Delmer Berg está reorganizando su vida. Planea mudarse del dormitorio en el segundo piso de la casa que él mismo construyó -labró todas y cada una de las piedras blancas veteadas de rosa y serró todas y cada una de las vigas de madera roja- a un falso sótano con una puerta a través de la que puede salir y entrar cuando quiera. Acceder al sótano no le es fácil. Tiene que agarrarse con las dos manos al pasamanos y caminar con mucho cuidado, casi como si estuviera escalando algunas de las montañas del vecino valle de Yosemite, la media docena de escalones. Es el problema de tener 99 años. "Cumplo 100 el 20 de diciembre. ¿Piensa usted llegar a mi edad?", le pregunta al periodista nada más conocerlo. Luego, al final de la entrevista, le interroga acerca de si quiere llevarse algún mueble o electrodoméstico. Y le acaba pidiendo que le escriba. Y que si alguna vez pasa por Columbia, el pueblo en el que vive, en la Sierra Nevada de California, le visite.
Porque Berg está solo. Él es el último miembro vivo de la Brigada Lincoln, el contingente de voluntarios de Estados Unidos que vino a España a combatir en el lado de la República durante la Guerra Civil.Vinieron 3.015. Regresaron 2.334. Los demás, murieron en España. Y ahora, desde hace algo más de un año, sólo queda uno: Delmar Berg.
Berg también está solo en la casa que él construyó durante diez años y que heredará uno de sus dos hijos provenientes de sus dos primeros matrimonios. El sábado de la semana pasada se celebró el funeral de su tercera mujer, June, con la que llevaba viviendo más de treinta años. Le llevó al funeral Chelsea, la chica de 23 años que le visita los sábados. "Es que yo ya no conduzco", dice, como disculpándose.
Y entonces eleva la mirada y señala al tercer piso. "¿Ve esa puerta cerrada? Es la de la habitación en la que murió June". Berg es capaz de hablar de los bombardeos en Valencia, de cómo se sintió cuando la metralla de una bomba italiana le entró en el hígado en el otoño de 1938 -donde todavía sigue, 77 años después- o del frío glacial de Teruel sin inmutarse. Pero, cuando piensa en June, se tapa la cara y llora. Igual que cuando recuerda que él, ateo, fue a misa todos los domingos con ella durante más de tres décadas.
Delmar Berg lleva sus 99 años de soledad con una lucidez absoluta. Y, aunque está sordo como una tapia y, más que hablarle, hay que gritarle, sigue al corriente de lo que pasa día a día. Más o menos, igual que en las últimas nueve décadas, desde que despertó su conciencia política de forma natural, porque "si naces, como yo, en una familia de campesinos pobres, no tienes que darle muchas vueltas a las cosas para darte cuenta de cómo funciona el mundo".
Delmer Berg (el primero por la derecha) durante un entrenamiento de la armada norteamericana en Riverside (California) a principios de los años 40. Se estaban preparando para luchar en la Guerra del Pacífico en la que entró Estados Unidos en 1941. ABRAHAM LINCOLN BRIGADE ARCHIVES
Su vida es un resumen de la Historia del siglo XX. Veterano de la Brigada Lincoln en los años treinta. Miembro del Partido Comunista de Estados Unidos desde que se despertó de la operación que le salvó la vida en Valencia. Veterano de la Guerra del Pacífico en los años cuarenta. Acosado por el FBI durante la época de la caza de brujas del senador a Joseph McCarthy, en los cincuenta, cuando se convirtió en uno de los principales defensores de los derechos de los trabajadores agrícolas, de los inmigrantes mexicanos y de los negros de California. Activista contra la Guerra de Vietnam en los sesenta... Este californiano, hijo de inmigrantes alemanes, nacido en Anaheim, junto a Los Ángeles, y criado en el pueblo agrícola de Manteca, es la representación perfecta de lo que en EEUU se llama la Generación Más Grande (the Greatest Generation), es decir, la cohorte demográfica que vivió la Gran Depresión y la II Guerra Mundial. En otras palabras: los hombres que construyeron los Estados Unidos - y gran parte del mundo- que conocemos hoy en día.
