dilluns, 18 d’octubre del 2021

Buen morir versus asesinato. Unas pinceladas históricas. ROSA TORAN Historiadora. Amical de Mauthausen y otros campos.

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Grupo de médicos que llevó a cabo el programa Aktion T4.
Grupo de médicos que llevó a cabo el programa Aktion T4.

Algunas frases oídas en el reciente debate parlamentario sobre el inicio de la tramitación de la Ley de Eutanasia, y en la medida en que discursos y proclamas públicas de este género necesitan un mínimo de soporte intelectual, nos inducen a recomendar algunas lecturas elementales, no agobiantes, a quienes, una vez más, se han erigido en autores y cómplices de esta práctica de las mentiras y las banalizaciones.

El psicólogo José Antonio García Marcos escribió en el 2000 Hadamar primero, Auschwitz después. Un relato para el recuerdo. Psiquiatría y "eutanasia" en la Alemania nazi, y en sus páginas nos descubre el carácter experimental que cobró la mal llamada eutanasia en la posterior "Solución final". El libro está dedicado "A los más de 200.000 enfermos mentales considerados por el nazismo enemigos genéticos de la raza aria y asesinados en serie dentro de un plan secreto denominado AKTION T4".

En Alemania, especialmente desde la década de los ochenta del siglo pasado, han proliferado los estudios sobre la criminal política nazi de eliminación de discapacitados, enfermos mentales, "asociales", ancianos, niños, etc. conocida bajo la denominación  Aktion T4, uno más de los eufemismos generalizados durante el III Reich para enmascarar sus asesinatos.

Tiempo después y culminando estudios anteriores, en 2014 vio la luz en España la obra del reputado historiador Götz Aly, un año después de su aparición en Alemania, Los que sobraban. Historia de la eutanasia social en la Alemania nazi 1939-1945. El mismo Aly, junto a Klaus Hartung, redactó el siguiente texto para la gran placa conmemorativa inaugurada en 1989 en el espacio que ocupaba la oficina que albergaba el complejo administrativo de la T4, hoy ocupado por una plaza pública y la Filarmónica de Berlín:

"EN HONOR DE LAS VÍCTIMAS OLVIDADAS. En este lugar de la calle Tiergarten 4, se organizó, a partir de 1940, el primer asesinato en masa del gobierno nacionalsocialista, conocido como "AKTION T4" por el nombre de esta dirección. Entre 1939 y 1945 fueron asesinados casi 200.000 (rectificación impuesta al redactado original que rezaba "más de 200.000") seres humanos indefensos. Sus vidas fueron calificadas de "indignas de ser vividas" y su asesinato se llamó "eutanasia". Murieron en las cámaras de gas de Grafeneck, Brandenburgo, Hartheim, Pirna, Bernburg y Hadamar. A unos los mataron pelotones de ejecución y otros sucumbieron de inanición o envenenamiento planificados. Los perpetradores fueron científicos, médicos, cuidadores y miembros de la Justicia, la Policia y la administración de Salud y Trabajo. Las víctimas eran pobres, desobedientes, estaban desesperadas o necesitaban ayuda. Venían de clínicas psiquiátricas y hospitales infantiles, de residencias de ancianos y centros de asistencia, de hospitales militares y campos de reclusión. Las víctimas fueron muchas, los perpetradores condenados, pocos".

Con las anteriores palabras sobran explicaciones sobre las radicales y claras diferencias entre los asesinatos planificados encaminados a reducir costes económicos y a preservar la pureza racial y el derecho a morir dignamente de las personas que deciden de manera expresa y consciente elegir el momento y los medios para poner fin a su existencia de forma pacífica y sin sufrimientos, cuando se encuentren en fase terminal e irreversible.

