Álvaro Sánchez Castrillo
- Cristina Calandre Hoenigsfeld, nieta del cardiólogo que dirigió el Hospital de Carabineros, lucha para mantener viva la memoria del doctor Calandre, del centro sanitario y de su refugio antiaéreo
- En conversación con infoLibre, denuncia que las instituciones nunca han mostrado interés por un hospital que durante la Guerra Civil ayudó a contener una epidemia de malaria
Álvaro Sánchez Castrillo
Publicada el 15/07/2018 a las 06:00Actualizada el 14/07/2018 a las 00:00
Junio de 1937. Las tropas golpistas llevan meses asediando Madrid. Los muertos y heridos republicanos en el frente no dejan de aumentar. Con estos mimbres, los servicios sanitarios del Cuerpo de Carabineros, que se mantiene leal al Gobierno legítimo de la II República, comienzan a darse cuenta de que el pequeño Hospital Católico de la calle Joaquín Costa, en funcionamiento desde enero de ese mismo año, es insuficiente para atender las necesidades sanitarias que se plantean. Por esa razón, deciden poner en marcha un nuevo centro a escasos 900 metros de distancia. Lo hacen en la Residencia de Estudiantes, emblema de la Junta para la Ampliación de Estudios (JAE) y refugio de García Lorca, Salvador Dalí, Severo Ochoa o Luis Buñuel. Al frente del recién creado Hospital de Carabineros, un referente en el mundo de la cardiología española de la época: el doctor Luis Calandre Ibáñez.
Ocho décadas han pasado ya desde que el centro hospitalario, que se convirtió en todo un símbolo del Madrid del “¡No pasarán!”, echase a andar. Sin embargo, su importante labor durante los últimos años de la Guerra Civil, así como el trabajo de sus profesionales, quedó enterrado en la historia. Cristina Calandre Hoenigsfeld, economista y nieta del médico que dirigió el hospital hasta la caída de la capital en 1939, lleva desde 2006, cuando encontró en casa de sus padres gran cantidad de documentos de su abuelo, haciendo las labores de historiadora en sus ratos libres. “He trabajado mucho en este tema”, afirma en conversación telefónica con infoLibre. Y lo ha hecho, dice, “con todo en contra”: “Nunca he percibido interés por parte de las instituciones o del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) –del que depende actualmente la Residencia de Estudiantes–”.
El Hospital de Carabineros fue concebido en un primer momento como un centro de cirugía. Por la disposición de los pabellones, por lo despejado del emplazamiento y por su relativa proximidad al hospital de Joaquín Costa, las condiciones eran perfectas para los fines hospitalarios que se buscaban. Sin embargo, las escaramuzas en el frente del Jarama cambiaron los planes iniciales. El encharcamiento de las riberas del río madrileño para impedir el avance de las tropas golpistas a la altura de Titulcia creó un ambiente pantanoso idílico para la concentración de mosquitos y, por tanto, para la transmisión de la malaria. Con este caldo de cultivo, los casos de paludismo, que hasta la fecha se habían conseguido mantener en niveles controlados, empezaron a dispararse tanto entre las tropas sublevadas como entre los soldados del Ejército republicano.
Con este nuevo problema sanitario repuntando, se tomó la decisión de dedicar exclusivamente el Hospital de Carabineros a los soldados republicanos infectados por la malaria. En total, y hasta el final de la contienda, el centro atendió a más de 1.460. Y la tasa de éxito en el tratamiento, cuenta Calandre Hoenigsfeld, “fue del 99%”. “No pude profundizar mucho más al respecto, por lo que desconozco el tratamiento que se les aplicó”, cuenta la economista convertida en sus ratos libres en historiadora. Los buenos resultados obtenidos en la contención de la epidemia de paludismo convirtieron al antiguo hospital levantado en la Residencia de Estudiantes en un auténtico referente en la región. “Tenían un muy buen equipo. Allí trabajaba gente muy preparada, con mucha experiencia y muchos medios a su disposición”, explica a este diario Calandre Hoenigsfeld.
Un refugio antiaéreo para los enfermos
La elección de la Colina de los Chopos para poner en funcionamiento el centro sanitario no fue aleatoria. Los jardines que rodeaban la zona eran perfectos para que los enfermos encontraran un grato sosiego mientras convalecían de sus dolencias. Sin embargo, las bombas que llovían día tras día sobre el Madrid republicano lo impedían. Y así se lo trasladó el doctor Calandre en una carta al poeta Juan Ramón Jiménez, al que le unía una larga amistad. “Continúo en Madrid. Dirijo un hospital. (…) Es un remanso de sosiego y paz donde los enfermos hallan un gran bienestar. Con lamentable frecuencia, los obuses alteran esta tranquilidad. (…) En Madrid, todos nos hemos habituado ya a vivir en peligro y no se hacen aspavientos innecesarios. ¿Cuándo se cansarán de atacarnos los que ninguna ofensa tienen que vengar de nosotros?”, rezaba la misiva.
