José Luis Morales, uno de los
periodistas más integros de este país, fue una de las víctimas de las palizas
de Billy el Niño. Como resultado, su salud desde hace décadas es delicada, ha
tenido siete operaciones de columna y tres cirugías de vejiga, un historial
clínico que le debe a los torturadores. En fichero adjunto va su testimonio
-que no sé si se podría calificar de legítimo "ajuste de cuentas"- de
estos hechos, así como el resultado de una entrevista que le hizo como
periodista de Interviú años más tarde de las torturas. En ella, José Luis
estalla y le dice a la cara unas cuantas cosas, mientras que Billy el Niño no
se atreve a levantar la vista. Leed y difundid este testimonio. ¡Ah!... y por
si alguien todavía no ha leído "La sombra de Franco en la transición"
(ed. Penínsul), de Alfredo Grimaldos, debería ir buscando el libro ya. José
Luis lo recomienda vivamente. Y yo, por si vale de algo, también.
Pedro López.
________________________
SOBRE EL CASO DE “BILLY EL NIÑO”
LA MONARQUÍA
ESPAÑOLA CONDECORA A LOS TORTURADORES
José
Luis Morales, periodista y miembro de La Comuna
La valiente decisión de la jueza federal
argentina María Servini de Cubría, en una actuación judicial reciente, imputando
con un incontestable, contundente e intachable Auto Judicial a cuatro antiguos
integrantes de los asesinos, crueles, sanguinarios y terribles servicios
secretos franquistas (donde destaca la Brigada Político-Social o BPS), hizo que
un inesperado entusiasmo resurgiera en la mayoría de las personas de bien, que
habían depositado sus últimas “esperanzas de justicia” en los tribunales
argentinos (Justicia Argentina), “devolviendo las mínimas esperanzas cuando
habían perdido toda esperanza”, cual escribió don Higinio Melián certeramente.
La noticia del Auto de esta juez federal bonaerense ‘corrió’ como la pólvora,
ya dirigiéndose a todos los puntos cardinales, suponiendo asimismo un rojo
estallido de elevada animación colectiva y una inyección de emotivo júbilo que,
como exigencia de la naturaleza, haría palpitar a las más templadas personas
conocidas, y a las que sin saber nada de ellas, han resistido hasta hoy en su
curtido antifascismo, manteniendo siempre su sensibilidad a flor de piel, tanto
en la exaltación de sus afectos comuneros como en la defensa de los auténticos
principios democráticos.
El Auto de la magistrada argentina lleva
aparejada la orden de “busca y captura” contra los imputados, mandamiento
remitido a todas las instancias judiciales del Mundo, a través de Interpol,
cuya misión es combatir la delincuencia internacional, coordinar la
investigación sobre el paradero y, en su caso, detener a los criminales,
dictadores, estafadores y asesinos profesionales (que ‘trabajan con tarifas’
por cada encargo), como a los secuestradores de mujeres a las que obligarán,
con “muerte, hacha y machete” (Jorge Amado), a ejercer la prostitución
ininterrumpida desde su criminal estructura mafiosa. Interpol también tiene la
misión, canalizando parte de la Justicia Universal, de investigar, perseguir y,
en su caso, prende a estructurados grupos asesinos que se dedican a raptar a
niñas y a menores para “venderlos o traficar con sus órganos”; y por supuesto,
a perseguir y capturar a torturadores y asesinos de dictaduras militares, sobre
todo, cual refleja el caso del Auto antes mencionado, rubricado por la
magistrada María Servini de Cubría el pasado 19 de septiembre.
La
jueza bonaerense ha reseñado en este documento judicial vinculante, que “Los
delitos (especificados en su Auto) constituyen crímenes de lesa humanidad por
lo que, en uno u otro caso, la acción y la pena son imprescriptibles y sus
responsables están sujetos a persecución”, reitera María Servini de Cubría,
dirigiéndose a esos cuatro acusados, actores criminales respectivos, incluidos
en esta Diligencia judicial. La magistrada federal imputa procesalmente en este
destacado e histórico documento al exguardia civil Jesús Muñecas Aguilar; al
exescolta del dictador golpista, y de la Casa Real, Celso Galván Abascal; al
excomisario José Ignacio Giralte González; así como al exinspector José Antonio
González Pacheco, más conocido como Billy el Niño, por sus crueles atropellos
sanguinarios, barbaridades que saturan su currículo de cobardes ‘heroicidades’
criminales, y que hoy pretenden ignorar, atribuyendo tales desmanes,
incontables, a “esa fértil imaginación de sus imaginarios enemigos”.
El sentimiento de alborozo, el
regocijo entusiasta y las nítidas manifestaciones abiertas, de felicidad
incontenida sin exclusiones, y no sólo en nuestro país, ni se hicieron esperar
un solo segundo, al conocerse el Auto judicial al que estamos refiriéndonos.
Mensajes, correos electrónicos, llamadas telefónicas y medios y formas
desacostumbrados, servían para hacer extensivo a ‘medio mundo’ este Auto
judicial vinculante, redactado y suscrito por la jueza María Servini de Cubría.
De manera que, en poco tiempo, la Diligencia que imputa a cuatro esbirros
franquistas, adquiere categoría de ineludible noticia infinitamente valorada.
De
los cuatro imputados que formaban parte de los servicios secretos de la
dictadura franquista (comisarios, inspectores, agentes, militares y falangistas
sobre todo), destaca por su propia voluntad enfermiza, el que fue inspector de
la Brigada Político-Social (BPS), José Antonio González Pacheco, quien presumía
en su enloquecimiento que él era el más conocido, y al que más miedo tenían
(“Soy yo, yo soy Billy el Niño”, decía invariablemente a quien torturaba sin
tregua), en su alucinante paroxismo, como una exacerbación de su altanero
matonismo criminal.
