Texto: Alexia Pavón, Beatriz Ángel, Ixeya Marín y Marta Peláez//
Tienen la pena, la duda y la desdicha a flor de piel. Todas tienen presente una ausencia y las ansias por conocer algún día la verdad, con o sin sus hijos de regreso. Muchas se fueron de clínicas y hospitales con las manos vacías y la muerte en la cabeza. Algunas nunca creyeron lo que las evidencias parecían demostrar, al observar que una multitud relacionaba sus reacciones con la locura. Otros se llevaron la culpa y el secreto a la tumba. De eso ya hace más de cincuenta años. Y hasta hoy, donde miles de madres y familiares buscan con urgencia la aprobación de la Ley de Bebés Robados en una España inestable y amiga del silencio.
Un silencio que las leyes (o más bien la falta de ellas) han sustentado durante años. Desde el franquismo, con la Orden ministerial del 4 de diciembre de 1941 que permitía inscribir a cualquier menor supuestamente no identificado en el Registro Civil, hasta ahora, cuando algunos políticos siguen negando una realidad aplastante que se mantiene vigente en miles de familias españolas.
Sin embargo, en un país donde exculpan estos delitos denominándolos “crímenes del franquismo”, como si afirmar que fueron hace tiempo les restara importancia, y donde a pesar de varios intentos de cambiar la ley sigue habiendo argumentos que tratan de dar impunidad a estos crímenes (Ley de Amnistía de 1977). Sigue habiendo grupos, asociaciones y familias que no se rinden. Son personas que luchan día a día contra las injusticias cometidas hace más de 50 años, que buscan a sus familias y que no se dejan desanimar por un “ya está todo hecho” o por los incontables casos que nunca se pudieron resolver. Porque creen firmemente que siempre se puede hacer algo más.
La presencia de una ausencia
Con todo esto, cuando comenzamos la investigación, nuestra cabeza era un torbellino de ideas inconexas, leyes que nunca llegaron a aprobarse y casos que nunca pudieron resolverse. Investigaciones inconsistentes que nunca llevaban a ningún lugar. Un agujero negro en el que perderse. Entre testimonios a medias y posibles contactos, necesitábamos una fuente que nos ayudara a construir la casa desde los cimientos para no acabar en un vacío también. Una base sólida de la que partir.
Para ello, la profesora Ana Mancho, investigadora y experta en el tema de niños robados, nos ayudó a poner la primera piedra. “Contactad con Soledad Luque”, nos dijo en uno de nuestros primeros encuentros.
Como es habitual siempre que existe un silencio prolongado, las personas que quieren hablar no abundan. Por esa razón, cuando contactamos con Soledad Luque, presidenta de la asociación “Todos los niños robados son también mis niños”, nos llamó la atención su total predisposición a colaborar. “Puedo cualquier viernes a partir de las cinco”, nos decía por mensaje. No tardamos en concertar una cita con ella.
Una semana más tarde, desde Madrid, con vaso de agua en mano y una sonrisa de oreja a oreja, Soledad entró en la videollamada dispuesta a aclararnos todas las dudas posibles. Enseguida nos dio confianza para hablar. “Disparad con las preguntas, ¿qué queréis saber?”. Entre los cientos de cuestiones que rondaban en nuestra cabeza, una de ellas cobró más fuerza. “La Querella Argentina, ¿por qué ahora?”.
Soledad no duda en aclarar la cuestión. “No es la primera vez que esto genera confusión”, afirma. Con tranquilidad, empieza a relatar la verdadera trayectoria de esta querella que, a diferencia de lo que pensábamos, lleva abierta desde 2010. “Mi asociación comenzó a participar en 2012, pero antes de eso ya había muchas otras agrupaciones que denunciaban crímenes durante el franquismo, familiares de fusilados, por ejemplo”. El motivo de esta fue precisamente denunciar todos esos crímenes que en España estaban siendo ignorados para que, bajo el Principio de justicia universal, fueran investigados y no quedaran en el olvido.
