CÓRDOBESES EN LA HISTORIA
Ana Claro Fuentes nació cuando Melilla celebraba la II República, creció entre exiliados, cruzó fronteras con propaganda clandestina y mantiene viva y activa la lucha por toda igualdad
MATILDE CABELLO | ACTUALIZADO 17.03.2013 - 09:48
LA Córdoba del alcalde Cruz Ceballos, con la crisis del 29 de fondo, vendía solares en El Brillante a tres pesetas el metro y la librería Luque ofertaba, por un duro, ejemplares de La familia de Errotacho, la obra más comprometida, crítica y silenciada de Pío Baroja. Pero la noticia nacional más destacada eran las declaraciones de Jaime Carner Romeu. El ministro de Hacienda achacaba la impopular subida de impuestos y precios a las deudas heredadas y, más concretamente, a los gastos de guerra en Marruecos que superaban los 5.000 millones de pesetas, cantidad con la que, según él, "se podía haber hecho la revolución económica y financiera en España". Aquel martes 12 de abril de 1932, Melilla estaba de fiesta. La plaza de España celebraba el primer aniversario de la II República con dianas floreadas, fiestas infantiles, mítines, fútbol y verbenas. Ese mismo día nacía Ana Claro Fuentes, la nieta de un transportista de pescado de El Morche que había recalado en Melilla en 1917. Su hijo Francisco hizo el mismo trabajo desde un almacén de aceite al puerto. En aquél rincón de África conoció a Ana, una almeriense llegada allí a los 17 años e hija de una lavandera de la tropa.
En 1927, Ana y Francisco se casaron. Ella dejó de servir en las casas de los oficiales y él siguió en el almacén. En 1935 nacería su segundo hijo, Francisco. Ana Claro Fuentes seguiría siendo la única niña de aquella gran familia de tíos, abuelos y primos. Tuvo una infancia feliz, a pesar del trienio que toda su generación lleva en la memoria. La suya la recoge Ernesto Caballero enForjadores de la Libertad (Puntoreklamo, 2012) junto a los relatos familiares que la niña hizo suyos: el "Día del Levantamiento" en Melilla aquel 17 de julio; la madre, como aquella Amanda de Víctor Jara, corriendo a la fábrica donde trabajaba Francisco; la noche, los primeros disparos, los fusilamientos, la casa familiar que daba a la calle y estaba expuesta a las balas. Tras el toque de queda, escapaban por un ventanuco para dormir en casa de un vecino, los niños -escribe Ernesto- "arrebujados en una sola cama y los mayores donde podían". Luego llegó el buque Jaime I que hubiera podido cambiar sus destinos. Por él, el hermano nacido en el 38, pudo llamarse Jaime pero la madre prefirió Bernardo.
A los seis años pasó Ana Claro de la escuela de "sillita y perra gorda" a las Adoratrices, pero en Navidad supieron las monjas que en casa no se practicaban misas ni credos y la castigaron. La expulsaron por tres días y regresó sola por las vías y el campo. La madre, tras encararse a las religiosas, no la dejó regresar. El conflicto se repitió en otros colegios de monjas hasta la llegada de Tina, la maestra republicana y exiliada, que fue un ángel para todos ellos. Con su ayuda, Bernardo se empleó en Telégrafos y en diciembre del 52 se fueron a vivir a Tetuán.
En 1953 la condiciones de habitabilidad mejoraron al instalarse en la zona del Protectorado Francés, con una hermana de la madre casada con un comunista galo, Augusto Mazellier. Salieron con un solo pasaporte y un visado de tres meses, hasta obtener carta de residencia.
En casa del tío Augusto vivió la solidaridad con los exiliados españoles en Marruecos, la lucha por los derechos de los trabajadores indígenas y el entusiasmo por cambiar el mundo. Ana, cumplió allí los 20 años y cuando el tío le ofreció pasar propaganda del PCE a Melilla, su ímpetu pudo más que el miedo de la madre. Dice Ernesto Caballero que "la pasaba en una mesita de juguete, muy bonita, hecha a mano, con doble fondo".
El 21 de marzo de 1957 embarcaron desde Casablanca a Marsella como turistas. Los hermanos se emplearon en la albañilería y se implicaron en la comunidad de exiliados españoles, que creció con las emigraciones de los años 60. La casa de Ana Claro era un trocito de España donde siempre había un café, una charla, una ayuda. De ahí surgieron "una serie de actividades políticas y culturales, que dieron lugar a la formación de una sección de la Unión de Juventudes Socialistas Unificadas", el de las míticas Trece Rosas comunistas, confundidas en la literatura, el cine y la Historia con socialistas. Aquello puso en contacto a los hermanos Claro con la dirección de las UJSU en París y Bernardo acabó como miembro del Comité del Partido en Francia. Allí conoció a Rafael Martínez Ruíz, nacido en Tánger en 1914 y criado en Écija, que portaba la tragedia de haber perdido en accidente a su mujer y a cuatro hijos, cuando bajaba desde Francia a Santaella. La única hija, Anita, estaba ya volcada en los cursos de formación de la URSS y Berlín del Este. Ana despertó la admiración y el respeto del hombre, 20 años mayor.
