«En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado. El Generalísimo Franco. Burgos, 1º de abril de 1939». A las 22,3 horas y a través Radio Nacional, Fernando Fernández de Córdoba, leía el que sería el último parte de la guerra. Había sido redactado por Francisco Franco, en la sede del gobierno del bando nacional.
Con esta alocución, hace setenta y nueva años, se ponía fin a 2 años, 8 meses y 15 días de guerra, que acabó con la victoria de lo nacionales, con el general Franco al frente, dando paso a la dictadura criminal, que duró más de cuarenta años. La guerra comenzó, tras el fracaso parcial del golpe de Estado del 17 y 18 de julio. El bando nacional lo integraba Falange Española, carlistas, monárquicos alfonsinos de Renovación Española y grupos conservadores. El bando republicano, el Frente Popular, integrado por los partidos Izquierda Republicana y Unión Republicana, el Partido Socialista Obrero Español, el movimiento obrero y los sindicatos UGT y CNT.
Los sublevados eran partidarios de un régimen de carácter nacionalista totalitario que posteriormente se transformó en el franquismo. El bando republicano perseguía diversos fines: desde el mantenimiento de la democracia parlamentaria multipartidista por parte de los partidos republicanos, hasta el establecimiento de un estado socialista por parte de comunistas y socialistas, o una revolución social libertaria por parte de los anarquistas. De forma peyorativa, debido a que obtuvo el apoyo de la Unión Soviética y del Partido Comunista, a todo el bando republicano se le atribuyó el apelativo de «rojo».
La década de los años treinta, comenzó con una dictadura, bajo los efectos de la convulsión económica producida por la crisis de 1929, y acabó con otra dictadura, legitimada por la conmoción de una guerra. La experiencia democrática más avanzada que había tenido España no pudo soportar el cúmulo de circunstancias adversas ni superar los condicionantes internacionales e internos que padeció.
El día 26 de marzo, se había iniciado la ofensiva el Ejército del Centro que no encontró resistencia en los frentes de Madrid. Los republicanos habían empezado a abandonar las trincheras, después de que fueran transmitidas por radio las famosas «Concesiones del Generalísimo», que prometían benevolencia para los militares que favorecieran la terminación de la lucha. Los soldados iban llegando al interior de la ciudad, cogían el metro en Cuatro Caminos y se iban a sus casas o se trasladaban al otro lado de Madrid, a Vallecas, para emprender camino hacia el Mediterráneo.
Mientras se producía el desmoronamiento del frente, la «quinta columna» se hizo con el control de Madrid en la madrugada del 26 al 27 de marzo. A primera hora de la mañana, un enviado del Consejo Nacional de Defensa se entrevistó con un coronel del ejército franquista desplegado en la Ciudad Universitaria y acordaron que la rendición republicana se produjera a las 13 horas del día siguiente. Esa mañana aparecieron en los balcones banderas rojigualdas y mucha gente se echó a la calle para recibir a las tropas franquistas. Tras la rendición en el Hospital Clínico, lo nacionales ocuparon la ciudad.
La situación era dramática, mientras lo nacionales tenían cercada Madrid, en el centro, combatían tanques contra tanques del Frente Popular. En la media noche del 5 al 6 de marzo, el Consejo Nacional de Defensa, presidido por el general Miaja, se dirigió al país con un manifiesto a través de Unión Radio. En el manifiesto, se deponía al gobierno de Negrín. Las unidades militares controladas por los comunistas opusieron resistencia, pero fueron derrotados (hubo cerca de 2.000 muertos). El Consejo Nacional de Defensa que se rebeló, estaba integrado por personas de prestigio del bando republicano como el general José Miaja, el coronel Segismundo Casado o Julián Besteiro, apoyado militarmente por el anarquista Cipriano Mera.
Ante el derrumbe de Cataluña, el socialista Juan Negrín propuso, en la reunión de las Cortes en Figueres, la rendición con la única condición de respetar las vidas de los perdedores. Al no poder alcanzar este objetivo se trasladó a la zona Centro con la intención organizar una evacuación, como se había realizado en Cataluña. Sus planes se vieron frustrados por el Golpe de Casado. Al día siguiente, Negrín y su Gobierno, junto con los principales dirigentes comunistas, abandonaron España para no ser apresados».
«Trabajadores. ¡Pueblo antifascista! Ha llegado el momento de proclamar a los cuatro vientos la verdad de la situación en que nos encontramos. Como revolucionarios, como proletarios, como españoles y como antifascistas, no podemos continuar por más tiempo aceptando pasivamente la imprevisión, la carencia de orientaciones, la falta de organización y la absurda inactividad de que da muestras el Gobierno del doctor Negrín». Tras el manifiesto del Consejo Nacional de Defensa, habló Casado, Besteiro y Cipriano Mera. «O la paz por España o la lucha a muerte. ¡Españoles! ¡Viva la República! ¡Viva España!». Fue la noche más difícil para la República.