Todo se reaviva en 2020 cuando Martín Villa, exministro del Interior durante la dictadura franquista, dice que por fin va a hablar. Este acto da pie a que todo el proceso se revitalice. En marzo de aquel año, la asociación hizo un viaje en el que presentaron un informe de contexto, una investigación completa que hicieron desde la asociación para demostrar que “el robo de niños y niñas es un crimen del franquismo, pero sin duda alguna también es un crimen contra la humanidad”, sentencia. Esto coincidió en el tiempo, además, con la primera querella criminal sobre niños robados en España, emitida en febrero de este año, la cual no tiene nada que ver con la de Argentina, aunque, tal y como señala Soledad, “que la lleven las mismas asociaciones ha podido crear confusión”.
Durante toda la entrevista, Soledad se muestra fuerte, segura, entera. Incluso cuando las preguntas se dirigen a lo personal, sonríe y comienza a contarnos su propia historia. La historia de un hermano robado. Empieza el relato por el principio, el día de su nacimiento. Entre risas, bromeando con su edad, nos cuenta que el 25 de enero de 1965 nacieron su hermano mellizo Francisco y ella en la antigua Maternidad Provincial de O’Donnell, en Madrid. “Francisco nació con menos peso y se lo llevaron a la incubadora, o esa es la versión oficial”, relata, ahora un poco más seria. Los padres y el hermano mayor de Soledad visitaban con frecuencia a Francisco y, cuando preguntaban sobre su estado, la monja a cargo de las incubadoras siempre ofrecía la misma respuesta: “Se está recuperando”.
Las consultas eran optimistas, nunca anunciaron que el bebé pudiera estar empeorando. A los días de nacer, el padre de Soledad se presentó en el hospital como un día más para ver a su bebé internado. Cuando llegó, el mundo se le cayó al suelo al escuchar la noticia. Su hijo había fallecido. ¿Cómo podía ser? Si en todas las revisiones habían afirmado que estaba mejorando. No tenía sentido. “Enséñenmelo”, demandó el padre de Soledad. Se lo negaron, afirmando que se encontraba en el depósito. “Ven mañana y te lo daremos”, le alentaron en el hospital. Al día siguiente fue y solo encontró más confusión. Más sin sentido. “Le dijeron que lo habían incinerado. En el año 65 no existía la incineración como se conoce ahora. Lo peor es que el enfado de mi padre no venía porque en ese momento pensara que era mentira, sino porque habían incinerado a su hijo sin su consentimiento”, aclara Soledad.
Las cenizas nunca aparecieron. La indignación de Soledad crece con cada palabra que pronuncia, aunque de forma sutil: “Algo que coincide en todos los relatos es que el hospital siempre se encargaba de todo, no dejaban ver el cuerpo y se justificaban diciendo que era lo mejor para los padres”. Su familia no quería dejar las cosas así, su enfado crecía por momentos, pero las amenazas del hospital con llamar a la Guardia Civil y acabar en la cárcel fueron lo que finalmente hizo que regresaran a casa, a intentar seguir con su vida.
“Mis hermanos y yo creemos que mi madre nunca dejó de buscar, que en el fondo ella sabía que Francisco podía estar en alguna parte. Ella murió en el 89, así que nunca sabremos la respuesta”, sigue Soledad. Lo que sí que asegura es que siempre tuvieron a Francisco en la cabeza, especialmente ella: “Para mí era como una carta de presentación. Hola soy Soledad, tengo 9 hermanos y mi hermano mellizo Francisco que murió al nacer. Siempre estuvo a mi lado, no como una presencia fantasmal. Para mí Francisco fue la presencia de una ausencia”.
Con la muerte de su madre, Soledad cuenta que el recuerdo de su hermano se fue diluyendo. Francisco vuelve a su vida cuando ella tenía 47 años. Un día, una de sus hermanas la llamó por teléfono y le hizo una pregunta que cambiaría sus vidas por completo: “Sole, ¿nunca has pensado que Francisco podría estar vivo?”. “Yo me vi al borde de un abismo. Todos mis recuerdos jugando sola de pequeña, todas las veces que presumí de tener un hermano mellizo, aunque no estuviera con nosotros, todas esas imágenes pasaron por mi mente en cuestión de segundos”, narra Soledad. La verdad que nunca había pensado en esa posibilidad hasta ese momento.
