Un paraíso fascista, la gran urbe de la actividad y el imaginario de la extrema derecha. Es en lo que se convirtió Madrid para los líderes nazis y referentes del fascismo internacional que, procedentes de distintos países europeos, confluyeron en la capital desde los años 40. Era un lugar seguro al que huir de la justicia aliada tras la Segunda Guerra Mundial y seguir manteniendo su actividad. No era extraño que se encontraran paseando por las principales calles del centro, en las zona de Gran Vía, Alcalá y Castellana. Socializaban en restaurantes, hacían negocios e intentaban repensar su proyecto político en un momento en el que el fascismo caía en Europa pero el franquismo se mantenía en España.
Así lo detalla en Madrid, metrópolis (neo)fascista, que acaba de publicar Crítica, el historiador Pablo del Hierro, en el que desgrana este desconocido entramado que consolidó la ciudad como una referencia para la extrema derecha. El profesor de Historia de Europa de la Universidad de Maastricht da cuenta de los pasos que dieron los extremistas con enorme detalle, por dónde se movían, qué organizaciones abrieron en la capital y cómo hacían uso de las llamadas ratlines o rutas de las ratas, un sistema del que formaba parte Madrid concebido para ayudar a los criminales a escapar y esconderse en otros países como Argentina o Brasil.
Tras la Guerra Civil, Madrid pasa de ser símbolo del antifascismo a nivel internacional a ganar importancia dentro del mundo fascista, tanto como para convertirse en un nodo clave de la red. ¿Cómo se produjo ese cambio?
Es una conjunción de factores tanto internos como externos. El régimen de Franco quería presentarse al mundo como acorde a los nuevos tiempos con la idea de que se había iniciado una nueva etapa en Europa en la que las democracias eran parte del pasado. Promueven una imagen de Madrid como nueva capital del régimen franquista y empiezan a resignificarla porque, efectivamente, venía de ser vista como todo lo contrario.
Por otro lado, tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial de los regímenes fascistas, muchos referentes del fascismo y perseguidos por la justicia aliada huirán hacia España y en particular Madrid, donde les expiden documentación y tienen ya contactos. Un poco más tarde, con la Guerra Fría, los aliados dejarán de perseguir a estos criminales de guerra porque cambian sus prioridades, el enemigo ya no es el nazismo o el fascismo sino el comunismo, e incluso algunos sectores pasan a ver a estas personas como posibles socias. En este nuevo contexto, España es un sitio estupendo para reorganizarse y replantearse como alternativa política.
Estos países que cambiaron de prioridades, ¿llegaron a establecer algún tipo de colaboración con los fascistas refugiados en Madrid?
Aunque hay muchas diferencias internas, hay sectores dentro de la CIA, dentro de algunos gobiernos europeos y algunas voces, sobre todo entre actores militares, que dicen que esta gente es útil. Es un momento en el que están convencidos de que la guerra entre los dos bloques es inevitable y la gran mayoría de planes de defensa parten de la península ibérica, así que necesitan crear una estructura. La gente de la red en Madrid, con el coronel de las SS Otto Skorzeny a la cabeza, plantea construir un ejército en la sombra con los fascistas huidos y se lo manda a la CIA, que lo estudia. Lo rechazan porque piensan que es demasiado, pero sí va a quedar esa idea en algunos servicios secretos de mantener contactos y seguir a esa gente por si en algún momento se pueden usar en clave anticomunista.
El régimen tenía motivos personales e ideológicos y la sensación de estar en deuda con ellos, pero también podían ser moneda de cambio para que España obtuviera ventajas diplomáticas
Cuenta en el libro que hubo un momento en que hubo un debate en el gobierno franquista sobre esto. ¿Cuál fue la actitud que mantuvo en general?
Indudablemente, contó con su aprobación y conformidad. En 1945 se debate –el régimen no es monolítico–, pero se acaban imponiendo las voces que dicen que hay que desarrollar una tolerancia activa, como la llamaban, con estos grupos. Hay motivos de lazos personales e ideológicos y la sensación de estar en deuda por haberles ayudado a ganar la guerra, pero también es que pueden ser moneda de cambio para que España obtenga ventajas diplomáticas. Se ve muy claro en el caso del rexista León Degrelle. El Ministerio de Asuntos Exteriores español le dice al belga que si envían un embajador y normalizan las relaciones diplomáticas les entregarían a Degrelle. Bélgica no entró al trapo.
