dilluns, 22 de juliol del 2013

Las cartas del olvereño Pablo Barrera desde campos de concentración nazis, donadas al Archivo Municipal de Olvera


http://blogs.publico.es/memoria-publica/2013/07/21/las-cartas-del-olvereno-pablo-barrera-desde-campos-de-concentracion-nazis-donadas-al-archivo-municipal-de-olvera/

 
Fernando Sígler SilveraDoctor en Historia. Tutor del Aula de la UNED de Olvera
Las cartas que el republicano olvereño Pablo Barrera Pernía escribió en 1941 a su esposa, Carmen Márquez Márquez, desde los campos de detención de militares de Moosburg y Fallingbostel, en Alemania, forman parte desde el 8 de mayo de 2013 del patrimonio documental del archivo municipal de Olvera (Cádiz), gracias a la donación hecha por su hija María.
“Yo tengo muchos deseos de estar a vuestro lado y tengo la plena confianza de que llegue un día que lo esté para nunca retirarnos más”. Cuando el 19 de mayo de 1941 el prisionero 96610 trazó estas líneas con lapicero en el escaso papel que le proporcionaban en el campo de detención militar XI B de Alemania, tal vez no imaginaba que su destino sería trágicamente distinto al que auguraba. Pablo Barrera Pernía, quien años antes, durante la República, había soñado con un mundo nuevo en su Olvera natal, trataba de infundir en su esposa, Carmen Márquez Márquez, la esperanza del reencuentro. A esta fe se agarraba ella cada vez que la Cruz Roja Internacional le hacía llegar hasta Morón las cartas de su marido, preso bajo el régimen nazi. Estas misivas son hoy un testimonio escalofriante de la suerte esquiva que encontró este dirigente obrero tras la derrota de la causa republicana por la que luchó, y por eso, para que sus paisanos valoren esa parte de su propia historia encerrada en varios trozos de papel, su hija María las donó al archivo municipal de Olvera.
Pablo Barrera había huido de Olvera el 28 de julio de 1936, cuando las tropas sublevadas se hicieron con el control total de la ciudad. “Cuando mi padre salió de Olvera, mi madre estaba embarazada de mí”, evoca María Barrera Márquez. Su madre, preñada y con tres hijos, llegó andando hasta una finca llamada ‘Los Alcornocales’ que tenía el padre de ésta en la comarca. “Cuando mi madre se puso de parto, mi abuelo la llevó en burro hasta Pizarra, donde yo nací; y aunque me parieron en ese pueblo de Málaga, yo fui engendrada en Olvera”, aclara, orgullosa de su origen. Mientras tanto, su padre, Pablo Barrera, tras permanecer en zona republicana durante la guerra, logró alcanzar la frontera francesa al caer la República, y en el país vecino esperó al resto de su familia en campos de refugiados. “Mi madre nos llevó en burro a mí y a mis tres hermanos de Pizarra a Málaga; ahí nos subimos a un barco y seguimos a Almería, luego a Barcelona y después a Francia”. En los campos de refugiados volvió a reunirse la familia, hasta que Pablo Barrera fue obligado a ingresar en la Legión francesa. Cuando el ejército nazi invadió Francia en 1940, Carmen Márquez y sus cuatro hijos regresaron a España, tras haber pasado tres años en suelo galo, y se fueron a vivir primero a Morón y luego a Jerez. !Mi madre, cuando llegó aquí, sólo traía el cielo y la tierra!, expresó María de manera gráfica –y poética– para dar a entender la pobreza absoluta con la que debía afrontar su futuro.