La Generación Más Grande se resume en Berg. A los 18 años, en plena Gran Depresión -el colapso económico de Estados Unidos que siguió al crash de Wall Street de 1929 y que provocó una caída del PIB similar a la que ha experimentado Grecia desde 2010-, tuvo que dejar los estudios y empezar a trabajar en el campo. A los 23 años, cuando estaba viviendo en un campamento de tiendas de campaña en Los Ángeles, se alistó en el ejército de EEUU -rama artillería- para poder comer. "Y entonces fue cuando Franco empezó con su mierda", recuerda, hundido en el sofá del salón de su casa, frente a una mesa baja en la que están desde el último número de la revista del sindicato metalúrgico de Estados Unidos hasta la de la Institución Smithsonian de Washington, pasando por un libro de ballenas y un CD con canciones de la Guerra Civil.
Berg quería ayudar a la República. O, como él dice, "combatir el fascismo, porque muchos en Estados Unidos estaban con Franco". Pero era muy difícil. Cuando un grupo que apoyaba a la República dio un mitin en Monterrey, donde estaba acuartelado, decidió asistir. "Y justo ese día me pusieron guardia", recuerda. Así que decidió que lo primero que tenía que hacer era comprar su salida del Ejército. Para ello necesitaba 120 dólares. Si los pagaba a las Fuerzas Armadas, quedaba libre de todo compromiso. Era un recuerdo de la Guerra de Secesión estadounidense, cuando los hijos de las familias ricas se libraron de ir al frente pagando. En España ese sistema se conocía como soldados de cuota, y permitió que los ricos no fueran a combatir al frente de Marruecos a principios del siglo XX.
Berg ahorró todo lo que pudo de sus 21 dólares de sueldo mensual y empezó a dar créditos a sus compañeros de armas. Así compró su vuelta a la vida civil. Su primer trabajo fue fregando platos en el restaurante Roosevelt, uno de los más lujosos de Hollywood. Y ahí empezó su transformación ideológica. Berg se borró del Ejército, pero se apuntó a un sindicato.
"Todo empezó cuando un día llegó un compañero y nos dijo a dos mexicano-americanos y a mí si nos íbamos a sumar a una huelga o si íbamos a ser unos esquiroles. Los tres dijimos que estábamos por la huelga. Y la huelga fue un fracaso, pero yo comprendí que los obreros teníamos que organizarnos. Es en ese momento en el que me convertí en parte de la clase obrera organizada", explica. Y un día, cuando iba a entrar en el metro para ir a trabajar, vio un local en la calle que ponía Amigos del Batallón Abraham Lincoln.
Entró sin pensarlo dos veces. Se encontró con una chica que estaba atendiendo a las personas interesadas y le dijo directamente: "Quiero ir a España, quiero que me manden a España". Pero no era tan fácil. "No mandamos a nadie a España. Sólo recogemos ayuda y la enviamos, le dijo la mujer. Así que Berg no pudo ir. Pero, al menos, empezó a ayudar a los Amigos del Batallón (un nombre que a menudo sustituye al de Brigada) Lincoln en todo lo que podía: recaudar donativos, organizar mítines, enviar correspondencia...".
Gran parte de la ayuda internacional a la República estaba organizada por los comunistas. Y estos ejercían un control de las organizaciones mucho más estricto de lo que parecía. Así es como Berg acabó en España. "Un día, un compañero le dijo a uno de los responsables que quería ir a España: 'Tú no puedes, eres demasiado joven', fue la respuesta. Pero entonces, el jefe se dirigió a mi y me dijo: 'Tú ¿quieres ir?'. Y, bueno, me faltó tiempo para decir que sí. Todo sonó muy natural, pero ahora sé que en realidad estaba preparado para que yo me alistará como voluntario", recuerda el brigadista.
Berg se pagó de su bolsillo el autobús desde Los Ángeles hasta Nueva York, dos ciudades separadas por una distancia mayor que la que hay entre Madrid y Moscú, que le costó cuatro semanas recorrer. De Nueva York, en un trasatlántico francés en el que comió "los platos más exquisitos que he probado en mi vida" fue a Francia, directamente a la sede del Partido Comunista en París. Un autobús lo llevó junto con otros brigadistas a Carcasona.
