Entrevistamos a Jesús Rodríguez Barrio, militante antifranquista, fundador de La Comuna, Asociación de presxs y represaliadxs por la dictadura franquista, e integrante de la Querella Argentina
Por Angelo Nero
Tu primera detención fue en 1972, por manifestarte como protesta por los asesinatos de Amador Rey y Daniel Niebla por parte de la policía franquista, dos obreros del naval que secundaban una huelga, en Ferrol, en marzo de 1972. Entonces eras muy joven y la dictadura muy vieja, pero no le importaba morir matando, ¿entonces no eras consciente de los riesgos que corrías al desafiarla? ¿o fue a partir de esta primera detención en donde realmente te diste cuenta de que la represión también te podía alcanzar a ti?
Yo era un estudiante de primer curso, recién llegado a la Universidad Complutense de Madrid. Tenía 18 años y estaba tomando conciencia de la represión que ejercía la dictadura franquista sobre la gente que luchaba por las libertades y los derechos políticos y sociales. Todos los días veíamos como una fila de policías (los “grises”) se instalaba en un cuartelillo que tenían habilitado dentro de la Facultad de Ciencias (donde yo estaba matriculado). Un día vimos, por las ventanas del aula, como un grupo de policías arrinconaba y apaleaba a un estudiante caído en el suelo. Vivíamos la represión en directo y de cerca. Era imposible no tomar partido. Y el 13 de marzo de 1972, en una asamblea improvisada en el hall, un compañero informó de los asesinatos de Ferrol, convocando un desalojo de la Facultad para ir a manifestarnos en Moncloa. Muchos secundamos la convocatoria y participamos en la manifestación, totalmente pacífica, que duró pocos minutos antes de ser disuelta por la policía armada. Sabíamos de los riesgos de detención, pero yo también pensaba, de forma un poco ingenua, que eso solo podía suceder en el caso de enfrentarme a la policía o participar en alteraciones violentas del orden público.
36 horas en la Dirección General de Seguridad (la DGS) me abrieron los ojos. Un máster acelerado sobre lo que representaba la dictadura. Después de eso no necesité recibir ninguna información adicional para tener claro que a partir de ese momento haría todo lo posible, en la medida de mis posibilidades, para terminar con esa podredumbre que asfixiaba la vida de nuestro país.
Dos años después, el 11 de enero de 1974, mientras el régimen comenzaba a preparar su Transición, te vuelven a detener en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad Complutense Madrid, donde estudiabas, acusado de participar en una reunión ilegal para preparar actos de protesta contra la pena de muerte de Salvador Puig Antich. Aquello ya eran palabras mayores. ¿Cómo era el ambiente que se vivía en la calle?
La movilización social era muy grande y ello se sumaba a la crisis del régimen agravada por la enfermedad del dictador. El régimen estaba muy alarmado por la organización independiente de los trabajadores y había detenido y encarcelado a la cúpula dirigente de Comisiones Obreras, que debía ser juzgada el 20 de diciembre de 1973 por el Tribunal de Orden Público (el TOP). Y, ese mismo día, ETA mató a Carrero Blanco en un atentado en Madrid. La condena a muerte de Salvador Puig Antich fue la respuesta vengativa de la dictadura y, al mismo tiempo, una advertencia para todas las fuerzas de oposición.
Yo ya había decidido organizarme de forma clandestina, para luchar mejor y protegerme de la represión, y participaba en el movimiento organizado para salvar la vida de Salvador. Es conveniente decir que no todas las fuerzas de la oposición apoyaron esa lucha en aquel momento. Pero nosotros hicimos lo que pudimos. Un policía infiltrado en el comité que organizaba las manifestaciones nos delató y fui detenido el 11 de enero de 1974 en el hall de mi facultad junto a otros compañeros de lucha.
Interrogado en los siniestros calabozos de la Dirección General de Seguridad, permaneciste allí 72 horas hasta que decretaron tu envío a prisión. ¿Cómo fue ese primer paso por ese lugar para un joven como tú, que comenzabas a militar contra la dictadura?
Yo ya era reincidente, porque era mi segunda detención, y fui sancionado con una multa gubernativa de 200.000 pesetas, impagable con dinero y que solo se podía “pagar” con un arresto sustitutivo de dos meses en la Cárcel de Carabanchel. Fui maltratado, como todos los detenidos, pero ahora más duramente que la primera vez porque ya era considerado un “organizador” de la subversión.
