El escritor construye con 'Partes de guerra' la gran novela colectiva de la guerra civil a partir de los relatos de una treintena de escritores. 'Público' regala el libro a quien se haga socia o socio anual.
Madrid--Actualizado a
Consciente de la dificultad de dar con la novela total sobre la guerra civil española, Ignacio Martínez de Pisón se propuso contar la barbarie desatada tras el golpe del 36 a través de los relatos de una treintena de escritores. Unos vivieron la contienda y otros sufrieron sus consecuencias. Muchos eran republicanos y algunos, nacionales —o progresistas y conservadores—. Textos ambientados en el bando rojo y en el fascista, en el frente y en la retaguardia, que buscan narrar los hechos cronológicamente y desde diversas perspectivas, pero sin renunciar a la prosa. En Partes de guerra (Catedral) están presentes Chaves Nogales, Delibes, Rivas, Alberti, Barea, Atxaga, Ferrín, Aub, Neville, Rodoreda o el propio Martínez de Pisón, editor de un libro que Público regala a quien se haga socia o socio anual.
Usted plantea que para narrar la guerra civil, ante la dificultad de escribir la novela total, nada mejor que una sucesión de 35 relatos que configuren una suerte de novela colectiva.
Sí, entre autores de diferentes generaciones, ideologías y lenguas [español, catalán, gallego y euskera] se compone una novela global que he ordenado cronológicamente no por su fecha de escritura, sino por la del acontecimiento narrado. No hay una novela definitiva sobre la guerra civil y probablemente no existirá jamás, porque es inabarcable. En cambio, de esta manera podíamos asomarnos a esa gran novela colectiva.
¿A qué atribuye esa dificultad?
A que la guerra civil es probablemente el acontecimiento histórico que más literatura ha generado y eso hace que conozcamos demasiadas cosas sobre ella. Cualquier novela tendría que descartar episodios que nosotros, como ciudadanos, consideramos importantes.
¿Es más difícil contar la guerra civil en tiempo presente o pasados los años? ¿Qué aportan los autores que no la vivieron?
Aquí hay tres generaciones de escritores que cuentan la guerra civil. La que la vivió y la sufrió. Por ejemplo, Manuel Chaves Nogales, que ha escrito algunos de los mejores cuentos sobre la contienda. La de los hijos de quienes hicieron la guerra —o sea, los niños de la guerra—, que la vivieron siendo unos críos. Por ejemplo, Ignacio Aldecoa y su recuerdo de infancia. Y luego estamos los nietos de los que hicieron la guerra, como Manuel Rivas, Andrés Trapiello o Bernardo Atxaga, donde me incluyo con un texto sobre Gernika. Son tres puntos de vista diferentes muy condicionados por el hecho de que unos protagonizaron la guerra, otros la recordaron desde la España del franquismo —con toda la censura y los condicionamientos que había— y nosotros hemos intentado hacer una síntesis desde el siglo XXI. Ahora ha llegado una generación nueva, en la que figura David Uclés, que ha contado la guerra desde el realismo mágico. Eso quiere decir que quizá ya se ha hecho el trabajo necesario para cerrar la visión de la guerra y que ahora puede ser simplemente un género más, que ya forma menos parte de un debate inevitable durante noventa años.
¿Cree que la guerra se explica mejor a partir de las pequeñas historias?
No sé si se explica mejor. En este libro hay cuentos estupendos que tienen un valor simbólico y representativo. Si lees La lengua de las mariposas, de Manuel Rivas, sabes todo sobre lo que va a ser la posguerra: traicionarse a uno mismo para salvar el pellejo, renunciar a los propios principios y afectos por miedo, etcétera. Así, la relación de un profesor y un niño nos cuenta toda la historia de España de manera indirecta. Por su parte, Jorge Campos describe cómo unos prisioneros que se han escapado de Albatera deciden regresar a su encierro porque en 1939 España se ha convertido en un campo de concentración gigantesco para los republicanos. Son cuentos que tienen la capacidad simbólica de representar la realidad, aunque no la narren por completo.
