Arqueólogo y antropólogo forense, Juan Manuel Guijo ha sido el director de la excavación en la fosa común franquista de Pico Reja en el cementerio de Sevilla, la más grande abierta en España y en la que hace pocas semanas terminaron los trabajos después de tres años. A la hora de hacer balance, recuerda el impacto que supuso encontrarse muchos más restos de los esperados: las previsiones hablaban de 850 represaliados, pero al final han sido 1.786, más del doble. “Es la fosa del abandono, del olvido total”, subraya, al tiempo que muestra su satisfacción con el osario-memorial que recuerda lo ocurrido, porque “en muchos cementerios de Andalucía se ha perdido la pista de las víctimas, nada las recuerda”.
¿Cuál ha sido el momento más complicado en estos tres años?
La situación más difícil de superar se nos planteó al principio, prácticamente a los pocos meses, cuando vimos que la fosa tenía mucho más contenido del que se conocía entonces. No voy a decir que ese momento fuese un ataque de pánico pero estuvo muy cerca, porque no sabíamos si podíamos asumir el trabajo. Desde el principio mantuvimos una actitud de comunicación total con el Ayuntamiento de Sevilla para que estuviese informado de todo, y también se nos planteaba la cuestión ética de hacer el máximo esfuerzo, avanzar en lo posible y ya en el último año pedir socorro. En ningún momento se nos pasó por la cabeza aprovechar para hacer negocio económicamente con el argumento de que se multiplicaban por ocho las personas a exhumar. Eso siempre ha estado en contra de los principios éticos de la Sociedad de Ciencias Aranzadi.
Al final se han extraído más de millón y medio de huesos.
Hemos encontrado de todo, desde sujetos completos a zonas con restos alterados. La fosa tenía unas dimensiones determinadas y por razones de espacio, para hacer lugar a ataúdes y a la basura que directamente llegaron a echar aquí, removieron los cuerpos y apilaron encima más restos. En esas fosas alteradas se han podido atribuir restos a unos sujetos, pero en otros muchos casos ha sido imposible, porque son personas que tienen la misma complexión, sexo y edad. Pero todo el material que ha salido de la fosa se ha investigado, hemos terminado la exhumación con el inventario de cada hueso que ha salido. Y eso es lo que nos ha proporcionado la contabilidad final de 1.786 víctimas, cada una de las cuales tiene evidencias de violencia, como impactos de proyectiles, fracturas… Tanto hueso lo ha dificultado todo mucho más porque una de las tareas ha sido el mero hecho de diferenciar lo que son víctimas de represión de las que no lo son.
¿Eso aumenta mucho la dificultad del proceso?
Claro, ha sido terrible porque se esperaba encontrar algo menos de 300 ataúdes y al final han sido más de 7.000, había que ver si contenían víctimas. Cada sujeto ha tenido un tratamiento individualizado: desde que aparece en la fosa, se exhuma, se estudia y se toma su muestra. De otras personas solamente podemos estar seguros de un hueso, hemos tomado como referencia el fémur derecho para la toma de muestras de ADN. Al final hemos terminado con la obtención de 100.557 muestras de hueso, en algunos casos ha sido imposible por el estado de conservación, porque contamos solo con zonas esponjosas o porque están quemados.
Es la fosa del abandono, del olvido total, porque ninguna persona que hemos sacado, sea víctima o no, tiene nada que recuerde un nombre o un emplazamiento, todos son enterramientos absolutamente anónimos
¿Qué historia le ha impactado más de las que ha contado Pico Reja?
Lo que más me ha impresionado es el trato, imaginarme cómo sería el escenario de entierro. Teniendo en cuenta que Pico Reja tiene la peculiaridad de que es una fosa a la que se le permite seguir funcionando, enterrando sobre todo a personas que mueren de hambre o acumulando material sanitario. Se sigue usando la fosa, y al hacerlo se altera. Pico Reja es un escenario pavoroso, el horror está aquí, es un campo de batalla abarrotado de huesos, con huesos por todos lados, con cuerpos en proceso de descomposición removidos y al mismo tiempo haciéndose hueco para personas que mueren y que no son víctimas, no tienen más remedio que ser enterrados ahí porque no se facilita otro sitio. Es la fosa del abandono, del olvido total, porque ninguna persona que hemos sacado, sea víctima o no, tiene nada que recuerde un nombre o un emplazamiento, todos son enterramientos absolutamente anónimos.
Han sido 1.128 días de excavaciones, ¿alguno especialmente emocionante o especial?