Al otro lado de la frontera Pablo Barrera, con 33 años de edad, quedó a merced de la precaria situación en la que se vieron inmersos los republicanos españoles atrapados en la Francia de Vichy. Tras el pacto al que llegaron en septiembre de 1940 el ministro de Asuntos Exteriores de Franco, Ramón Serrano Súñez, y Hitler, que daba a éste vía libre para encerrar a los españoles en campos de trabajos forzados en suelo alemán, los colaboracionistas franceses entregaron al olvereño a la Gestapo y desde entonces su destino estuvo ligado a la tétrica política represiva del III Reich. En su condición de hombre encuadrado en un cuerpo armado, estuvo recluido en un primer momento en un campo de detención de militares, en el que al menos se le permitía mantener correspondencia con sus allegados. Era el Stalag XI-B de Fallingbostel, en la Baja Sajonia, desde donde envió a su esposa las cuatro misivas que desde esta semana se custodian en el archivo de Olvera. En la primera, fechada el 30 de abril de 1941, le decía: “Carmen, como observarás, te escribo desde otro lugar. No sé si tú recibirás mi s cartas porque yo las tuyas no. Hace un poco de tiempo te escribí una tarjeta por la Cruz Roja Internacional, no sé si la habrás recibido”. La incertidumbre sobre si recibiría noticias de su mujer quedó disipada pronto, según se deduce de una segunda carta salida de su puño y letra al mes siguiente, el 16 de mayo, en la que le confirmaba que acababan de entregarle un escrito suyo, y por los términos de su respuesta  parece que su contenido rezumaría la desesperanza de quien, en plena posguerra española, en el año de «la hambre», no veía en el horizonte sino tinieblas: “Te lamentas de tu trabajo y de nuestros hijos –le contesta Pablo–. Pues yo también lo siento y más en mis circunstancias. Así que tú te molestas y yo no sé cómo me encuentro. Quizás más que antes”.
Su hija María, cuando depositó estas misivas en el Ayuntamiento de Olvera, se emocionó al recordar una frase lapidaria de la última carta que recibió su madre desde Alemania, fechada el 19 de mayo de 1941: “Mi padre le decía que estaba en un sitio muy sano, pero ese sitio no tenía retorno”. Pablo Barrera lo escribió así: “Yo de por aquí no puedo decir más que estoy bien y más de salud, porque es un terreno muy sano. Despidiéndome de ti con muchos abrazos, igual para los niños”.
Parecía anunciar su final quien había sido uno de los principales dirigentes de izquiera durante la República en Olvera. Cuando se proclamó este régimen, en 1931, Pablo Barrera formó parte del comité local republicano-socialista que hizo las veces de gobierno municipal interino hasta la celebración de elecciones locales en los pueblos donde no hubo votación el 12 de abril –fecha de la célebre convocatoria cuyo resultado acabó con la monarquía de Alfonso XIII–, al aplicarse una ley de 1907, considerada una reminiscencia caciquil, que permitía declarar electos a los aspirantes a concejales cuyo número no superaba al de puestos por cubrir. Ese fue el caso de Olvera y, como en los demás municipios donde se aplicó dicha ley, el gobernador civil republicano ordenó el cese de los ediles proclamados –de filiación monárquica– y su sustitución por una comisión interina republicano-socialista. De ésta formó parte Pablo Barrera hasta que las elecciones celebradas el 31 de mayo  dieron paso a la primera corporación republicana salida de las urnas, pero en la que él ya no estaba integrado.
En realidad, él procedía del mundo sindical. Había sido el primer presidente de la Sociedad Obrera Socialista ‘El Triunfo’, que había sido fundada el 1 de diciembre de 1930 y que seis años después llegó a contar con 1.150 afiliados.
Cuando se inició la sublevación militar contra la República, Pablo Barrera fue uno de quienes lideraron la defensa del régimen constitucional en Olvera. Uno de los verdugos reconocidos que actuaron en favor de los rebeldes, conocido como ‘El Rubio de la Buena Moza’, contó tras la guerra una anécdota en una declaración que prestó en un procedimiento sumarísimo instruido contra un olvereño. Dijo que, una vez iniciada la sublevación pero en los días en que aún los republicanos controlaban el pueblo, Pablo Barrera le dio el alto por haberse sumado a los golpistas. El verdugo reaccionó intentando disparar contra Barrera pero no lo consiguió porque “se le encasquilló su pistola”. El dirigente obrero salvó su vida por esa circunstancia azarosa, pero fueron muchos los olvereños que cayeron asesinados por este ‘Rubio de la Buena Moza’, convertido luego, en la posguerra, en verdugo oficial del Estado franquista en las cárceles de Sevilla hasta que en 1948, en un atentado silenciado entonces por el régimen, fue cosido a navajazos en Setenil.
