El intelectual vasco y salmantino de adopción fue “rehén”, según sus palabras, desde el Día de la Raza de 1936 hasta su muerte en extrañas circunstancias. Siete misivas –las conocidas hasta ahora– atestiguan que Don Miguel sabía que sería asesinado.
Miguel de Unamuno murió en su casa un 31 de diciembre de 1936. Pero esa solo fue su segunda muerte. El 12 de octubre, dos meses y medio antes, ya había quedado enterrado. El famoso enfrentamiento oral entre Millán-Astray y Unamuno fue el principio del fin, “el día del destino” le llamó la estadounidense Margaret Rudd en la única investigación que indagó en unos hechos cuyos indicios de muerte violenta son más que evidentes.
En su biografía de Unamuno publicada en 1963, no traducida y poco referenciada en España, Rudd entrevistó a vecinas y familiares que fueron testigos del fatídico final del intelectual bilbaíno, así como a su último interlocutor y presunto asesino, Bartolomé Aragón. Sirva de muestra el testimonio de Felisa, hija de Unamuno, que narró a la investigadora que “un día, cuando mi padre fue a visitar a sus amigos los Dominicos de San Esteban, un sacerdote le dijo que uno de los soldados había dicho que, si le veían subirse en un automóvil, sus órdenes eran de disparar”.
Tras enfrentarse el rector, hoy hace 88 años, al militar mutilado, pasó inmediatamente a ser considerado un traidor. Las palabras del propio fundador de la Legión daban fe de la temperatura del momento. Unamuno no volvería a pisar la calle en libertad. Pero sí escribió cartas y realizó entrevistas donde expresaba su temor a ser asesinado y su absoluto rechazo al movimiento liderado por Franco. Hordago-El Salto ha tenido acceso a esta documentación imprescindible para comprender que la muerte de Unamuno no fue la de un abuelo desorientado delirando frente a una chimenea.
Suerte que pudo salir de aquel acto en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca escoltado por Carmen Polo, esposa del autoproclamado jefe de Estado, ya que se oyeron las armas cargarse tras el acto cuyo desenlace sentenció la vida de Unamuno y su pronto devenir mortal. Millán-Astray, después de enrarecer el Día de la Raza amenazando de muerte a Unamuno, según se ha reparado desde el presente, pudo entender que el asesinato público del intelectual más importante de España hubiera sido perjudicial en el exterior para el Régimen que trataba de limpiar su imagen.
Unamuno pensaba que el encierro al que le habían sometido acabaría con un asesinato en su propia casa y así lo plasmará en hasta siete cartas y varias entrevistas. “Son comentarios estremecedores”, apunta Menchón, que sigue investigando al intelectual
Unamuno sabía que podía ser asesinado en cualquier momento. No obstante, como dejan entrever Luis García Jambrina y Manuel Menchón en su libro La doble muerte de Unamuno (Capitan Swing, 2021), el histórico rector también sabía que el asesinato y la desaparición del poeta granadino Federico García Lorca había causado honda repercusión internacional, lo que había dañado la imagen de Franco y sus acólitos. La muerte revolotea como pájaro de mal agüero por la calle Bordadores, aunque más que temerla, pareciera esperarla, Don Miguel, sin poder hacer nada.
Unamuno se convirtió, no obstante, en una piedra china en el zapato. Vivo molestaba, muerto lo haría también. De ahí el “encarcelamiento disfrazado”. Por ello, él pensaba que el encierro al que le habían sometido acabaría con un asesinato en su propia casa. Este pensamiento se puede observar en varias cartas –hasta siete– y varios comentarios en prensa y entrevistas. “Son comentarios estremecedores”, apunta Menchón, que sigue investigando al intelectual vasco y salmantino de adopción.
Cartas y entrevistas para una muerte anunciada
En una misiva al director del ABC de Sevilla, Juan Carretero Luca de Tena, el 11 de diciembre de 1936, veinte días antes de su fallecimiento, expresaba: “Le escribo esta carta desde mi casa donde estoy desde hace días encarcelado disfrazadamente. Me retienen en rehén no sé de qué ni para qué. Pero si me han de asesinar, como a otros, será aquí en mi casa”. Unamuno se autocalifica como rehén días antes de morir.
