diumenge, 20 de setembre del 2015

Belchite, un pueblo entre ruinas, trincheras y desidia


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El equipo de arqueólogos, historiadores y voluntarios ha finalizado una parte del proyecto en el que vienen trabajando desde 2008 con el propósito central de elaborar una historia de la Guerra Civil centrada más en lo que cuentan los restos arqueológicos que en documentos o testimonios orales. Entre granadas de espiga, casquillos, trincheras o letrinas, han intentado “desenterrar fantasmas con ciencia y no con mitos”.


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El pueblo viejo de Belchite, lugar donde sucedió una de las batallas más sangrientas de la Guerra Civil
BELCHITE.- El pasado martes 15 de septiembre dieron por concluidas las tareas arqueológicas que se estaban desarrollando en el pueblo viejo de Belchite, ejemplo de la dinámica de la Guerra Civil Española. El trabajo, coordinado por el científico del CSIC Alfredo González-Ruibal, ha contado con la participación de voluntarios pertenecientes al Proyecto Arqueológico de las Brigadas Internacionales (I.B.A.P. según sus siglas en inglés), así como la colaboración de la Universidad del País Vasco, el grupo Patrimonio Construido y la Universidad de Nottingham.

Tras más de dos semanas de intenso trabajo en Belchite y sus alrededores, el equipo de arqueólogos, historiadores y voluntarios ha finalizado una parte del proyecto en el que vienen trabajando desde 2008. Entre granadas de espiga, casquillos, trincheras o letrinas, han intentado “desenterrar fantasmas con ciencia y no con mitos”. El propósito central ha sido elaborar una historia de la Guerra Civil española centrada más en lo que cuentan los restos arqueológicos que en documentos o testimonios orales.

La asociación, creada y liderada por el arqueólogo Alfredo González-Ruibal y el profesor de la Universidad de Nottingham, Salvatore Garfi, ha coordinado el trabajo de una veintena de técnicos voluntarios en su segundo año de trabajo en las inmediaciones de la localidad aragonesa. Las labores han girado en torno a varias fortificaciones construidas y empleadas por ambos bandos en el asedio y toma de Belchite, durante la ofensiva republicana de agosto-septiembre de 1937.
El propósito central ha sido elaborar una historia de la Guerra Civil centrada más en lo que cuentan los restos arqueológicos que en documentos o testimonios orales
Empleando métodos científicos, se han descubierto y estudiado un fortín construido por tropas carlistas, varias líneas de trincheras en torno al municipio, los estragos causados por los combates en el seminario menor o el violento choque entre tropas franquistas y Brigadas Internacionales en los montes del cercano municipio de Mediana.

La labor de I.B.A.P. se inició en 2008 en las trincheras de la batalla por la Ciudad Universitaria de Madrid y, aunque han trabajado escenarios bélicos conocidos, como el de la Batalla del Ebro, ponen el foco sobre lugares que no han dejado tanta huella, como el Alto de Tajuña (Guadalajara), el campo de concentración de Castuera (Badajoz), el destacamento penal de Bustarviejo (Madrid) o la posición republicana de Castiltejón (León).

Pero esta tarea no es gratuita. Financiar estos proyectos es realmente complicado. En este caso cuentan con el apoyo de un consorcio europeo llamado NEARC (Nuevos Escenarios para una Arqueología orientada a las Comunidades). Como apunta González-Ruibal, gracias a NEARC “se cubre cerca de un 60% del coste, viniendo el otro 40% de las contribuciones de los voluntarios”.

Por su parte, Pedro Rodríguez, uno de los arqueólogos miembro del proyecto, lamenta que, a pesar de que “se planteó al Gobierno de Aragón y a la Universidad de Zaragoza (UZ) la posibilidad de implicarse (de hecho, había alumnos interesados en el proyecto), no hubo respuesta”. Según Rodríguez, podría deberse a que la UZ “es una universidad antigua, donde las líneas de trabajo siguen enfocadas hacia la arqueología clásica”.

