El futuro que esperaba a los niños españoles en sus distintos destinos se reveló no pocas veces horrible. Enfrentados con el hambre y los maltratos, no pocos se vieron obligados a someterse a un sistema que consideraban odioso o a delinquir. En Tashkent, por ejemplo, constituyeron bandas dedicadas a perpetrar hurtos convencidos de que era mejor morir en esa situación que regresar a las instituciones estatales. En Samarkanda y Tiflis, las niñas prostitutas españolas —de las que no pocas quedaron embarazadas— llegaron a hacerse célebres entre los jerarcas del partido. Ni siquiera los hijos de los héroes se vieron libres de aquella negra situación.
Un hijo del coronel Carrasco, que había servido en el Ejército republicano y ahora enseñaba en la Escuela militar Frunzé de Moscú, fue detenido mientras robaba una panadería en Kakan. Detenido, murió en prisión de tuberculosis. Era uno de los muchos niños españoles —en torno al diez por ciento— que se vio detenido y obligado a cumplir una pena de reclusión.
El hecho de que se establecieran agudas divisiones de clase entre los españoles que vivían en la URSS y el que se realizaran prácticas tan odiosas como la delación —aspectos ambos denunciados por jerarcas como Enrique Castro Delgado, Jesús Hernández o el Campesino— no dejó siquiera a salvo el mundo de los niños. No resulta por ello extraño que algunos pensaran en la posibilidad de vengarse de las personas a las que consideraban culpables de su suerte o que solicitaran abandonar el país con la intención incluso de regresar a una España gobernada por Franco. Por regla general, la respuesta de las autoridades fue radicalmente negativa.
De los dramas que semejante actitud provocó es un claro paradigma la historia de Florentino Meana Carrillo y su hermano. Desesperado por salir de la URSS —a la que denominó "inmenso campo de concentración y de hambre"— Florentino se bebió un vaso de ácido sulfúrico con la intención de quitarse la vida. Su hermano decidió vengarlo. Sabedor de que la Pasionaria era la única persona autorizada por las autoridades comunistas para conceder o denegar los permisos de salida de los españoles, el joven se dirigió, armado con un cuchillo, al Hotel Lux. Su intención era matar a la dirigente comunista.
Para fortuna de Pasionaria aquel día estaba ausente y fue José Antonio Uribe, el suplente del Buró político, el que se convirtió en nuevo objetivo. No le costó mucho contener al muchacho a la espera de que lo redujeran. Después se lo tragarían las fauces del sistema represor soviético. Todavía décadas después algunos de los antiguos niños de la URSS identificados con la ideología comunista intentarían quitar importancia al episodio alegando que el muchacho era un desequilibrado. Quizá, pero aún en su desequilibrio había sabido mantener los ojos abiertos frente a dramas terribles que los militantes comunistas preferían no ver o incluso negar descaradamente.
Julián Fernández Cruz
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