Los escritores del exilio no reconocían la España del desarrollismo y la prosperidad. Tampoco la España donde los hijos de los vencedores son quienes plantan cara al franquismo
Exiliado en México, cuando Max Aub visita España en 1969, escribe en La gallina ciega: "Regresé y me voy. En ningún momento tuve la sensación de formar parte de este nuevo país que ha usurpado su lugar al que estuvo aquí antes [...]. Estos españoles de hoy se quedaron con lo que aquí había, pero son otros. Los de la España grande, única, sola o como se diga (¡una, grande, libre!) asesinaron a la que conocí".
Los escritores del exilio no reconocían la España del desarrollismo y la prosperidad. Tampoco la España donde los hijos de los vencedores son quienes plantan cara al franquismo. No hay que olvidar que quienes desde dentro iniciaron los primeros movimientos serios de resistencia a la dictadura fueron precisamente hijos de los vencedores.
Aunque uno de los criterios de selección es la excelencia literaria, también atiende a la diversidad: mujeres, exiliados, autores franquistas… No obstante, desde el punto de vista ideológico pesa el bando republicano. ¿Cuánto hay de literatura y cuánto de propaganda?
La propaganda y la literatura son incompatibles. Pero es verdad que muchos, durante la guerra, consideraron que la literatura podía ponerse al servicio de la causa que defendían. El Guernica de Picasso, por ejemplo, forma parte de esa idea: la creación puesta al servicio de una causa noble. Cada una de estas historias, sobre todo las de los escritores que vivieron la guerra, está rodeada de circunstancias complicadas. Por eso, al final del libro incluyo una ficha de cada autor con su relación con la guerra, porque explica mucho lo que cuentan en sus relatos. Chaves Nogales escribe cuando acaba de salir de España en diciembre de 1936. Ramón J. Sender es comunista en ese momento, aunque pronto deja de serlo. Miguel Delibes es un jovencillo que hace la mili en la Marina. Y el caso de Edgar Neville es complejo, porque había simpatizado con posiciones republicanas y se le iba a depurar, por lo que se le exigió un esfuerzo propagandístico mayor a favor de los nacionales para demostrar una pureza que no había mostrado previamente.
Solo repiten Max Aub, Juan Eduardo Zúñiga y Chaves Nogales. ¿Cree que A sangre y fuego es el libro que mejor describe la guerra civil?
Pese a que A sangre y fuego solo habla de los primeros meses de la guerra, Chaves Nogales tuvo la genialidad de ver el disparate que suponía en las dos Españas y fue capaz de imaginar el desastre que iba a causar para la historia del país, imborrable durante décadas. Sus cuentos son impresionantes y además supo diagnosticar lo que todavía no había ocurrido. Tenía un gran olfato para interpretar y descifrar la realidad.
También hay una selección de la literatura periférica, relatos originalmente escritos en su lengua propia por Mercè Rodoreda, Pere Calders y Cèsar-August Jordana (catalán), Xosé Luís Méndez Ferrín y Manuel Rivas (gallego) y Bernardo Atxaga (euskera). ¿Esa perspectiva era necesaria?
Sí, porque afectó a todos los españoles, aunque cada territorio vivió circunstancias distintas. En Galicia no hubo guerra porque los nacionales tomaron el poder desde el primer día, pero sí una represión anticipada fortísima. En Catalunya la guerra duró hasta el final y, precisamente por eso, las cosas que ocurrieron fueron muy distintas. Además, acoger la capital de la República también provocó una serie de conflictos entre la Generalitat y el Gobierno. Los tres años de guerra dan para muchísimas historias y, a pesar de que el libro tiene 800 páginas, quedan fuera muchos acontecimientos. Por ejemplo, no encontré ningún relato que narrara lo que ocurrió en Canarias.
El personaje más trágico de la guerra es Azaña: las buenas intenciones que no reciben recompensa sino castigo
En la segunda edición del libro, publicada por Catedral, incluye textos de Rafael Alberti, María Luisa Elío, Alberto Méndez y de usted mismo. ¿Cómo completan el libro?