20 días antes de morir, Unamuno escribía al director del ABC de Sevilla: "Me retienen en rehén no sé de qué ni para qué. Pero si me han de asesinar, como a otros, será aquí en mi casa”
El 1 de diciembre Unamuno había escrito a su amigo, Quintín de la Torre, que se encontraba en Espinosa de los Monteros (Burgos) donde referenciaba una tercera y anterior carta no encontrada, como explica Miguel Ángel García de Juan y recoge la Casa Museo Miguel de Unamuno (Las de Unamuno, signatura 86/130; La de Quintín de Torre, signatura 47/159/5). Le cuenta este día todo lo ocurrido el 12 de octubre, acongojado e iracundo, señalando que con la guerra entre “hunos” y “hotros” estaban ensangrentando España. “Hubiera usted oído aullar a esos dementes de falangistas azuzados por ese grotesco y loco histrión que es Millán-Astray”, escribía. El día 11 contestó Quintín, claramente adepto, diciéndole que los “rojos” estaban cometiendo barbaridades con los «pobres chicos» que apresaban. Dos días después, el 13 de diciembre, va fechada la última carta a este escultor bilbaino amigo de Unamuno y adherido al alzamiento: aquí llama “monstruo de perversidad, ponzoñoso y rencoroso” al general Mola. Y sigue: “Han asesinado, sin formación alguna de causa, a dos catedráticos de universidad, uno de ellos discípulo mío, y a otros. También al pastor protestante, por ser masón. Y amigo mío… A mí no me han asesinado todavía estas bestias al servicio del monstruo”. Se refería con “discípulo” a Salvador Vila y como “pastor protestante” a Atilano Coco. Ambas muertes mataban en vida a Unamuno.
En otra carta, Unamuno llama “loco histrión” a Millán-Astray y “monstruo de perversidad, ponzoñoso y rencoroso” al general Mola. Acongojado, escribe: "A mí no me han asesinado todavía estas bestias al servicio del monstruo”
En un escrito del 25 de diciembre, seis días antes de la “la segunda muerte de Unamuno”, Miguel finge o transcribe una “conversación con el rector Madruga” donde se puede leer: “Que vengan acá a asesinarme como a [Arturo] Pérez Martín y a Vila. En esa Granada… Peores los hotros que los hunos. Estos, ingenerados, salvajes; aquellos, degenerados, resentidos, pervertidos. García Lorca”. Esto mismo quedó recogido en un anexo en la edición de El resentimiento trágico de la vida, preparada por Colette y Jean-Claude Rabaté.
Unamuno escribió otra carta ocho días antes de su definitiva desaparición. En ella trata temas cotidianos y asuntos privados y domésticos que parece preocupado por dejar zanjados con urgencia. Su destinatario era, precisamente, el rector Esteban Madruga –a través de su hija Felisa– y la misiva estaba acompañada de “las llaves del departamento de la antigua casa rectoral”. En esa casa rectoral, apunta Unamuno, “se guarda la librería” que consideraba suya y “que hoy es de la Universidad”. Preocupado, ruega que se informe al decano de la Facultad de Letras de que tiene “dos o tres libros de su biblioteca”, por lo que le pide a este que se “digne en mandar un bedel para que los recoja y los guarde allí”. El tiempo se acaba, parece estar persiguiéndole la muerte. En su puerta, algunos guardias –al menos uno a todas horas– con órdenes de disparar si intentara huir, aguardan atentos desde hace semanas. En la carta añade: “He decidido no salir ya de casa desde que me he percatado de que el pobrecito policía esclavo que me sigue —a respetable distancia— a todas partes, es para que no escape —no sé dónde— y así se me retenga en este disfrazado encarcelamiento como rehén no sé de qué, ni por qué ni para qué». Esta oración es muy similar a la que ya le había lanzado al director del ABC de Sevilla.