Aunque
González Pacheco, Billy el Niño, ha sido el torturador franquista del que más
han oído hablar los antifascistas españoles, y aún siguen oyendo, la lista de
sanguinarios “interrogadores” de la dictadura era tan numerosa que, pese a las
agendas de promociones de la policía, resulta tarea ‘casi imposible’ el poder
cuantificarlos. La mayoría de los ‘colegas’ de Billy el Niño, quiso evitar que
pudieran identificarlos públicamente. Lo contrario del histriónico, provocador,
sádico y altanero Billy el Niño, quien no perdía nunca la ocasión de que lo
‘reconocieran’, sobre todo jóvenes que estudiaban en facultades de la
Universidad de Madrid. Para que así fuera, él mismo dirigiría muchas veces los
comandos policiales en sus redadas y allanamientos nocturnos, apoyados por
grupos falangistas como ‘fuerzas de choque’. Aunque en su actividad policial
para disolver asambleas de facultad o distrito, Billy el Niño sólo actuaría de
‘gran jefe’, vigilando cómo aterrorizaban sus “legiones fascistas” a quienes
correspondiera aquella jornada; él no se movía nunca en aquellas
circunstancias, ni ordenaba nada en público, aún menos delante de sus bestiales
subordinados. El “propósito” de sus hazañas, además de aterrorizar, todos los
de la BPS debían enfocarlo a destrozar y a destruir moralmente, no sólo a
quienes detenían y torturaban, sino al vecindario correspondiente, y al entorno
en los que calculaban, o sabían, que realizaban sus actividades militantes
antifascistas contra el franquismo y sus secuaces, y muchas veces
‘infiltrados’, en los sectores obreros sobre todo. La “especialidad” del
macabro Billy el Niño, tanto siendo ‘estudiante’ en la Escuela Nacional de
Policía, o de inspector y comisario, como sus fijaciones con plena dedicación,
estaban en el Movimiento Estudiantil universitario, aunque sus rejos llegaban
además a institutos de Enseñanza Media y Escuelas de Magisterio.
A González Pacheco, Billy el Niño, donde le
‘encantaba’ lucirse era en la primera planta y el sótano de la DGS, la
Dirección General de Seguridad y terrible sede de la Brigada Político-Social
(BPS). Buena parte de sus siniestros capítulos, aún escasos, van siendo dados a
conocer de nuevo (sería más acertado decir que nos están refrescando la memoria),
a través de los valientes testimonios, estremecedores, de bastantes personas
que padecieron en sus carnes la crueldad de los verdugos de la BPS cuyas
brutales heroicidades de sangre y crímenes glosaba la dictadura. Los
testimonios de las víctimas, que ahora vamos conociendo, ponen los “pelos de
punta”, y aunque los repitan una y mil veces, debíamos seguir denunciando e
impulsando esas denuncias y todas sus atrocidades, cual han hecho muchas y
muchos damnificados en sus valientes testimonios. Los tremendos pasajes ya
descritos y oficializados, que reflejan alegatos judiciales abiertos, con los
de Isabel Pérez Alegre, Paco Tovar, Teresina Rial, Paco Lobatón, Miguel Ángel
Gómez, José María Galante, Mariana Barbacid, Juan Hidalgo, José Luiz Uriz, Luis
Suárez, Jesús Rodríguez, Pedro Santisteban, Enrique Aguilar, Virginia, Álvaro
Rodríguez, Manolo Corpas (y familia), y Luis Roncero, Jesús Pelegrín y David
Herrera Rodríguez, o Manuel León o Pilar Morales Isidro; sin olvidar a mi gente
de Agüimes, Carrizal, Ingenio o Vecindario (cuantas quedan en el tintero) y
tantas otras personas, dignifican y siguen dignificado nuestras vidas, aunque
sean mínimas aproximaciones a la barbarie de las torturas que, incluso a las
propias víctimas, alguna vez, les resulta ‘casi imposible’ describir, ni tan
siquiera al iniciar las explicaciones de sus necesaria acercamientos
recordatorios, que sirven para recopilar esos horribles instantes del
canibalismo fascista, aunque hayan pretendido que el miedo a la sangre y la
muerte dominase nuestros cerebros.
La
lectura de estos espeluznantes relatos descritos por luchadores antifascistas
que fueron salvajemente torturados después de su detención, están siendo
puntualmente remitidos al tribunal argentino, apuntalando así los fundamentos
jurídicos (políticos e ideológicos) de la Causa sumarial abierta en el proceso
judicial que diligencia la jueza bonaerense María Servini de Cubría. Unos
testimonios tremendos, realizados sin menoscabo alguno, y con ejemplar coraje,
bravura y entereza democrática que, además, son divulgados con relativa
puntualidad, sujetos siempre a imprevisibles avatares insoslayables, emboscados
en la naturaleza, con más o menos dedicación, aunque con total disposición y
voluntad acerada, dependiendo de inesperadas e imponderables situaciones
personales que desarbolan nuestra existencia. En este punto, rindo homenaje al
compañero Luis Puicercús Vázquez, quien sufriera recientemente un carnívoro
ictus con pretensión de ‘terminar’ con él. El ictus perdió esta batalla y,
ahora mismo, Putxi es uno de los puntales dedicados de lleno a “La Comuna”,
donde está siempre que le necesitan.
