Sabían que la muerte les alcanzaría en las siguientes horas. Habían sido condenados a la pena máxima por los tribunales franquistas en la España en la que el objetivo de aniquilar al enemigo rojo engrosó por miles las listas de republicanos ejecutados. En la oscuridad y soledad de la prisión, poco antes de ser dirigidos al pelotón de fusilamiento, quisieron dedicar sus últimas palabras a sus padres, parejas, hijos, hermanos y amigos. Sabiendo que nunca volverían a verlos, usaron sus últimos instantes de vida para despedirse de quie
“Dentro de unos instantes, seguramente dentro de unas horas, terminará todo. Tú piensa que yo no he hecho sino dar mi vida por un ideal, como la han dado y la darán tantos otros”, le escribió Eugenio Pérez Carralero a su esposa Raimunda poco antes de ser fusilado, en julio de 1943. Su nieto Juan Carlos le responde: “He leído, releído y vuelto a leer tus cartas. Ya casi me las sé de memoria. Reconozco que desde que las tengo en mi poder no sé si soy mejor persona o no, pero te ayudan a darte cuenta que si tienes un ideal hay que luchar por él”.
Tomás Montero, impulsor de la iniciativa y nieto de represaliado, la describe como un proyecto de “sanación personal” por parte de los familiares y también una forma de “recuperar la memoria y dar a conocer” a los represaliados, que fueron hechos desaparecer en fosas comunes en el sentido más literal del término, pero “también desaparecieron a nivel de la sociedad”. Tomás también escribió a su abuelo, fusilado el 14 de junio de 1939: “Abuelo, de alguna manera llevamos tiempo sembrando aquellos surcos que dejaste a medias para que puedan alimentarnos de dignidad algún día”.
“Estoy viviendo las últimas horas de mi vida”
“En capilla, a las 3 horas del 3/7/41”, encabeza su carta de despedida Germán Paredes García, militante de las Juventudes Socialistas Unificadas, fusilado cuando tenía 35 años. “Queridos hijos: estoy viviendo las últimas horas de mi vida y pienso en la vuestra”. En la misiva les pide que estudien “mucho” y le honren “con vuestra vida como yo os honro con mi muerte”, además de “mirar por vuestro abuelo y querer a vuestros tíos como a vuestra madre”. Y les reconoce: “Muero tranquilo y orgulloso de morir por lo que muero [...] Me quedan dos horas escasas. ¡Adiós, hijos míos!”.
Hermanos queridísimos, ya sabéis como os quise recordar siempre que mamá es antes que nada en el mundo, buscad su felicidad y luego la vuestra
Siete décadas después la respuesta llegó desde Perú, el país al que su familia se exilió. Su nieta Cecilia le escribe a Germán una carta en la que le cuenta que su hermano lleva su nombre. “Se parece bastante a ti”, le dice. También que poco han sabido de él pero están intentando recomponer su historia: “Abuelo Germán, espero recibas esta carta y quiero que sepas que toda tu familia está muy orgullosa de ti”. Escrita en 2009, cuando gobernaba José Luis Rodríguez Zapatero, la misiva añade: “Fíjate las vueltas que da la vida y lo irónica que es, pero en estos momentos el nieto de un republicano es el presidente del Gobierno”.
“No muero por criminal, sino por una idea”
“Hermanos queridísimos, ya sabéis como os quise recordar siempre que mamá es antes que nada en el mundo, buscad su felicidad y luego la vuestra”, les dice Jerónimo Misa a sus hermanos en la carta de capilla que escribió el mismo día en que fue fusilado, el 27 de abril de 1940, con 26 años. “No te preocupes –le responde su sobrina Charo Cáceres– la abuela era una mujer muy fuerte y te defendió hasta sus últimos días”. “¡Si estuvieras aquí nos llevaríamos tan bien! Sabía tan poco de ti y, sin embargo, desde que era una niña te he querido tanto...”.
Cartas de despedida y respuestas se van entrelazando así a lo largo del libro en forma de diálogo imposible entre los ejecutados y sus familias. Bucear en la intimidad de los presos permite a quien lo hace asomarse a sus últimos anhelos. Muchos piden sosiego y aplomo a sus seres queridos, intentan consolarles y casi todos quieren dejar constancia con sus palabras de una última verdad: son inocentes y mueren por defender sus ideas.