Por ello, Calandre solicitó al Instituto de Carabineros, que dirigía entonces un antiguo compañero suyo de la Residencia de Estudiantes –Rafael Méndez–, la construcción de un refugio antiaéreo. La intención de levantar dicho búnker consta, por ejemplo, en una carta rescatada por la nieta del doctor del archivo de la Guardia Civil. Fechada en agosto de 1937, fue enviada por el entonces inspector general de los Servicios Sanitarios de Carabineros al director Méndez. “En visita de inspección girada por el que suscribe al Hospital de Carabineros (…) se ha observado la necesidad de crear un refugiodonde se guarezcan los enfermos”. En la misma carta, explicaba que ya tenía entre manos un ante-proyecto y una memoria elaborada por el arquitecto José María Rodríguez Garrido, señalaba que el búnker tendría una capacidad de 200 personas y apuntaba que el coste ascendería a 60.000 pesetas.
Dos meses después, Juan Negrín, entonces ministro de Hacienda y viejo compañero de Calandre en los laboratorios que la JAE había tenido en la Residencia, emitió una orden en la que daba luz verde a la realización de las obras “con urgencia”. Sin embargo, la construcción se alargó más de lo esperado. Un año después, el jefe de la Comandancia de Carabineros de Madrid informó que todavía no había sido posible finalizar el búnker. En el escrito, se detallaban los diferentes obstáculos que habían tenido que sortear y se especificaba que ya se habían ejecutado 162 metros de galerías, de los cuales 137 metros ya habían sido entibados. “En plazo de unos dos meses estará en parte el refugio y el acceso en condiciones de ser utilizado”, señalaba el informe de situación. Sin embargo, la nieta del director del centro cree, por los testimonios de algunas enfermeras, que el refugio “nunca se llegó a utilizar”.
La figura del doctor Calandre
La caída de Madrid a finales de marzo de 1939 puso punto y final en la historia del Hospital de Carabineros y de la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE). Y la que había sido una de sus figuras clave, el doctor Luis Calandre Ibáñez, cayó en el olvido. En marzo de 1940, tuvo que enfrentarse a su primer Consejo de Guerra, del que consiguió salir absuelto. Unos meses después, en diciembre, el Colegio de Médicos de Madrid le sancionó con la privación del ejercicio profesionaldurante un periodo de cinco años. Y, en octubre de 1942, un Consejo de Guerra le condenó a doce años y un día de prisión –la pena se le rebajó posteriormente a seis años–. “Como no pudo irse por motivos familiares, comenzó entonces el ‘exilio interno’ de mi abuelo. Montó una clínica privada, por donde pasaron importantes personalidades de la política y del mundo de la cultura, y se vio obligado a convivir con los franquistas”, cuenta su nieta a través del hilo telefónico.
El éxito de los golpistas en la Guerra Civil propició que España se olvidase de uno de sus referentes en el campo de la cardiología. Nacido en 1890 en Cartagena, Calandre llegó a Madrid en 1906 para iniciar sus estudios de medicina. Tras finalizar su formación académica, recaló en el Hospital Provincial, donde tuvo como maestros al Premio Nobel Santiago Ramón y Cajal y al prestigioso doctor Nicolás Achúrraco. Sus investigaciones se centraron en las enfermedades cardiacas. En especial, profundizó en las arritmias, lo que le llevó a importar desde Alemania el primer electrocardiógrafo que tuvo España. La pasión por el estudio del corazón le llevó a crear en 1920, junto con el doctor Gustavo Pittaluga, la primera revista cardiológica en España: Archivos de Cardiología y Hematología. El médico siempre estuvo muy ligado a la Institución Libre de Enseñanza y a la JAE, de la que llegó a ser subdelegado en 1938.
Más de una década batallando con las instituciones
Desde 2007, Cristina Calandre Hoenigsfeld libra una batalla con las instituciones para que se reconozca la existencia del refugio antiaéreo y se recuerde la labor médica de su abuelo y del Hospital de Carabineros durante los últimos compases del Madrid republicano. Empezó tocando la puerta del CSIC, donde prácticamente no encontró “ningún interés”. Y siguió por el Ministerio de Cultura, que le pasó la pelota a Patrimonio de la Comunidad de Madrid. Fue de este departamento del que recibió en febrero de 2008 el primer jarro de agua fría: “Ni la Comunidad ni el Ayuntamiento tienen inventariado, ni tan siquiera localizado, el refugio”. En la misiva, además, se añadía que el arquitecto Jerónimo Junquera, que había llevado a cabo la rehabilitación de la zona entre 1989 y 1991, afirmaba “no haberlo visto ni conocer su situación”.
