La primera vez que Dulce Caballero pisó la cárcel tenía 19 años. Para entonces ya acumulaba varias detenciones: por acudir a una manifestación contra la guerra de Vietnam, por participar en un viaje de las Comisiones Obreras, o como medida preventiva cuando llegaba el Primero de Mayo. Pero a finales de 1968, Dulce, responsable de organización de propaganda de las CC.OO. juveniles en Madrid, fue detenida junto a otros compañeros y compañeras mientras repartían octavillas. “Quedábamos en las esquinas de la calle Martín de los Heros [en Madrid] y en cada una le dejábamos a uno un paquete”, recuerda la mujer, que hoy tiene 74 años. Dulce era quien guardaba la llave del lugar donde estaba la propaganda y eso sirvió para que la condenaran a año y medio de cárcel. Caballero fue enviada a la prisión de Ventas, en Madrid, una cárcel emblemática de la resistencia a la dictadura: pensada en la Segunda República como centro modelo terminó por ser lo contrario: un “almacén de reclusas” que se llenó de presas de la represión franquista pero que también fue escuela de reclusas políticas hasta su final en 1969.
Dulce Caballero recuerda hoy junto a Lola Moreno, Julia López y Estefanía Sánchez cómo fue esa represión y su encierro en Ventas. La vida de varias de ellas se cruzó en esa cárcel, otras se conocieron más tarde, algunas ya habían coincidido antes de recalar en el centro. Las cuatro eran mujeres jóvenes, obreras, que decidieron combatir la dictadura de Franco. Lo pagaron: fueron a la cárcel por rojas. Estos días sumaban sus historias a las Primeras Jornadas de Memoria Pública sobre las Prisiones Femeninas del Franquismo organizada por varios colectivos.
Ventas fue idea de la abogada Victoria Kent. Una vez nombrada Directora General de Prisiones durante la Segunda República, Kent se propuso modernizar el sistema carcelario español y mejorar, especialmente, las condiciones de las presas. Fue así como la abogada diseñó la prisión de Ventas como un centro ejemplar que, sin embargo, terminó siendo algo muy distinto. “Kent diseñó las primeras celdas para presas políticas, en ese momento las de la República. Pensó en un parvulario, en talleres, azoteas para que las presas con niños tomaran baños de sol, salón de actos, biblioteca... Por primera vez en una cárcel no había capilla”, explica el historiador de la Universidad Complutense Fernando Hernández Holgado. Sin embargo, ese modelo apenas funciona tres años, entre 1933 y 1936.
Durante los años 40, Ventas pasa a ser un caso emblemático de la prisión militante, un lugar de la resistencia antifranquista femenina
En la posguerra, Ventas se convierte en un almacén de reclusas, en palabras de las propias presas. Hernández asegura que entre el año 39 y el 40 llegaron a acumularse hasta 5.000 en una prisión pensada para 450. “En ninguna otra cárcel se llegaron a juntar tantas mujeres”, dice el historiador. En cada celda individual dormían hasta 12 reclusas. Allí llegaban mujeres que pertenecían a organizaciones de izquierdas pero también otras que habían trabajado en hospitales o comedores en la retaguardia de Madrid.
La prisión, cuya estructura estaba pensada para que cada galería albergara a un tipo de presa (comunes, políticas y gubernativas), se desbordó. Los problemas de hacinamiento eran graves y muchos niños, que entraban con sus madres cuando ingresaban, enfermaron e, incluso, murieron. Las presas se organizaron para reivindicar mejoras pero también para crear una enfermería, una sala de madres y otra de niños.
Una escuela de presas políticas
Durante los años 40, Ventas es también una escuela de presas políticas: “Pasa a ser un caso emblemático de la prisión militante, un lugar de la resistencia antifranquista femenina”, afirma Fernando Hernández. Las presas políticas celebraban las efemérides republicanas en festivales clandestinos que organizaban en el patio o en los retretes. La represión de sus comportamientos implicaba la dispersión (llegaban a enviarlas a prisiones muy alejadas de sus familias, como las de Tenerife o Gran Canaria), la pérdida de derechos acumulados que les permitían reducir su condena o el aislamiento para que dejaran de recibir paquetes y cartas de sus familias. Esa comunidad militante que alberga Ventas sigue auto-formándose y también llevando a cabo actos de rebeldía, desde huelgas de hambre a la fuga de dos presas condenadas a muerte en noviembre de 1944.
A partir de los años 50, el número de presas políticas decae y ya en los 60 son minoría frente a las comunes. Es entonces cuando ingresa en Ventas la siguiente generación de reclusas de la represión franquista, a la que pertenecen Dulce Caballero, Lola Moreno, Julia López y Estefanía Sánchez. La cárcel queda entonces solo para ingresos preventivos. A las 'políticas' y las comunes se suman, en esta como en el resto de épocas, las presas gubernativas: mujeres arrestadas por ejercer la prostitución o, especialmente en la posguerra, por estraperlismo (la venta ilegal de productos tasados por el Estado), explica la historiadora Laura Bolaños.
“En posguerra, las presas comunes solían ingresar principalmente por hurto o estafa porque la gente tenía que sobrevivir. Pero también por otros delitos muy feminizados, como el aborto o la corrupción de menores y el escándalo público, que tenían que ver con la prostitución”, cuenta también Bolaños, que señala que el aborto estaba penado con penas muy altas que casi se asemejaban a un homicidio, tanto para las mujeres que abortaban como para los profesionales que las ayudaban a hacerlo.