Pues bien, los relatos de las
torturas a los que estaba refiriéndome justo antes de esta inflexión, como
tantos otros centralizados en “La Comuna” (la Asociación de Represaliados y
Represaliadas del Franquismo) engrosan con la máxima, rigurosa y personal
precisión bastantes episodios inéditos de crímenes, persecuciones, violaciones,
atropellos, ruindades y vilezas perpetrados, hasta hoy impunemente, por muchos
lacayos del franquismo. Aún son muchos millares los casos inéditos de tortura,
crímenes y desapariciones; como incontables son las cunetas desconocidas, donde
seguirán enterrados de mala manera ni se sabe cuántos antifascistas que fueron
asesinados durante la Guerra Civil y en la interminable postguerra. Es ése uno
de los afanes de “La Comuna”, en donde han de caber las enseñanzas puntuales,
los documentos esclarecedores, las denuncias precisas contra verdugos y
torturadores, y los compromisos personales que acaben con toda la impunidad de
cuantos se beneficiaron ayer, y ahora aseguran que “ha sido demócratas de toda
la vida”. Pero La Comuna y la Memoria Histórica también van desenmascarando
tales patrañas, empeñándose además en que nadie quede en el olvido, y que
ningún crimen permanezca sepultado. Debo recomendar aquí la lectura del
extraordinario, minucioso, claro y extenso trabajo de investigación
periodística, “La sombra de Franco en la Transición”, publicado en Península,
escrito por Alfredo Grimaldos Feito; el mejor libro sobre las falacias de la
Transición. ¿Para qué más palabras?
En
la nómina de tanta barbarie, torturas y crímenes tienen capítulo especial las
escuadras falangistas y, en especial, señalando esos diez últimos años del
franquismo, aún viviendo el dictador, sus más prominentes sicarios ‘militando’
en la Brigada Político-Social (la BPS), donde el sanguinario Billy el Niño era
de sus más ‘relevantes prendas’. No en vano llegó al ‘puesto que tengo allí’,
bajo el padrinazgo de Rodolfo Martín Villa, hasta el punto de que a propuesta
suya (de Rodolfo Martín Villa cual ministro del Gobierno con Adolfo Suárez), en
1977, Billy el Niño era ‘condecorado’ con la medalla de plata al Mérito
Policial.
Al morir el dictador, no la dictadura, Billy
el Niño, que llegó a la Policía con Roberto Conesa, acabó temporalmente de
comisario tras solicitar la excedencia, siempre avalado por Rodolfo Martín
Villa. Después de 1982, tras el ¿fallido? golpe de Estado el 23-F de 1981,
Martín Villa propone que Billy el Niño fuese designado “Jefe de Seguridad” de
la empresa francesa Talbot Renault en toda la Península Ibérica. Multinacional
que está, además, dentro del consorcio Peugeot Citroën a través de “acciones
intercambiables” en sus ‘inescrutables estructuras de ingeniería financiera’
gestionadas por los mismos tiburones banqueros que dirigían sus sociedades
durante la propia dictadura, para lograr “evitar pagos millonarios a la
Hacienda Pública”. Aunque de estos detalles y muchos más, ‘hablaremos en otras
entregas’. Como queremos desenmascarar cada una de las mentiras de Billy el
Niño, hablaremos de sus ‘cambios de nombre y lugares’ de nacimiento, con datos
puntuales de Villablino y Villaseca, localidades leonesas donde saben quién es
y donde conocen casi todas sus sanguinarias y criminales tropelías. Pero ahora
queremos señalar otros perfiles ‘distintos’ de José Antonio o Juan Antonio
González Pacheco o si quieren Billy el Niño. Sin preámbulos para este punto,
aseguro aquí, con toda rotundidad, que en Billy el Niño ‘no hay síndrome de
Jano’, semidiós mitológico romano ‘sólo’ con dos caras. Sus ‘personajes’ son
incontables y ‘dependen’ de las ocasiones y los lugares donde actúe. Muchos de
sus perfiles son conocidos. Aunque para mí, el que más lo distingue es ‘poseer’
una de las más rastreras referencias de la cobardía. Él mismo presumía
abiertamente de la siniestra teatralidad en sus gestos, pues así es cómo
‘acobardo al enemigo’, como él llamaba a los presos políticos; añadamos la
chulería que unía a su violenta crueldad, ‘facturada con esmero’, para
aproximarnos a la sanguinaria barbaridad inigualable con que Billy el Niño se
empleaba en interminables sesiones torturadoras. Así podremos calificar su
trayectoria criminal durante la dictadura, en la que alardeaba siempre de
‘cuánto gozo me dan lo que les hago”. Presumía de los malos tratos y de las
heridas que causaba a quienes torturaba en sus terribles sesiones asesinas’. No
me cabe duda alguna de esas horribles escenas, patrocinadas por la cobardía de
González Pacheco, como ya lo han testimoniado algunas de sus infinitas víctimas
en otras comparecencias legales, que ya hoy son valiosos documentos que han
sido incorporados a la Causa Penal abierta en un juzgado de la República
Argentina.
Pero ahora trataré de demostrar que este
perverso histrión de ‘tres el cuarto’, ha sido y es un cobarde, que sólo
podemos comparar con la serpiente invisible de Carla Rae Radames. No voy a irme
por las ramas para retratar sin contemplaciones ni miramientos a este sujeto
criminal, paradigma de la barbarie que determinaban las asesinas actuaciones de
la BPS (Brigada Político-Social), Policía Política del fascismo, marcando a
sangre y fuego a todas las generaciones de antifranquistas españoles, mujeres y
hombres, en esos últimos tiempos del franquismo, viviendo aún el golpista
general, quienes combatían sin vacilaciones a la dictadura; con miedo legítimo
sí, pero con un enorme valor y sin ninguna cobardía.