El relato El idioma de los muertos, de Alberto Méndez e incluido en Los girasoles ciegos, pronostica lo que va a ocurrir en los primeros años de la dictadura. María Luisa Elío, un personaje muy peculiar con una obra muy escasa, representa el exilio. El cuento de Alberti fue una manera de incluir las Illes Balears. Y, finalmente, elegí mi relato porque faltaba el bombardeo de Gernika, un episodio tan relevante de ese período. Me parecía que, geográficamente, también había que hacer el esfuerzo por abarcarlo todo.
¿Cuál es para usted el personaje histórico más fascinante de la guerra civil?
El más trágico es Azaña: las buenas intenciones que no reciben recompensa sino castigo. Pero la guerra convirtió en trágicas las vidas de todos los españoles.
¿Y el más fascinante?
Aunque no aparece en el libro, Melchor Rodríguez, el Ángel Rojo, un anarquista que salvó a muchos fascistas que iban a ser fusilados y asesinados en las cárceles. Ahora, con la perspectiva del tiempo, debemos esforzarnos por encontrar en aquella tragedia a quienes hicieron el bien, es decir, a las personas en las que podemos basarnos para explicar el ser humano desde el punto de vista más optimista, aquellas que nos anuncian las reconciliaciones y el perdón en vez de las que prefieren la venganza y el dolor.
La sensación que tenía la nueva España era la de estar creando un régimen destinado a durar cientos de años, como el Tercer Reich
¿Y el general Miaja y la épica defensa de Madrid?
Ya, pero el heroísmo de José Miaja y Vicente Rojo [jefe de Estado Mayor] consistió en ser leales al juramento que habían hecho a las instituciones y a la República, es decir, en cumplir con su deber. Los que no lo hicieron fueron los militares que se alzaron en armas contra un régimen democrático.
¿Los maestros republicanos fueron los héroes silenciados? ¿Encarnaron la muerte de la ilustración?
La sensación que tenía la nueva España era la de estar creando un régimen destinado a durar cientos de años, como el Tercer Reich. Para ese futuro no podían confiar la formación de los jóvenes españoles a gente contaminada por el espíritu de la ilustración y de la Segunda República, por lo que desconfiaban de todos los docentes. La depuración de maestros y profesores tras la guerra civil fue terrorífica, porque cerca del 50% fueron apartados de sus puestos. El franquismo se ensañó especialmente con ellos y muchos fueron desterrados y otros hasta tuvieron que pagar multas. Se quedaron sin nada.
¿Llegará a cerrarse la herida de la guerra civil?
Sí, yo creo que se acabará cerrando, por mucho que haya agitadores interesados, sobre todo en Vox y la extrema derecha, que se empeñan en mentir sobre el pasado. La sociedad española —con el bagaje de los historiadores, que lo han dejado todo muy claro— solo debe preocuparse por averiguar lo que pasó. La violencia política durante la guerra civil en el bando nacional se cobró casi el doble de vidas que en el bando republicano, porque fue un arma que se utilizó como estrategia. Luego, en la posguerra, el franquismo ejecutó a 50.000 personas más, que hay que sumar a las 105.000 víctimas de violencia política en el bando nacional. Es decir, cuando los españoles lleguen a un consenso sobre lo que ocurrió durante la guerra civil y los años inmediatamente posteriores, pasaremos página definitivamente.
La herida de la guerra civil se acabará cerrando, por mucho que haya agitadores interesados, sobre todo en Vox y la extrema derecha, que se empeñan en mentir sobre el pasado
Sin embargo, ¿por qué asistimos a un resurgir nostálgico del franquismo en chavales a los que la guerra civil les queda tan lejos?
No creo que haya un resurgir. El fenómeno actual de la ultraderecha es diferente y no tiene nada que ver con Franco, sino con el trumpismo, con la xenofobia, con una respuesta al feminismo, con ese anarquismo de derechas que se niega a pagar impuestos… Ahora tiene unos rasgos completamente diferentes a los de la ultraderecha que murió en 1982, cuando Blas Piñar [líder de Fuerza Nueva] dejó de ser diputado en las Cortes. No hay más que fijarse en el hecho de que la ultraderecha antes era antisemita y ahora proisraelí, ¿no?



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