Siguiendo rutas de contrabandistas, cruzaron los Pirineos en una travesía que todavía recuerda como "agotadora". Hasta que, al coronar un paso de montaña, les dijeron: "Eso es España". Era el 15 de enero de 1938, según los datos de los Archivos de la Brigada Abraham Lincoln (ALBA, según sus siglas en inglés).
A la excitación siguió la sorpresa tras la primera noche. Los voluntarios se levantaron y les dieron el desayuno. "¡Qué es esto! ¡Sólo café!", protestó Berg, acostumbrado a los pantagruélicos desayunos estadounidenses. De hecho, hasta que salió de España, el 4 de febrero de 1939, Berg echó en falta más de lo que había previsto la comida de su país. Y eso a veces pudo ponerle en problemas. En Valencia, en el otoño de 1938, solía ir a mirar una tienda en la que vendían una carne "que parecía casi tan buena como la de las hamburguesas", hasta que un día se le acercó un agente secreto y le dijo "camarada, ¿tienes tu pasaporte?". "Por supuesto, yo lo tenía, pero estaba claro que había llamado la atención", recuerda.
Pero el principal obstáculo que Berg se encontró en su sueño de ayudar a la República fue que había llegado demasiado tarde. A principios de 1938, Franco estaba claramente ganando la guerra. El Gobierno de Negrín estaba dando señales de agotamiento. Y el recién llegado brigadista californiano lo notó. Primero, fue asignado a una unidad de artillería en Barcelona formada por cuatro baterías: una de alemanes, otra de checos, otra de franceses y otra de españoles. El plan de establecer un quinto grupo de angloparlantes -en el que él estaría- nunca se llevó a cabo, por la sencilla razón de que el Ejército republicano no tenía material para ello.
Berg fue asignado brevemente al grupo alemán. Pero pronto fue transferido a la que sería su principal actividad en España: tender líneas telefónicas, un aspecto clave para las comunicaciones entre la retaguardia y el frente. Su primer destino fue Teruel, donde el ejército de Franco estaba ganando una batalla decisiva. "Lo que más recuerdo de Teruel es el frío terrible", comenta Berg en su casa en Columbia, frente a un paisaje que podría ser perfectamente la Sierra de Ronda.
En 1938, el esfuerzo militar republicano estaba empezando a colapsarse. Berg fue trasladado a Valencia, la capital de la República, donde pasó varios meses sin hacer nada, porque allí las líneas de comunicaciones ya estaban establecidas. Lo único que podía hacer allí era hablar de política con sus compañeros.
Berg (segundo por la derecha, de pie) junto a otros compañeros del Batallón Lincoln en nuestro país. El californiano quería ayudar a la República: 'Combatir el fascismo, porque muchos en EEUU estaban con Franco'. ABRAHAM LINCOLN BRIGADE ARCHIVES
"Apenas tenía dinero, sólo unas 300 pesetas. Y los brigadistas estábamos aislados de la población. Algunos compañeros se iban a veces a los burdeles del centro de Valencia, donde había unas colas interminables en mitad de la calle de soldados esperando. Además, yo no había ido a España a conocer gente -o sea, chicas- sino por solidaridad. A veces iba al cine, pero solo", rememora. Fue en Valencia donde en un bombardeo aéreo casi le mata. "Lo último que recuerdo antes de entrar en el quirófano es estar desnudo en una camilla y un grupo de jóvenes médicos y enfermeros quitando polvo y sangre de mi cuerpo, ¡y una enfermera limpiándome el pene!¡Estaba al borde de la muerte y eso era lo único que me llamaba la atención!", ríe.
A finales de 1938, Berg fue declarado, de nuevo, útil, como recuerda con orgullo. Pero la guerra estaba acabándose. En unas pocas semanas, regresó, con otros brigadistas, a Estados Unidos desde Denia. Al llegar, comprendieron que no tenían derecho a nada. Ni, tampoco, ningún reconocimiento. Fue muy duro. Pero a Berg no le importó pagar ese precio. Él había ido a España para participar en una lucha en la que creía. Y en la que sigue creyendo.
