http://laguiatv.abc.es/noticias/20150628/abci-franco-delaviuda-republica-201506272022.html
El autor del artículo, exdirector de TVE, recuerda un programa sobre la Segunda República que casi le cuesta la cabeza
El 14 de febrero de 1931, España se levantó monárquica y se acostó republicana. El 24 de mayo de 2015, los españoles saltaron de la cama todavía abrazados al centro-derecha del PP y, a media noche, a los hasta entonces mayoritarios populares les había ganado la partida la izquierda; con una izquierda radical populista y antisistema como opción ganadora. Las Elecciones municipales de 1931, con un escrutinio poco fiable por número total de votos las ganaron las opciones monárquicas, si bien en todas las capitales de provincia menos en dos ganaron los republicanos. Esas dos ciudades fueron Burgos y Cádiz. La explicación rotunda y ofensiva de donRamón del Valle Inclán detallaba que en Cádiz todos son «maricones», y en Burgos, donde todos son (somos) «curas o hijos de curas».
Por fortuna, la España de hoy no es la de 1931. El nivel de vida de los españoles, a pesar de la crisis, está muy lejos del de sus abuelos o bisabuelos; Europa es una garantía y en el mundo democrático no se puede hacer funambulismo cambiando el sentido de unos comicios, tal y como pretende Artur Mas con su anunciada convocatoria del próximo mes de septiembre. A eso ni siquiera se han atrevido los desarrapados dePodemos, ni sus compañeros de insulto y descalificación.
Es indiscutible que los españoles de 1931 recibieron con alborozo y esperanza a la República, a la que identificaban con la democracia tras muchos años de alternancia en el poder de partidos desacreditados y corruptos, con el final de una dictadura que no daba salida a las aspiraciones de modernización y prosperidad de las clases más exigentes.
Así las cosas, y aunque la fiesta popular de la Puerta del Sol madrileña para festejar la llegada del nuevo Régimen fue recogida con mucha delicadeza y prevención en un programa de TVE entonces en pantalla, «España Siglo XX», cuyos planos fueron muy medidos y sus textos, repito, afinados y, en casos, claramente neutralizados, desdichadamente no lo entendieron así elGeneral Franco y el Almirante Carrero, y al día siguiente de la emisión, en el Consejo de Ministros, alentados por el ministro titular de Turismo,Sánchez Bella, pidieron mi cabeza acusándome poco menos que de colaboración con la desacreditada Segunda República española, agente activo de las consignas del Kremlin y simpatizante de confabulación judeo-masónica.
Apoyo de Suárez
Con el respaldo de Adolfo Suárez, director general de TVE, y el apoyo inestimable y espontáneo del ministro Gregorio López Bravo, las revueltas aguas se tranquilizaron poco a poco. Aunque se tuvo que tomar la determinación de unir, a la docta labor redactora de José María Pemán, la de los historiadores Luis Suárez, Ricardo de la Cierva y otros que semanalmente vigilaban los textos, y se sobrepusiera además la opinión de don Manuel Aznar Zubigaray, abuelo del luego presidente de la Monarquía Parlamentaria española, José María Aznar.
El nombre del embajador Aznar tranquilizó los espíritus alterados y el propio Jefe de Estado dio su aquiescencia a la labor supervisora y así el programa, de gran éxito por otra parte en la recreación de la historia de España, pudo caminar serenamente hasta que se agotó el material cinematográfico que los técnicos realizadores del programa, Ricardo Blasco, Esteban Madrugay Ricardo Fernández de la Torre, habían acumulado durante años y que supuso, además de una novedad, un nuevo camino en el tratamiento cinematográfico-televisivo de hechos históricos recientes.
En TVE dimos muchas vueltas a la desproporcionada reacción del Jefe del Estado y de su Jefe de Gobierno de España y, después de mucho cavilar, quisimos entender que, tanto Franco como Carrero Blanco, en las fechas cruciales de la proclamación de la intempestiva república, se refugiaron no solo en sus domicilios o en sus despachos, sino que se encerraron en sí mismos y quisieron entender que aquello no había sucedido, que aquello -la república recién estrenada- era como un error colectivo, como un disparate inesperado, y que las imágenes, más que suavizadas, y los textos, serenamente apostillados, habían sido manejados de modo avieso.
Nada más lejos de la realidad. Los realizadores del programa me advirtieron de la fecha y juntos, con algún asesor externo y con colaboradores internos, dimos el visto bueno al relato cinematográfico de unos hechos de los que nosotros tampoco habíamos sido testigos, pero que las imágenes equilibradas y los textos nada laudatorios fijaban en su rotunda realidad.
En esta ocasión, una vez más, Adolfo Suárez, al que no consulté el espacio, pues entendí que estaba suficientemente validado por la opinión de los asesores históricos y modestamente por mi opinión personal y la de los miembros del equipo directivo, defendió el programa y al equipo de televisión hasta el fin. Se enfrentó directamente con el ministro Sánchez Bella, pidió ayuda a los miembros del gabinete que le parecieron más razonables y con mayor autoridad para lograr el objetivo de salvar la continuidad del programa y, lo que para nosotros fue muy importante, labuena fe del equipo directivo de TVE, al cual ahora le hubiera sido muy fácil pretender pasarse de listos y apuntarse un tanto para el futuro. En aquel momento se defendió el programa, se explicaron las intenciones y nadie quiso buscar ventajas, de cara a lo que hubiera sido una vileza o un desatino
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