Un anuncio de la antigua fábrica de sedas de Valdenoceda. Nos lo envía Emilio Silva.
Valdenoceda es una pequeña localidad del norte de Burgos, cercana a la provincia de Álava. Allí se encontraba, antes del inicio de la Guerra Civil, una fábrica de sedas. Por los sótanos de la fábrica pasaba un canal del río Ebro, que servía para mover las aspas de la maquinaria.
La fábrica cerró en los primeros años de la Guerra. Desde 1938 y hasta 1943, se convirtió en una de las más terribles prisiones de castigo del régimen del general Franco.
Allí eran trasladados presos de toda España, víctimas de la represión, juzgados por cualquier motivo y condenados, paradójicamente, en la mayor parte de los casos, por ‘adhesión a la rebelión’. Por la cárcel, convertida con el tiempo en un auténtico campo de exterminio, pasaron varios miles de personas. El edificio, compuesto de tres plantas y con capacidad para menos de 300 personas, llegó a albergar a casi 1.600 presos.
La comida
De comida, un caldo aderezado con una sola alubia se convertía en el primer y único plato del día. La alubia siempre estaba podrida y alojaba un gorgojo en su interior, como han recordado años después algunos presos. Por la tarde, media sardina y un pequeño trozo de chocolate eran el único sustento. Las memorias escritas de uno de aquellos presos todavía recuerdan que, cuando dormía, sus mejores sueños estaban protagonizados por un simple trozo de pan.
Edificio de la antigua cárcel. Por debajo, el canal del Ebro
El hambre y las malas condiciones del agua provocaban enfermedades entre los penados. La práctica totalidad de los presos de los que se tiene noticia ‘fallecieron’ de ‘colitis epidémica’ o ‘tuberculosis’.
Los castigos
A las malas condiciones de vida y al hambre se unían los castigos físicos. Cualquier mal comportamiento (no levantar el brazo para entonar el ‘Cara al sol’, moverse durante la formación a filas, fumar sin autorización,…) era merecedor de un traslado a la celda de castigo. Ésta estaba situada en los sótanos de la cárcel, junto al canal del río Ebro. La celda siempre tenía agua, pero cuando el río se desbordaba, la celda se inundaba y el preso debía permanecer quieto, helado de frío y con el agua al cuello, sin ni siquiera poder dormir.
A todo ello se unía el frío. Temperaturas bajo cero y las nevadas habituales del norte de Burgos eran una constante durante el invierno. Los presos no disponían más que de una pequeña manta. Durante las noches, unos se acercaban a los otros para darse calor y poder sobrevivir.
También eran habituales los insectos, normales en un lugar fétido como éste. Los presos que sobrevivieron han recordado siempre las manchas oscuras sobre el techo durante el día. Al inicio de la noche, las manchas comenzaban a descender por las columnas y se dirigían en masa hacia los presos. Eran chinches. Miles de picotazos de chinches asediaban todas las noches.
Uno de los recuerdos permanentes de los supervivientes eran las colas. Los presos hacían cola varias veces: cola para el ‘rancho’, cola para conseguir la media sardina, cola para la ración de agua,…
Los presos vivían hacinados y sin comida. Dibujo: Robledano
Los muertos
La Agrupación de Familiares y Amigos de Fallecidos en el Penal de Valdenoceda tiene constancia documental de, al menos, 152 presos enterrados. Se sabe también, a través de testimonios de presos supervivientes y de familiares de personas que pasaron por el penal, de muchos otros penados que estuvieron en la prisión, fueron sacados de madrugada de su interior y nunca más fueron encontrados. En los alrededores se encuentran numerosas cuevas y se cree que muchos presos fueron asesinados y arrojados a su interior, sin dejar rastro para nadie y sin que su ejecución fuera comunicada siquiera a la familia.
En el caso de los fallecidos por hambre o enfermedades, eran los propios presos los que los enterraban. Durante años, la Agrupación creyó que las condiciones del enterramiento eran muy precarias. Sin embargo, los estudios antropológicos y los trabajos realizados durante la exhumación han confirmado que:
- Los presos construían, con sus propios medios, ataúdes de madera. Metían en cada uno de ellos al preso fallecido.
- Los propios presos, acompañados de guardias armados, trasladaban el ataúd a un solar, propiedad de Instituciones Penitenciarias, y allí lo enterraban.
- Los enterramientos fueron realizados uno a uno en el solar. Hoy sabemos que los presos enterraban cada ataúd a 1 metro de profundidad, a más profundidad que los enterramientos que se realizan en la actualidad. Esto pudo deberse a que los presos enterradores se aseguraban así de que las alimañas no se comieran a sus compañeros.
- En los ataúdes, los presos incluían también las pocas pertenencias que al fallecido le quedaban (algún reloj, un bastón, cualquier recuerdo…).
- Los presos clavaban sobre las tumbas, a ras de suelo, una cruz de madera. En cada una se cree que colocaron una inscripción con un número romano. Es de suponer que en algún lugar del penal se tenía una relación de los enterramientos y una identificación completa de cada fallecido. Esa relación se ha perdido totalmente. Con el tiempo, las cruces y los números se borraron y se pudrieron.
En ese solar de Instituciones Penitenciarias fueron enterrados, al menos, 152 personas, presos republicanos. Con el tiempo y el abandono de la cárcel, que cerró pocos años después de su apertura, el solar fue abandonado y se perdió cualquier posibilidad de identificar todos los restos.
Solar de Instituciones Penitenciarias que en 1989 se incluyó en la ampliación del Cementerio (Foto hecha antes de la exhumación)
En 1989, la Parroquia se hizo con la propiedad del solar, que fue cedido por Instituciones Penitenciarias para ampliar el cementerio parroquial original, que se había quedado pequeño.
La Parroquia inició ese año los enterramientos en el solar en el que yacían los 152 presos republicanos. Los enterramientos fueron realizados encima de los restos de los presos. El hecho de que los restos estuvieran a 1 metro de profundidad evitó en muchos casos que éstos fueran removidos.
Tras iniciar los trabajos de exhumación, que la Agrupación comenzó con expertos de la Sociedad de Ciencias Aranzadi en 2007, los antropólogos sólo pudieron exhumar finalmente 116 cuerpos. Hoy sabemos que al menos 36 personas han quedado enterradas en el cementerio viejo (una decena) o debajo de los enterramientos nuevos que se produjeron desde 1989 (más de 20). De los 116 restos, 49 han sido identificados, 48 se han devuelto a sus familias o tienen identificación osteológica y 1 más, identificado con ADN, permanece enterrado.
Hoy, por fin, para los familiares de aquellos presos, Valdenoceda también significa el reencuentro y la recuperación de su padre, de su abuelo, de su hermano…, de sus restos y, sobre todo, de su Memoria.