"Gran Bretaña o Francia no intervinieron en España, porque a sus Gobiernos no les importaba la clase obrera española. Sólo cuando el capital británico y francés entró en conflicto con el fascismo, esos países fueron a la guerra. Es lo mismo que lo que ha pasado con el referéndum en Grecia. Todo el debate es parte del conflicto entre países capitalistas. La clase obrera griega, o la alemana, no tienen nada que decir en esa lucha", se lamenta el último brigadista abrumado bajo el peso de sus 99 años de soledad, de su viudedad y también de la sensación de que "fuera de España, la Guerra Civil es como historia antigua, cuando en realidad fue un momento clave de lo que luego se transformaría en la II Guerra Mundial".
Berg no volvió a España hasta que Franco murió. Desde entonces, lo ha hecho en tres ocasiones, siempre con June. "Para ella, la experiencia fue todavía más importante que para mí. Conoció una parte importante de mi pasado, vio a mis compañeros de armas... y eso la ayudó a entenderme mejor. Encima, nos trataban como a príncipes", recuerda. Ahora bien, ¿valió la pena el esfuerzo de 1938 y 1939 por una causa perdida?
Berg salta, abre la pregunta. "¡Por supuesto! Volvería a hacerlo ahora mismo. La clase obrera tiene que luchar, porque no tiene otra alternativa". Él, de hecho, siguió luchando. En los cincuenta, cuando presentó una petición para que el sheriff de su condado dimitiera por haber encarcelado durante un año a un hombre negro sin una acusación firme, un funcionario sacó su revólver y lo puso en la mesa de su despacho cuando él entró. "Pese a las amenazas, en un año el sheriff había dimitido. Eso es lo verdaderamente importante". Berg aún no ha olvidado su sorpresa cuando un estudiante -"cuyos padres probablemente no hubieran nacido durante la Guerra Civil"- le pidió permiso para hacerse una foto con él y con otros brigadistas. "El que se mantuviera vivo nuestro recuerdo en una España que ya no era fascista demostraba que lo que hicimos valió la pena".
Para Berg, "los obreros deben estar organizados. Y hoy tanto como antes. En Estados Unidos todavía no tenemos un sistema sanitario público y universal como en Europa, y los republicanos quieren privatizar el sistema de pensiones. Los sindicatos han sido pulverizados. Y ahora en Europa están empleando la crisis del euro para llevar a cabo esas mismas políticas".
Berg, Delmer. (Berg, Esley Daniel); segundo. 20 de diciembre 1915, Anahiem, California;Educación Secundaria; El servicio militar previa en el Ejército de los EE.UU., la batería B, 76ta artillería de campo; Compró su contrato ejército por $ 120 con la intención de ir a España; Soltero; Cook y lavavajillas; CP, de España; Recibido Pasaporte # 32135, serie de San Francisco, el 02 de octubre 1937, que aparece su dirección como 132 North Hill Street, Los Angeles, California, y Manteca, California; Llegó a España el 15 de enero 1938; Servido con la Defensa Contra Aviación (DECA) unido a Fuerces del Airt, Internacional Antiaéreo BN; Inicialmente con el Dimitrov batería alemana; Formado como gunnner oerlikon aunque el arma no fue suministrado; Servido en el Estado Mayor de la BN en la sección de comunicaciones; WIA durante un ataque aéreo en Valencia; Regresó a los EE.UU. el 04 de febrero 1939 a bordo del presidente Harding;Segunda Guerra Mundial Ejército de EE.UU., 389 º Antiaéreo BN, PTO.
Fuente: SACB; REAL ACADEMIA DE BELLAS ARTES; Dan Kaufman, "The Last Voluntario," NY Times Magazine 13 de marzo de 2015.
Fotografía: yanquis en la batería Dimitrov, de pie Sam Slipyan, Conlon Nancarrow, Ed Lending, Charles Simpson, Delmer Berg, Norman Schmidt, de rodillas dos choferes españolas (?).