Siempre digo que mi primer paso por la cárcel fue breve pero duro. Aquellos fríos meses del oscuro invierno de 1974 privado de libertad fueron muy duros. Tenía solo 20 años y estaba enfermo de una bronquitis que no se me curó durante toda mi estancia y habría podido ser mucho más grave de no haber sido excarcelado a los dos meses. Yo digo, para resumir, que aquello fue cárcel pinchada en vena.
Después fuiste conducido al Reformatorio de Menores de la cárcel de Carabanchel, donde permaneciste hasta el 12 de marzo. Muchos militantes de entonces, decían que el paso a prisión era un alivio, por raro que pueda sonar, ¿en tu caso, qué fue lo que te encontraste al llegar a Carabanchel?
Es verdad que el traslado a la cárcel era sentido como una liberación al salir de la DGS y esa fue mi sensación las dos veces que pasé por la experiencia. Salir de los interrogatorios de la Brigada Social habiendo resistido las torturas y manteniendo la integridad militante representaba un triunfo.
Pero la llegada al Reformatorio no fue fácil. En esa sección (la cuarta galería de la prisión) se mantenía a los presos menores de edad. Yo tenía 20 años y la mayoría de edad entonces estaba en los 21. Allí estábamos aislados del resto de los presos políticos, que estaban mayoritariamente agrupados en la 3ª galería. Se pretendía, con ello, aislarnos de los presos mayores (considerados irrecuperables) con el pretendido objetivo de “reformarnos” y conducirnos por el “buen camino”. Pero, afortunadamente, allí no se reformaba nadie. La represión lo único que hacía era endurecernos y fortalecer nuestra voluntad de lucha.
En realidad, el objetivo, no declarado, era aplicar una represión agravada sobre aquellos a los que se consideraba más débiles y con menos capacidad de resistencia. El régimen carcelario del reformatorio era mucho más duro y con más limitaciones que en la 3ª galería. Éramos un grupo pequeño de presos políticos que convivíamos rodeados por un gran número de presos comunes. Nuestras relaciones eran buenas en general y llegábamos a establecer relaciones de solidaridad, e incluso de amistad, con muchos de ellos. Pero la situación también nos obligaba a mantener una fuerte cohesión entre nosotros como medida de autodefensa. Allí entendí el verdadero significado de la palabra “comuna”. Éramos presos que militábamos en diferentes partidos, pero estábamos unidos por el contenido político de nuestra lucha contra la dictadura franquista.
Y, el 2 de marzo, la noticia del asesinato de Salvador cayó como una losa sobre nuestra pequeña comuna de la cuarta galería de la cárcel de Carabanchel. La lucha que me llevó a la cárcel no había podido salvarle la vida. Pero su nombre no se ha olvidado y está escrito hoy en la causa de la Querella Argentina.
La tercera vez que te detuvieron, el 16 de abril de 1975, a las puertas de tu casa, fue por pertenencia a la ilegal Liga Comunista Revolucionaria (LCR). Uno de los tres policías de la Brigada Político Social que te detuvo era Antonio González Pacheco. Él fue uno de los que te sometió a terribles torturas en la DGS. ¿Qué recuerdas de los días que estuviste en las manos de Billy el Niño y sus secuaces?
Recibí muchos golpes y, con el paso del tiempo, incluso he ido olvidando los detalles de aquellos interrogatorios, salvo uno que se me quedó muy grabado: en el momento de firmar la declaración, González Pacheco me encañonó con su pistola amenazándome de muerte. Pero el peor recuerdo que me transmite la memoria de aquellos días (compartido con otros que pasaron por la misma situación) no es el sufrimiento debido al maltrato físico, sino el sufrimiento moral y la sensación de angustia que producía el no saber cuándo y cómo terminaría aquella pesadilla.
Resistí sin facilitar ninguna información, y pocas satisfacciones he podido tener en mi vida comparables a la sensación de triunfo que me produjo salir de la DGS camino de la sede del TOP habiendo conservado mi integridad delante de los torturadores de la Brigada Social.