Ha habido muchísimos, sobre todo por el contacto con los familiares, por momentos de llanto, de historias que cuentan que dan escalofríos. Pero también eran momentos de alegría, porque se veía su confianza en el trabajo que se estaba haciendo y al mismo tiempo eso suponía un aumento de la exigencia para el equipo. A la hora de recordar, fue especial cuando mi compañero Jesús Román me comunicó que habían aparecido unos restos reventados, con una apariencia caótica y zonas del cuerpo parcialmente quemadas. Y automáticamente me vino a la cabeza la Columna Minera de Huelva, como así resultó tras las pruebas químicas y después de descartar que fueran personas que murieron por bombardeos.
¿En una excavación tan compleja ha habido momentos emocionalmente duros?
Sí, como cuando en un ataúd encontramos un cuerpo sin impactos de proyectil pero con un destrozo absoluto de los huesos del esqueleto, con multitud de fracturas seguramente por palizas. La visión era tremenda. Aquí está el horror, los crímenes ocurrieron y son ciertos, y Pico Reja es la prueba.
El Ayuntamiento tiene la intención de abrir ahora la fosa de Monumento, que sobre el papel es más grande todavía que Pico Reja, ¿le gustaría trabajar en ese proyecto?
Es duro, física y mentalmente. Ahora mismo me sentiría incapaz de hacerlo, pero por supuesto que me gustaría. Ahora viene un tiempo de recuperación personal de muchas cosas, de recuperación de trocitos de vida que se han ido dejando a base de echar muchas horas a la semana, incluidos también muchísimos sábados y domingos. Pero por supuesto que pienso ayudar si sale la licitación.
Alguna vez ha comentado que es un trabajo en el que uno se muere un poco.
Se muere y se resucita, se pierden trozos de vida y se recuperan otros trozos de vida, que son los ejemplos de dignidad, de familiares que cuentan historias terribles y han sobrevivido décadas con eso. La intervención en la fosa no podía ser algo de espaldas a la sociedad, esto ha supuesto una presión y una fiscalización maravillosa, porque el lugar central lo ocupan los familiares. Nos visitaban, y lo increíble es que tienen alegría, eso ha sido una transfusión que nos permitía recuperar lo que perdíamos en la confrontación con lo que había enterrado. Ha sido una gran experiencia, la voz del movimiento memorialista nunca tiene que apagarse.
La intervención en la fosa no podía ser algo de espaldas a la sociedad, esto ha supuesto una presión y una fiscalización maravillosa, porque el lugar central lo ocupan los familiares
¿Qué simbolismo tiene que donde estaba Pico Reja se levante ahora el mayor osario-memorial de España con restos de represaliados?
La idea era que no se podía hacer un monumento que invisibilizara a las víctimas, que se camuflara con lo que es el cementerio, había que hacer algo distinto aunque chocase. Y se pensó en algo distinto, en hacer algo como si los huesos de la tierra brotaran hacia arriba, como si el monumento fuera un ejemplo de la rebeldía del movimiento memorialista, de no conformarse con el negacionismo, con el objetivo cumplido de dejar descansar a los muertos. Luego también está la idea de solidez, de confianza en los derechos humanos, por el material que está hecho el memorial, que es hormigón. Todo eso se tuvo en cuenta, porque sabíamos que no podíamos caer en la integración del monumento en el entorno, tenía que ser algo que llamase la atención y la gente se preguntase qué es eso, quiénes están ahí.
¿Tan importante es que las víctimas de la represión se diferencien?
Es que en muchos cementerios de Andalucía se ha perdido totalmente la pista de las víctimas, no se sabe ni dónde están, nada las recuerda. Por eso dijimos que aquí esto no sería así.
¿Cuál ha sido su sensación al poner punto final a la excavación?
Pues una sensación de deber cumplido, de que se ha hecho lo posible, pero sin poder evitar que hayan muerto personas que vinieron a ver los trabajos el primer año, incluso hay quien no pudo ver ni un solo hueso fuera. Y sin poder evitar también el dolor que produce tener que decir que no todo el mundo va a poder recuperar a sus familiares.
¿Le preocupa el retraso que se está produciendo con las pruebas de identificación genética, como denuncian las asociaciones memorialistas?
Pienso que ahora hay una oportunidad para que la Junta de Andalucía y los partidos de la oposición hablen sobre la cuestión. Igual hay que poner más medios o hay que recortar trámites burocráticos, agilizando para que el laboratorio de la Universidad de Granada pueda recibir más financiación y hacer incluso un análisis de mayor profundidad todavía, aunque tenga un coste un poco más elevado.
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