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A CAMBIO DEL CRIMEN, LOS ASESINOS RECIBIERON 500 PESETAS Y ASCENSOS
"Cómo logré ponerle rostro a los asesinos de García Lorca":
POR MIGUEL CABALLERO PEREZ (*)
Desde que Gerald Brenan iniciara el camino hace ya décadas, numerosos investigadores (Penon, Vila San Juan, Couffon, Auclair, Molina Fajardo y, finalmente, Gibson) han tratado de desentrañar las claves de la muerte de García Lorca.
De todos, quien más y mejor ha documentado algunas de las incógnitas que rodean ese crimen ha sido el granadino Eduardo Molina Fajardo, quien en su libro "Los últimos días de García Lorca" aporta datos fundamentales sobre los postreros momentos del poeta y el lugar de su ejecución. Aparte de que nadie le negó en Granada ningún documento en razón de su posición social, Molina contó con importantes testimonios orales de personas que intervinieron en los hechos y los describieron con la confianza de contárselo a un viejo camarada de Falange Española, director del diario "Patria".
De este modo pudo recoger los relatos de varios falangistas: José María Nestares, capitán y jefe del sector militar donde se produjo el crimen; Joaquín Espigares Díaz, agricultor y panadero de Víznar, jefe de Centuria de Falange en dicha zona; Pedro Cuesta Hernández, agricultor y jefe de escuadra de Falange, que fue durante años el alcalde del pueblo granadino de Güevejar y que custodió el edificio donde el poeta paso su ultima noche y, asimismo, del masón granadino, que el investigador esconde tras las siglas A.M.de la F., detenido junto al poeta.
También colaboró el hijo de Nestares, Fernando, que entrevistaría a un desganado y reticente Ruiz Alonso. Una de las virtudes fidedignas de estas declaraciones es que fueron hechas en distintas épocas y fechas –pues cuando Molina Fajardo habló con los diversos testigos, - éstos no mantenían ningún tipo de relación entre sí y ni se habían tratado entre ellos desde el final de la Guerra Civil– y que son coincidentes en las circunstancias y hechos.
Partiendo de ahí, mi investigación consistió en comprobar documentalmente los mencionados testimonios, labor que realicé durante varios años, cotejando multitud de documentos oficiales y consultando numerosos archivos. Así quedó demostrado que las confesiones recogidas por Molina tienen un alto grado de verosimilitud. y que sus autores no mintieron cuando los entrevistó. Sin embargo, el prematuro fallecimiento del periodista dejó pendiente la identificación certera de los autores materiales de la muerte de Garcia Lorca, aunque me dio las pistas necesarias, con ciertas confusiones, para poder llevarla a término. Y a este empeño he dedicado buena parte de mi labor, de la que puede servir de ejemplo el proceso que condujo a identificar al jefe del pelotón asesino: Mariano Ajenjo.
Molina afirma que los ejecutores formaban parte de una escuadra destacada en el sector de Víznar, perteneciente a la 30ª compañía de la Guardia de Asalto, con base en Granada, al mando de un cabo que identifica como Mariano Asenjo y natural del pueblo granadino de Jun. A partir de ahí, inicié una laboriosa búsqueda, sin ningún éxito, entre las personas mayores de esa localidad que pudieran conocerle y en el cementerio. Sin embargo, tuve mejor suerte con los libros del Registro Civil y encontré la partida de su matrimonio, en 1915, con una mujer de Jun, lo que demostraba que se llamaba Mariano Ajeno Moreno y era natural del pueblo toledano de Huerta de Valdecarábanos. Conocido su verdadero y completo nombre, procedí a comprobar si había sido guardia de asalto y, tras confirmarlo con su familia, una consulta de su propio expediente personal, conservado en la Direccion Geneal de Policia, demostró inequívocamente que era el jefe del pelotón que asesinó a Lorca en la fecha en que fue fusilado el poeta, en la madrugada que va del día 16 al 17 de agosto. Pesquisas semejantes me llevaron a descubrir y comprobar la identidad de los restantes miembros del grupo que acabó con la vida del poeta, así como la de quienes le condueron de Granada a Víznar y le vigilaron en sus últimas horas.
Cabe añadir que las lápidas de los cementerios, convenientemente rastreadas, me aportaron indicios clave para poner rostro y seguir la peripecia, tras la Guerra Civil, de los asesinos de Lorca y de otras tantas personas inocentes que reposan forzosamente en las fosas de Víznar y Alfacar.
Asimismo, conservo un listado oficial bastante completo de los participantes en aquellas matanzas selectivas, ocurridas entre julio y diciembre de 1936, período álgido por el número de asesinatos. Los verdugos, unos voluntarios y otros forzados, recibieron un premio en metálico de 500 pesetas y un ascenso en el escalafón del cuerpo de la Guardia de Asalto y Seguridad, posteriormente conocida como Policia Armada y de Tráfico.
(*) MIGUEL CABALLERO PÉREZ, es autor del libro "Las trece últimas horas en la vida de García Lorca", Madrid, editorial "La Esfera"
Fuente → canarias-semanal.org
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