“Estoy vigilado, no se me deja salir, pero todavía no me han fusilado”, declararía a L'Humanité. A ello añade el entrevistador que “esa palabra, ‘todavía’, adquiere al día siguiente de la desaparición de Don Miguel de Unamuno una trágica resonancia”
Unas declaraciones del propio Miguel de Unamuno aparecieron en el diario francés L’Humanité tras su muerte, como hablando desde el más allá. Se trata de una edición publicada el 7 de enero de 1937, aunque la entrevista se realizara durante el mes de noviembre. Firmada por Georges Sadoul, historiador de cine, reconoce que la fuente de su escrito era un periodista anónimo que había conseguido hablar con Unamuno en Salamanca. En ese encuentro, al parecer, Unamuno le entregó un “mensaje” escrito de donde dice extraer las citas. La más significativa es la siguiente, que aparece al final del artículo: “Estoy vigilado, no se me deja salir, pero todavía no me han fusilado”. A ello añade el periodista que “esa palabra, ‘todavía’, adquiere al día siguiente de la desaparición de Don Miguel de Unamuno una trágica resonancia”. Al parecer, el reconocido historiador del cine estaba convencido de que, de una manera u otra, la premonición se había acabado cumpliendo, como si se tratara de una profecía autorrealizada, según interpreta Menchón.
En L’Humanité también se puede leer: “Ya nunca más saldré a las calles de Salamanca. Me sacarán muerto de aquí, ya se lo he dicho al comisario encargado de mi vigilancia”. Y, como parecía entrever desde el principio, el escándalo internacional cree que es el último escollo que alarga su encierro en vida: “No quieren que me vaya para gritar al mundo entero las razones por las que me cazaron en la Universidad, que cuente cómo fusilan en la retaguardia a falta de éxitos en el frente. He escrito al extranjero para decir hasta qué punto este movimiento es inaudito, sádico, cruel, bestial”.
Contra la Falange que le asesinaría
“La Falange es sin duda el mayor peligro de los que amenazan a España. Son locos, fanáticos, que calcan ciegamente una idea extranjera y estrecha. Renuncian a su propia patria y a sus ideas seculares”, había declarado Don Miguel ante un periodista polaco, Roman Fajans, en una entrevista publicada el 6 de diciembre en el diario Kurier Warszawski. Previamente denuncias similares habían sido publicadas en la prensa extranjera, como el diario Candide de París, de extrema derecha, al que había declarado que “es el régimen del terror. España está espantada de sí misma. Y si no se contiene a tiempo llegará al borde del suicidio moral” o al puertorriqueño Repertorio Americano, a quién afirmaba que “no hay cultura que nazca, crezca o prospere bajo un régimen absolutamente militar, es imposible, los militares son unos botarates”. Manuel Vicent también cuenta en un artículo de El País que Unamuno, amenazando con fugarse, había soltado maldiciones contra los falangistas mientras estaba retenido.
El 21 de noviembre Don Miguel escribió dos cartas. La primera, iba dirección Lorenzo Giusso, filósofo italiano, pero no fue recibida por su destinatario. Ese mismo día escribe otra carta (o por lo menos la fecha el mismo día) dirigida a Mari Garelli. Se trata de escritos, como ha podido comprobar Hordago, en los que habla de confinamiento interno, encierro y enclaustramiento, en situación de rehén, «por obra y gracia de estos… salvadores de España». En la carta a Garelli incide: “Es el terrible resentimiento, es la envidia que tan bien señaló a fuego Quevedo, es la lepra nacional, es el odio a la inteligencia. Y por haber dicho esto en público, y que vencer no es convencer, ni conquistar es convertir, y haber pedido otros métodos, el gobierno dictatorial militar que me restituyó mi Rectorado me ha destituido de él sin oírme ni darme explicaciones”.
Un intercambio de misivas entre Henry Miller y Miguel Unamuno cobra toda su importancia tras conocer todos estos datos. Unamuno, en esa carta a Miller que sería confiscada por los servicios militares y entregada a Franco el 20 de diciembre para avisarle de su “deseo de huir al extranjero”, se puede leer: “En qué circunstancias me llega, amigo mío, su carta a este mi hogar que es hoy cárcel...”. En esa misma carta, que se puede leer en el libro Miguel de Unamuno: ¿Muerte natural o crimen de Estado? publicado hace un año por Carlos Sá Mayoral, también podemos leer a Unamuno decir: “Estoy, como le digo, preso en mi casa. Es cierto que me dicen, con hipocresía tiránica, que puedo circular por la ciudad pero es seguido a cierta distancia por un policía para que no salga de Salamanca, dónde se me tiene en rehén no sé por qué ni de qué ni para qué, y con orden, si intento salir de ella, hasta de asesinarme”.