No ignoramos los largos debates y las dudosas prácticas eutanásicas llevadas a cabo en diversos países desde las primeras décadas del siglo pasado, sin embargo en la Alemania nazi los asesinatos adquirieron una especificidad nunca antes vista ni practicada en tal amplitud, hasta el extremo de convertirse en un tabú en la sociedad alemana, dada la aceptación mayoritaria de las prácticas de un estado criminal, que se cobró millones de víctimas. Ante aquella realidad aparecen preguntas inquietantes: ¿Por qué tuvo tan poco seguimiento en la iglesia católica (defensora de la vida por antonomasia) la denuncia de su obispo Von Galen el cual desde el púlpito de Münster se atrevió a verter sospechas sobre las desapariciones de vecinos y arremetió contra las matanzas de inocentes? ¿Por qué la comunidad científica, celadores, enfermeros, funcionarios, chóferes de los "autobuses negros" se convirtieron en autores y cómplices de los crímenes, por encima de las consabidas explicaciones y justificaciones de cumplimiento de órdenes? ¿Por qué fueron pocas las familias que lucharon para escamotear a sus allegados de las garras de los asesinos o se avergonzaron de su tragedia? Cuestiones complejas a las cuales con lecturas y reflexión podemos aventurar respuestas y lecciones para nuestros días, lejos de afirmaciones falseadoras que priven a los oyentes de su capacidad para comparar y dilucidar el alcance de términos tan contundentes como asesinato o economía en el gasto público, frente a la compasión y empatía hacia los seres que sufren, próximos o lejanos.

Cabe también recordar que a las más de 200.000 personas catalogadas como "vidas indignas de ser vividas" o "ajenos a la comunidad", cuyas primeras víctimas fueron los propios berlineses, acabaron sumándose personas de todo el imperio del Reich, los soviéticos y los internados en los campos de concentración. En Mauthausen, antes de la construcción de la cámara de gas, miles de internados fueron trasladados al castillo de Hartheim, uno de los seis centros de eutanasia del Reich, para ser exterminados, una vez que la operación Aktion T4 fuera interrumpida en sus finalidades iniciales y continuara de forma encubierta, sin disminuir su rigurosidad. A partir de 1941, cuando la guerra se encaminaba hacia un conflicto duradero y dejaba de ser una victoria fácil, con la resistencia en la Unión Soviética y los primeros bombardeos aliados, las progresivas deportaciones derivaban en necesarias búsquedas de espacio en los campos de concentración y también en los hospitales y establecimientos de "curación". Y entre los destinados al gaseamiento trasladados desde Mauthausen a Hartheim, hubo 449 republicanos, cuyos nombres quedaron acreditados por Joan de Diego Herranz, que en aquel entonces ya ocupaba un lugar privilegiado como tercer secretario del campo. Eran hombres mayores o enfermos privados de fuerza para el trabajo y cuyas cenizas volaron hacia los cielos austríacos.

Son bien conocidos los cobardes intentos de los nazis de borrar las huellas de sus crímenes. En el caso aludido de lo sucedido en Hartheim, en el mes de diciembre de 1944 el comandante de Mauthausen mandó organizar un comando para destruir las instalaciones mortíferas del cercano castillo y entre los hombres a los que se encomendaron estas tareas -entre ellas el tapiado de la cámara de gas- se encontraba el republicano Miguel Juste Compañe, que atinó a llevar a cabo una acción para preservar para la posteridad el testimonio material de los crímenes. Así, en los años noventa, cuando se llevaron a cabo los trabajos de restauración y habilitación del castillo se encontró una botella con un papel en su interior que reza "Esta puerta la zerró el Español Miguel Juste. Prisionero en Mauthausen. 18-12-44" y que actualmente está expuesta en el Memorial.

Memorial de Hartheim, ante cuyas instalaciones, cenotafio, muros, con todos los nombres grabados de los asesinados de todas las edades, y placas en su recuerdo (entre ellas las ofrecidas a los republicanos españoles) se oprimen los sentimientos de rabia y compasión, a la vez que ayudan a dilucidar con total claridad entre la muerte digna y el asesinato.