Empezaron a investigar y se dieron cuenta de que había muchas incongruencias. La principal, es que se había registrado que su hermano estaba enterrado en el cementerio de La Almudena. ¿Qué habían enterrado? Si las cenizas de su hermano supuestamente nunca aparecieron. Los padres de Soledad tenían un seguro de decesos. ¿Qué hacía Francisco enterrado en una sepultura de caridad? Toda esa parte del cementerio fue remodelada, por lo que fue imposible solicitar una exhumación. El certificado de fallecimiento no estaba firmado por nadie. No hubo partida de bautismo. Era como si se lo hubiera llevado el viento.
En marzo de 2011 pusieron una denuncia que fue archivada unos pocos meses después. “No podemos investigarlo porque justo el médico que atendió a tu madre falleció un mes antes”, esa es la única respuesta que recibieron. La denuncia se archivó por “ausencia de indicio de delito”. En ese momento, Soledad y sus hermanos se reunieron para decidir cuál sería el siguiente paso. Lo peor es que ni siquiera estaban seguros de si Francisco podía estar vivo o no. O a lo mejor lo había estado, pero con los años había fallecido. Eso es lo más frustrante, admite Soledad: “La inmensa mayoría no vivimos con la certeza de que hayan robado a nuestros familiares, vivimos con la fatídica incertidumbre de no saber si los niños están vivos, muertos o dónde están. Eso es lo terrible”. En ese momento, es cuando decidieron no parar de buscar y montaron la asociación. “Todos los niños robados son también mis niños”.
Seguir buscando pese a darse de bruces repetidas veces contra un muro no es una elección fácil. Menos aún si ves cómo quienes están detrás de la ley y la justicia se rindieron hace tiempo. O más bien jamás empezaron a buscar. Pero la familia de Soledad, como muchas otras, eligieron este camino. Formar la asociación y dedicar su labor no solo a investigar su propio caso, sino también a ayudar a otras muchas personas con situaciones similares. Haber ayudado a juntar familias. Quizá algún día encuentren a Francisco. Quizá jamás puedan conocer al hermano que perdieron. Sin embargo, lo que nunca podrán quitarles es saber que lo intentaron hasta el final.
En el nombre del padre y, a veces, del hijo
La Iglesia es la institución a la que la sociedad señala constantemente con el dedo acusador cuando la conciencia colectiva vuelve a volcarse con los niños robados. En 2011, un tema que a las españolas y los españoles escandalizaba; en 2024, un vago recuerdo molesto. Como Ana Mancho dictamina, realmente “había religiosos que creían profundamente que estaban haciendo una labor social, que contribuían a un bien común”. Sin embargo, se ha demostrado que siempre había un intercambio económico. Entonces, ¿Qué intenciones existían detrás de quienes difunden la fe en Cristo? “Hay que distinguir entre el fenómeno bebé robado y el bebé entregado”, sentencia José Antonio Calvo, clérigo y director de comunicación en el Arzobispado de Zaragoza.
Es decir, distinguir entre aquellos casos en los que se sustituye un bebé vivo por un cadáver (o incluso sin este y simplemente le decían a la madre que su hijo o hija no había sobrevivido al parto), y aquellas situaciones en las que una familia o una madre soltera entregaba a su bebé a la Iglesia; bien porque no podían hacerse cargo, o porque no querían ocuparse de él.
En esta entrevista a oscuras entre pasillos de la Basílica Catedral de la Virgen del Pilar, José Antonio Calvo se centró en dejar constancia de la colaboración entre la institución religiosa y la justicia. “La Iglesia, si conoce, denuncia”, decía. No obstante, la reacción entre los clérigos si les preguntan por ello es común: silencio. ¿Por qué? “La Iglesia no se pronuncia sobre este tema porque es un asunto judicializado en el que está abierta a la colaboración de acuerdo con la fiscalía, abriendo sus archivos”. Rehuía el tema, sentenciando que siempre se mostrarán en contra de la trata de personas, independientemente del contexto histórico en el que nos encontremos. Llama la atención que no considere que exista una “vinculación científica entre el franquismo y el robo de bebés”, porque este deplorable hecho siempre ha existido.