“Nos os apuréis, conservar la serenidad y la firmeza hasta el último momento, que no os ahoguen las lágrimas, a mí no me tiembla la mano al escribir. Estoy serena y firme hasta el último momento. Pero tened en cuenta que no muero por criminal ni ladrona, sino por una idea [...] El apellido Manzanero brillará en la historia, pero no por el crimen”, escribe a sus padres y hermanos Dionisia Manzanero Salas, asesinada con 20 años. Su nombre sí pasó a la historia. Dionisia era una de las Trece Rosas, el grupo de jóvenes, la mayoría menores, fusiladas el 5 de agosto de 1939 en la tapia del cementerio del Este de Madrid.
Su sobrina Alicia Jimeno Manzanero le responde ochenta años después: “Dioni, no te conocí, no te conocimos, pero estabas en nuestra vida”. Además de sus cartas, la familia conserva entre otras cosas las zapatillas confeccionadas por la militante del PCE desde la cárcel de Ventas con materiales pedidos en otra de sus misivas a sus hermanos: “Quiero que me mandéis cosas para coser. Si queréis que os haga zapatillas, las sé hacer muy bonitas. Me mandáis trapos, agujas, algunas finas y gordas, dedal, algunos hilos, y algo de tela gorda para hacer de suela”.
“Mis últimos pensamientos son para ti y mis niñas”
Las misivas comparten espacio con fotografías de objetos, postales, pinturas, poemas y otros trabajos carcelarios “de incalculable valor sentimental y documental”, afirma Montero. Entre ellos están los dibujos que Fernando Izquierdo Montes hizo desde la prisión para su mujer y su hijo antes de ser asesinado en 1943. “Lo primero quiero que sepas, que me han matado por querer la libertad del pueblo, por vuestra felicidad, por que tu juventud se desarrollase en un ambiente más justo y mas humano”, le escribe a su hijo. “Te pido y si no es preciso pedírtelo solo te lo exijo, que cuides y trates con todo amor y cariño a tu madre”.
Con garrote vil fue asesinado en Porlier el pintor Lorenzo Victoriano Aguirre. A su mujer, Paquita, le escribió casi un centenar de cartas desde prisión: “¡Como deseo volver a mis pinturas! y no hacer más que eso, pintar. Trabajar para ti y para mis niñas, gozar viviendo para nosotros y no saber nada de nada, como el que empieza a vivir de nuevo y del pasado no le queda más que la familia. Quiera Dios que así sea, porque nuestras niñas, ya he visto por las notas del colegio que son muy aplicadas y me necesitan a su lado, para servirlas de sostén y dirección en la vida y para que tengan la satisfacción y la alegría que merecen esos angelitos, de tener el cariño y los besos de su papá. Y tú, mi chacha, para que puedas colgarte de mi brazo y pasearte orgullosa de llevar este viejillo que, si no sirve para otra cosa, servirá para quereros cada vez más”.
La dictadura acabó con la vida de Lorenzo seis meses después de escribir estas palabras, el 6 de octubre de 1942. “Querida Paquita: mis últimos pensamientos son para ti y para mis niñas. Tu Lorenzo”, se despide en una nota en la que añade una fotografía suya. El pasado mes de abril le contestaron sus nietos: “No te puedes imaginar cuánto amor nos dejaste a través de tus cuadros, cuánta ternura, cuánta belleza, cuánta verdad”.
“Queridos hijos, estoy en un castillo muy precioso”
No hubo carta de despedida de Domingo Villalba, pero su familia sí conserva la felicitación clandestina que el condenado a muerte le envió a su hija el 2 de agosto de 1939, cuando cumplía un año. “Hoy cumples un año, hijita. No puedo al felicitarte estrecharte entre mis brazos, tampoco puedo besarte....”. Tres meses después fue fusilado. Su nieto Juan Carlos le cuenta en su carta cuál fue la vida de aquella niña: “A los catorce años, tu hija se puso a servir en la capital [...] Pasados los años se casó con mi padre [...] Se quedó viuda a los 43 años y ahora, por fin, vive tranquila y feliz con sus nietos e hijos”. La posdata es una frase de su propia hija: “Papá, siempre te quise y nunca te olvidé. Un beso; tu hijita”.
