dimarts, 30 d’abril del 2024

LA ASISTENCIA SANITARIA A LOS HERIDOS Y ENFERMOS DEL EXILIO REPUBLICANO ESPAÑOL EN FRANCIA..

 

LA ASISTENCIA SANITARIA A LOS HERIDOS Y ENFERMOS DEL EXILIO REPUBLICANO ESPAÑOL EN FRANCIA..
La realidad fronteriza quedó registrada por una de las enfermeras francesas del Hospital de Saint-Louis de Perpiñán:
“¿Cómo podría empezar el relato de lo que sucedió? Llegaban andando desde Argelès, algunos de ellos, con toda clase de heridas terribles. Y algunos habían venido andando desde Barcelona o Figueras con esas mismas heridas. Otros venían en tren o ambulancia. Habían cortado ramas de los árboles e improvisado parihuelas [camillas]. Sus escayolas estaban llenas de barro. Trataban de impedir que sus sucias ropas se les deshicieran, atándolas con cuerdas a su alrededor, porque pensaban que un trozo de ropa sucia era mejor que nada. Muchos de ellos tenían extremidades en estado gangrenoso, y todos estaban demacrados, hambrientos y exhaustos. Me pregunté cómo unos hombres podían soportar tanto y seguir caminando con la esperanza de que al fin alguien pudiera ayudarles. Cuando recibimos a nuestros primeros pacientes, estuve trabajando treinta y seis horas seguidas, luego descansé seis, y volví a trabajar un turno de otras treinta y seis. Y podía haber estado trabajando así durante semanas, sin que se hubiera notado apenas. Había demasiados heridos” (Stein, 1983, p. 46).
Mientras que el grupo de mujeres, niños y ancianos fueron evacuados hacia el interior de Francia, los civiles varones y los milicianos fueron retenidos en los puestos fronterizos. Una situación que se alargó 10 días hasta que se les permitió el paso el 5 de febrero en Cerbère y el 6 de febrero en Le-Perthus. Para esas fechas, los afluentes civiles y militares se mezclaron en las fronteras formando una única columna de personas.
Al llegar a suelo francés, las palabras “Allez! Allez!”, “blessé?, blessé?” pronunciadas por los gendarmes quedaron grabadas para siempre en la memoria de los refugiados. De los 453.000 españoles que cruzaron la frontera entre el 20 de enero y el 14 de febrero, según los propios datos del Ministerio francés de Asuntos Extranjeros, la cifra de heridos superó las 13.000 personas. Estos datos concuerdan con el testimonio de Eduard Pons Prades, sargento afecto al Comisariado de Sanidad de Guerra, citado por Solé y Tuban (2011, p. 13), quien señalaba que en el momento de la ofensiva franquista funcionaban en Cataluña 110 hospitales y 40 balnearios que acogían a 20.000 heridos, de los cuales se evacuaron hacia Francia unos 12.500.
Los heridos y enfermos fueron trasladados en trenes desde todos los puntos de Cataluña hasta Port Bou para su evacuación a Francia. Lamentablemente, en la estación internacional de Cerbère, los trenes tuvieron que ser desalojados a medida que llegaban, debido al cambio de ancho de vía entre España y Francia. Hubo que bajar a todos los heridos, retenerlos en la estación y esperar a que fueran evacuados en trenes franceses. Una situación que llegó a provocar el hacinamiento de hasta 2.900 heridos el 7 de febrero. Estas evacuaciones se realizaron de forma escalonada. Cuando los refugiados llegaron a los departamentos de acogida, estaban en un estado físico y mental lamentable.
“El primer tren que llegó de Latour-de-Carol transportaba mujeres, ancianos y niños hacinados dentro de viejos vagones de mercancías con paja en el suelo. Se alojó a esas pobres gentes de cualquier manera en los pasillos de espera de la estación. A continuación llegaron los heridos, varios cientos, y todo un ejército. No había nada previsto para alojar y alimentar todas esas gentes. Las mujeres, lo niños y los heridos algunos de los cuales murieron allí mismo, «inauguraron» el cementerio de Enveitg, fueron evacuados por tren
progresivamente. Pero los hombres válidos y los soldados debían permanecer allí”.
A mediados de febrero, todos los centros asistenciales estaban literalmente abarrotados. Mientras que los refugiados con problemas médicos podían ser atendidos en los mismos puestos fronterizos o esperar a que fueran evacuados hacia el interior, los milicianos graves con fracturas abiertas, hemorragias internas o heridas penetrantes, necesitaban asistencia quirúrgica inmediata.
En el puerto de Marsella se acondicionaron cuatro barcos que cumplieron la función de hospitales quirúrgicos. Se trata de los barcos: Asni, Maréchal-Lyautey, Patria y Providence. Los dos primeros llegaron a Port-Vendres el 11 de febrero, mientras que los dos últimos permanecieron en Marsella.
En los barcos habilitados se llegaron a atender más de 4.000 milicianos. El barco Maréchal-Lyautey fue el más grande de los cuatro, con una capacidad de 1.200 camas (Arnaud, 1939). El Asni tenía una capacidad previa de 300 camas, pero se acondicionaron 800. Lamentablemente, el hacinamiento impidió una asistencia eficiente siendo ésta tachada de penosa y precaria por parte de la Union des Femmes de France. Esta situación hizo que entre ambos barcos se llegara a una ocupación máxima de 1.800 heridos. Lo mismo ocurrió con los dos barcos de Marsella, donde llegaron a una capacidad máxima de 2.350 camas.
Respecto a los asistidos, es indudable que pasaron a unas mejores condiciones desde los fríos andenes de los Pirineos, pero vivieron en condiciones absolutamente penitenciarias. Aislados del mundo exterior y con registros rutinarios de los camarotes.
Aunque la dirección y gestión de los centros fue, en su mayoría francesa, se estima que, entre un 75 y un 90% de la mano de obra asistencial fue española. Los productos farmacéuticos fueron distribuidos por los hospitales públicos más cercanos, pero gestionados por farmacéuticos y auxiliares de farmacia españoles. Existió contratación de médicos civiles franceses, pero entre los españoles refugiados se encontraba toda clase de profesionales sanitarios quienes doblaron en cifras a los franceses.
El siguiente escalón asistencial lo constituyeron las enfermerías y los hospitales de los campos de concentración. Durante el primer trimestre de 1939, se dio celeridad a la evacuación de españoles ingresados en los hospitales civiles y auxiliares, al suponer un importante gasto para el Estado francés. En abril, Marc Rucart, ministro de Sanidad Pública, dio la orden de transportar hacia los campos de concentración a los enfermos ciegos y grandes amputados.
Un mes más tarde, este ministro ordenó a los prefectos que los heridos recuperables fueran enviados a los campos de concentración, y los grandes inválidos a establecimientos de incurables.
Como puede verse, Francia no estaba dispuesta a costear los gastos de los heridos cuyas secuelas eran irreversibles. El motivo explícito es que estos refugiados no eran útiles para los campos de trabajo. Esta política dura e inhumana continuó aplicándose a los refugiados que tenían tuberculosis u otras patologías graves para quienes no había una curación definitiva.
Para ampliar información:
ASISTENCIA Y CONDICIONES SOCIOSANITARIAS DE LOS EXILIADOS ESPAÑOLES EN EL SUR DE FRANCIA.
En formato PDF (372 páginas):

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