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María Luisa García Sierra, poetisa del pueblo, graba sus recuerdos del año 36 y sus secuelas en un manuscrito
“No tengo intención de hacer de historiadora. Sólo me ocupo de aquello que viví de cerca sin que tampoco pretenda escribir mi biografía. Sólo relatos que me afectaron por tocarlos de cerca, hechos que vieron mis ojos y mis oídos escucharon. La historia que la escriba otro, pero, por favor… ¡No la falseéis! La verdad desperdigada sigue estando por alguna parte. Que no sea la sombra de la mentira la que alumbre a las nuevas generaciones”. Es un pequeño fragmento de un manuscrito de 244 páginas en las que María Luisa García Sierra, poetisa de Bornos (Cádiz), graba sus recuerdos del año 36 y sus secuelas. Su hijo Jorge Garrido encontró el texto en 1998, cuando su madre ya había muerto. “¡Adelante, adelante! Y ahora a pasearla por las calles. Que vea todo el pueblo lo que pasa… Y esto no es todo. Si con esto no tienes bastante, esta noche te dan el paseíto”, le increpó el exalcalde monárquico Manuel Ruiz Vega, fanfarrón y sonriente, cuando la sacaron pelada del cuartel de Falange. Tenía 15 años.
Hoy ese trozo de historia ve la luz en el libro Días de Barbarie. Guerra Civil y represión en Bornos, una investigación realizada por Fernando Romero que reconstruye la represión franquista en un municipio donde tampoco hubo violencia republicana previa y donde fueron asesinadas un centenar de personas: “Lo que se pretende es eliminar a quienes han protagonizado los conflictos sociales y políticos de la etapa republicana, a los representantes institucionales y a los líderes de las organizaciones de izquierdas, aniquilar a quienes pretendieron cambiar el modelo de sociedad, tanto a quienes profesaban ideologías reformistas (socialistas, republicanos) como a quienes predicaban la revolución social (anarcosindicalistas)”, explica el historiador sobre la masacre en el pueblo de las tres jerarquías: “Un señor. Cinco arrendatarios. Mil quinientos jornaleros con sus familias, hasta 7.000 almas”, resumió el pedagogo Luis Bello cuando visitó sus escuelas durante la dictadura de Primo de Rivera.
“Fueron los zapateros el colectivo profesional que resultó más castigado tras los jornaleros”, explica el investigador Romero
“Lógicamente, casi todos los que caen son jornaleros, que son la mayor parte de la población y los protagonistas de los conflictos laborales, pero entre las víctimas también hay algunos pequeños agricultores, artesanos y profesionales que se habían alineado con el socialismo o con el republicanismo reformista. El alcalde socialista asesinado, Antonio Garrido, era un barbero, y fueron los zapateros (seis) el colectivo profesional que resultó más castigado tras los jornaleros”, añade Romero.
EL LATIFUNDIO DE LOS SEÑORITOS
La Laguna y el Soto, un latifundio de 850 hectáreas, la sexta parte del término municipal, condensa el terror de los señoritos al cambio de orden que había traído al pueblo la República. El Instituto de Reforma Agraria había intervenido la finca, propiedad de la condesa de Valdelagrana -hija y hermana de los duques de Medinaceli -, y la había cedido a sesenta jornaleros para su explotación colectiva. Con sus esposas e hijos, sumaban 344 personas, el 6,2% de la población censada en Bornos, según Romero. “Los jornaleros, que siempre habían estado sometidos al capricho de los labradores, eran quienes ahora mandaban en el Ayuntamiento. Ellos decían a los agricultores lo que podían o no hacer en las tierras que cultivaban. Los obligaron a alimentar a los centenares de muertos de hambre que no tuvieron donde trabajar durante la calamitosa primavera de 1936”, añade el historiador en el libro, editado por la Asociación Andaluza Memoria Histórica y Justicia (AMHyJA) con el patrocinio de la Junta de Andalucía, la colaboración del Grupo de Trabajo Recuperando la Memoria de la Historia Social de Andalucía (CGT-A) y producción editorial de Tréveris.
No se fusiló para castigar crímenes, sino para escarmentar a quienes subvirtieron el orden jerárquico
La familia de María Luisa García Sierra fue una de las asentadas en La Laguna y, como la gran mayoría de los jornaleros que se atrevieron a subvertir el orden de las tres jerarquías, recibieron su castigo de mano de los señoritos sublevados. A María Luisa la pelaron. A su hermano, conocido como Juanillo el de la Montañesa, lo mataron. José, otro hermano, fue enviado al frente con el ejército de Franco y murió combatiendo con otra bandera que no era la suya. Al marido de su hermana Frasquita también lo fusilaron. A su hermana Adelaida, con 19 años, la pelaron como a ella. La tuvieron en la cárcel un día y medio, la violaron y la mataron. Esa misma noche también asesinaron a Juana Rodríguez, la Paternera. Y a Francisca Abadía, Clara. “Una era hija de Pedro el Paternero y la otra, compañera de Juan Ramírez, el Pollo, ambos asentados en La Laguna y también asesinados”, escribe el historiador.
No se fusiló para castigar crímenes, sino para escarmentar a quienes subvirtieron el orden jerárquico, insiste Romero. Al Pandereta, abuelo de Máximo Molina Gutiérrez, una de las personas que animó al historiador a realizar esta investigación, también lo asesinaron. Y a su bisabuelo Manuel Perea Méndez. “A ellos [los señoritos], ningún trabajador les hacía sombra. No cabe otra explicación cuando se lanzaron al exterminio sin justificación”, sostiene María Luisa García en sus escritos con todo el horror de la palabra. Exterminio. “Jamás había mencionado ante mi presencia el contenido vertido en aquellas páginas. Otros familiares y amistades muy allegadas sí que habían tenido la suerte de escuchar de su voz varios de los acontecimientos recogidos en el cuaderno, e incluso comentar su ilusión de dejar algo escrito si se encontraba con fuerzas para hacerlo”, reflexiona su hijo Jorge. Las tuvo. Todas las fuerzas del mundo.
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