“España era en blanco y negro. No se parecía nada a la caricatura que han hecho en series como Cuéntame, en las que parece que la gente se lo pasaba bien. Los que luchábamos contra el franquismo vivíamos en un permanente estado de terror.” Decías hace unos años en una entrevista. ¿Crees que series y películas como esta han contribuido, y lo siguen haciendo, a blanquear en cierta manera los últimos años del franquismo y los años de la Transición?
Como dije hace años, el final del franquismo no fue una dictadura “blanda” sino un tiempo de plomo. En la calle, ni siquiera la enfermedad de Franco o los tímidos gestos “liberalizadores” del régimen (el “espíritu del 12 de febrero” de Arias Navarro, el carnicero de Málaga) aportaban el más mínimo rayo de esperanza dentro de un régimen que estaba dispuesto a morir matando antes de desaparecer. Nuestro país entero seguía siendo una gigantesca prisión. Nada que ver con la imagen “divertida” que se ha querido transmitir en series como Cuéntame y otras similares.
Pero todo esto no sucedió por casualidad. Fue necesario blanquear el final de la dictadura para blanquear los orígenes de la monarquía española, descendiente directa del franquismo por designación del dictador. No resultaba admisible que el fundamento de la restauración monárquica fuera una dictadura sangrienta y, por ello, fue necesario blanquear aquel tiempo para blanquear los orígenes de nuestro sistema político actual.
La tortura abre una herida que nunca termina de cerrarse, pero lo peor es que ese crimen, más aún cuando lo cometen funcionarios a cargo del estado, en la mayor parte de los miles de casos denunciados en este país, han quedado impunes. ¿Romper esa impunidad, aunque fuera tan solo en un reconocimiento por parte del estado, sería una forma de comenzar a cerrar esa herida?
Como dijo nuestro querido Carlos Slepoy, la impunidad es mucho peor que el delito, porque lo institucionaliza. A estas alturas de nuestra vida, la verdadera reparación no puede ser otra que la investigación judicial, el establecimiento de la verdad y la exigencia de responsabilidades. Reconociendo y dignificando a las víctimas que, hasta el día de hoy, seguimos siendo consideradas como delincuentes amnistiados en los archivos judiciales de nuestro país.
Identificaste públicamente a los policías que te torturaron, a Antonio González Pacheco, Billy el Niño, y a Conrado Delso, El gitano, ambos condecorados y premiados por un estado que sigue despreciando a los que, como tú, lucharon por la democracia. ¿Ante esto se puede afirmar que vivimos en una democracia plena o todavía nos falta mucho para llegar a conseguirla?
La tortura fue generalizada por parte de la policía política del franquismo. Y también ha sido generalizada la impunidad de la que han disfrutado quienes la practicaron. La justicia y todos los poderes del estado han extendido su manto protector sobre los funcionarios señalados como torturadores sin haber realizado ni una sola investigación. Y lo peor es que eso ha permanecido así durante todos los años de nuestra democracia, en los que los responsables no solo no fueron investigados y juzgados, sino que, en muchos casos, fueron condecorados, premiados y promocionados, como en el caso del famoso torturador González Pacheco, que murió en el año 2020 sin que le hubiera sido retirada ninguna de las condecoraciones que disfrutaba, que incrementaban considerablemente su pensión. Algunas de estas condecoraciones le habían sido concedidas, después de la muerte de Franco, por los gobiernos del Reino de España.
Tal vez eso pueda ayudar a entender cómo es posible que la tortura se haya seguido practicando, de forma continuada, en nuestra democracia bajo la cobertura de la lucha contra el terrorismo. Un hecho basado en numerosas pruebas y que ha sido reconocido por instituciones y organismos internacionales de incuestionable prestigio.
Una práctica que resulta incompatible con los derechos humanos, que se suponen garantizados en esta democracia, permanentemente autoproclamada, pero desmentida, entre otras muchas cosas, por la permanencia de esta lacra.
Ante la inacción de la justicia española, y el desamparo de las víctimas del franquismo y del pos-franquismo, han sido muchos los que han buscado amparo en la justicia internacional, tú entre ellos, sumándose a la Querella Argentina. ¿Qué te ha aportado sumarte a la causa abierta por la jueza Servini y qué esperas de la Querella?
