando Poo) en una fecha sin determinar anterior a la independencia 

 Getty

La Guinea Española no fue el paraíso perdido ni las memorias de África que la literatura, principalmente la escrita por los hijos y nietos de colonos, ha fijado en el imaginario colectivo. Y, aunque los hechos allí sucedidos tal vez no alcancen el grado de hacernos gritar “el horror, el horror”, no puede negarse que dan para un buen puñado de películas o libros de no-ficción. La ex colonia es un polvorín de sucesos todavía no explorados, entre otros motivos porque la información oficial sigue sujeta a esa ley de Secretos Oficiales de 1968 –franquista, por tanto– que bloquea la labor de los investigadores. En este sentido, resulta curioso que un país con una ley de Memoria Democrática en marcha mantenga bajo llave documentos concernientes a hechos acaecidos setenta años atrás. “La verdad sobre Guinea no existe o nadie se atreve a reconocerla –señala Lorenzo Benítez–. Quedó sepultada y reducida a la nostalgia de siete mil familias españolas que siguen añorando los privilegios que tuvieron en aquel paraíso tropical”.

Lógicamente, todo ese secretismo impide que surja una literatura, académica o comercial, que se ajuste a la realidad histórica y todo lo que acaba llegando a las librerías tiende a presentar una imagen romantizada del pasado. Según apunta Gustavo Adolfo Ordoño, autor del ensayo histórico Guinea española (Almuzara, 2024), “igual que existe una leyenda negra sobre España, también existe una leyenda rosa que, en el caso de la colonia, tiende a decir que los españoles no explotaron los recursos, no mercantilizaron el país, no maltrataron a los nativos, dedicándose como mucho a evangelizar, culturizar y humanizar a aquellos pobres salvajes”.

Y Ordoño apunta otro motivo para justificar la falta de literatura rigurosa sobre el tema: los escritores contemporáneos no saben nada sobre Guinea. En su ensayo, el autor recuerda que el franquismo impuso un bloqueo informativo –una Declaración de Materia Reservada– sobre el proceso independentista iniciado en la colonia, así como sobre las relaciones bilaterales que a partir de ese momento se dieron entre ambos países. Esta censura afectó tanto a la prensa como a la industria editorial y se extendió a lo largo de un lustro, de 1971 a 1976. Se podría decir, en cierta manera, que Guinea Ecuatorial dejó de existir. Por suerte, lentamente se va recuperando la memoria de aquellos tiempos, como ha hecho el periodista Antonio Caño en El monstruo español (La Esfera), donde, usando la figura del sátrapa Francisco Macías Nguema, habla de la desidia y el secretismo con la que el tardofranquismo trató el tema de Guinea.

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Fotograma del documental ‘Negro limbo’, del director Lorenzo Benítez 

  

Además, Ordoño analiza los libros de texto que los estudiantes españoles manejaron entre 1940 y 1980, demostrando que la colonia no aparece siquiera mencionada en casi ninguno de ellos. La “bruma de conocimiento histórico” que esta ausencia provocó en todas esas generaciones de niños no solo hizo que los futuros escritores crecieran sin saber nada de Guinea, sino que una gran parte de la población ni siquiera sepa que España fue propietaria de un pedazo de África. A este respecto, la diferencia entre los conocimientos que la gente tiene sobre la conquista de América y sobre la de Guinea Ecuatorial es simplemente abismal.

Drama romántico. Una de las máximas autoridades en ­historia de la colonia, Gustau Nerín, dijo en cierta ocasión que Guinea sería el ­escenario perfecto para novelas de aventuras. No en vano Ian Fleming se inspiró en aquel territorio para escribir la primera entrega de James Bond, Casino Royale, y Robin Cook hizo lo propio con Cromosoma 6.

⁄ La Guinea Española no fue el paraíso perdido ni las ‘memorias de África’ que la literatura colonial ha fijado en el imaginario

Entre nosotros, los únicos que han recogido el guante de Nerín han sido Fernando Gamboa (Guinea, El Andén, 2008) y Marc Pastor (Bioko, Àmsterdam/Planeta, 2013). El protagonista de esta última novela es un soldado barcelonés que acaba encerrado en una prisión de la isla de Fernando Poo, donde, además de terribles matanzas de indígenas, es testigo de acontecimientos difíciles de explicar.

Pero, por normal general, la literatura que nos llega sobre Guinea tiende a ser una mezcla de novela histórica, saga familiar, novela de formación y drama romántico. El gran ejemplo a este respecto es Palmeras en la nieve (Planeta, 2012), best seller de Luz Gabás que incluso fue llevado a la gran pantalla por Fernando González Molina en el 2015. La autora reconoció en más de una entrevista que escribió aquella historia sin haber puesto un pie en Guinea, algo que tampoco es tan infrecuente entre los autores que practican el género antes referenciado. Y tal vez sea por eso que, según los expertos consultados, muchas de las novelas de corte comercial de temática similar tiendan a cojear de dos piernas: la idealización del pasado y la falta de rigor histórico. Respecto del segundo punto, ya hemos indicado las dificultades para realizar una investigación rigurosa. Sobre el primero, basta decir que muchos de los autores de este tipo de libro son hijos o nietos de ex colonos que crecieron oyendo las historias edulcoradas que sus padres o abuelos contaban en casa.