Calandre Hoenigsfeld, sin embargo, asegura que el arquitecto “sí conocía la existencia” del búnker. “Solo que [en el proyecto para la rehabilitación] se hacía referencia a una‘pieza subterránea de conexión de todos los edificios de la Residencia de Estudiantes’, cuando realmente eran galerías pertenecientes al refugio”, asevera. El tema llegó incluso al Congreso de la mano de IU en 2013. Aprovechando que se había abierto el plazo para que los lugares que habían sido proclamados Patrimonio Europeo en 2007 –entre los que se encontraba la Residencia de Estudiantes– convalidaran este galardón ajustándose a las nuevas normas del recién creado “Sello de Patrimonio Europeo”, el diputado Gaspar Llamazares preguntó al Ejecutivo por el búnker. La respuesta volvió a ser contundente: “Actualmente no existe en la Residencia de Estudiantes ningún espacio que pueda ser considerado un refugio antiaéreo”.
Diez años después de que comenzara su batalla institucional, a la perseverante nieta le llegaron buenas noticias. En marzo de 2017, la Dirección General de Patrimonio Cultural de la Comunidad de Madrid se mostró abierta a valorar su solicitud para incluir “dicho refugio” en el “inventario y catálogo de Bienes del Patrimonio Histórico” de la región. Ocho meses después, fue el ayuntamiento de la capital el que movió ficha, anunciando su intención de colocar en la Residencia de Estudiantes una placa en recuerdo del Hospital de Carabineros. A pesar de casi una década de trabajo constante, de hacer vida en archivos documentales, la nieta del doctor Calandre asegura que “en ningún momento” se ha “desplomado”. “Por eso, he enviado una carta por correo electrónico a la Dirección General de Memoria Histórica del nuevo Gobierno”, explica.
En la misiva, dirigida al director del recién creado departamento, Fernando Martínez López, la nieta del ilustre cardiólogo solicita, en primer lugar, que se retire de la Residencia de Estudiantes la placa de “Sello Español de Patrimonio Europeo” o se rectifique su justificación para incluir “la historia del Hospital de Carabineros y la existencia de su búnker”. Además, exige que se promuevan investigaciones sobre el viejo centro sanitario del Madrid de la II República para honrar, como recoge la Ley de Memoria Histórica, a los integrantes del Cuerpo de Carabineros. Y, por último, que se rehabilite el refugio o lo que pueda quedar de él. “Quiero, en definitiva, que se reconozca todo esto. Y, si es posible recuperar el búnker, propongo que se cree una exposición permanente sobre la historia del hospital. Tengo muchos documentos del archivo familiar que pueden ser expuestos”, sentencia.
Ocho décadas han pasado ya desde que el centro hospitalario, que se convirtió en todo un símbolo del Madrid del “¡No pasarán!”, echase a andar. Sin embargo, su importante labor durante los últimos años de la Guerra Civil, así como el trabajo de sus profesionales, quedó enterrado en la historia. Cristina Calandre Hoenigsfeld, economista y nieta del médico que dirigió el hospital hasta la caída de la capital en 1939, lleva desde 2006, cuando encontró en casa de sus padres gran cantidad de documentos de su abuelo, haciendo las labores de historiadora en sus ratos libres. “He trabajado mucho en este tema”, afirma en conversación telefónica con infoLibre. Y lo ha hecho, dice, “con todo en contra”: “Nunca he percibido interés por parte de las instituciones o del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) –del que depende actualmente la Residencia de Estudiantes–”.
El Hospital de Carabineros fue concebido en un primer momento como un centro de cirugía. Por la disposición de los pabellones, por lo despejado del emplazamiento y por su relativa proximidad al hospital de Joaquín Costa, las condiciones eran perfectas para los fines hospitalarios que se buscaban. Sin embargo, las escaramuzas en el frente del Jarama cambiaron los planes iniciales. El encharcamiento de las riberas del río madrileño para impedir el avance de las tropas golpistas a la altura de Titulcia creó un ambiente pantanoso idílico para la concentración de mosquitos y, por tanto, para la transmisión de la malaria. Con este caldo de cultivo, los casos de paludismo, que hasta la fecha se habían conseguido mantener en niveles controlados, empezaron a dispararse tanto entre las tropas sublevadas como entre los soldados del Ejército republicano.
