La historia del ahora denominado Valle de Cuelgamuros está escrita y solo hay que darla a conocer en el propio recinto, en el que aún permanecen los monjes benedictinos y que sigue sin ser un “lugar de memoria democrática” plena
¿Qué significado tiene el Valle de los Caídos? ¿Qué es y qué no es? Y sobre todo, ¿qué debería ser? Ninguna de esas preguntas es fácil y ninguna de ellas tiene una sola respuesta. El próximo jueves, 24 de octubre, se habrán cumplido cinco años de la exhumación del dictador Francisco Franco del interior del mausoleo que mandó construir a su medida. Desde entonces, e incluso antes —con la Ley de Memoria Histórica de 2007, aprobada por el Gobierno de Zapatero—, está en marcha un proceso de “resignificación” que avanza tan lentamente que parece estar detenido en el tiempo.
La Ley de Memoria Democrática, aprobada en el año 2020 por el primer Gobierno de Pedro Sánchez, estableció en el artículo 54 del texto todo lo referente a lo que debería pasar con el Valle de los Caídos, ahora denominado Valle de Cuelgamuros, un nombre que no se ha popularizado y que buena parte de los españoles ignora. Junto al poco publicitado cambio de nombre —que no agrada a las asociaciones memorialistas— se establecía que el recinto sería “un lugar de memoria democrática cuya resignificación irá destinada a dar a conocer, a través de planes y mecanismos de investigación y difusión, las circunstancias de su construcción, el periodo histórico en el que se inserta y su significado, con el fin de fortalecer los valores constitucionales y democráticos”.
Han pasado cinco años desde la exhumación de Franco y cuatro desde la aprobación de la norma, pero, salvo el cambio de nombre, no ha habido grandes avances en ese proceso de “resignificación” prometido y anunciado a bombo y platillo por el Gobierno. Para Emilio Silva, presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), el planteamiento del Ejecutivo tiene un error de base: “No hay nada que resignificar. Hay que significar a secas, hay que llenarlo de significado democrático en el siglo XXI”. Pero Silva señala otro error: “El proceso no avanza”.
Una resignificación a trompicones
El Gobierno ha llevado a cabo una serie de medidas para cumplir con su objetivo. Las más significativas han sido sacar los restos de Franco y del fundador de La Falange, José Antonio Primo de Rivera, así como empezar con los trabajos de exhumación de las personas que fueron inhumadas allí sin informar a sus familiares. Sin embargo, queda mucho por hacer, y para los descendientes de las víctimas del franquismo los trabajos evolucionan demasiado despacio.
Uno de los puntos claves de la ley detallaba que, mediante real decreto, se establecería el nuevo marco jurídico “que determine la organización, funcionamiento y régimen patrimonial”. Pero aún no ha llegado y han pasado cuatro años, aunque parece que el Gobierno ya ha activado los mecanismos.
A principios de verano, Ángel Víctor Torres, ministro de Política Territorial y Memoria Democrática, anunciaba la creación de la Comisión Interministerial de Resignificación del Valle de Cuelgamuros, que tiene como objetivos principales la elaboración de ese real decreto y la “propuesta e impulso” de medidas encaminadas a la resignificación. Sin embargo, hacer realidad esta tarea es algo que ha preferido dejar en otras manos.
Conforme adelantaba la Agencia EFE y ha comprobado este periódico, el Gobierno prevé convocar antes de que acabe el año un concurso internacional de ideas para “resignificar” el Valle y elegir el proyecto ganador a mediados de 2025, aunque no se han dado más detalles. El presidente de la ARMH, en conversación con Infobae España, señala que es una estrategia del Gobierno para lavarse las manos, para “no tomar una decisión del todo”.