Han pasado años desde entonces, sumando el
fiasco de la falsa Transición, que supuso otra derrota más para los demócratas
y antifascistas españoles, como hoy, sí hoy mismo, podemos verificar cada
jornada. Porque aquella Amnistía convenida de 1977, también benefició a
criminales y torturadores (mejor dicho, beneficiaría sobre todo a los más
conspicuos franquistas); que de sus infundados temores iniciales, tras la
muerte del dictador, y ya ‘temiendo ser otro pasto’ de ‘sus propias
comisarías’, procedimientos judiciales incluidos o cárceles; y aun peor,
‘viéndose obligados’ a devolver riquezas y dineros que habrían robado a ‘manos
llenas’, sin pudores de ningún tipo y aprovechando la impunidad que les dio el
franquismo, retomaban de nuevo su envalentonamiento y, de hoy para mañana,
volverían por sus fueros, haciendo y deshaciendo, ahora protegidos por los
‘democráticos’ gobiernos de turno, ya fuera de izquierdas (sic), PSOE; o
centro-derecha (sic), cual se hacen llamar los franquistas del PP; antes en
UCD; y medio, Alianza Popular.
Señalo, todo el mundo ya lo sabe, que meses
después del golpe de Estado de 1981, quizás en el año 1982, con el PSOE ya
gobernando y Felipe González presidiéndolo, este partido del Gobierno y su
ministro del Interior, José Barrionuevo (cuya biografía enlaza con la de los
más impresentables prebostes de la dictadura), diseñan el ‘Plan Singular’ para
conectar a las ‘democratizadas’ (dijo Barrionuevo) instituciones fascistas, con
la sociedad española, con sus organizaciones, sus partidos políticos y sus
sindicatos, al fin de facturar ‘un lavado de cara creíble’, que dé ‘otra
imagen’ de la Policía y de la Guardia Civil, “proyectadas como propias,
despojadas ya de cualquier connotación que las relacione con las barbaridades
de la dictadura franquista”.
Yo trabajaba entonces en la revista
‘Interviú’, desde su fundación en el año 1976, ocupándome de temas de
actualidad e investigación histórica. Fueron unos tiempos inolvidables, con la
Policía, la ultraderecha y los servicios de información militares y civiles (la
BPS ya disuelta, que seguía actuando como antes lo hacía), pisándonos los
talones y amenazándonos cada día, sobre todo por teléfono (estaba de moda en
ese tiempo), para que dejásemos de rebuscar en sus negocios, sus biografías y
las de sus colegas, en sus oscuras actuaciones durante la dictadura, o en las
relaciones que tenían con traficantes de armas internacionales, entre otras
muchos temas. Nos amenazaban, nos señalaron, mandaban anónimos que anunciaban
‘nuestra muerte’ o reventaban las ruedas de nuestros vehículos, y a ‘pleno
sol’, sin temor a nada, gritando que “se pasaban la democracia por los
cojones”, o “mañana sólo van a vivir tres de los rojos que están en este antro”
(llegaron a empapelar las paredes de la redacción de Interviú (en calle Potosí
de Madrid), con estas y otras aún más escatológicas literarias frases, salidas
de su evidente analfabetismo funcional. Aunque sus mensajes eran claros,
‘seguimos haciendo periodismo’ pero de verdad. El dueño, Antonio Asensio,
estaba ‘rebosante de felicidad’ (decía él), aunque no por lo que publicaba
Interviú sino porque sus cuentas corrientes multiplicaban su riqueza y su
dinero a ritmo frenético, ya que las ventas y la publicidad marcarían cifras
récord, hasta el punto de que Interviú empezó a convertirse en referencia para
toda Europa. Asensio Pizarro hizo caso omiso a las querellas, amenazas y
atentados contra las sedes de Interviú, pues lo que le importaba era la
recaudación económica y el poder acumulado en paralelo, como notaba un día tras
otros, cuando lo llamaban ministros, directores generales, el presidente de
Gobierno y hasta la Casa Real; aun así, los temas e investigaciones iban
subiendo grados y publicándose los trabajos realizados, a cual más arriesgado,
pese a las querellas criminales y denuncias interpuestas, a los seguimientos
‘cantados’, los destrozos de vehículos que teníamos aparcados, próximos a la
redacción, y hasta pintadas amenazadoras en las puertas de nuestras casas.
Sería una etapa irrepetible, extraordinaria y única, que siguen explicando en
Facultades y Escuelas de Periodismo cual figura singular esplendorosa en la
historia de nuestro país. La caída de Interviú en el fango más rancio en el que
hoy está, es otra historia que va pareja a la gigantesca crisis, no sólo la
actual crisis económica, que venimos atravesando desde que empezamos a ver los
dientes del lobo que supuso la Transición que “jamás existió”. Aunque ésa es
otra historia de la que deberían estar ocupándose en centros de estudio,
facultades y equipos de investigación.
La historia de aquella época decisiva y
clave está repleta de crímenes, palizas, amenazas y atrocidades. El magnífico
libro, realizado con rigor informativo y con exigente objetividad, por nuestro
común amigo y ejemplar compañero Alfredo Grimaldos Feito es insustituible para
estudiar, saber a qué nos referimos y qué fue, y continúa siendo, “La sombra de
Franco en la Transición”, como titula Alfredo el voluminoso ensayo que estoy
reseñando.