En las cartas que Pablo Barrera escribió desde el campo de detención de Fallingbostel preguntaba insistentemente por su hermano Pedro. Éste, jornalero afiliado a la UGT, tras haber pasado la guerra en territorio republicano, fue detenido al regresar a Olvera y contra él la justicia franquista emprendió un procedimiento sumarísimo. La Guardia Civil lo ingresó en el depósito municipal de Olvera el 5 de febrero de 1941 y el 26 del mismo mes fue trasladado a la prisión de Cádiz. Su hermano Pablo, desde Alemania, se interesaba por él en sus misivas del mes de mayo sin saber que había sido apresado. Probablemente tampoco supo que el 23 de julio se celebró en Cádiz el consejo de guerra contra su hermano, quien fue condenado a 12 años de prisión mayor por “auxilio a la rebelión militar”, expresión con la que la justicia franquista calificó la actuación de quienes defendieron la legalidad, en lo que se ha conocido como “la justicia al revés”.
Pablo Barrera fue trasladado al campo de concentración de Mauthausen el 22 de mayo de 1941. Por este centro de exterminio pasaron más de 7.000 republicanos españoles, de los que sobrevivieron unos 2.000. Allí coincidió con otros dos olvereños, un antiguo dirigente de la CNT local y teniente del ejército republicano, Eduardo Escot Bocanegra, y Cristóbal Raya Medina, que fue secretario local de la CNT y llegó al grado de capitán. Precisamente, Eduardo Escot rememoró seis décadas después a Pablo Barrera, de quien dijo que evolucionó ideológicamente del socialismo al comunismo. De él decía que él llevaba siempre una gran actividad y que «se dirigía al pueblo con facilidad». En Mauthausen no coincidieron en la misma barraca, pero hablaban en los momentos en que salían fuera de ellas. Escot recordó que Barrera le decía “con mucha voluntad”: “La Rusia ganará”, “Rusia va a ganar la guerra”, “Rusia ganará la guerra”… “Tenía un optimismo fantástico”.
En su última carta antes de su deportación al campo de exterminio, Barrera le escribió a su mujer: “Estos viajes son experiencias para la vida que nunca se borran”. Pocos meses después, el 2 de febrero de 1942, Pablo Barrera Pernía fallecía en el campo de concentració de Gusen, que distaba sólo cuatro kilómetros de Mauthausen. También peridó la vida allí su paisano Cristóbal Raya. Sólo sobrevivió Eduardo Escot, que sigue exiliado en Francia.
Como Barrera, Raya también murió en 1942. Cuando éste se despidió de Escot en  Mauthausen al ser trasladado a Gusen, le dijo: “Salud, Eduardo. A ver quién es el primero que ve Olvera”. Escot rememoró seis décadas después: “Ésas fueron las últimas palabras de Raya, las últimas que oí de él, a ver cuál es el primero de los dos que ve Olvera. Yo le dije: Quizás ninguno de los dos”.
Letras de un preso convertidas en patrimonio documental
Antes de las tres cartas escritas desde la Stalag XI-B de Fallingbostel, Pablo Barrera envió a su mujer una misiva fechada el 3 de febrero de 1941 desde la Stalag VII-A, situada en Moosburg, cerca de Múnich. En ella, muestra su extrañeza por la falta de respuesta a numerosas cartas que había enviado con anterioridad a España. Así expresó su queja: “Querida esposa: Tomo el lápiz para escribirte sin ninguna tuya; después de llevarte escritas una infinidad de cartas, lo mismo que a mis padres. Ya no puedo ocultar por más tiempo mi enojo hacia vosotros, porque no creo que todas las cartas se pierdan, me creo que más que extravío es dejación vuestra, si es que no ocurre algo anormal”. E insistía: “De ser así, primero me lo comuniques sin ocultarme nada”. En su desolación carcelaria, Pablo subrayaba su principal anhelo sin saber si sus letras llegarían a su destino: “No puedo contar más que estoy muy bien, pero siempre deseando poder volver a esa, que es todo mi deseo”. El resto de esta carta, como las otras tres que conservaba su hija María, es un deseo de saber cualquier dato de sus familiares y amigos. En su buena letra, con escasas faltas de ortografías, no cabía hablar de las condiciones en que se encontraba en los campos de detención y concentración por los que pasó. La censura de los nazis no lo habría permitido. Ahora ya son documentos de interés histórico, patrimonio documental de Olvera.