¿Qué referentes fascistas alojados en Madrid fueron los más destacados de la red? ¿Ha contabilizado a cuántos pudo acoger?
Es muy difícil calcularlo. En los momentos de máxima expansión, rondará las mil personas y las rutas de escape ayudan a varios cientos también, pero es que la red cambia con el tiempo y es fluida. Sobre los integrantes más importantes, hay algunos autóctonos clave a la hora de convertir Madrid en un paraíso fascista como Raimundo Fernández Cuesta, secretario general de Falange, Ramón Serrano Suñer y Agustín Muñoz Grandes. Entre los extranjeros, Degrelle tiene mucha importancia; también Junio Borghese, exiliado tras dar un golpe de Estado fallido en Italia y buen amigo de Blas Piñar. Borghese montó el presídium, que fue el momento de mayor ambición del neofascismo en los 70, con la idea de crear un movimiento global con sede en Madrid.
Sostiene en el libro que Madrid tuvo un papel fundamental en la conformación del neofascismo. ¿Y en mantenerlo vivo?
Sí, es lo que trato de defender. Madrid no fue la única ciudad del nodo: hubo otras importantes como Lisboa o Buenos Aires, pero Madrid se mantiene dentro de las muy importantes durante mucho tiempo, casi ininterrumpidamente. Permite a los fascistas tener un lugar seguro primero en el que refugiarse y después, y esa es la clave, desde el que reorganizarse políticamente. Compartían ideas, publicaban, se reunían, organizaban actos...Y desde ahí pudieron montar su movimiento político. Varias organizaciones fascistas como la OAS, Joven Europa, Fuerza Nueva o Frente de la Juventud se crean en Madrid, que lo que hace es acelerar la reagrupación de la extrema derecha o el fascismo tras 1945, un momento en el que está en una situación muy delicada. Les facilitó mucho la vida.
Ese momento en el que el fascismo repiensa su estrategia tras la derrota de la Segunda Guerra Mundial es una readaptación a un nuevo contexto internacional en el que el movimiento deja atrás el clásico fascismo para pasar a lo que denomina neofascismo. ¿Cuáles son las diferencias?
Es difícil de responder porque hay mucha discusión entre historiadores. En gran medida, lo que hacen los fascistas desde que sufren los primeros reveses es hacer autocrítica y preguntarse qué han hecho mal, eran hegemónicos y su proyecto dominaba Europa en 1940 y 41 y dos años después pintaba mal. Surgen distintas voces y llegan a conclusiones como la necesidad de asumir que ya no es un movimiento de masas y deben renunciar a la creación de movimientos políticos paramilitares.
Se dan cuenta también de que los países occidentales están abrazando las democracias y deben tomar una decisión. Piensan en aceptar el juego democrático para volver a se relevantes, no les gustan los partidos, así que se constituyen en movimientos. Digamos que aceptan las reglas del juego, pero son antiparlamentaristas, dicen que el problema es el exceso del legislativo y buscan un poder ejecutivo fuerte. Además, entienden que tienen que renunciar al término fascismo, es un debate muy largo y complicado, pero saben que a nivel de relaciones públicas y de marca cualquier proyecto político que vaya asociado a esa palabra lo tendrá complicado, así que la evitarán.
Es fundamental para explicar qué está ocurriendo ahora con la extrema derecha investigar qué ocurrió en los 90 y principios de los 2000 y llenar ese vacío historiográfico
¿Es ese uno de los grandes éxitos de la estrategia de la extrema derecha que explicaría su auge actual? No mostrarse como tal...
En 1949 una de estas figuras, Pierre Daye, que había estado en España pero ya entonces estaba en Argentina, escribe una carta en la que dice que el fascismo como periodo histórico ha pasado ya, pero no todo el fascismo y que hay cosas que merece la pena conservar para erigir el nuevo proyecto político y atraer a las generaciones más jóvenes, para lo que defiende renunciar al nombre mismo. Qué duda cabe de que el haber dejado atrás el término fascismo es un éxito de branding (proceso de crear, construir una marca) porque lo que hace es legitimar este tipo de movimientos políticos que aunque tienen conexiones con el fascismo, no aparecen de manera evidente y se presentan como más votables.