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La capital guineana, entonces llamada Santa Isabel (hoy Malabo), en fiestas en 1966. Entrada al ‘ferial' 

 Archivo

El máximo experto en literatura sobre esa temática de nuestro país, Iñaki Tofiño, autor de Guinea. El delirio colonial de España (Bellaterra, 2022), ha contabilizado los textos literarios publicados desde 1969 que tratan de la ex colonia. Y el resultado eleva la cifra a más de cuatro cientos títulos, muchos escritos por ex colonos catalanes. A este respecto, Tofiño considera que el mejor de ­todos, sin lugar a dudas, es la trilogía compuesta por Carles Decors: Al sud de Santa Isabel / Al sur de Santa Isabel (Quaderns Crema, 1999/ Alianza, 2002), A quell món idíl·lic (Edicions 62, 2007) y E l malson de Guinea (Pagès, 2018). “De todas formas, las novelas ambientadas en la colonia no suelen vender nada –aclara el experto–. Y no lo hacen porque es una página del pasado que no nos gusta recordar. El gobierno español siempre ha tenido una mala relación con Guinea Ecuatorial y los lectores sienten indiferencia hacia todo aquel pasado. No rechazo, sino indiferencia”.

Otro descendiente de ex colonos, Andrés Pascual, acaba de publicar una novela, El árbol de las palabras (Espasa, 2024), en la que, curiosamente, no reconstruye el pasado familiar en clave idílica, sino que se retrotrae a los orígenes de la colonia para convertir en ficción tres hechos fundamentales en su constitución: la primera misión de los claretianos, la expedición de Manuel de Iradier y la Conferencia de Berlín sobre el reparto del territorio africano. “No creo que haya escenarios malditos –dice el escritor–, pero tal vez los lectores no se interesan más por Guinea porque, en el fondo, no estamos muy orgullosos de cómo hicimos allí las cosas”.

Literatura ecuatoguineana. Ahora bien, la que sí que parece estar despegando es la literatura escrita por los propios ecuatoguineanos. Aunque la primera novela realmente autóctona (Cuando los combes luchaban, de Leoncio Evita Enoy, Instituto de Estudios Africanos, 1953) se publicó hace ya setenta años, no puede decirse que la producción narrativa del país africano haya sido muy abundante, y probablemente eso se deba a que “la colonización española, al contrario que la francesa, la inglesa o la portuguesa, fue culturalmente muy pobre –aclara Tofiño–. El estado español no quiso crear una clase media ilustrada e hispanófila y eso hizo que casi no haya escritores en la actualidad”.

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El entonces ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga, y el presidente guineano, Macías Nguema, firman el Acta de Independencia de Guinea Ecuatorial, el 12 de octubre de 1968 

 EFE

De cualquier modo, no emancipar intelectualmente a la población produjo, entre otros efectos, que en aquella Guinea no brotara una literatura anticolonial semejante a la aparecida en otros países ocupados por potencias europeas. Eso sin olvidar que Guinea Ecuatorial ha vivido dos dictaduras seguidas, primero la de Francisco Macías Nguema y después la de Teodoro Obiang, lo cual ha impedido que los escritores expresen con libertad sus opiniones sobre el país. Esa autocracia, además, provocó lo que el escritor Juan Balboa Boneke llamó “generación perdida”, esto es, toda una promoción de literatos que, habiéndose refugiado en su gran mayoría en España tras la independencia de Guinea, no recibió ninguna ayuda por parte del gobierno de acogida, quedando en consecuencia los libros de sus representantes sin lectores tanto allí como aquí. Sólo la publicación de los ensayos Historia y tragedia de Guinea Ecuatorial (Cambio 16, 1977; Bellaterra, 2020), de Donato Ndongo-Bidyogo y ¿Dónde estás, Guinea? (Cort, 1978), de Juan Balboa Boneke, rompieron ese silencio y abrieron un nuevo camino para la literatura local.

⁄ La colonización fue culturalmente muy pobre y no favoreció que brotara una literatura anticolonial autóctona

En realidad, se podría decir que el término generación perdida no acota una etapa del pasado, sino que se extiende hasta la actualidad. Y lo hace por partida doble: por un lado, los escritores mínimamente críticos que se quedaron a vivir en Guinea Ecuatorial son invisibilizados por el régimen hasta extremos difíciles de imaginar para nosotros. Y por otro, los autores que se exiliaron no encuentran en España el apoyo que, como gente represaliada y como nativos de una ex colonia, sin duda merecerían. Un ejemplo claro lo encontramos en el que sin duda es el autor más célebre del país, Juan Tomás Ávila Laurel, cuya novela Arde el monte de noche (Calambur, 2009) pasó por nuestras librerías sin que nadie le prestara atención, pero que, cuando fue traducida al inglés, quedó finalista del Independent Foreign Fiction Prize (galardón integrado en el británico Man Booker International Prize) y consiguió alzarse como libro del mes en The New York Times. Aun así, su siguiente ­título, El juramento del Gurugú, ni siquiera fue publicado en España, saltando directamente a Francia y Reino Unido.

A tenor de esto, no es arriesgado –aunque sí lamentable– afirmar que, en lo tocante a la literatura, a los ecuatoguineanos les habría ido mucho mejor si hubieran sido colonizados por los franceses o los ingleses. “Hay editores que creen que los libros de autores negros, sobre todo africanos, no tienen interés para el público español –dice Tomás Ávila–. Y los que funcionan, como Chimamanda Ngozi Adichie, lo hacen porque vienen avalados por el universo anglosajón, no por el africano. Los que no venimos por vía inglesa, no somos tomados en serio”.

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Donato Ndongo, 

 Getty
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Juan Tomás Ávila Laurel 

 Roser Vilallonga / Archivo

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