Para limpiar sus pecados, es la propia Iglesia quien tiene legislaciones y “medidas contra maltrato y abusos, ya sea de índole sexual o psicológica”. De hecho, según aseguraba la Archidiócesis de Sevilla el pasado 13 de marzo de 2023, ya son más de doscientas las oficinas que se han preparado para la recepción de denuncias de abusos. Han ido trazando un marco de protección y prevención con los objetivos de detectar e intervenir en el caso, pudiendo finalmente reparar el daño causado. Sin embargo, estas oficinas y medidas están enfocadas principalmente a los abusos sexuales a menores.
Por tanto, volvemos a abrir el mismo interrogante: ¿Qué ocurre con las familias víctimas a las que les quitaron un pedazo de su vida? O, por el contrario, ¿qué pasa con aquellos que comenzaron una vida con raíces falsas? “Para mí es difícil darles un mensaje que no suene a moralina”. Que busquen la verdad, pero que sigan adelante. “Merece la pena la vida, en cualquier caso”, dice Calvo. Y sí, la merece. Ahora bien, ¿a qué costo?
No obstante, el robo de bebés va más allá de la Iglesia. Detrás había autoridades, un sistema y numerosos colaboradores. “Ya sabéis que, en muchos de los casos a los que se aluden, también los médicos tenían su parte de culpa. Me pedís opinión, pues bueno lo mismo con el Colegio de Médicos”. Y así, entre la escasa luz de las coloridas vidrieras, la conversación termina.
Identidad: algo más que un papel amarillento
Empieza otra entrevista a un AVE de distancia, esta vez por teléfono con prefijo 91, Madrid. A los dos tonos contesta el Doctor Antonio Garrido-Lestache, responsable del DNI infantil ya en 1996, no solo en España, sino a nivel mundial. Enseguida abre las puertas de su consulta y empieza a relatar, a modo de historia con inicio, pero sin desenlace, cómo la sustracción de niños viene de lejos: “Las primeras familias que cambiaban a los niños eran los reyes […] y por eso las reinas daban a luz en público. La reina inglesa, fíjate, daba a luz delante del primer ministro inglés hasta 1936. María Antonieta en París, dio a luz al príncipe heredero en Versalles delante de más de 1.000 personas”.
Lo cierto es que, en España, y no hace tanto, los “accidentes” en los partos desdibujaron miles de identidades. De ahí la denuncia del pediatra Garrido-Lestache y la reivindicación de la seguridad jurídica y el derecho a la identificación de los recién nacidos, ya recogidos en la Organización de las Naciones Unidas y en el Artículo 8 de la Convención sobre los Derechos del Niño de UNICEF. La palabrería se convirtió en solución con la dactiloscopia, un método “bueno, bonito y barato” que consistiría en poner boca abajo al recién nacido para que extendiese la mano, impregnarle el dedo índice con tinta y añadirlo al certificado de nacimiento, ese papel amarillo que, en palabras del doctor, “solo es literatura y podría pertenecer a cualquier niño”. Esas huellas únicas convivirían en ese mismo papel junto a las de la madre, asegurando así la unión entre progenitor y descendiente. Esta práctica, ya probada en más de 6.000 casos con un 100% de efectividad, es posible gracias a que la huella dactilar se forma a los 120 días de la vida intrauterina.
“No hay que hacer ninguna ley, con cumplir las actuales, no se podrían robar niños. Es que no las cumplen. Y el Registro Civil las admite como buenas siendo malas […] Y cuando el juez del registro ve que en lugar de la huella hay una mancha, lo acepta”, remarca Garrido-Lestache tras haber insistido en el Congreso y en el Senado españoles pidiendo una auditoría médica y jurídica que abogue por la correcta identificación por medio de la huella dactilar en todos los hospitales ya que “no lo hacen bien”.
Con una risa que pesa, el que fue jefe del Servicio de Recién Nacidos y Prematuros de la Maternidad Municipal de Madrid, expone la siguiente afirmación: “Los niños se han cambiado antes del franquismo, en el franquismo y hasta hoy día. ¿Por qué? Porque no hay papeles que lo acrediten”. Y lo que pasa hoy es que también las guerras convierten a las personas en cifras y hay cientos de miles de ucranianos, rusos y palestinos cuyos nombres se borran con las bombas. “Los ciento veinte mil niños ucranianos han perdido todo porque no han sido identificados al nacer”, explica Garrido-Lestache. Y se despide con tres “adiós” después de una hora de conversación al teléfono.