Por las calles de Madrid, soldados del Frente Popular se disparaba unos a otros; comunistas, contra socialistas y anarquistas. Durante las negociaciones de Casado con el Cuartel general de Franco se habló de la evacuación al extranjero de cuantos quisieran marcharse. El plan disponía que los fugitivos se reunieran en los puertos mediterráneos para ser evacuados en barcos franceses e ingleses. Los republicanos derrotados, dispusieron de 20 días para huir, pero lo consiguieron muy pocos por falta de medios. Los barcos nunca llegaron. Así terminó la guerra en los muelles del puerto de Alicante.
Consumado el golpe de Casado, el general Franco se negó a aceptar un nuevo «abrazo de Vergara» y no concedió a Casado «ninguna de las garantías imploradas casi de rodillas por sus emisarios. Franco sólo aceptaba una «rendición sin condiciones». Casado y el Consejo Nacional de Defensa, embarcaron con sus familias el 29 de marzo en un destructor británico que los trasladó a Marsella. El socialista Julián Besteiro decidió quedarse y murió preso en la cárcel de Carmona un año después.
El 28 de marzo, las tropas franquistas entraron en Madrid; los sublevados en su ofensiva final ocuparon, prácticamente sin lucha, la zona centro-sur que había permanecido bajo la autoridad de la República. En Alicante desde el día 29, unas 15.000 personas que habían huido de Madrid y de otros lugares, se apiñaban en el puerto a la espera de embarcar en algún barco británico o francés, pero la mayoría no lo lograron. Fueron apresados por las tropas italianas de la División Littorio, al mando del general Gastone Gambara. Muchos de los capturados fueron ejecutados allí mismo.
El golpe de Casado fue innecesario porque «casi todos los grandes actores implicados aspiraban, más o menos, a lo mismo», en opinión de los historiadores Ángel Viñas y Fernando Hernández Sánchez. «No había ninguna conspiración comunista. Negrín no actuaba al dictado del PCE». Poner fin a una guerra sin perspectivas de victoria, evitando en lo posible las represalias, podía ser humanos, pero cuando se vio que ni siquiera esto sería factible, pretendieron garantizar la evacuación. La mecánica para alcanzar esos objetivos no era la misma para Negrín que para Casado, «muñidor del golpe de fuerza que liquidó cualquier posibilidad de resistencia».
«La tragedia humanitaria que desencadenó el golpe de Casado pudo haberse evitado». Paul Preston sostiene que fue un error colosal desde el punto de vista estratégico. Aunque la guerra estuviera perdida, una tercera parte del territorio estaba aún en manos republicanas. El golpe de Casado no solo frustró la posibilidad de una paz digna, sino que impidió todos los planes de evacuación y abrió las puertas a las tremendas represalias de la victoria franquista.
Casado pensaba que al ofrecer la cabeza de Negrín y el poder comunista a Franco, éste mostraría condescendencia. Pero hubiese bastado con leer aquel «monumento a la monstruosidad jurídica» que fue la Ley de Responsabilidades Políticas, para darse cuenta de qué forma se manifestaría la magnimidad del Caudillo. La realidad fue la más amarga y desastrosa posible y la mejor que Franco hubiera podido desear.
La situación había evolucionado, de una situación inicial favorable a la República, al triunfo de los militares sublevados. La República careció de la unidad y disciplina del ejército sublevado. Al comenzar la guerra escaseaban los oficiales y el peso del esfuerzo recayó en unas milicias voluntaras, sin disciplina y preparación (El Ejército Popular se creó el 16 de octubre de 1936). En el terreno internacional, el balance favoreció a Franco, que contó con la ayuda, tanto militar como económica, de Italia y Alemania. Por el contrario, la República sólo contó con la ayuda dispersa de la Unión Soviética.
El resultado del enfrentamiento fueron tres años de muerte y destrucción. Unos 600.000 españoles murieron por causas directas; a su término unos 270.000 estaban detenidos en campos de concentración y 300.000 partieron al exilio. Los daños materiales han sido de difícil cuantificación. Los niveles de la economía española de antes de la guerra no se recuperaron hasta veinte años después del final. La guerra perpetuó la división de las dos Españas y el sometimiento a una de ellas a una dictadura impuesta y represiva.
Madrid no fue tomada, se entregó sin resistencia. Para unos, la victoria proporcionaba la paz, para otros, empezaba el sufrimiento de las represión. Hoy, 120.000 víctimas se encuentran exhumadas en 2.591 fosas comunes y cunetas, sin haber recibido descanso ni reconciliación. El último parte de guerra, aquel 1º de abril de 1939, proclamaba: «la guerra ha terminado». Pero la paz tarda en llegar.
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