Blog d'en Jordi Grau i Gatell d'informació sobre les atrocitats del Franquisme.....
"Las voces y las imágenes del pasado se unen con las del presente para impedir el olvido. Pero estas voces e imágenes también sirven para recordar la cobardía de los que nada hicieron cuando se cometieron crímenes atroces, los que permitieron la impunidad de los culpables y los que, ahora, continúan indiferentes ante el desamparo de las víctimas" (Baltasar Garzón).
La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica promueve homenajes a las víctimas, oriundas de 22 municipios de la provincia
Redacción | Ourense 21.09.2019 | 02:06
A la drcha., Nicolás Rodríguez, de Monterrei, víctima en Gusen. // ARMH
Nicolás Rodríguez, de Albarellos (Monterrei), perdió la vida en el campo austríaco de Gusen. Allí falleció también, en 1942, Benedicto Folla Arias, de Frejido (Larouco). Antonio Villar Febrero, de Santomé (Cartelle), fue otra de las víctimas del horror. Al menos 41 ourensanos, oriundos de 22 municipios de la provincia, sufrieron la barbarie del nazismo en campos de concentración, después de haber sido víctimas de la represión franquista. Veintitrés murieron recluidos. La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, a través de su grupo en Ourense, está promoviendo homenajes a estas víctimas del fascismo que fueron deportadas a centros de reclusión nazis.
Después de más de un año de investigación, el colectivo se puso en contacto con autoridades y grupos políticos para homenajear, uno por uno, a los represaliados. El propósito de la asociación es que se lleven a cabo actos de restauración y homenaje en sus municipios de nacimiento, que incluyan nombramientos como hijos predilectos y la construcción de monumentos en su recuerdo. Además, el colectivo comunica que ya ha se ha puesto en contacto con la Diputación con la finalidad de que se lleve a cabo un homenaje provincial.
Una placa en Mauthausen
"Desexamos culminalo coa colocación dunha placa no campo de concentración de Mauthausen-Gusen, que recorde aos deportados ourensáns no lugar onde a maioría estivo confinada e morreu en defensa da liberdade", explica el colectivo, que sigue con la investigación y la búsqueda de familiares. "Tamén temos que confirmar documentalmente a orixe dalgúns e ampliar a información sobre o seu periplo vital. Pero cremos que xa é hora de rematar coa ignorancia á que se condenou a estes veciños nosos, non só no franquismo senón tamén na Transición. O recoñecemento institucional é un acto de xustiza, e ten que servir para que o exemplo do seu sufrimento evite que se repitan situacións semellantes no futuro".
Los trabajos arqueológicos descubren los primeros restos óseos humanos con evidencias de muerte violenta en el cementerio de Salteras (Sevilla)
La excavación busca a siete personas asesinadas por el franquismo y que eran vecinos de Olivares "con una simbología política bastante importante"
"Ya nadie puede decir que no fueron asesinados", dice a pie de fosa Bernardo Blanco, hijo de uno de los ejecutados por los fascistas en un cortijo del Aljarafe
"Ya nadie puede decir que no fueron asesinados", dice Bernardo, mirando los huesos que asoman de la tierra. Ojalá alguno sea su padre, piensa. Porque un puñado de familias de Olivares (Sevilla) busca a siete asesinados por el franquismo en el cortijo Casa Buena. Y los arqueólogos han hallado los primeros restos óseos humanos con evidencias de muerte violenta en el pueblo vecino de Salteras.
A pie de fosa brotan frases que desgarran. "Déjame con mis heridas y sigue tú con tu victoria", decía Julián el Comunista, uno de los asesinados. Él también hubiera buscado a su padre. Hoy el testigo de la memoria lo tiene su hijo, que porta el mismo nombre y una decisión calcada: "Esto son derechos humanos, y crímenes contra la humanidad, y los familiares tenemos derecho a darles un entierro digno".
Los golpistas secuestraron y mataron a tiros a los siete de Olivares entre el 24 y el 25 de agosto de 1936. Eran Brígido Blanco Pallarés, padre de Bernardo, y Manuel González Mariscal, abuelo de Julián. Y José Román Delgado, Juan Pallarés García y Fernando Cotán Salado. O el entonces alcalde, Victoriano Rodríguez Delgado, y el secretario del centro socialista, Anastasio Cortés.