Entonces,
en el año 1982 o 1983, detalles que ahora no recuerdo, que para el caso no
tienen más importancia, fue cuando nombran a José Antonio González Pacheco,
sigo con Billy el Niño, Jefe máximo de la ‘División de Seguridad’ de Talbot
Renault, la firma francesa (que el chovinismo pedestre de Martín Villa
adjetivaría de sociedad hispano-gala), en toda la Penísula Ibérica. Era la
‘época gloriosa’ de la revista Interviú, con otros propósitos para los tiempos
que corrían y con una orientación informativa que, a menos en nosotros,
enlazaba decididamente con el nuevo periodismo. Fueron años épicos que nadie
podría olvidar. Tiempos decisivos y competitivos, en los que destacaría el
periodismo de investigación que dio una voltereta impresionante a los tópicos,
frases hechas, lugares comunes y reseñas que exigían los poderosos. Eso se fue
acabando y la historia, algún día dejará constancia de ello y de los métodos
empleados.
En
esta fecha, Antonio Asensio Pizarro, principal dueño de Interviú, propuso que
hiciésemos una entrevista al ‘personaje’, (“no como excomisario o exinspector
de la Brigada Político-Social, la BPS, aunque no exista”), diría Asensio
Pizarro al Consejo de Redacción que se reunía los viernes para plantear el
próximo número de Interviú; “sino dirigiendo las preguntas a su nueva vida, su
adaptación a la democracia y sus labores en el departamento de Seguridad en la
firma Talbot Renault”. En la misma reunión, Ignacio Fontes asumiría esta
propuesta, pues la entrevista la harían en Madrid ya que González Pacheco,
Billy el Niño, residía en la capital española y allí harían las gestiones
precisas para hacerla lo antes posible. Recordaré que aunque la sede de
Interviú estaba en Barcelona, donde fue registrada la publicación, pues allí
vivían los propietarios, la redacción estuvo siempre en Madrid, desde que
inició su andadura en el año 1976.
Ignacio
Fontes era entonces subdirector o redactor-jefe. Es lógico que, después de
tantos años, no recuerde todas esas vicisitudes, esas fechas, nombres, cargos,
citas, lugares de encuentro y anécdotas sin treguas. Sobre lo que reseño en
estas líneas, el olvido no resta ni un ápice esencial al fondo del asunto,
puesto que no tiene la menor importancia en lo que estoy escribiéndoles.
Reconozco que hay ausencias premeditadas, que retengo en mi cuaderno de
bitácora para mejores ocasiones. Termino con lo que iba apuntando en este bloque,
diciendo que Ignacio Fontes fue nombrado director del semanario Interviú poco
después. Para mí fue la mejor etapa, con diferencia, en la’ vida’ de la
revista. La Edad de Oro de la publicación, ya dentro de la ‘Edad de Oro’ del
periodismo español. Hasta que lograron acabar con ellas. No sé si el periodismo
ha muerto, pero puedo afirmar que agoniza a galope tendido.
De la entrevista con González
Pacheco, Billy el Niño, yo me enteré tres días antes de estar concertada. Me lo
dijo Germán Gallego Picó, de los mejores compañeros, amigo, hermano y maestro
que tengo en el pernicioso y tóxico universo del periodismo. Germán no me dijo
nada hasta que, ya acordado el encuentro con Billy el Niño para hacerle la
entrevista, iban a proponerme que les acompañara (Ignacio y Germán no querían
decírmelo, pensando que yo pondría el ‘grito en el cielo’). Fue cuando Germán
Gallego me dijo que tenía que hablar conmigo y con Ignacio Fontes en cualquiera
de las salas habilitadas para las visitas. Estaban riéndose, mientras nos sentábamos,
hasta que Germán o Ignacio (o Ignacio y Germán, otra vez el olvido) me dicen
que, desde hacía unos días, tenían concertada una entrevista a Billy el Niño
para publicar en Interviú. Ignacio haría la entrevista, y Germán las
fotografías. Tengo que hacer público, que gestionan todo con cierto sigilo y
precaución, como debíamos proceder durante los arriegados trabajos en aquel
tiempo, aún tan complejo en los que nuestra integridad física siempre estaba
desafiendo a los poderosos franquistas que seguían con sus prebendas pese a las
cacareadas falsedades que proclamaban los actores y partidarios de la inédita
Transición. Siempre teníamos que estar al tanto para evitar trampas y
cortocircuitos tan al uso en periódicos y revistas, auspiciados incluso por quienes
juraban haber “sido demócratas toda la vida”, y que reventaban gestiones o
temas filtrándolos a sus exjefes o exdirigentes en el franquismo.
Aún estábamos en la sala de
visitas y no sé si fue Ignacio o Germán, me dicen que le gustaría que fuese con
ellos al encuentro con Billy el Niño. Me negué en redondo. Así me lo dirían
después, antes de informarme de que ya tenían cita, con día y hora, para
entrevistarle y que les complacería que fuese. Germán Gallego e Ignacio Fontes
bien sabían que Billy el Niño era “uno de los seres vivos que más he odiado
toda mi vida, y sigo odiando, y no quería verlo ni en pintura” (traducción
pretendidamente culta de lo que dije al recalcar mis motivos y evitar el
encuentro). Volvían a pedírmelo esa misma tarde, con igual respuesta por mi
parte. Ignacio me dice que él “quería que le echase una mano, e hiciésemos
juntos un pequeño guión, pues yo tenía más conocimiento del personaje, no más
exacto, pero sí más cercano, ya que fui una más de sus víctimas, además de
padecer las torturas que Billy el Niño protagonizaba sin refinamiento a los
detenidos que caían en sus manos. El “gran placer de su inigualable
brutalidad”, que para él suponía poner otra marca ‘cual muesca’ en el cinturón
de sus cananas. Incluso así, Germán e Ignacio seguían empeñados en que yo
estuviese con ellos. Me negué una y otra vez, diciéndoles que no quería ni ver
a semejante elemento criminal por nada del mundo. Ya lo había maldecido
millones de veces, aún más si me acordaba de mis padres, quienes debieron padecer
lo indecible por lo que les hacían a sus hijos; o me acordaba de los registros
indecentes en su casa de Gran Canaria, y hasta de las amenazas que les hacían
cuando ya estaban enfermos con patologías terminales.