Durante 7 años la muchacha rechazó toda relación que no fuera la de camaradas, hasta 1973 en que se casaron en Francia. Juntos pasaron por múltiples detenciones, de los hermanos, de los compañeros, de él y de ella misma, en una de tantas ocasiones en que pasó propaganda y ejemplares de Mundo Obrero desde Francia a España.
El 18 de abril de 1977 recalaron en Córdoba para ponerse a disposición del Partido Comunista recién legalizado y, desde entonces, es una figura tan discreta como ineludible e incansable en los movimientos sociales, feministas y de igualdad en donde representa todo un referente. Querida, admirada y entrañable, su rostro apenas asoma a las pantallas y las hemerotecas.
En 1927, Ana y Francisco se casaron. Ella dejó de servir en las casas de los oficiales y él siguió en el almacén. En 1935 nacería su segundo hijo, Francisco. Ana Claro Fuentes seguiría siendo la única niña de aquella gran familia de tíos, abuelos y primos. Tuvo una infancia feliz, a pesar del trienio que toda su generación lleva en la memoria. La suya la recoge Ernesto Caballero enForjadores de la Libertad (Puntoreklamo, 2012) junto a los relatos familiares que la niña hizo suyos: el "Día del Levantamiento" en Melilla aquel 17 de julio; la madre, como aquella Amanda de Víctor Jara, corriendo a la fábrica donde trabajaba Francisco; la noche, los primeros disparos, los fusilamientos, la casa familiar que daba a la calle y estaba expuesta a las balas. Tras el toque de queda, escapaban por un ventanuco para dormir en casa de un vecino, los niños -escribe Ernesto- "arrebujados en una sola cama y los mayores donde podían". Luego llegó el buque Jaime I que hubiera podido cambiar sus destinos. Por él, el hermano nacido en el 38, pudo llamarse Jaime pero la madre prefirió Bernardo.
A los seis años pasó Ana Claro de la escuela de "sillita y perra gorda" a las Adoratrices, pero en Navidad supieron las monjas que en casa no se practicaban misas ni credos y la castigaron. La expulsaron por tres días y regresó sola por las vías y el campo. La madre, tras encararse a las religiosas, no la dejó regresar. El conflicto se repitió en otros colegios de monjas hasta la llegada de Tina, la maestra republicana y exiliada, que fue un ángel para todos ellos. Con su ayuda, Bernardo se empleó en Telégrafos y en diciembre del 52 se fueron a vivir a Tetuán.
En 1953 la condiciones de habitabilidad mejoraron al instalarse en la zona del Protectorado Francés, con una hermana de la madre casada con un comunista galo, Augusto Mazellier. Salieron con un solo pasaporte y un visado de tres meses, hasta obtener carta de residencia.
En casa del tío Augusto vivió la solidaridad con los exiliados españoles en Marruecos, la lucha por los derechos de los trabajadores indígenas y el entusiasmo por cambiar el mundo. Ana, cumplió allí los 20 años y cuando el tío le ofreció pasar propaganda del PCE a Melilla, su ímpetu pudo más que el miedo de la madre. Dice Ernesto Caballero que "la pasaba en una mesita de juguete, muy bonita, hecha a mano, con doble fondo".
El 21 de marzo de 1957 embarcaron desde Casablanca a Marsella como turistas. Los hermanos se emplearon en la albañilería y se implicaron en la comunidad de exiliados españoles, que creció con las emigraciones de los años 60. La casa de Ana Claro era un trocito de España donde siempre había un café, una charla, una ayuda. De ahí surgieron "una serie de actividades políticas y culturales, que dieron lugar a la formación de una sección de la Unión de Juventudes Socialistas Unificadas", el de las míticas Trece Rosas comunistas, confundidas en la literatura, el cine y la Historia con socialistas. Aquello puso en contacto a los hermanos Claro con la dirección de las UJSU en París y Bernardo acabó como miembro del Comité del Partido en Francia. Allí conoció a Rafael Martínez Ruíz, nacido en Tánger en 1914 y criado en Écija, que portaba la tragedia de haber perdido en accidente a su mujer y a cuatro hijos, cuando bajaba desde Francia a Santaella. La única hija, Anita, estaba ya volcada en los cursos de formación de la URSS y Berlín del Este. Ana despertó la admiración y el respeto del hombre, 20 años mayor.
Durante 7 años la muchacha rechazó toda relación que no fuera la de camaradas, hasta 1973 en que se casaron en Francia. Juntos pasaron por múltiples detenciones, de los hermanos, de los compañeros, de él y de ella misma, en una de tantas ocasiones en que pasó propaganda y ejemplares de Mundo Obrero desde Francia a España.
El 18 de abril de 1977 recalaron en Córdoba para ponerse a disposición del Partido Comunista recién legalizado y, desde entonces, es una figura tan discreta como ineludible e incansable en los movimientos sociales, feministas y de igualdad en donde representa todo un referente. Querida, admirada y entrañable, su rostro apenas asoma a las pantallas y las hemerotecas.
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