El 31 de octubre de 1939 Leonor Ferrer y su hija, Leonor Coscollà, visitaron la prisión del monasterio de San Miguel de los Reyes, en València, donde estaba encerrado el marido y padre de ambas. Vicent Coscollà Ibáñez, militante del Partido Socialista, fundador y presidente de la Unión General de Trabajadores (UGT) en esta localidad y alguacil de Xeraco, había sido sentenciado a muerte en aquellas farsas judiciales de los primeros meses del régimen de Franco. Mientras ambas entregaban el cubo de hierro en el que le llevaban comida, Vicent trasladó a su esposa e hija la mejor de las noticias que en ese momento podía dar: Franco le había conmutado la pena de muerte. Pero dos días después, el 2 de noviembre, junto a otros 27 hombres, moría fusilado en el paredón de Paterna.

La familia lo supo poco después, de boca de una vecina de Xeraco, y a partir de ahí Leonor Ferrer no tuvo más remedio que empezar una nueva vida, siempre vestida de luto, para sacar adelante a sus cinco hijos, a los que solo les dijo que el padre había muerto, pero nunca les explicó en qué terribles circunstancias. El franquismo, además de represión y muerte, imponía silencio y las viudas casi siempre cumplían ese precepto con el único deseo de proteger a sus hijos.

Vicent Coscollà fue enterrado en la Fosa 100 del cementerio de Paterna, la misma de la que en los últimos años se ha venido inhumando a decenas de asesinados por las autoridades franquistas. Cuando la familia de Xeraco supo que allí estaba su cuerpo, nadie dudó a la hora de iniciar cuantos trámites fueran necesariospara sacarlo y llevarlo al cementerio municipal, donde Leonor Ferrer, su esposa, descansa con una lápida «falsa» en la que, además del suyo, también está el nombre de su marido. 

No pocos familiares confiesan que durante años pensaron que, efectivamente, era así, porque esa ley del silencio incluso llegó a transmitirse a la siguiente generación.

De los cinco hijos que tuvieron Vicent y Leonor quedaban tres cuando empezaron las gestiones: Leonor, Rosa y Carmen, pero ahora solo queda la primera, de 94 años, que, con una sorprendente lucidez, todavía recuerda aquel 31 de octubre de hace 83 años, cuando vio a su padre por última vez en la prisión de València.

Sus dos hermanas no han vivido para enterrarlo con dignidad, pero ella sí. Este sábado, acompañada de algunos de los 15 nietos y otros familiares, estará en el cementerio de Paterna para recoger el cofre con los restos de su padre, identificado con toda seguridad a partir del ADN tras un análisis realizado en el País Vasco después de un primer intento fallido.

«Espero no morirme antes del sábado», exclama Leonor en el encuentro mantenido con este periódico, durante el que, junto a un sobrino y una sobrina, contó los pocos recuerdos que mantiene del padre fusilado cuando ella acababa de cumplir 11 años.

Jaume Coscollà, uno de los nietos de Vicent, explica que durante años su tía Rosa, fallecida en noviembre del año pasado, visitaba habitualmente el cementerio de Paterna hasta que le dijeron que el cuerpo ya no estaba allí. El enterrador incluso le entregó cinco pedazos de la ropa que llevaba el día que lo fusilaron y que ella guardó como un tesoro hasta su muerte.

Los trámites para la recuperación del cuerpo empezó cuando Jaume Coscollà tuvo noticias de que su abuelo podía estar en Paterna. Se puso en contacto con Teresa Llopis, la presidenta de la asociación de familiares de las víctimas enterradas en la Fosa 100. «Cuando le dije que aún vivían tres hijas me respondió que se tenía que actuar con rapidez, algo que siempre le agradeceré», dice Jaume. Gracias a las leyes de Memoria Democrática accedieron a ayudas públicas, pero los problemas derivados de la pandemia y el primer intento fallido de identificar el cuerpo cotejando su ADN con el de sus hijas ralentizó el proceso. Todavía no hace dos meses que murió Carmen, que también había expresado el lógico deseo de poder enterrar a su padre junto a su madre.

«Por supuesto que estaré en Paterna, no renunciaría a ello por nada del mundo», dice Leonor con un convencimiento absoluto. Este sábado tendrá la posibilidad de decidir si toma para sí algunos objetos que han permanecido junto a su cuerpo durante 83 años, o si opta por dejarlos para depositarlos, junto a tantos otros de muchas otras personas, en el monumento que se levantará en Paterna para recordar la memoria de quienes allí perdieron la vida.

Después de recoger el cofre se desplazará a Xeraco con su familia, donde también habrá un sencillo acto de homenaje en el cementerio. Seguidamente pondrá los restos junto a los de su madre, y entonces la lápida dejará de mentir porque en ese nicho descansarán Vicent Coscollà y su mujer, Leonor Ferrer, a quien la última vez que vio le dijo con alegría que su pena de muerte había sido conmutada.

Oliva. Las nietas de Vicent Alemany Mestre también recuperan el cuerpo para enterrarlo

Los dos cuerpos rescatados de la Fosa 100 del cementerio de Paterna que hoy se entregarán a sus familiares corresponden a víctimas del franquismo de la Safor. Junto al xeraquero Vicent Coscollà Ibáñez, cuyo cofre será recogido por su hija Leonor, se encontrarán las nietas del olivense Vicent Alemany Mestre, que posteriormente, junto a otros familiares, acudirán al cementerio de esta localidad para proceder al entierro digno que se le negó cuando fue fusilado.

Vicent Coscollà y Vicent Alemany estaban entre los 28 hombres, todos ellos de localidades de la Safor excepto uno que era de Xàtiva, que fueron ejecutados en la madrugada del 2 de noviembre de 1939 en el paredón de Paterna. En ese periodo, poco después de terminada la guerra civil, Franco ordenó una brutal represión que incluyó miles de fusilamientos de hombres y mujeres que defendieron la libertad y la legitimidad de la República Española.