Los descendientes tienen puestas todas sus esperanzas en las pruebas genéticas para poner nombre y apellidos a cajas numeradas con los restos de sus familiares
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Arqueólogos a pie de campo.
Se trata del número 200. Por ahora es solo eso, un número, poco más. Los estudios antropológicos determinarán el sexo y la edad, además de la forma en la que le arrebataron la vida sus asesinos en la fosa común más grande de la España rural. Pero su dignidad ya ha empezado a resurgir desde el mismo momento en el que el equipo de arqueólogos que trabaja en el cementerio municipal de Nerva ha rescatado sus restos de las entrañas de esta tierra minera y rojiza, al igual que la de otras víctimas del Franquismo exhumadas hasta el momento y de las que quedan por recuperar.
Tras ese número hay un nombre y apellidos. Bien podría ser alguno de estos: Juana Domínguez, Apolonio Ramírez, Juan José Guillén, Josefa Pérez, Vázquez Pérez, Francisco Sánchez, Onofre Marín, Ubaldo Guerrero, Enrique Moya… El listado es amplio. Los descendientes de estas personas desaparecidas tienen puesta todas las esperanzas en los trabajos que vienen desarrollándose en Nerva desde hace seis años. El caso del cabo Godoy, primera persona fusilada en la localidad vecina de Minas de Riotinto, cuyo honor ha quedado restituido tras su exhumación en mayo de 2022, mantiene intacto todos sus anhelos de reencontrarse con sus antepasados.
El director del equipo de arqueólogos que trabaja en la fosa nervense, Andrés Fernández, calcula que en los próximos meses podrán recuperar los restos óseos de alrededor de una treintena de víctimas, con las que podrían finalizar los trabajos de exhumación iniciados en mayo de 2019, año y medio después de proceder a la apertura de las fosas.
A poco menos de dos meses para concluir los trabajos, Fernández se atreve a dar una última cifra con la que concluirán y destaca un dato que subraya la crueldad con la que se ensañaron los verdugos con sus víctimas en la localidad minera: “Finalmente podremos alcanzar las 230/240 víctimas, de las que una quinta parte corresponderán a mujeres. Y de todas, tan solo una veintena están documentadas en algún tipo de registro. No obstante, las pruebas genéticas realizadas a los familiares deberían cerrar el círculo. Nosotros solo ponemos números, pero es el ADN el que terminará poniendo los nombres y apellidos”.
El experto arqueólogo agradece el trabajo realizado por su equipo durante todos estos años en la localidad minera, merecedor del galardón ‘Torre de Nerva’ en agosto de 2022, así como la implicación del mismo más allá de su horario laboral. Y adelanta la intención de llevar a cabo una publicación literaria para honrar la memoria de las víctimas, conocimiento de los nervenses y público en general.
En paralelo a los trabajos de campo en la fosa, también se lleva a cabo un minucioso estudio de investigación en el archivo municipal donde los profesionales intentan de encontrar respuestas a otras muchas preguntas relacionadas con los terribles hechos ocurridos en Nerva hace 87 años.
La historiadora y arqueóloga Maribel Brenes se encuentra en pleno proceso de ampliación de la investigación inicial realizada sobre las víctimas, indagando en hechos previos a la guerra civil, para comprobar si podrían haber tenido algún tipo de relación con las personas que luego acabaron en la fosa. “Tenemos certeza de que personas de Nerva que se vieron implicadas en la huelga de 1934 y luego fueron procesadas, finalmente acabaron en la fosa”, asegura.
Brenes destaca la importancia de este tipo de investigación en paralelo al trabajo de campo. “La arqueología certifica los hechos, pero la documentación es imprescindible para cotejar lo ocurrido. Estamos encontrando muchos documentos que muestran determinadas disputas que luego se ajustaron con balas. Las fuentes vivas también son fundamentales en este tipo de investigación porque aportan detalles que no se recogen en las fuentes documentales”.
Al igual que ha ocurrido con la inmensa mayoría de las exhumaciones realizadas hasta ahora, el arqueólogo Cristóbal Alcántara ha encontrado evidentes signos de violencia en este nuevo grupo del que ha salido la víctima número 200. Además de la forma en la que han aparecido los restos, como si hubieran sido arrojados a la fosa de cualquier forma, la presencia de proyectiles en algún que otro cráneo, así como los numerosos casquillos de arma corta y las vainas de fusil halladas junto a los restos óseos, vuelven a marcar la escena de los crímenes perpetrados en la fosa.
De entre los objetos personales rescatados en este nuevo grupo, destacan algunos típicos de mujer: peinetas y horquillas para el pelo, y hebillas para medias. “La edad de estas víctimas oscila entre los 25 y 35 años. Y del grupo de las 19 últimas exhumadas, 8 corresponden a mujeres”, subraya el arqueólogo. Junto a este grupo, ya afloran los restos de uno nuevo, del que empieza a verse con claridad las lentes de unas gafas y unos zapatos de cuero, que bien podrían pertenecer a una persona intelectual de la época.