Así
uno y otro día, ‘incluso dándome por imposible’, como dijo Ignacio Fontes. Dos
días antes de la cita, a Germán Gallego le salió su picardía madrileña. Estaba
cabreado, mucho y, mal encarado y serio, se dirige a mí. Ni tan siquiera me
dejó hablar. Sin más, con la mala uva del enfadado, me dice que le había hecho
creer desde que nos conocimos muchos atrás, que yo era otra clase de persona,
sin miedo y con ganas de seguir peleando. Hablaba como una ametralladora.
“Nunca te he fallado ni tú a mí tampoco, y hasta hoy. Me avergüenzo de que no tengas
arrestos para enfrentarte a este tipo. Se lo dije a Ignacio, y él también
piensa lo mismo que yo. ¿Sabes que te digo? Que no te atreves a mirar cara a
cara a Billy el Niño. Cara a cara. No por cobardía sino porque no sabes qué vas
a decirle. No vendrás, pero ese torturador seguiría haciéndolas si pudiera, un
torturador del que tú siempre dices que es un cobarde. No tienes agallas para
mirarle ‘cara a cara’ a ese verdugo, del que te digo que tendrá que pagar todo
lo que ha hecho, y no sólo por ser un torturador, sino por mil cosas.. (las
palabras exactas no son éstas, pero sí enlazan con el casticismo sin urbanidad
característico de la sinceridad de Germán. Aunque parezca lo contrario, su
monólogo me entusiasmó. Ya cuando salí a buscarlo, había desaparecido, y volví
a la redacción. Hablé con Ignacio, que estaba al tanto de la bronca que me echó
Germán y, por supuesto, le confirmé que iría con ellos a la cita con Billy el
Niño.
Dos horas después, regresó Germán
Gallego a la redacción, diciendo que, conociéndome como me conocía, sabía que
la única manera de que asistiera a la cita era provocándome; y aunque tenía
gran parte de razón, también yo estaba deseando verle la cara a Billy el Niño.
Hasta que llegó la hora. Ignacio Fontes había citado a González Pacheco, Billy
el Niño, en la cafetería del Hotel Miguel Ángel, situado en la calle madrileña
del mismo nombre, dos días después. Habían quedado sobre las once y media de la
mañana. Mi papel se reducía al del convidado de piedra. Ignacio entrevistaba y
Germán haría las fotos. En eso es en lo que quedamos. Hasta que llegó el día.
Llegamos con antelación, y fuimos
dándonos un paseo, desde el aparcamiento, hasta llegar a la entrada del hotel;
todavía faltaban quince minutos para la cita. Por inercia, entramos al establecimiento
y nos dirigimos al mostrador de la cafetería; miramos alrededor y, sorpresa
nuestro, vimos en una mesa del fondo a Billy el Niño, acompañado de un colega que reconoció Germán
Gallego. Nos aseguró que fue policía de la BPS, como Billy el Niño, ahora
dedicado a la cría y doma de perros para vigilancia. Germán no recordaba su
nombre, pero sí que lo llamaban El Vallecano, pues donde hacía su labores
policiales ‘nocturnas’ era en el popular barrio madrileño, donde contabilizaban
sus damnificados por cientos.
Después
del saludo, que evité ‘colocando’ en la mesa otro artilugio fotográfico de
Germán, empezaron a plantear la deriva de aquella entrevista periodística de
Ignacio Fontes y José Antonio González Pacheco, Billy el Niño. He de decir que
El Vallecano no abrió la boca en ningún momento ni para pedir el café; la
tensión inicial iría rebajándose con el desarrollo de la entrevista, como
íbamos comprobando. Hasta que Billy el Niño “se cargó la vajilla”, cuando
Ignacio Fontes le preguntó al propio, es decir, a González Pacheco “¿por qué
tenía tan mala prensa, como él bien sabía, de ser el más implacable torturador
entre los demócratas españoles, tanto mujeres como hombres”. González Pacheco,
Billy el Niño tenía preparada la réplica, pues sin solución de continuidad
contestaría del acelerón.
-“Se
lo debo a gente como ésa -señalándome a mí con desparpajo, aunque sin mirarme a
la cara (tuvo clavado en el piso los ojos saltones que lo caracterizan durante
el tiempo que estuvimos allí)-, que está ahí contigo”.
Entonces abandoné la compostura
silenciosa que mantuve hasta ese instante, y salté como resorte desatado. Di
tal brinco al ponerme de pie, que asusté a una pareja que ocupaba otra mesa.
Envenenado de rabia como estaba, sin más, le dije cuanto me vino a la cabeza.
“Tú eres un asesino. Tú y los tuyos, sí, estuvisteis a punto de matarme. Hasta
tal punto, que llegué a Carabanchel sin enterarme de nada, sin saber ni quién
era. Eso no se olvida nunca. Ni lo olvido yo, ni se te olvidará nunca a ti”.
Quisiera reproducir con fidelidad
todo cuanto ocurrió en breves instantes. Sé que no lo dejé hablar, y pienso que
él tampoco quería, pues no hizo ademán alguno de intentarlo mientras seguía con
los ojos saltones, fijos en el suelo, aguantando la bronca.