Por los que nunca lo sabrán, por los que sí y por la oscura verdad
Un encuentro sin prisas, en un despacho bien iluminado de paredes blancas y muebles nuevos. Ana Mancho es historiadora, periodista y profesora del Grado en Periodismo de la Universidad de Zaragoza. ¿La investigación de su vida? El tratamiento mediático de los niños robados en España. Nos recibe con una amplia sonrisa y algunas chocolatinas. Cuando empezamos a hablar, se nota que no es la primera vez que explica el tema desde cero. Tampoco será la última.
“Empecé a estudiar el asunto por casualidad, cuando llegaron dos personas que decían que les habían robado al nacer. Eran Juan Luis Moreno y Antonio Barroso”. Este caso fue uno de los primeros, por lo que costó que la gente los tomara en serio. En los juzgados no tuvieron suerte, así que acudieron desesperados a la prensa. Con ellos empezó el boom mediático. Esto fue en 2010, y el 27 de enero de 2011 presentaron una denuncia colectiva de 261 personas. Gracias a ello, se dio una toma de conciencia colectiva nacional e internacional. “Los niños robados es un tema que ha salido a la luz por los medios de comunicación” –afirma– “pero la narración en España no se centra tanto en el porqué, sino en el qué. No dan una contextualización, sino que prima el morbo, la imagen de la mujer llorando”.
Dentro de esta vorágine, hay que distinguir entre lo que es un bebé robado y lo que es un hijo falso: “Los robos son más difíciles de demostrar porque hace falta que la madre diga que le han robado que se realice una prueba de ADN”, explica Ana. Enrique Vila hizo una estimación que años más tarde desmintió: trescientos mil niños robados. “Él mismo ha admitido que no se puede dar esa cifra. No tenemos datos exactos. Lo único que sabemos con exactitud, es que en la época de Franco pasaron treinta mil niños y niñas a un patronato de la infancia. Eran infantes que provenían de cárceles, del exilio…”. Si investigamos sobre el número de casos que ha habido encontramos 2.100 denuncias, pero las cifras llevan sin actualizarse desde 2021.
La creencia popular nos lleva a dictaminar que siempre ha existido y existirá la sustracción de bebés, especialmente en contextos bélicos, de pobreza o de desigualdades sociales. Sin embargo, se encuentran relaciones entre este suceso y el periodo franquista. Como explica Ana Mancho, debemos distinguir entre dos etapas dentro del franquismo. La primera iría más ligada a lo que corresponde con la ideología y el exterminio del “gen rojo”.
En la segunda, aunque también influye el pensamiento ideológico, tiene más peso la ética y moral cristiana, donde una mujer no puede engendrar hijos fuera del matrimonio. Además, en esta última, surge “el móvil económico”. En su tesis, Ana Mancho resalta que esta transacción económica se disfrazaba bajo el término “donativo”, que llegaba a ascender a lo que hoy son mil euros. Esto daría explicación a que “también se robaran bebés a mujeres casadas, normalmente madres primerizas o de partos gemelares”, leemos en su documento.
Para comprender la primera etapa, debemos tener en cuenta las teorías eugenésicas que venían de finales del s. XIX y parte del s. XX. Esto venía a decir que España había alcanzado su plenitud con la conquista de América, siendo la Ilustración el punto donde comienza la decadencia de la nación. Aquí entra Vallejo – Nájera, médico y pieza clave en las depuraciones del franquismo. Llevó a cabo un estudio que trató de demostrar que la gente de izquierdas era un mal que había que erradicar, gente no solo socialmente, sino también intelectualmente inferior y potencialmente peligrosa. Ana nos cuenta que este estudio se publicó en las revistas más influyentes de la época, pero que actualmente es muy complejo encontrarlo porque ha desaparecido. Tuvieron que enviarle una copia desde la Universidad de Santander.
