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Una bufanda roja y negra
- La poeta Angelina Gatell terminó poco antes de morir el libro La veu perduda, su regreso al catalán. Su familia tuvo que abandonar Cataluña debido a la represión franquista
- Una de nuestras grandes luchadoras, la mujer que no quiso, no pudo callarse nunca, pero que siguió cuidando siempre sus ilusiones, nos habla por fin en sus dos lenguas
Joan MargaritPublicada 23/02/2018 a las 06:00Actualizada 22/02/2018 a las 13:58
La poeta Angelina Gatell en su casa de Madrid en noviembre de 2016.
Miriam Puelles
La poeta Angelina Gatell (Barcelona, 1926-Madrid, 2017) terminó poco antes de morir el libro La veu perduda. La autora había escrito una extensa obra en español, debido a que abandonó muy joven Cataluña para salvarse con su familia de la represión franquista. Salvador Espriú se lamentó en una ocasión de la voz que había perdido la poesía catalana. Pero al catalán decidió volver la poeta al final de su vida. Su libro ha sido publicado en edición bilingüe por la colección Visor.
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Una de las escenas más tristes de la literatura transcurre después de la muerte de Héctor en su combate contra Aquiles. La escena es la súplica del anciano rey Príamo, padre de Héctor, para que Aquiles le permita llevarse el cuerpo de su hijo. Es de una tristeza pura, irremediable, definitiva, como la que me ha acompañado en la lectura del último libro que escribió Angelina Gatell. Detrás de ella hay también una guerra, tan trágica como la de Troya, una larga postguerra y una vida de pasión política, entendida como una pasión por la defensa de unas ideas, y por la poesía, que siempre fue su refugio.
Que una poeta haya nacido en uno u otro lugar no suele ser un dato importante excepto cuando esto, en medio de las circunstancias de su vida, entrañe un conflicto con su lengua materna. Esto puede ser un problema muy serio, para una poeta. La primera noticia de la existencia de un poema no es ni tan solo verbal, pero ahí comienza el misterio de la palabra poética. Se puede tener una –o varias– lenguas de cultura, pero puede ser que ninguna de estas sirva para entrar en ese lugar donde está el poema. Como en los cuentos, se trata de entrar en un lugar sin puertas. Todas estas cuestiones son irrelevantes cuando la lengua materna y la de cultura coinciden. Cuando no es así, la lengua en la que se intenta escribir puede ser una impresionante catedral edificada sobre una cripta inaccesible. Y el poema, fundamental y humilde, está siempre en esa cripta.
Esta es la tragedia personal de la que habla este libro. Este es el sentido que tiene que sus lectoras y lectores lo primero que encuentren sea las palabras que Salvador Espriu, el gran poeta catalán contemporáneo de Angelina, le dice en una carta: "Lástima que por culpa de las circunstancias nuestra lengua haya perdido una voz como la suya".
La veu perduda: La voz perdida. Quizá, a mi modo de ver, el mejor libro de poemas de Angelina Gatell, que tiene además el valor añadido de la brillante y precisa traducción castellana que la propia Angelina no pudo terminar pero que lo ha hecho, con la sabiduría que requería, su hijo, el poeta Miguel Sánchez Gatell.
No recuerdo otro libro de poemas que comience a la vez por el prólogo y el epílogo, pero para la autora es urgente que sepamos que este libro es un principio y un final, que detrás tiene una larga ausencia y ante él la ausencia definitiva. Es este inicio ya sin piedad el que a mí me ha evocado la atmósfera de trágica clásica: una anciana frente al mar tiene frío y mira, no al horizonte del agua sino al horizonte del tiempo. En sus labios la voz perdida. Y tan solo le queda el canto.
Esa mujer, antes de seguir con el libro, se despide, pero no con las palabras castellanas que a lo largo de su vida han ido conformando la obra de una poeta clave de lo que bajo la brutalidad franquista conocimos como poesía social, sino con las palabras de otro tiempo anterior, el del origen, las palabras de los hijos, de la memoria de los amores y de la amistad, sus palabras en lengua catalana. Es una despedida que no significa desamor a ninguna otra lengua sino una última búsqueda de identidad y de existencia.