Para Silva, la “significación” pasa, en primer lugar, por una voluntad y un compromiso real por parte del Ejecutivo. Y señala que sería sencillo: “Solo hay que explicar qué es ese lugar y como se construyó, que se cuente la historia de los presos políticos obligados a trabajar en él y la del uso que la dictadura hizo del mismo”. “Realmente, desde 1975 hasta hoy nadie ha intervenido en esto, y todo empieza por poner unos paneles y explicar. Si no quieren hacerlo en la zona sacralizada, hay un espacio que no está sacralizado a la entrada, donde perfectamente puedes poner unos paneles. Incluso hemos ofrecido ponérselos nosotros, pero no quieren hacerlo”, indica.
Que haya una zona sacralizada lleva directamente a otra cuestión que rechina: los monjes benedictinos aún residen en el Valle y se encargan de la abadía, la hospedería y la escolanía.
La expulsión de los benedictinos que no llega
El Gobierno ha expresado en diversas ocasiones su voluntad de que los monjes salgan del lugar “de manera educada y acordada”, en palabras de Torres. De hecho, este mes, Pedro Sánchez comunicaba al Vaticano su “absoluta” disposición para colaborar en la “resignificación” del Valle de Cuelgamuros. En este sentido, Silva recuerda que la Ley de Memoria Democrática no menciona en ningún momento a la Iglesia católica, a pesar de ser una pieza fundamental durante el franquismo.
“Entonces, cuando yo vi eso, no me podía creer que ahora les incluyan, cuando no tienen nada que ver ni que decidir”, opina, y añade que “lo que tienen que hacer es desacralizar esa basílica. Porque la ley le llama cementerio civil a una cosa coronada por la mayor cruz católica de la cristiandad, y no puede ser un cementerio civil si está lleno de simbología católica”. Allí, de hecho, se celebran bodas y se ubica una escolanía que acoge a estudiantes (internos o no) desde primero de primaria hasta segundo de bachillerato, que también realizan estudios musicales impregnados por la “vida de oración”, conforme recoge la propia página web oficial de la Abadía benedictina de la Santa Cruz del Valle de los Caídos.
Un lugar de memoria que recuerde a las víctimas
De vuelta a las preguntas que plantea la existencia incómoda del mayor monumento al franquismo, las asociaciones de memoria tienen claro lo que debería ser el Valle de Cuelgamuros: un lugar de memoria desacralizado, que recoja y explique su historia en paneles y trípticos desde la entrada del recinto. Un lugar cargado de información para que, tras su visita, los españoles y extranjeros conozcan de primera mano el horror y la barbarie que allí se vivió.
Basta con ceñirse a los hechos para redactar el significado o “resignificado” de la zona: tras el golpe de Estado, la posterior Guerra Civil y la victoria del bando franquista, el dictador concibió el Valle de los Caídos como el mayor monumento para conmemorar la victoria militar que derrocó al Gobierno democrático de la Segunda República y le llevó al poder. De hecho, las bases del texto ya estarían escritas. El apartado del Valle de Cuelgamuros que recoge Patrimonio Nacional en su web ya da las principales pinceladas sobre la información que debería acompañar al lugar.
Dice: “Tardó en torno a diecinueve años en acabarse. Fue construido en buena parte por presos políticos republicanos que trabajaron como mano de obra penada. Franco lo inauguró el 1 de abril de 1959, en el vigésimo aniversario de su victoria en la guerra. Tanto la fecha elegida como el contenido del discurso inaugural consolidaron el significado franquista y nacionalcatólico del monumento, que también se expresa en su arquitectura, en su programa iconográfico y en el marco religioso y legal vigente desde 1957 hasta 2022. El monumento alberga 33.847 víctimas de la guerra, de las cuales más de 12.000 están sin identificar. En el año 2003 se descubrió la presencia en las criptas de civiles republicanos ejecutados por las fuerzas franquistas que habían sido trasladados a partir de 1959 desde fosas comunes sin permiso ni conocimiento de sus familiares. La ausencia de una resignificación sistemática en el monumento durante décadas ha convertido al Valle de Cuelgamuros en el reducto más polémico de la memoria del franquismo”.
La historia del Valle de los Caídos, ahora Valle de Cuelgamuros, es la que es. Está escrita y solo hay que darla a conocer.
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