"Eran personas destacadas, con una simbología política bastante importante, y en pleno agosto del 36, una vez tomadas estas localidades, los quitan de en medio", resume de forma gráfica el arqueólogo Jesús Román, que dirige los trabajos en el cementerio municipal de San Carlos de Salteras. La excavación quedó aprobada por la extinta Dirección General de Memoria Democrática de la Junta de Andalucía durante la pasada legislatura y cuenta con la colaboración del Ayuntamiento de Salteras.
Los siete de Olivares forman parte del extenso listado que la represión franquista dejó en Sevilla: en torno a 14.000 muertos, 4.500 sepultados todavía en el cementerio de la capital de Andalucía. Todo, en una provincia sin guerra. Y en una región con un tercio de las víctimas de toda España y que, por sí sola, supera a dictaduras como las de Argentina y Chile juntas, con al menos 45.566 personas arrojadas a 708 fosas comunes.
Ya nadie puede decir "que era mentira"
Bernardo Blanco tiene 83 años. Nació en 1935. Tenía 14 meses de vida cuando los fascistas españoles mataron a su padre, Brígido. "No lo conocía y mi hermana nació después, tenía cinco meses en la barriga de mi madre", de Francisca Díaz González, que de la noche a la mañana quedó viuda y con otra criatura en camino.
Bernardo reconoce que en casa "no me han contado nunca nada". Era, dice, "una época complicada para hablar de eso". Pero en el pueblo escuchaba historias. Y le contaban. "Los hombres mayores, los que son de un lado y de otro, siempre cuentan algo. Lo iba escuchando en el pueblo, se sabía todo lo que pasó".
En el mismo pueblo de donde "eran los gatilleros", afirma. Los que apretaron un gatillo para acabar enterrando a las personas de las que ahora asoman unos huesos recién recuperados de la tierra albariza del Aljarafe. Pero no hay hueco a la venganza. Conoce a familiares de aquellos… "y son amigos míos", firma.
Con una cosa clara, subraya Bernardo: "Sí, había gente que decía que era mentira. Esto es verdad. Ya nadie puede decir que no fueron asesinados". El suceso quedó recogido en el libro Salteras 1936. Una historia silenciada, del historiador José María García Márquez. La fosa, tan real, fue excavada a las afueras del cementerio. Justo junto a la tapia trasera. Hoy está dentro, tras las obras de ampliación realizadas en los años 70.
"Abuela, me lo has contado 100 veces"
"Abuela, si ya me lo has contado 100 veces. Y las que haga falta, para que no se te olvide", recuerda Julián González. Su abuela se llamaba Pepa Suárez Fernández. Y vivió el asesinato de su marido, Manuel, "que tendría entre 23 y 27 años". Pepa rehízo su vida "y tuvo otros seis hijos". Del primer matrimonio, solo Julián, al que en el pueblo acabaron apodando El Comunista.
"Pero mi abuela nunca nos ocultó la historia. Siempre nos dijo que lo habían asesinado. Que trabajaba en el campo y que estaba en un sindicato de trabajadores. Y fueron a buscarlo donde estaba y ya está", narra Julián, que heredó "el carro de la Memoria" de su abuela y de su padre.
"Mi padre se llamaba Julián González". Ahí el hijo de El Comunista se rompe. "Mi padre dedicó gran parte de su vida a esto". Tiene que parar. Llora. "Me emociono…", avisa, como si tuviera que disculparse por algo. "Recuerdo una foto que guardaba mi abuela Pepa".
Al lado, el equipo arqueológico sigue perfilando la fosa donde los utensilios arañan la tierra para ir desenterrando la historia de un país desmemoriado. Una nación de rojos y azules, para algunos, donde otros solo viven cultura de paz.
"En casa no ha habido espíritu de revancha", asevera. Cuando a Julián El Comunista le decían fulano fue el que dio el chivatazo, mengano el que le pegó el tiro, contestaba: "Cualquiera sabe cómo le obligaron y lo que tendría que pasar ese hombre también". Nunca alimentó el deseo de venganza.