¿Quién mejor que Angelina para tomar el pulso a este momento de revisión de todo cuanto gira alrededor de los viejos conceptos de patria? Las de su generación –y también las de la mía– hemos sido gentes que tuvimos que vivir desde 1939 hasta –aquí querría decir 1977, pero ya no lo sé– en este país bajo una autoridad cuyo punto de vista era el de aquel brigada chusquero que tratando de explicarse a los jóvenes reclutas, les decía: "La patria...¿cómo os lo diría?....¿Verdad que si digo “Francia” os jode? ¡Pues eso es la patria!". He visto a este brigada tantas veces todavía desde 1977, en las pantallas, en los discursos, en las amenazas. Porque entonces, como ahora, mi patria es la de Angelina, la dura y sutil anciana, tan llena de sabiduría como el viejo Príamo, esa que ha de comenzar su primer libro en catalán con su epílogo, porque un epílogo es lo que es el libro entero.
La despedida de una mujer que surgió con una extraña furia no intuida, la fiebre de combatir, de crecer dentro de este "camino gris del orden". O sea dentro del franquismo, la bestia feroz, ante el cual "era vano/ oponer la razón/ o la voz del poema". De la luchadora, pero también de la otra mujer ("L’altra", "La otra"), la que es fruto de un desdoblamiento: "pero me cuesta tanto/ sustituir su nombre por el mío/ y seguir viva...". La poeta que advierte ("Ciutat de tardor", "Ciudad de otoño"): "quien no ha dejado atrás la voz/···/ nunca podrá entender estas palabras". Ya para siempre abrigada en su bufanda roja y negra.
El último poema ha sido para mí un emocionante fin de libro puesto que he tenido la fortuna de que me fuera dedicado ("Quan nosaltres callem", "Cuando nosotros callemos"). Aquí se expresa lo que para ella es la misión final de una poesía hecha, ante todo, de pasión, ideas y estilo: hacer llegar
Una de nuestras grandes luchadoras, la mujer que no quiso, no pudo callarse nunca, pero que siguió cuidando siempre sus ilusiones, nos habla por fin en sus dos lenguas. Lástima que Salvador Espriu no pudiera leer este libro. Nadie podrá ya referirse en Catalunya a la voz de Angelina Gatell como una voz perdida.
*Joan Margarit es poeta. Su último libro, Un hivern fascinant/Un asombroso invierno (Proa/Visor, 2017).
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Una de las escenas más tristes de la literatura transcurre después de la muerte de Héctor en su combate contra Aquiles. La escena es la súplica del anciano rey Príamo, padre de Héctor, para que Aquiles le permita llevarse el cuerpo de su hijo. Es de una tristeza pura, irremediable, definitiva, como la que me ha acompañado en la lectura del último libro que escribió Angelina Gatell. Detrás de ella hay también una guerra, tan trágica como la de Troya, una larga postguerra y una vida de pasión política, entendida como una pasión por la defensa de unas ideas, y por la poesía, que siempre fue su refugio.
Que una poeta haya nacido en uno u otro lugar no suele ser un dato importante excepto cuando esto, en medio de las circunstancias de su vida, entrañe un conflicto con su lengua materna. Esto puede ser un problema muy serio, para una poeta. La primera noticia de la existencia de un poema no es ni tan solo verbal, pero ahí comienza el misterio de la palabra poética. Se puede tener una –o varias– lenguas de cultura, pero puede ser que ninguna de estas sirva para entrar en ese lugar donde está el poema. Como en los cuentos, se trata de entrar en un lugar sin puertas. Todas estas cuestiones son irrelevantes cuando la lengua materna y la de cultura coinciden. Cuando no es así, la lengua en la que se intenta escribir puede ser una impresionante catedral edificada sobre una cripta inaccesible. Y el poema, fundamental y humilde, está siempre en esa cripta.