Ellos realizan una labor arqueológica, pero una vez que terminan, la parte divulgativa y de mantenimiento queda en manos de las administraciones locales o regionales, donde hay “muy poca concienciación para mantener estos restos históricos, así como una falta de voluntad para divulgar lo que ocurrió”, apunta González-Ruibal. Aunque han pasado casi ochenta años del fin de la contienda, aún queda mucho por explicar.
“Se requiere una reflexión crítica sobre el pasado, y las autoridades no están dispuestas a facilitarla”
El problema, en palabras del arqueólogo, es que “se requiere una reflexión crítica sobre el pasado, y las autoridades no están dispuestas a facilitarla”. Para el investigador los relatos que se quieren construir en el imaginario colectivo son aquellos con los que todo el mundo se sienta cómodo, donde no haya espacio para la reflexión. Aquí, la única conclusión posible es qué mala es la guerra. Y que no se vuelva a repetir. Simple y banal.

A pesar de la vigencia de la Ley de Memoria Histórica, e independientemente de la insuficiencia de ésta, el Estado está ejerciendo un abandono de sus funciones, en una clara muestra de dejadez consentida. González-Ruibal se queja de que“no han dotado a la Ley de las herramientas necesarias para su aplicación”. “El caso más claro de ésta falta de valor es el Valle de los Caídos. Ello demuestra que seguimos viviendo en una sociedad postdictatorial. Si alguien tiene miedo a quitar a un dictador y a un ideólogo del fascismo de un lugar público es que no está preparado para regir una sociedad democrática. Y eso es injustificable”.

“Hay otros casos en el mundo donde se está haciendo infinitamente más, países que no son más ricos que el nuestro. Entonces, es evidente que hay una falta absoluta de voluntad política: una oposición en el caso del PP y en el caso del PSOE es más bien de cobardía, de no querer abrir la caja de Pandora. Aunque también es verdad que los socialistas destinaron bastante dinero a exhumaciones cuando estaban en el gobierno central”, apostilla el coordinador del proyecto.

Incluso los voluntarios se muestran sorprendidos ante ésta situación: “Está claro que la transición en España dejó innumerables heridas abiertas que aún hoy no están cerradas”, comenta Matthew Erlick, un joven arqueólogo de Los Ángeles. Para el norteamericano, quien cree tener la responsabilidad de continuar con el legado de los brigadistas internacionales de la Lincoln, la arqueología es una de las herramientas más útiles para descubrir el pasado. “Los resultados hablan por sí mismos y dicen: aquí está, literalmente, extraído de la tierra”.
Algunas heridas de la Guerra Civil siguen abiertas, se enquistan y reabren con cada actuación relacionada con restos y acontecimientos de la época
Aunque el traumático pasado se ha suavizado en el pueblo nuevo de Belchite, inaugurado por Franco en 1954 y construido por presos políticos, siguen existiendo temas que crispan el ambiente. El temor a expresar opiniones sobre el pasado es palpable. Si bien al principio el ayuntamiento (PP) les dio permiso para trabajar en los terrenos municipales y facilitó un piso de titularidad municipal para el equipo, al final se encontraron con la rasqueta y la escobilla en la puerta de la casa. Y sin sala municipal donde dar la conferencia sobre lo que habían estado haciendo allí mismo, a la vuelta de sus casas.

González-Ruibal afirma que “nosotros distinguimos entre lo que es ciencia y lo que es política”, y que “él (el alcalde) no tiene potestad para dificultar un proyecto porque no esté de acuerdo con la orientación política que cree ver en nuestro trabajo. Si yo fuera con mis ideas políticas por delante y haciendo política a través de la arqueología entiendo que dijera “yo ahí no me meto”. Pero la política que hacemos es a través de la arqueología es para construir una sociedad democrática. La arqueología que yo hago no pertenece a ningún partido”.

Algunas heridas de la Guerra Civil siguen abiertas, se enquistan y reabren con cada actuación relacionada con restos y acontecimientos de la época. Es una lacra que los vecinos conocen bien. Mientras unos agradecen las labores del equipo, otros las ignoran. Mientras unos sólo ven un rédito económico, otros lo sienten como algo urgente, necesario y que tiene un sentido en la actualidad. Eso se llama conciencia social, y el equipo de Alfredo tiene por doquier.