Quizá lo más importante de la carta al escritor estadounidense es el reconocimiento de Unamuno de que lo que desató las iras fue el encontronazo el Día de la Raza. Reproducimos in extenso sus palabras: “En una Fiesta de la Raza, el 12 de octubre, que se celebró en la Universidad, siendo yo rector de ella todavía, y a la que llevé la representación expresa de Franco, me quejé de que no se oigan sino voces de odio y ninguna de compasión, prediqué la concordia y dije que vencer no es convencer ni conquistar es convertir y que hay que renunciar a la venganza que no es justicia. ¡La que se armó! Consecuencia que el Gobierno mismo que llaman nacional, el que me restituyó a mi rectorado me destituyó de él y después me ha encarcelado, de la manera que le cuento aquí en esta mi casa. ¿Mi delito? El no haber renunciado a mi derecho de ejercer libre crítica, de decir la verdad”. Sá Mayoral, que rescató esta carta, considera que “Franco es el urdidor de la persecución y, posiblemente, de la muerte de Unamuno”, como afirmó en la entrevista realizada por Hordago.
En una carta no encontrada pero transmitida por una alumna de Unamuno, el escritor atacaba duramente a los franquistas, a los que acusaba de ser “una banda de analfabetos e idiotas que estaban hundiendo a España en la vergüenza y en la estupidez”
Parece ser que existe una última carta que, aunque continúa desaparecida, ha sido tildada de testamento ideológico del intelectual vasco. Sería el ingeniero hispano-soviético Manuel Vicens González quien ayudaría a reconstruir aquella misiva, que nunca fue firmada por Unamuno, por cierto. Una entrevista grabada en la Residencia de Estudiantes de Madrid en 1998 parecía poner sobre aviso de su existencia. Vicens señaló que tenía constancia de esa carta en una entrevista con El País. ¿Por qué? Porque Don Miguel había confiado el escrito a la madre de Vicens, María Luisa González Rodríguez, una bibliotecaria de Burgos, alumna del propio Unamuno, para sacarlo del país. Pero María Luisa tuvo que huir de Salamanca y no se llevó el escrito del que había hablado con su profesor. La madre y las tías de Vicens habían discutido sobre este asunto, sabiendo que, de ser interceptada, se meterían en problemas.
Según cuenta Vicens, que tenía ocho años, su madre optó por estudiársela de memoria, paseando de lado a lado de la casa, antes de huir. Vicens padre había escrito un artículo sobre Unamuno donde se menciona la carta. En ella Unamuno atacaba duramente a los franquistas, a los que acusaba de ser “una banda de analfabetos e idiotas que estaban hundiendo a España en la vergüenza y en la estupidez”, señalaba la “fría, metódica, científica y sádica represión franquista” y contaba que el rector había tildado de “mamarracho” a un bibliotecario de la universidad “por llevar la camisa y el gorrito falangista”, según recogió Ana María Díaz Marcos en El País.
12 de octubre, principio del fin
La importancia del enfrentamiento de aquel Día de la Raza se puede valorar a través de varios elementos más. Primero, el 13 de octubre, es decir, inmediatamente, el jefe Provincial de Falange –Francisco Bravo– escribiría un telégrafo urgente a Fernando, hijo mayor de Unamuno, que residía en Palencia, donde reconocía que el termómetro subía: “Me he enterado de un grave incidente con ocasión del acto del Paraninfo. Tu padre, que no quiere darse cuenta del ambiente aborrascado propio de la guerra civil en que vivimos, dijo unas cosas que suscitaron protestas crudas y violentas de los asistentes, con Millán-Astray a la cabeza […]. Creo, Fernando, que debes irte a Salamanca y convencer a tu padre de que en tanto duren las circunstancias evite actuaciones públicas que indignen o alarmen a gentes que andamos metidas en la guerra, entre los cuales habrá mezquinos y ruines, incapaces de separar sus egoísmos personales del ideal que guía al pueblo, pero cuya mayoría somos los que pensamos y trabajamos por España”. “Sería doloroso que a tu padre pudiera sucederle algún incidente desagradable”, decía también en su carta.