Esta es la tragedia personal de la que habla este libro. Este es el sentido que tiene que sus lectoras y lectores lo primero que encuentren sea las palabras que Salvador Espriu, el gran poeta catalán contemporáneo de Angelina, le dice en una carta: "Lástima que por culpa de las circunstancias nuestra lengua haya perdido una voz como la suya".
La veu perduda: La voz perdida. Quizá, a mi modo de ver, el mejor libro de poemas de Angelina Gatell, que tiene además el valor añadido de la brillante y precisa traducción castellana que la propia Angelina no pudo terminar pero que lo ha hecho, con la sabiduría que requería, su hijo, el poeta Miguel Sánchez Gatell.
No recuerdo otro libro de poemas que comience a la vez por el prólogo y el epílogo, pero para la autora es urgente que sepamos que este libro es un principio y un final, que detrás tiene una larga ausencia y ante él la ausencia definitiva. Es este inicio ya sin piedad el que a mí me ha evocado la atmósfera de trágica clásica: una anciana frente al mar tiene frío y mira, no al horizonte del agua sino al horizonte del tiempo. En sus labios la voz perdida. Y tan solo le queda el canto.
Esa mujer, antes de seguir con el libro, se despide, pero no con las palabras castellanas que a lo largo de su vida han ido conformando la obra de una poeta clave de lo que bajo la brutalidad franquista conocimos como poesía social, sino con las palabras de otro tiempo anterior, el del origen, las palabras de los hijos, de la memoria de los amores y de la amistad, sus palabras en lengua catalana. Es una despedida que no significa desamor a ninguna otra lengua sino una última búsqueda de identidad y de existencia.
¿Quién mejor que Angelina para tomar el pulso a este momento de revisión de todo cuanto gira alrededor de los viejos conceptos de patria? Las de su generación –y también las de la mía– hemos sido gentes que tuvimos que vivir desde 1939 hasta –aquí querría decir 1977, pero ya no lo sé– en este país bajo una autoridad cuyo punto de vista era el de aquel brigada chusquero que tratando de explicarse a los jóvenes reclutas, les decía: "La patria...¿cómo os lo diría?....¿Verdad que si digo “Francia” os jode? ¡Pues eso es la patria!". He visto a este brigada tantas veces todavía desde 1977, en las pantallas, en los discursos, en las amenazas. Porque entonces, como ahora, mi patria es la de Angelina, la dura y sutil anciana, tan llena de sabiduría como el viejo Príamo, esa que ha de comenzar su primer libro en catalán con su epílogo, porque un epílogo es lo que es el libro entero.
La despedida de una mujer que surgió con una extraña furia no intuida, la fiebre de combatir, de crecer dentro de este "camino gris del orden". O sea dentro del franquismo, la bestia feroz, ante el cual "era vano/ oponer la razón/ o la voz del poema". De la luchadora, pero también de la otra mujer ("L’altra", "La otra"), la que es fruto de un desdoblamiento: "pero me cuesta tanto/ sustituir su nombre por el mío/ y seguir viva...". La poeta que advierte ("Ciutat de tardor", "Ciudad de otoño"): "quien no ha dejado atrás la voz/···/ nunca podrá entender estas palabras". Ya para siempre abrigada en su bufanda roja y negra.
El último poema ha sido para mí un emocionante fin de libro puesto que he tenido la fortuna de que me fuera dedicado ("Quan nosaltres callem", "Cuando nosotros callemos"). Aquí se expresa lo que para ella es la misión final de una poesía hecha, ante todo, de pasión, ideas y estilo: hacer llegar
a los sucios rincones del olvido
las palabras oscuras de los poetas.
Una de nuestras grandes luchadoras, la mujer que no quiso, no pudo callarse nunca, pero que siguió cuidando siempre sus ilusiones, nos habla por fin en sus dos lenguas. Lástima que Salvador Espriu no pudiera leer este libro. Nadie podrá ya referirse en Catalunya a la voz de Angelina Gatell como una voz perdida.
*Joan Margarit es poeta. Su último libro, Un hivern fascinant/Un asombroso invierno (Proa/Visor, 2017).
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