Aquel encuentro que hasta poco
antes discurría como cualquier sesión periodística ‘clásica’, cuando me
enfrenté a lo que dijo sobre lo que Ignacio le había preguntado, emergería toda
la tensión contenida, en mí, en Billy el Niño y en quienes formábamos el grupo
de los cinco hasta que El Vallecano desapareció al verlas venir. Un vértigo
turbador inundaría la sala de la cafetería cuando me levanté de la silla
apresuradamente. Los trabajadores y los clientes del hotel parecían
petrificados, atendiendo a lo que podía estar pasando en aquella mesa, pues
Billy el Niño, después nos lo dirían, era cliente habitual, como sus
correligionarios y demás colegas. No recuerdo qué le dije cuando salté del
golpe. Sí me acuerdo de que, mientras El Vallecano se alejaba de la escena,
González Pacheco o Billy el Niño, no volvió a decir palabra alguna, ni tan
siquiera a intentarlo. Pero allí siguió sentado mientras yo no paraba de
hablar, denunciando muchas de las sangrientas atrocidades que hizo a toda mi
gente, amigos, compañeros y a mi familia. Mientras dije lo que me pareció que
tenía que denunciar (“recuerdas hechos, circunstancias y detalles clave de la
vida colectiva, como la llamada Memoria Imantada, y cuya utilización académica
consolida nuestra comprensión histórica de acontecimientos pretéritos”, decía
Jean Jaurès en su ensayo ‘Las pruebas’, escrito en 1898, sobre el Caso
Dreyfus).
-“Yo soy gente como dices, pero
tú eres de la gentuza criminal que ha estado, durante años, machacando a las
personas decentes y luchadoras que peleaban contra la injusticia, contra la
tortura, las persecuciones y contra el terrorismo fascista que en la dictadura,
amparados en la impunidad que os daba el fascismo. Eso es lo más suave que voy
a exponerte. Pues no voy a pararme, si eres capaz de aguantar todo lo que
quiero decirte cara a cara; y por cierto, aún ni siquiera has levantado la
cabeza. Tenía ganas de mirarte a la cara, pero veo que tú no lo haces, ni
estabas haciéndolo antes. Has de saber que estoy aquí para decirte a la cara el
asesino que eres, para denunciarte el torturador que has sido y, sobre todo, he
venido para difundir a los cuatro vientos que, además, de ser un asesino,
también eres un cobarde”.
Billy el Niño no se levantó de su
sitio, como tampoco Germán e Ignacio. Mientras, yo seguía desahogándome sin
parar, exigiéndole al famoso torturador que escuchara mis denuncias. Al tiempo
que le hablaba, volvían a mi cabeza terribles escenas ‘vivas’, dándome la
sensación de que estaban sucediendo en ese mismo instante. Uno de los pasajes
que me atormentaba sólo recordándolo, derivaba de otra estancia mía en la DGS.
Estaba en una celda del sótano,
reventado del ‘tiempo’ que llevaba allí, cuando volverían a subirme hasta la
primera planta. Poco menos de seis minutos antes me habían bajado. Eran las
tres o tres y media de la mañana, según el reloj que había en la pared de aquel
cuchitril, en el que operaba Billy el Niño con su banda. Estaba molido de los
leñazos que me daban, ensañándose en el cuerpo. Los golpes y puñetazos, sólo yo
lo notaba, doliéndome así hasta los higadillos. Billy el Niño me repetía, nunca
saciado, que “esta vez sí vas a llorar, canario de mierda”. Para aguantar los
salvajadas de aquellos canallas que estaban torturándonos, habíamos aprendido
casi todos, mis compañeros y más apresados, e invariablemente, que ‘centrásemos
nuestros pensamientos’ en cualquier objeto inanimado, sin ‘salirnos’ nunca de
lo que cada uno hubiese decidido, cuando el verdugo (en ocasiones, varios
torturadores al alimón) iniciase la criminal sesión correspondiente. Cuando me
lo dijeron, en mi ignorancia supina, pensé que aprovechaban mi tercermundismo
por darme la macabra broma. Sin embargo, había razones sobradas. No era ningún
Bálsamo de Fierabrás, pero los efectos sicológicos sí que se notaban. Ineludiblemente,
yo pensaba en mis padres y en mis hermanos, a los que hicieron sufrir todas las
perrerías imaginables. Volví a denunciarlo ante Billy el Niño, en aquel lugar
donde estábamos. No se inmutó ni pronunció palabra alguna, siempre con los ojos
pegados al suelo como “la momia vestida” egipcia.
“A mi hermano Juan lo cogieron a
tiro limpio en una operación que tú dirigías. Claro que ni te acordarás. Eran
tantas las que hacías que si te recuerdo una, darías demasiadas vueltas a tu
cabeza, para saber a cuál me refiero. Voy a refrescarte la memoria. En dos
coches, llenos de los tuyos, iban detrás de mi hermano, nada más salir de su
casa por la mañana; aunque te caló y salió corriendo saltando la muralla que
estaba cerca de la casa donde vivía. Pero tuvo la mala suerte de meterse en una
calle que, en aquel momento, estaba en obras, y sin salida. Aun así, hizo todo
lo que pudo para que no lo trincaran. Los tuyos, ya cabreados me figuro,
comenzaron a disparar. Lo detuvieron porque quedó acorralado y a punto de
matarlo”.
Me acordaba de la vuelta
‘triunfante’ de Billy el Niño a la primera planta de la DGS, donde poco antes
me llevan otra vez aquella misma madrugada. “Hombre, estás aquí, y con ganas de
que te haga un hombre, de cómo tiene que ser el hombre con dos cojones”. Era
una frase que siempre salía de la boca de Billy el Niño para demostrar que era
más macho que nadie, y todos los que pasaron por sus ensangrentadas manos
escuchan de sus fauces. Enloquecido como estaba, “quería partirme en do”, como
el mismo le dijo. Detalles y pormenores de lo que maldecía, insultos a porrillo
y amenazas constantes, lo han expresado los compañeros detenidos, cuyas
espeluznantes declaraciones está foliadas e incorporadas a los legajos que
integran las diligencias judiciales del sumario abierto en los tribunales
argentinos.