Tras la exhumación de los restos óseos de este nuevo grupo de víctimas, el alcalde de Nerva, José Antonio Ayala, ha vuelto a incidir en el “horror” que tuvieron que pasar los nervenses de la época ante las pruebas de violencia surgidas de las entrañas de la tierra. “Esto no debería de repetirse jamás. Tuvo que ser una masacre horrible. Se ensañaron con una población indefensa por el simple hecho de pensar diferente o defender el Estado de Derecho imperante en la época en forma de República. Ahora solo falta que las pruebas de ADN a los familiares nos de alguna alegría y podamos dignificar la memoria de las víctimas. Y de la Junta solo espero que sus discursos se correspondan con hechos porque ya va para dos años sin saber nada de las muestras que se llevaron a Granada”, comenta.
Seis años de trabajos
La localización y delimitación de las fosas de Nerva se inició en noviembre de 2017, 81 años después de su creación, y los primeros cuerpos comenzaron a exhumarse en agosto de 2019. La Coordinadora Cuenca Minera del Río Tinto para la Recuperación de la Memoria Histórica fue la principal impulsora de este proyecto con la colaboración de la Administración local, a la que más tarde se fueron uniendo la provincial, autonómica y estatal. Aunque la Junta de Andalucía se ha mantenido al margen de estos trabajos desde la toma de posesión del primer Gobierno presidido por Juanma Moreno Bonilla, a pesar del compromiso adquirido con el convenio firmado en agosto de 2018 por sus predecesores.
El trabajo de exhumación ha sido especialmente complejo en las fosas nervenses por la degradación que presentan los cuerpos expuestos durante más de 80 años a la acidez del terreno minero, a lo que se suma la disposición en forma de apiñamiento que presentan los mismos y los diferentes niveles en los que se encuentran.
En la primavera de 2001, decenas de personas pasaron por el cementerio de Nerva para dejar su huella genética con la esperanza de encontrar a sus ancestros desaparecidos durante la guerra civil. No solo les quitaron sus vidas. También les arrebataron su identidad, condenándoles al más injusto de los olvidos. Pero sus hijos se encargaron de contar cada una de sus historias a sus nietos, poco a poco, cuando fueron pudiendo, cuando vieron el mejor momento, cuando los años se les iban echando encima sin remisión, cuando las aguas se fueron calmando, cuando la democracia ganó a la dictadura, cuando se empezó a hablar de memoria histórica, verdad, justicia y reparación.
En julio de 2021, la Universidad de Granada recepcionó las muestras óseas de los restos exhumados hasta ahora, así como las tomas biológicas realizadas a medio centenar de familiares de represaliados por el Franquismo durante la guerra civil española, para su cotejo y posterior identificación. Aún se está a la espera de los resultados.
En Nerva se sitúa el enterramiento común más grande de los 120 contabilizados en Huelva, la segunda provincia con mayor número de fosas de su región. Se trata de la mayor fosa común documentada en una zona rural de España. Se encuentra en el interior del cementerio municipal y ocupa prácticamente todo el muro de la fachada principal, de extremo a extremo, con más de 200 metros cuadrados, a excepción de la puerta de entrada que divide a la fosa. En un par de meses concluirán los trabajos de exhumación, quedando a la espera de los resultados de las pruebas genéticas realizadas en su momento a familiares de las víctimas que permitirían poner nombre y apellidos a los restos recuperados, incluido el número 200.
Hechos históricos
En Nerva, la barbarie comenzó a finales de agosto de 1936. La localidad minera permanecía sitiada por las tropas sublevadas a la II República y aislada del resto de municipios de la provincia de Huelva. Hacia el mediodía del día 26 se daba cuenta de la rendición del pueblo, sin la más mínima resistencia, con la única intención de evitar cualquier derramamiento de sangre. Sin embargo, por la tarde comenzó una represión que se prolongó durante meses y finalizó con más de un millar de personas de la zona desaparecidas, según apuntan diferentes investigaciones.
Según el último estudio presentado por los investigadores de la zona, Alfredo Moreno de Minas de Riotinto y Gilberto Hernández de El Campillo, en forma de publicación literaria, las víctimas contabilizadas entre 1936 y 1939 en diferentes registros documentados rondan las 1.000 para toda la Comarca, siendo los nervenses los más castigados con 336 víctimas, seguidos de riotinteños y campilleros con más de 200. En ‘Memoria Vindicada. 1936-1939’, los autores realizan un pormenorizado estudio basado en fuentes documentales, aunque podrían llegarse a contabilizar decenas de víctimas más que, según testimonios orales, quedaron al margen de cualquier registro oficial.
Los sucesos acontecidos en la localidad minera fueron de tal crudeza que, aún hoy día, 87 años después, es difícil de afrontar por parte de los familiares de las víctimas. La inmensa mayoría de ellos desconoce si sus antepasados se encuentran en la doble fosa común de 223 metros cuadrados ubicada tras los muros de la fachada principal del cementerio municipal.
Las secuelas de aquella represión no solo fueron físicas, también psíquicas: el temor a nuevas represalias caló hasta los huesos en una población que, paralizada por el miedo, vio con impotencia como se anulaba por completo el carácter reivindicativo de sus gentes. Tuvieron que pasar más de 30 años para ver resurgir esa valentía minera en forma de organizaciones políticas y sindicales de corte clandestino; más de medio siglo para empezar a hablar, no sin cierto recelo, sobre todo lo ocurrido; y casi nueve decenios para atreverse a reivindicar la identificación y la recuperación de unos cuerpos a los que arrebataron su identidad.
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