Pero cuando le decían 'Julián, hay que perdonar', respondía sin titubeos: "Sí, yo estoy dispuesto a perdonar, pero a ver cuándo viene un hijo de la gran puta aquí a pedirme perdón, que le voy a perdonar, pero por qué no viene, dónde están los que van a pedirme perdón". O al clásico ‘abrir heridas’, argumento del franquismo sociológico que destrozaba con "las heridas son mías y si a alguien le duele no le va a doler más que a mí, seguro. Déjame a mí con mis heridas y sigue tú con tu victoria".
En contra de lo que aseguran hoy los revisionistas de la extrema derecha, documentos históricos como pastorales de obispos, cartas y grabaciones de radio prueban que la curia católica española tomó partido por los sublevados desde el primer momento
Apenas dos meses. Ese fue el tiempo que tardó la Iglesia católica española en dar carta de legitimidad al golpe de Estado de Franco y bendecir la guerra civil como “cruzada nacional” contra la República. Sin embargo, 83 años después, la curia aún no ha pedido perdón por situarse de lado de unos sublevados cuya aventura costó un millón de muertos y sangrientas tropelías y crímenes contra la humanidad como nunca antes se habían visto. Hoy existen suficientes documentos, tanto escritos como radiofónicos, para saber con meridiana exactitud qué fue lo que pasó y cuál fue la posición de los obispos españoles en aquellos momentos trágicos para el país. Los revisionistas de la historia, esos mismos que apuestan por resucitar el franquismo en pleno siglo XXI, tratan de darle la vuelta a la realidad. Pero los hechos son los hechos.
Tras el golpe del 36, y nada más tener noticia de la toma de Toledo, el cardenal Isidro Gomá adoptó la más rotunda posición beligerante en una alocución transmitida por Radio Navarra: “Judíos y masones, fuera de ley o contra ley, o con la ley cuando llegó su hora, envenenaron el alma nacional con doctrinas absurdas, con cuentos tártaros o mongoles aderezados y convertidos en sistema político y social en las sociedades tenebrosas manejadas por el internacionalismo semita y que eran diametralmente opuestas a las doctrinas del Evangelio, que han alboreado en siglos nuestra historia y nuestra alma nacional”.
El citado texto se interpreta por el historiador Manuel Tuñón de Lara como una de las primeras pruebas de que “el cardenal había recibido el beneplácito del Vaticano, ya que el papa Pío XI, aunque con tonos y expresiones mucho más mesurados, había mostrado sus inclinaciones en audiencia concedida el 14 de septiembre a quinientos españoles de derechas”. A Gomá se le atribuye aquella histórica frase que en los primeros meses del alzamiento aportaba ya una interpretación sectaria sobre el carácter de la guerra civil: “La España y la anti-España, la religión y el ateísmo, la civilización cristiana y la barbarie”. Refugiado en Navarraen julio de 1936, al amparo del general golpista Mola, el obispo Gomá viajó de continuo a Salamanca y Burgos para despachar con Franco. Sin duda, promovió la pastoral que calificó de “cruzada nacional” el golpe militar y aunque años después, en 1940, quiso lanzar otra pastoral pidiendo piedad para los vencidos, ya era demasiado tarde. El dictador la prohibió y el obispo murió meses después.
No obstante, el término cruzada religiosa contra el comunismo fue utilizado por primera vez unos días antes del 14 de septiembre, exactamente el 15 de agosto, cuando Mola, en un sonado discurso, acuñó la idea al afirmar que “una victoria traerá un Estado nuevo bajo el signo del catolicismo”. El 23 de agosto, por primera vez un obispo calificaba públicamente la guerra como santa cruzada. Lo hizo Marcelino Olaechea, titular de la diócesis de Pamplona, en una carta publicada en el Diario de Navarra: “No es una guerra la que se está librando, es una cruzada”, aseguró por si cabía alguna duda.