En primer lugar, ha sido un acto de dignidad. Pero también ha sido la afirmación de un compromiso moral con todas las víctimas del franquismo. La Querella Argentina es la única causa judicial que, en el día de hoy, permanece abierta a nivel mundial por los crímenes del franquismo y quienes todavía estamos vivos tenemos la obligación de dar testimonio ante la justicia.
Hablamos por nosotros y por todas las personas que ya no pueden hablar. Somos la única voz que ha podido hablar, en nombre de las víctimas, ante la justicia universal.
Recuerdo una frase que vi en una pancarta del 15M hace años en Madrid: “Si no es ahora, ¿cuándo?. Y, si no eres tú, ¿quién?”.
El momento es ahora, y solo podemos hacerlo nosotros. Por eso lo hacemos.
Hace unos años te entrevistó Antonio García Ferreras, en La Sexta, antes de que se conocieran sus oscuros vínculos con el comisario Villarejo, ¿Las cloacas del estado también se han alimentado con los medios de comunicación, aún con aquellos que se autodenominan “de izquierdas”?
Recuerdo aquella entrevista, que tuvo lugar en julio de 2019. En ella insistí en la calificación de genocidio para la represión que practico el franquismo sobre el grupo de la población española que se opuso a la dictadura.
Nosotros hablamos ante todos los medios que nos dan audiencia para difundir, de la mejor manera posible, nuestro mensaje ante la sociedad. Después se han sabido las conexiones de aquel entrevistador con las “cloacas del estado”. Pero recientemente hemos conocido algo que, para nosotros, es todavía peor: Villarejo fue miembro de la Brigada de Información Social y ha sido reconocido por una persona de nuestra asociación, querellante por torturas, como participante en los interrogatorios y torturas que sufrió durante su detención. Y también hemos sabido que, en este célebre caso de corrupción político-empresarial-policial, aparecen vínculos entre González Pacheco y Villarejo, que había sido uno de sus discípulos en la Brigada de Información Social.
Todo esto es una más de las evidencias que demuestran que hay un hilo conductor fundamental entre los crímenes del franquismo y la corrupción endémica de nuestro país. La impunidad de esos crímenes es el fundamento sin el cual no es posible entender la podredumbre de la corrupción en nuestra democracia. La corrupción, que anida en el aparato del estado, es la garantía de impunidad para la corrupción económica, política, mediática y social en general.
Es por eso por lo que decimos que el saneamiento de nuestra democracia no será posible mientras persista la cultura de la impunidad.
Ahora eres miembro de La Comuna de presos y presas del franquismo. Aunque en NR conocemos bien vuestro trabajo, para aquellos lectores que todavía no están al tanto de vuestra organización, nos gustaría que nos recordaras cuáles son los objetivos que tiene vuestra asociación.
Nosotros decimos que La Comuna se fundamenta en el abrazo que nos une para luchar por la justicia para las víctimas del franquismo. Dentro del memorialismo, se suele presentar la justicia como una consecuencia de la verdad. Pero nosotros pensamos que el mejor fundamento para establecer la verdad tiene que ser la investigación judicial de los crímenes del franquismo. Porque, en una democracia, la justicia tiene como misión principal la garantía de los derechos de la ciudadanía. Y uno de los derechos humanos más fundamentales es el derecho de las personas, que se consideran víctimas, a ser escuchadas por la justicia y a que se investigue la violación de sus derechos.
El papel de la justicia para establecer la verdad tiene sus orígenes en la actuación del Tribunal Internacional de Nüremberg, fundamento de la justicia penal internacional de los derechos humanos, que estableció con sus sentencias la verdad judicial incuestionable sobre los crímenes del holocausto. Nosotros aspiramos a que la investigación de la justicia universal, en España y en cualquier otro país, establezca la verdad judicial sobre los crímenes del franquismo.
Para conseguir nuestros objetivos utilizamos todos los medios posibles para difundir nuestro mensaje ante la sociedad y pedimos el apoyo de todas las personas que piensan que defender los derechos humanos es la mejor causa por la que se puede luchar.
Sin justicia no se establecerá de forma plena la verdad. Y sin verdad no habrá memoria. La mejor reparación para las víctimas será la investigación judicial y el establecimiento de la verdad, sin perjuicio de las reparaciones materiales que equiparen a las víctimas de la dictadura franquista con las otras víctimas reconocidas por el estado español.
Justicia, verdad y memoria para las víctimas del franquismo. Eso es La Comuna.
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