En aquel estado crítico,
ahogándome con mis propias babas sanguinolentas, yo ya no podía más. Entonces,
esposado por delante desde el primer día, como me tuvieron, me lancé de cabeza
en picado contra el postigo de una de las mesas que tenían en aquella planta de
los interrogatorios, donde Billy el Niño y los secuaces de la BPS
protagonizaban sus heroicidades, que traducirían a méritos para optar a los
galardones y medallas que concedían por las propuestas de Martín Villa y otros
franquistas que continúan gobernando en la sombra (entre ellos, Utrera Molina,
el bendecido suegro del ‘tapado’ reaccionario Ruiz-Gallardón, el ministro de
Justicia que pretende que la Mujer regrese a la caverna). Uno de ellos me zancadilleó,
cayendo de plano en medio del cuartucho. Quedé boca abajo, creyendo que me
asfixiaba. Nadie se movería para levantarme o darme la vuelta. Tengo grabado,
aunque vagamente, aquel cruel e imborrable episodio. Noté cómo saltaban sobre
mi espaldas, cómo me pateaban y me tiraban del pelo. Sé que hablaron del
médico, sin saber a qué se referían. Desperté en una camilla cuartelera,
creyendo que aún estaba en la DGS. No me enteré de nada. Ni que me habían
curado, según dijeron los funcionarios. Ni que me habían llevado a Carabanchel.
Nada de nada. El doctor José Luis Barros me dijo después que había perdido el
conocimiento estando en el suelo por las barbaridades que me hicieron en la
DGS, y viendo que había sucumbido, deciden llevarme a la enfermería de la
cárcel, en Carabanchel. He entregado todo tipo de detalles que estarán
acopiados en actuaciones judiciales o las diligencias correspondientes.
Con
todo, manifestaré que, a los siete meses de mi “Certificado de Liberación
Definitiva”, firmado por Javier Cabezudo Fernández, por una crisis renal,
ingresé en el hospital. Desde entonces, los dolores en la vejiga urinaria y,
sobre todo, las progresivas incomodidades en la columna, no me abandonaron. Al
principio creí que serían patologías normales, que iban aumentando con los
años. Pero en París, tras unos análisis intensos que me hicieron en los
departamentos del Hôpital de la Pitié-Salpétrière, el diagnóstico dio un giro
esclarecedor. Tenía la columna destrozada con fracturas de distinta naturaleza,
quizás debido a cualquier accidente, o a consecuencia de las torturas, o de los
golpes que me propició la policía española en sus propias dependencias.
Sobre problemas renales, mis
crisis en la vejiga y las periódicas oclusiones para evacuar, sus opiniones y
diagnósticos determinan que venían provocadas por unas iguales causas e
idénticos orígenes. Diré que allí me facilitaron una sonda renovable,
aliviándome que tal manera, que comenzó a rescatar en mí el entusiasmo y
renovadas ganas de continuar viviendo. Siempre recordaré aquellos afectos y la
solidaridad de Olvido, quien fue conmigo a París. Como recordaré a Pedro Caba y
José Luis Barros, quienes decidieron que tenía que ir con ellos a Francia,
pensando que, con las dificultades que yo arrastraba, aquí no tenía ninguna
salida e podrían incluso provocar mi muerte prematura. Expreso, asimismo, mi
infinito agradecimiento a Ramón Sáenz Valcárcel, y a su familia; en especial a
su entrañable padre, por su amistad, solidaridad, su cariño y por cuanto se
movieron para que me restableciera, ocupados siempre de mi salud, animándome
sin tregua para que no bajara la guardia ni cayese en aquel pozo sin fondo del
terrible desánimo. Me quedan demasiadas cosas que reflejar, y quisiera hacerlo
cuanto antes. Pero ahora debo terminar este manifiesto, pues los amigos de ‘La
Comuna’ me apremian por la urgencia para enviarlo a los tribunales.
Antes de acabar con mi
comunicación, deseo que sepan que desde entonces, he consultado con muchos
médicos especialistas, tanto de la columna como de la vejiga urinaria; que cada
uno de ellos inexorablemente manifiesta que las causas de ambas patologías, sin
variación o dudas clínicas, proceden de las torturas que me infligieron los
criminales de la BPS. Diré que, en estos más de cuarenta años, me han
intervenido quirúrgicamente siete veces en la columna, con largas operaciones
que duraban unas ocho horas de media. Además, tres cirugías entre la vejiga y
el cuello vesical. Pese a que pudiera parecer que ‘acabaron conmigo’, no dejé
de batallar nunca, ni pretendo hacerlo en la medida que la naturaleza me lo
permita. Por último, manifiesto que cuantos hechos he relatado en este
‘cuadernillo de vida’ (Arturo Murillo Cazorla), han sido documentalmente
acreditados, y avaladas están las denuncias y las declaraciones que aquí
realizo. Todo esto lo he redactado, satisfecho, a petición de los amigos y
compañeros de ‘LA COMUNA’, cuya lucha dará resultados positivos, ya lo estamos
viendo, para que lo administren como deseen y lo presenten donde ha lugar.
Además, acabo diciéndoles que ratificaré este manifiesto con total disposición,
y lo haré donde sea, delante de quien sea y cuando me lo comuniquen, sin
ninguna dilación. Mientras tanto, aquí estaré para lo que me digáis; con mi
agradecimiento y un fuerte abrazo para todas y para todos.
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