En similares términos a los de Gomá y Olaechea se pronunció Enrique Plá y Deniel, cardenal de Toledo, al publicar su pastoral Las dos ciudades el 30 de septiembre, cuando llegó a recurrir a la doctrina del padre Suárez para legitimar el alzamiento armado y la guerra contra la República; en su caso calificó el golpe de Estado de “alzamiento de la nación en armas”; repitió todas las invectivas contra comunistas y anarquistas (“hijos de Caín”, “fratricidas de sus hermanos”, “envidiosos de los que hacen un culto a la virtud y por ello les asesinan y les martirizan”); prosiguió con la confusión entre nación y religión al decir “una España laica no es ya España”; y lanzó interesantísimas bases doctrinales sobre la rebelión. Así, llegó a decir que el golpe de Estado “reviste, sí, la forma externa de una guerra civil; pero en realidad es una cruzada. Fue una sublevación, pero no para perturbar, sino para restablecer el orden”.
En Las dos ciudades, auténtico manifiesto teológico en favor de la guerra civil, Plá y Deniel alude a San Agustín al distinguir entre la ciudad terrestre, “donde el egoísmo prevalece”, y la ciudad celestial, “donde el amor de Dios reemplaza todo sentido de protección”, mientras compara maniqueamente a España con esa alegoría. A un lado “el comunismo y el anarquismo identificados con la ideología que dirige al desdén, la aversión hacia Dios Nuestro señor”; al otro “la heroicidad y el martirio” que han “florecido” en el bando nacional. Plá concluyó que las condiciones de Tomás de Aquino para una guerra justa se dieron en nuestra contienda civil, y así justificó la sublevación contra la República. A pesar de que, a los ojos del mundo, el conflicto podía tener el aspecto externo de una guerra entre compatriotas, para el clérigo en realidad era una cruzada. En el mismo día que Plá y Deniel emitía su carta pastoral, Franco era proclamado jefe de Estado el 28 de septiembre de 1936. Por supuesto, el obispo envió inmediatamente un telegrama de felicitación que anticipaba la “resurrección magnífica de la España cristiana”.
Según Tuñón de Lara, la Iglesia seguía así su “trayectoria legendaria en España: identificación con el orden arcaico, con las más viejas estructuras, conservadurismo a ultranza y desdén por los argumentos revolucionarios nacional-sindicalistas” que iba a utilizar la Falange.
Las purgas en la Iglesia también fueron frecuentes, de hecho en esos días se produjo la expulsión de España del obispo de Vitoria, doctor Múgica, sospechoso –sin razón para ello− de simpatizar con los nacionalistas vascos, añade Tuñón.
Pero aún hay más documentos que prueban que la Iglesia católica se puso desde el primer momento de lado de los militares sublevados. Por ejemplo los despachos del ministro de Portugal en Roma a su ministro de Asuntos Exteriores fechados el 24 y el 29 de julio, y el 11 de agosto, que demuestran la posición beligerante del Vaticano. A la supuesta “aprensión” de Pío XI sobre la situación en España, reflejada en el telegrama del diplomático luso del día 24, sucedió que “los medios del Vaticano consideran la situación como muy peligrosa, sobre todo por la significación subversiva y por el gravísimo hecho de que el Gobierno [de la República] haya armado a todo el pueblo, obreros, campesinos, jóvenes y mujeres”, una versión parcial de los hechos que también se encuentra en el telegrama número 23, confidencial y reservado, del citado ministro portugués.
Por su parte, el 11 de agosto, siempre según el diplomático de Lisboa, “el Vaticano ha protestado con energía ante el Gobierno de Madrid contra el incendio de iglesias, asesinato de religiosos, violaciones y profanaciones de cadáveres realizados por los comunistas”. Pío XI finalmente acabó reconociendo al bando sublevado en junio de 1938. Como dato curioso, la guerra civil fue declarada una “yihad” antes que una cruzada, ya que el 19 de julio el Gran Visir del Protectorado invocó la guerra santa contra “los españoles sin Dios”. La ayuda de los ejércitos africanos iba a ser clave para el desenlace final de la contienda.
Con todo, hubo que esperar al 1 de julio de 1937 para que el Episcopado suscribiera el primer documento oficial sobre el conflicto, la Carta Colectiva, en la que apoyaba la rebelión militar tras un año de guerra. Fechada ese mismo día, sin embargo no se hizo pública hasta el 10 de agosto. Aquello fue el acta notarial de intervención de la Iglesia en el campo de batalla, pero los obispos ya habían tomado partido por Franco, de facto, mucho antes.