Ese 13 de octubre, Unamuno fue inmediatamente destituido como “Alcalde honorario perpetuo de Salamanca” –lo ostentaba desde 1931– y, un día después, a petición del rector Loscertales, se le retiró la confianza como rector vitalicio. Loscertales tuvo un papel relevante en el fin de Unamuno pues fue el autor del relato oficial de su muerte, rápidamente escrito e impreso, tomando los apuntes del falangista Bartolomé Aragón, el supuesto alumno que era en realidad un agente doble y, en cualquier caso, la última persona que le vio con vida, casi con toda seguridad arrebatándosela para siempre.
El 18 de octubre, apenas seis días después del encontronazo, Millán-Astray aparecería de nuevo en público, ante los militares del Cuartel de los Requetés de Salamanca, y soltó una soflama más, quizá la definitiva: “¡Ay de aquellos intelectuales que marchen por las sendas tenebrosas! Y los que empleen los caminos sutiles, los disfraces, los juegos de palabras desde los que se lanzan flechas ponzoñosas y se esconde el pecho. ¡Esos serán fulminados!”. ¿A quién se refería el mutilado militar?
Apenas otros cuatro días después, Unamuno se enteraba de que el propio Franco le había destituido como rector. Un día después, ya el 23 de octubre, Salvador Vila, discípulo del intelectual vasco, es asesinado a pesar de la mediación de Unamuno. Manuel Menchón, que ha dedicado los últimos años a tratar de averiguar qué ocurrió con Don Miguel en sus últimos días, repara en que tanto Vila como Atilano Coco, asesinado el mismo mes de diciembre, serían formas de aviso y de tortura sentimental para Unamuno, tal y como cuenta en su documental Palabras para el fin del mundo.
El último gran aviso con palabras, sin sangre pero con tinta y micrófono, tuvo lugar cuando el 1 noviembre, en una conferencia radiada, el padre Tusquets, preceptor de la hija de Franco y confesor de la familia, declamó: “Yo acuso, y acuso sin retóricas, con pruebas a Unamuno, en cuya ayuda intervino toda la Francmasonería liberal y socialista de Francia”.
¿Por qué no se investiga la muerte de Unamuno?
El escritor y profesor Luis García Jambrina explica a Hordago por qué, a su juicio, no se está investigando la muerte en raras circunstancias del intelectual vasco y salmantino de adopción: “A mi juicio, el caso de la muerte de Miguel de Unamuno recuerda mucho al del poeta Pablo Neruda, fallecido en 1973, con 69 años; según el certificado de defunción, a causa de un cáncer de próstata, pero todo apunta a que fue envenenado por un agente secreto de la dictadura chilena”. Mientras el caso de Neruda se ha investigado (y se sigue investigando), el de Unamuno solo cuenta con los esfuerzos de historiadores, investigadores autónomos, unamunianos descontentos y profesores a los que no les cuadra el final de Don Miguel.
"Si tenemos en cuenta los indicios que hasta ahora tenemos y las circunstancias que rodearon los hechos, la muerte de Unamuno debería considerarse como mínimo sospechosa de criminalidad, y, por lo tanto, debería ser investigada por la justicia”, explica Jambrina, profesor e investigador de la muerte de Unamuno
Argumenta Jambrina: “Para Manuel Menchón y para mí, está claro que, si tenemos en cuenta los indicios que hasta ahora tenemos y las circunstancias que rodearon los hechos, la muerte de Unamuno debería considerarse como mínimo sospechosa de criminalidad, y, por lo tanto, debería ser investigada por la justicia”. Lo esencial, según Jambrina, es que sea la familia del escritor quien abra las correspondientes diligencias para conocer la verdad sobre el caso; porque, “entre otras cosas, debería llevarse a cabo la exhumación y examen de los restos, así como la realización de otras pruebas periciales con el fin de esclarecer los hechos”. Jambrina concluye: “Si se ha hecho con Neruda, ¿por qué no puede hacerse también con Unamuno?”. Lo cierto es que ochenta y ocho años después de su muerte, Don Miguel sigue esperando en su nicho a que se le haga justicia.