Con este nuevo problema sanitario repuntando, se tomó la decisión de dedicar exclusivamente el Hospital de Carabineros a los soldados republicanos infectados por la malaria. En total, y hasta el final de la contienda, el centro atendió a más de 1.460. Y la tasa de éxito en el tratamiento, cuenta Calandre Hoenigsfeld, “fue del 99%”. “No pude profundizar mucho más al respecto, por lo que desconozco el tratamiento que se les aplicó”, cuenta la economista convertida en sus ratos libres en historiadora. Los buenos resultados obtenidos en la contención de la epidemia de paludismo convirtieron al antiguo hospital levantado en la Residencia de Estudiantes en un auténtico referente en la región. “Tenían un muy buen equipo. Allí trabajaba gente muy preparada, con mucha experiencia y muchos medios a su disposición”, explica a este diario Calandre Hoenigsfeld.
Un refugio antiaéreo para los enfermos
La elección de la Colina de los Chopos para poner en funcionamiento el centro sanitario no fue aleatoria. Los jardines que rodeaban la zona eran perfectos para que los enfermos encontraran un grato sosiego mientras convalecían de sus dolencias. Sin embargo, las bombas que llovían día tras día sobre el Madrid republicano lo impedían. Y así se lo trasladó el doctor Calandre en una carta al poeta Juan Ramón Jiménez, al que le unía una larga amistad. “Continúo en Madrid. Dirijo un hospital. (…) Es un remanso de sosiego y paz donde los enfermos hallan un gran bienestar. Con lamentable frecuencia, los obuses alteran esta tranquilidad. (…) En Madrid, todos nos hemos habituado ya a vivir en peligro y no se hacen aspavientos innecesarios. ¿Cuándo se cansarán de atacarnos los que ninguna ofensa tienen que vengar de nosotros?”, rezaba la misiva.
Por ello, Calandre solicitó al Instituto de Carabineros, que dirigía entonces un antiguo compañero suyo de la Residencia de Estudiantes –Rafael Méndez–, la construcción de un refugio antiaéreo. La intención de levantar dicho búnker consta, por ejemplo, en una carta rescatada por la nieta del doctor del archivo de la Guardia Civil. Fechada en agosto de 1937, fue enviada por el entonces inspector general de los Servicios Sanitarios de Carabineros al director Méndez. “En visita de inspección girada por el que suscribe al Hospital de Carabineros (…) se ha observado la necesidad de crear un refugiodonde se guarezcan los enfermos”. En la misma carta, explicaba que ya tenía entre manos un ante-proyecto y una memoria elaborada por el arquitecto José María Rodríguez Garrido, señalaba que el búnker tendría una capacidad de 200 personas y apuntaba que el coste ascendería a 60.000 pesetas.
Dos meses después, Juan Negrín, entonces ministro de Hacienda y viejo compañero de Calandre en los laboratorios que la JAE había tenido en la Residencia, emitió una orden en la que daba luz verde a la realización de las obras “con urgencia”. Sin embargo, la construcción se alargó más de lo esperado. Un año después, el jefe de la Comandancia de Carabineros de Madrid informó que todavía no había sido posible finalizar el búnker. En el escrito, se detallaban los diferentes obstáculos que habían tenido que sortear y se especificaba que ya se habían ejecutado 162 metros de galerías, de los cuales 137 metros ya habían sido entibados. “En plazo de unos dos meses estará en parte el refugio y el acceso en condiciones de ser utilizado”, señalaba el informe de situación. Sin embargo, la nieta del director del centro cree, por los testimonios de algunas enfermeras, que el refugio “nunca se llegó a utilizar”.
La figura del doctor Calandre
La caída de Madrid a finales de marzo de 1939 puso punto y final en la historia del Hospital de Carabineros y de la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE). Y la que había sido una de sus figuras clave, el doctor Luis Calandre Ibáñez, cayó en el olvido. En marzo de 1940, tuvo que enfrentarse a su primer Consejo de Guerra, del que consiguió salir absuelto. Unos meses después, en diciembre, el Colegio de Médicos de Madrid le sancionó con la privación del ejercicio profesionaldurante un periodo de cinco años. Y, en octubre de 1942, un Consejo de Guerra le condenó a doce años y un día de prisión –la pena se le rebajó posteriormente a seis años–. “Como no pudo irse por motivos familiares, comenzó entonces el ‘exilio interno’ de mi abuelo. Montó una clínica privada, por donde pasaron importantes personalidades de la política y del mundo de la cultura, y se vio obligado a convivir con los franquistas”, cuenta su nieta a través del hilo telefónico.