Que Madrid, y España, fueran claves para la continuidad del fascismo, ¿hasta qué punto puede vincularse con el auge actual de la extrema derecha?
Es un salto muy importante que no trato en el libro, que aborda la reagrupación fascista en Madrid, el momento de auge en los 70 y el fracaso en los 80, pero creo que investigar qué ocurrió en los 90 y principios de los 2000 es fundamental para explicar qué está ocurriendo ahora. Por eso al final del libro hago un llamamiento en este sentido a los investigadores.
No podemos caer en la contradicción de decir que el neofascismo es una amenaza y al mismo tiempo que estos grupos solo están formados por mamporreros que no han leído ni un libro. Son peligrosos porque no son estúpidos
Mi sensación es que algunas de las estrategias aplicadas anteriormente las abandonan, por ejemplo, la idea de golpe de Estado o de cacerías en las calles. Y se opta más por la visión de Alain de Benoist, uno de los grandes asesores de Jean-Marie Le Pen, que viene a decir que la alternativa política debe ser creíble, percibirse como legítima y desde la que construir una hegemonía cultural.
¿Un nuevo momento de readaptación del fascismo?
Exactamente. Y ahí concurren distintos factores porque lo que tenemos a partir de 2008 es una tormenta perfecta: la crisis económica y la irrupción de las redes sociales. Utilizan la primera para desacreditar el sistema y presentarse como opción legítima, porque lo que hemos visto en los últimos años es una legitimación de la extrema derecha que, a su vez, interviene de manera muy fuerte en el debate político a través de las redes creando esa hegemonía cultural.
¿Es algo nuevo?
Es algo que viene de antes, ya en los 50 fueron muy creativos con publicaciones y revistas para tratar de influir en el discurso y son de los mejores usando este tipo de herramientas. Además, son conscientes de que deben buscar sinergias internacionales, es algo que hacen desde el 45 y que ha pervivido. Estas ideas no se basan en ninguna investigación, es más una impresión, por eso creo que es clave llenar ese vacío historiográfico desde los 90 y analizar qué influencias tiene la extrema derecha, qué partidos por ejemplo fueron importantes en los 90 y 2000 y puedan tener conexiones con Vox. Esa fue la época del 'euro-optimismo' y de la idea de que la extrema derecha era totalmente residual, pero la realidad es que se retrae para pensar el proyecto, pero no desaparece.
Volviendo a la idea de construir hegemonía cultural, estamos viendo muy claramente las batallas ideológicas que quiere dar la extrema derecha...
Sí, y eso viene de los años 50 y 60, cuando ya tienen pensado sumarse a los grandes debates del momento y marcar agenda. Y ahí han visto campo abierto en cuestiones identitarias donde ven que pueden tener más las de ganar. Se sienten muy cómodos con un discurso muy sencillo, muy básico, que llega mucho y en el que a la izquierda pueden vérsele más las costuras porque presenta distintas corrientes.
En las conclusiones del libro apunta a la necesidad de acabar con ese frase tan manida que afirma que el fascismo se cura leyendo o viajando. ¿Por qué?
Llevo años cuestionando esa idea porque cuando vas viendo las biografías de los referentes y líderes de la extrema derecha ya desde los años 20 hasta nuestros días ves gente que viajaba y leía un montón. La clave quizá no es tanto viajar sino cómo se viaja, salir de la zona de confort, no siempre ir a los mismos sitios ni sectores sociales y hablar con la misma gente.
Pero, en todo caso, no podemos caer en la contradicción de decir que el neofascismo es una amenaza y al mismo tiempo que estos grupos solo están formados por mamporreros que no han leído ni un libro. Son peligrosos porque no son estúpidos. Dentro del fascismo habría quien se dedicaba a ir con un bate de béisbol, pero había gente que viajaba y leía tanto a autores de extrema derecha como de izquierda; es gente que entiende el juego político de la época. Si no somos capaces de hacer una crítica que parta de la base de que la extrema derecha es peligrosa porque tiene a gente inteligente que se sabe mover, nos vamos a quedar dentro de una paradoja que nos maniata y no nos permite dar toda la lucha que deberíamos.
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