Tinta roja contra Eurovisión
Lola Moreno, de 73 años, recuerda cómo fue su ingreso en la prisión. Su historia de militancia está muy ligada a la de su hermana: “Empezamos a tomar conciencia política de la represión franquista en el instituto, con 16 años”. El estudio se sumaba a su trabajo en una fábrica de discos, y Lola y su hermana empezaron a acudir a manifestaciones obreras clandestinas y, más tarde, a organizarse en las juventudes de las Comisiones Obreras de su barrio, Aluche. ¿Por qué las detuvieron? “Lo que hacíamos era lo elemental: reunirnos, hablar de los problemas de los jóvenes, del barrio, repartir planfletos...”. A veces, pasaban citas para juntarse en puntos de la capital y gritar consignas contra el dictador. “Nos juntábamos 50 o 100 y gritábamos 'Franco, asesino' o 'Libertad' y nos íbamos corriendo y casi nunca pasaba mucho”. Hasta que un día, su hermana y ella fueron detenidas junto a otros compañeros.
Recuerdo ponernos a cantar la Internacional el Primero de Mayo. Como castigo, nos quedamos sin recibir visitas ni paquetes de comida
Llegaron a Ventas una madrugada de febrero del 69. “Éramos como 40 o 50 presas políticas. Algunas funcionarias estaban desde los años 40 y contaban anécdotas de entonces. Había quienes te echaban una mano, te dejaban pasar algún libro... otras eran totalmente fascistas”, recuerda Lola. Durante esos años, la movilización de las presas políticas que había convertido a Ventas en esa escuela de militancia dos décadas atrás se volvió a repetir. “Yo me sentía bien acompañada”, relata Estefanía Sánchez, de 74 años, que trabajaba en una fábrica de productos químicos. Ella, como Lola, empezó a movilizarse con su hermana. Y, como en su caso, las dos terminaron en Ventas.
El año en que España organizaba Eurovisión tras el triunfo de Massiel, 1969, Estefanía acudió al Palacio de Congresos de Madrid, donde los artistas ensayaban, con botellas llenas de tinta roja dispuesta a arrojarlas contra el edificio. Pero el lugar estaba tomado por la policía, que comenzó a detener indiscriminadamente. Ella fue una de las arrestadas, junto a más compañeros y junto a su hermana. Después de cuatro días en la Dirección General de Seguridad, las dos fueron trasladadas a Ventas. “Recuerdo ponernos a cantar la Internacional el Primero de Mayo. Como castigo, nos quedamos sin recibir visitas ni paquetes de comida”, cuenta.
“La importancia de estas últimas presas es su testimonio. Son mujeres de clase obrera, vienen del textil, de la industria química... estaban ligadas al partido comunista y muchas militaban también en las comisiones obreras juveniles”, señala el historiador Fernando Hernández. Para entonces, la prisión se caía a pedazos por dejadez y falta de reformas. En las celdas había una o tres presas, pero nunca dos para evitar relaciones sexuales entre ellas, recuerda Lola Moreno. “Hay encarcelamientos por tribunal militar y por tribunal de orden público, que fue un invento de la represión franquista para que el estamento militar se quitara la responsabilidad de la represión”, añade el historiador. Las presas son defendidas por abogadas vinculadas al Partido Comunista, como Cristina Almeida, Manuela Carmena o María Luisa Suárez.
Pese al clima de compañerismo y movilización dentro de Ventas, las cuatro mujeres recuerdan también las consecuencias que tenían sus encarcelamientos, desde la pérdida de sus trabajos al temor de sus familias. “Cada vez que te detenían te quedabas sin trabajo porque faltabas y no había otra fórmula”, rememora Estefanía Sánchez.
Las últimas 'políticas'
Julia López, de 80 años, fue una las última presas política en pasar por el centro. López fue detenida después de hacer un cursillo político de marxismo en la Alemania Oriental. La mujer, que era sastra, participaba de las estructuras del Partido Comunista. “Intentaba pasar desapercibida. Me obligaban a ir a misa, yo me ponía en la parte trasera y venían a obligarme a seguir la liturgia, yo les decía que no quería. Lo que más hacía era irme a la biblioteca y leer”, recuerda. Las presas comunes la protegían y su madre y sus tías le llevaban comida cada día. También su marido, que quedó a cargo de su hija de dos años.
Intentaba pasar desapercibida. Me obligaban a ir a misa, yo me ponía en la parte trasera y venían a obligarme a seguir la liturgia, yo les decía que no quería
“Colgaba las bolsas con comida que me traían para protegerlas de las cucarachas y los bichos que había en el suelo pero una vez metí la mano y salió una rata, menudo susto. Me acabé alimentando de botes de leche condensada, a veces comía un poco de rancho por eso de comer algo caliente. Mi experiencia fue nefasta, yo estaba más sola”, rememora Julia López.
En el verano del 69 las presas son desalojadas y repartidas por otros centros, como la cárcel de Alcalá de Henares o el psiquiátrico de Carabanchel. “La cierran porque ha perdido importancia como prisión de preventivas, es un edificio demasiado grande para las presas que hay y cambia mucho la zona, que originariamente había sido industrial y que en ese momento se convierte en urbanizable. La M30 empieza a correr detrás de Ventas y subo el precio del terreno”, apunta el historiador. El Ministerio de Justicia subasta el solar, y se vende por un cantidad muy baja, agrega.
En el solar sobre el que un día se levantó Ventas hoy hay bloques de viviendas y un parque municipal. Allí figura una placa genérica a “las mujeres de Ventas”, pero ninguna mención concreta a las miles de mujeres que pasaron por una de las cárceles femeninas de la represión franquista.
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