El éxito de los golpistas en la Guerra Civil propició que España se olvidase de uno de sus referentes en el campo de la cardiología. Nacido en 1890 en Cartagena, Calandre llegó a Madrid en 1906 para iniciar sus estudios de medicina. Tras finalizar su formación académica, recaló en el Hospital Provincial, donde tuvo como maestros al Premio Nobel Santiago Ramón y Cajal y al prestigioso doctor Nicolás Achúrraco. Sus investigaciones se centraron en las enfermedades cardiacas. En especial, profundizó en las arritmias, lo que le llevó a importar desde Alemania el primer electrocardiógrafo que tuvo España. La pasión por el estudio del corazón le llevó a crear en 1920, junto con el doctor Gustavo Pittaluga, la primera revista cardiológica en España: Archivos de Cardiología y Hematología. El médico siempre estuvo muy ligado a la Institución Libre de Enseñanza y a la JAE, de la que llegó a ser subdelegado en 1938.
Más de una década batallando con las instituciones
Desde 2007, Cristina Calandre Hoenigsfeld libra una batalla con las instituciones para que se reconozca la existencia del refugio antiaéreo y se recuerde la labor médica de su abuelo y del Hospital de Carabineros durante los últimos compases del Madrid republicano. Empezó tocando la puerta del CSIC, donde prácticamente no encontró “ningún interés”. Y siguió por el Ministerio de Cultura, que le pasó la pelota a Patrimonio de la Comunidad de Madrid. Fue de este departamento del que recibió en febrero de 2008 el primer jarro de agua fría: “Ni la Comunidad ni el Ayuntamiento tienen inventariado, ni tan siquiera localizado, el refugio”. En la misiva, además, se añadía que el arquitecto Jerónimo Junquera, que había llevado a cabo la rehabilitación de la zona entre 1989 y 1991, afirmaba “no haberlo visto ni conocer su situación”.
Calandre Hoenigsfeld, sin embargo, asegura que el arquitecto “sí conocía la existencia” del búnker. “Solo que [en el proyecto para la rehabilitación] se hacía referencia a una‘pieza subterránea de conexión de todos los edificios de la Residencia de Estudiantes’, cuando realmente eran galerías pertenecientes al refugio”, asevera. El tema llegó incluso al Congreso de la mano de IU en 2013. Aprovechando que se había abierto el plazo para que los lugares que habían sido proclamados Patrimonio Europeo en 2007 –entre los que se encontraba la Residencia de Estudiantes– convalidaran este galardón ajustándose a las nuevas normas del recién creado “Sello de Patrimonio Europeo”, el diputado Gaspar Llamazares preguntó al Ejecutivo por el búnker. La respuesta volvió a ser contundente: “Actualmente no existe en la Residencia de Estudiantes ningún espacio que pueda ser considerado un refugio antiaéreo”.
Diez años después de que comenzara su batalla institucional, a la perseverante nieta le llegaron buenas noticias. En marzo de 2017, la Dirección General de Patrimonio Cultural de la Comunidad de Madrid se mostró abierta a valorar su solicitud para incluir “dicho refugio” en el “inventario y catálogo de Bienes del Patrimonio Histórico” de la región. Ocho meses después, fue el ayuntamiento de la capital el que movió ficha, anunciando su intención de colocar en la Residencia de Estudiantes una placa en recuerdo del Hospital de Carabineros. A pesar de casi una década de trabajo constante, de hacer vida en archivos documentales, la nieta del doctor Calandre asegura que “en ningún momento” se ha “desplomado”. “Por eso, he enviado una carta por correo electrónico a la Dirección General de Memoria Histórica del nuevo Gobierno”, explica.
En la misiva, dirigida al director del recién creado departamento, Fernando Martínez López, la nieta del ilustre cardiólogo solicita, en primer lugar, que se retire de la Residencia de Estudiantes la placa de “Sello Español de Patrimonio Europeo” o se rectifique su justificación para incluir “la historia del Hospital de Carabineros y la existencia de su búnker”. Además, exige que se promuevan investigaciones sobre el viejo centro sanitario del Madrid de la II República para honrar, como recoge la Ley de Memoria Histórica, a los integrantes del Cuerpo de Carabineros. Y, por último, que se rehabilite el refugio o lo que pueda quedar de él. “Quiero, en definitiva, que se reconozca todo esto. Y, si es posible recuperar el búnker, propongo que se cree una exposición permanente sobre la historia del hospital. Tengo muchos documentos del archivo familiar que pueden ser expuestos”, sentencia.
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