Una vez demostrado este “mal”, envían a los enemigos del régimen a cárceles donde mueren, otros se quedan toda la vida internos y otros acaban en pelotones de fusilamiento donde los matan sin que les tiemble el pulso. ¿Y qué pasa con sus hijos e hijas? “Las mujeres que entraban a la cárcel con niños de tres años o más, estos no eran registrados. De esta manera, niño que entraba en prisión, niño que salía de ella sin que nadie lo supiera”.
Por otro lado, en los pelotones de fusilamiento había monjas esperando para llevarse a esos niños porque no morían con sus padres. El destino de esas criaturas era el mismo: acabar en los brazos de familias afines al régimen. A la vez, comienza el servicio de repatriación de menores, que devuelven a España a aquellos niños y niñas que habían sacado del país durante la guerra. De esta manera, se crea “una normativa que permitía, de alguna manera, esas apropiaciones infantiles”.
“¿Cómo era el perfil de las familias adoptantes?” –preguntamos–, “Garrido denunció en El Diario ya en 1980 casos de niños de familia bien “mongólicos” –término despectivo empleado hace unos años para referirse a niños con algún tipo de discapacidad– que fueron a parar a familias económicamente no favorecidas, siendo intercambiados por niños sanos que provenían de estas”, responde Ana. Además, coincide con él en que el perfil solía ser de parejas mayores pudientes que no habían podido engendrar un hijo, recurriendo a esta “adopción”.
En la segunda etapa entran en juego “los hijos de la pobreza y la vergüenza”, término acuñado por la propia Ana Mancho para referirse a aquellos bebés que llegan al mundo por culpa de las “conductas pecaminosas” de aquellos años. En realidad, se trataba de casos de mujeres solteras o familias que provenían de la pobreza y no podían asumir el cargo de una boca más que alimentar. Aquí se refleja una compleja estructura que a veces actúa creyendo que hace el bien y otras, simplemente, busca lucrarse: “Estaba la Iglesia, toda esa clase social burguesa que se encargaba de saber quién necesitaba bebés, también los abogados que tenían que justificar o hacer papeles y el médico que certificaba una muerte cuando no había sucedido”, explica Ana Mancho. Por tanto, hay demasiada gente implicada, lo que podría ser una de las razones que dificulta que la verdad salga a la luz.
Después, están las familias: las que adoptan (compran) creyendo que van a salvar una vida, y las que quedan destrozadas por el dolor y la incertidumbre. Y ya, en última instancia, quedan esos bebés que crecen con un DNI que no enseña quién es realmente. Algunos conscientes, otros ajenos. Unos que buscan agotados, y otros que miran para otro lado porque es mejor no saberlo; porque no todos aguantarían el peso que caería sobre sus espaldas si los cimientos se desmoronasen. Nos cuenta el caso de las Hermana Vivas, monja intermediaria en Zaragoza en números casos de esta compra–venta surrealista y cómo ella estaba profundamente convencida de que, lo que hacía, era por el bien de los niños, las niñas y sus madres. No existe delito ante los ojos de alguien que actúa de corazón defendiendo lo que, para esa persona, es necesario para construir un mundo mejor.
Y, cuando le preguntamos por cómo hacer que este tema vuelva a ser un asunto de interés público, no tarda en contestar. No le tiembla la voz; es ruda y contundente: “Los afectados están destrozados. Les han hecho revivir algo que muchos ya tenían olvidado o que habían apartado. Les han hecho revivir, ilusionarse para nada”.
Intentamos llegar a dos de las vidas robadas, la de una hija y su madre reencontradas. Nada. Su carta de presentación no es en persona. Manda un audio y dice que no puede hablar aún. Se le entrecorta la voz. “Ya la semana siguiente. Mi testimonio creo que es bastante importante», balbucea. Pero nada. Parece que la memoria la vence y recibimos de vuelta dos ticks azules.
Buscar incomoda. Incomoda al que indaga y al que está implicado, pero son esas verdades incómodas que tratan de esconder las que permiten que las cosas cambien, que el engranaje se ponga en marcha de nuevo. Y aquí, décadas después, intentamos dejar nuestro granito de arena, porque nadie merece mirarse al espejo y preguntarse: “¿Quién soy?”.