Hubo muchos prisioneros que no pudieron despedirse de sus seres queridos. Las cartas en capilla, llamadas así porque era el lugar de las cárceles franquistas en la que los condenados a muerte pasaban sus últimas horas como antesala de la ejecución. A muchos “no se les permitió” escribir como forma de castigo y a otros “se les chantajeó, exigiéndoles confesarse y comulgar a cambio de obtener el permiso”, según explica la historiadora Verónica Sierra Blas, que apunta hacia la variedad de materiales usados para plasmar los adioses definitivos: páginas o pedazos de papel, pero también trozos de cartón, envoltorios de alimentos, ropa o incluso los suelos y paredes de las capillas.
En papel de fumar escribió Vicente González García-Carrizo cartas a sus hijos, de ocho, siete años y un tercero de unos pocos meses, desde la prisión de Cuéllar (Segovia), ubicada en un castillo. Vicente utilizó esa circunstancia para hacerles creer que estaba en otro lugar. “Queridos hijos Pepe, Felisín y Vicentín. Estoy en un castillo muy precioso. Por la noche pasean las princesitas por el patio. Cuando duermo se aparece mamá Pilar vestida de hada con el pelo suelto y muy guapa. Me cuenta todo lo que hacéis. Cuando sois buenos y aplicados me pongo muy contento. Cuando la hacéis rabiar, lloro mucho”.
Recuerdo como si fuera ahora mismo la última vez que te vi en la cárcel, sentado sobre tus rodillas, jugando con la cadena de tu llavero que al final me diste
La respuesta de Pepe Carrizo, su hijo, forma parte del libro en forma de carta titulada La última vez que te vi: “Recuerdo como si fuera ahora mismo la última vez que te vi en la cárcel, sentado sobre tus rodillas, jugando con la cadena de tu llavero que al final me diste”, le escribe. “He procurado que todos mis actos, de haber vivido, te hubieran hecho sentirte orgulloso de mí. Tú fuiste el último alcalde de la República. Yo concejal de la recién instaurada democracia”.
Vicente, que había sido alcalde de San Lorenzo del Escorial, fue fusilado el 17 de noviembre de 1939. El día antes escribió a su cuñado: “Querido Gaspar: En mis últimos momentos haz presente a la pobre Pilar que mis recuerdos son para ella y todos los míos. Nota: Ven el jueves a recoger mi maletín y mantas”.
“Muero teniendo confianza en un mejor porvenir”
Los agradecimientos a familiares y amigos, las peticiones de disculpas por si alguna vez les dañaron o la transmisión de consejos, sobre todo a hijos o hermanos pequeños, son constantes de las misivas. Hay quienes incluso pedían a sus seres queridos que perdonaran a sus verdugos. Lo hizo Pablo Montón, afiliado a UGT, que fue fusilado a los 24 años: “Madre querida me encuentro muy orgulloso de ser su hijo. Todos los consejos que usted me ha dado los he sabido coger [...] Si siento el morir es porqué [sic] tener que morir tan inocente y pagar lo que no he hecho, pero perdona como yo perdono al que mal me ha hecho”.
Entre las páginas del libro está también presente Isidoro Diéguez Dueñas, que tuvo distintos cargos en el PCE y fue fusilado el 21 de enero de 1942 junto a cinco compañeros de sumario y seis personas más. “Muero teniendo confianza en un mejor porvenir no lejano para nuestro país. Orgulloso de haber dado la vida por el [...] Un ultimo recuerdo profundo para todos; Valor y no desesperar, tened confianza como yo en que lo mejor anuncia ya su presencia], escribe en capilla.
La familia guarda junto a esta carta otra firmada por Dolores Ibárruri dirigida a la mujer de Isidoro, Anita Carrasco, firmada en Ufá, ciudad de Rusia (entonces URSS), en la que le comunica su fusilamiento y le muestra su apoyo. “Isidoro, ha caído, como caen los héroes del pueblo, como caen los comunistas. Isidoro, junto con otro grupo de camaradas, ha sido detenido. Y según las últimas noticias recibidas de Cuba, han sido fusilados. [...] Madrid y España no olvidarán a sus hijos, no olvidarán a los hombres que lucharon por su libertad”.
Jorge, su nieto, le escribió más de ochenta años después: “A pesar de los años transcurridos, tu hijo, nietos y bisnietos te recuerdan con cariño y orgullo. Tus actos nos han motivado a tener principios y luchar por ellos cada día. Allí donde estés, puedes estar tranquilo. Tu legado sigue vivo y tu memoria permanece”.
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