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Criadas en el seno de familias de toda clase, la Segunda República les otorgó la oportunidad de progresar, truncada después por el exilio al que les obligaron los militares golpistas. Un documental recoge los testimonios de una docena de mujeres refugiadas en México tras la Guerra Civil
Encarnita Tagüeña fue desterrada de Madrid y, cuando murió su madre, se marchó a México. JAVI LARRAURI
Hombres y mujeres de toda condición se vieron abocados a un exilio doloroso tras la Guerra Civil. Los primeros meses de 1939, casi medio millón de españoles huyó por la frontera francesa. Junto a trabajadores, funcionarios, políticos y excombatientes vinculados a la defensa de la República, convivieron en el largo camino del destierro personalidades del ámbito cultural y artístico, docentes, científicos y profesionales cualificados. El país quedó así marcado por un significativo déficit intelectual, al que añadir el retraso en derechos y libertades que trajo consigo el franquismo.
Quienes partieron hacia el exilio se llevaron consigo el progreso adquirido durante el paréntesis republicano: cinco años que resquebrajaron el retraso social y que aportaron a la mujer cuotas de derechos desconocidas hasta la fecha.
Precisamente, las jóvenes exiliadas que arribaron a lugares como México -donde el voto femenino no se logró hasta 1953- experimentaron el choque social, consecuencia de sus formas más vanguardistas de percibir la realidad. En 1945, se contabilizaban 16.000 exiliados españoles en el país norteamericano. El 40% eran mujeres.
"Teníamos una mentalidad más abierta; allí estaba muy mal visto ir solas a los cafés y andar sin medias; pero nosotras lo hacíamos, así que nos miraban raro", recuerda Carmen Romero(1920) que, tras pasar por diferentes campos de concentración en Francia, alcanzó Veracruz con su familia a bordo del Nyassa en 1942. "Nosotras trabajábamos e íbamos a la universidad, y había pocas mexicanas que también lo hicieran", cuenta a cámara en el documental La luz de aquella tierra, en el que el artista plástico y realizador audiovisual Javi Larrauri ha recuperado los testimonios de doce exiliadas republicanas.
Durante sus años activos, Carmen trabajó como secretaria de un director de cine y en la revista militar Defensa, fundada por su padre. Mari Carmen Bilbao (1929), que estudió arquitectura, recuerda que en su facultad eran "poco más de 15 mujeres". Esta burgalesa que llegó a México en el mismo barco que Carmen Romero se dedicó a la docencia durante 50 años, llegando a dar clases en a Universidad Autónoma de México.
Las exiliadas en el país norteamericano desempeñaron variadas profesiones como trabajadora de laboratorio, odontóloga, profesora de instituto, de universidad y escritora, entre muchas otras, sin mayores escollos, lejos de la realidad por la que atravesaba la mujer en la España de la posguerra. Otras, siguiendo los dictados de los convencionalismos de la sociedad mexicana, dejaron sus trabajos al casarse.
Larrauri ideó este proyecto, en el que une el género documental con el artístico gracias a los cuadros y fotografías de las protagonistas, siguiendo la estela de anteriores trabajos en los que ha conjugado diferentes soportes culturales.
"En 2012 fui a México a inaugurar la exposición Mujeres republicanas, y allí hay una grandísima comunidad de republicanos, así que aproveché el viaje para conocer y entrevistar a todas las exiliadas que pude", aclara.
"Decidí volver a centrarme en las mujeres porque son las eternas silenciadas por los hombres en todos los aspectos, y contribuir así a feminizar la memoria histórica republicana para que la labor de ellas no quede eclipsada por una historia que se escribe en masculino", puntualiza. La muestra con los cuadros y fotografías se estrenó la pasada primavera en Badajoz. El documental se ha proyectado recientemente en la Casa de América, y una de sus siguientes paradas será el país de adopción de las protagonistas.
México, afín a la República
El gobierno mexicano de Lázaro Cárdenas se posicionó a favor de la República desde el inicio de la Guerra Civil, y envió a España 20.000 fusiles y 20 millones de cartuchos. En agosto de 1940, México acordó con las autoridades de la Francia de Vichy garantizar la subsistencia de los españoles sin recursos retenidos allí, y asumir el transporte marítimo para desplazarlos hasta el país azteca. Un año antes, quienes habían logrado cruzar la frontera francesa fueron apresados por gendarmes y sumidos en un itinerario hostil de campos de concentración.
A pesar de encontrarse ya en territorio francés, los militares franquistas no se olvidaban de ellos. El ministro falangista de Exteriores Serrano Suñer viajó en septiembre de 1940 a la Alemania nazi para recabar ayudas en la persecución de los exiliados. "Recuerdo que en el camino vi cómo los aviones alemanas ametrallaban a la gente", apunta Isabel Rosique (1926), otras de las mujeres exiliadas en México.
Tras padecer todo tipo de enfermedades, frío, hambre y miedo, pisar suelo mexicano tuvo un efecto reparador. "Nada más llegar, nos dieron 60 pesos a cada miembro de la familia, y fuimos a comer pollo frito. Al ir a pagar, nos dijeron: Ustedes son refugiados, han venido en el barco, no les vamos a cobrar", ilustra Carmen Romero.
Coro Arizmendi (1929), que llegó a México a bordo del Alsina junto con cientos de republicanos españoles y de judíos que huían de los nazis, destaca las tardes culturales en el Colegio Madrid, centro escolar fundado por el Gobierno de la República en el exilio. "Cuando salíamos de clase, nos encontrábamos con Emilio Prados [poeta de la generación del 27], que nos recitaba los versos que quisiéramos. Era maravilloso, y salieron muchos poetas gracias a su influencia", relata en La luz de aquella tierra. Esta mujer, que estudió odontología y emprendió su propia clínica, ha venido a ser la doctora del exilio, como ella misma reconoce, por la atención que dedicó, fuera de su horario comercial, a los refugiados que llegaban a México huyendo de los golpes militares en países latinoamericanos durante la segunda mitad del siglo pasado.
Mercedes Gili (1918) trabajó de maestra en el Colegio Madrid, en la capital mexicana, y allí trataba de aplicar los métodos educativos del Instituto Escuela de Madrid, que bebía de los principios de la Institución Libre de Enseñanza. "Muchos veníamos de allí", aclara.
Ahora, estas mujeres perciben el desarraigo tan propio del exiliado, y no terminan de sentir la pertenencia completa a un solo país. "Somos de un lugar extraño que no es ni México ni España", suspira Mari Carmen Bilbao. De lo que tienen completa seguridad es "de la fortuna" de no haber vivido en "aquella España tan horrorosa".
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