dijous, 9 de juny del 2016

La Guerra Civil de tinta.

http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/fueradelinea/2016/06/07/la-guerra-civil-de-tinta.htm



"Nada acontecerá en mi vida tan hermoso como aquellos dos años y medio que pasé en España". Lo escribió Herbert Matthews, corresponsal de The New York Times en zona republicana, y sintetiza el espíritu entre romántico y propagandístico que vertebró la labor de los centenares de corresponsales extranjeros que cubrieron la Guerra Civil. Matthews, como la mayoría de estos periodistas, simpatizó con la República. Pero fueron pocos los que escaparon a la dinámica de adhesión a alguno de los dos bandos enfrentados.

'De Hemingway a Barzini' (Stella Maris, 2016), de Daniel Arasa.


La antología de periodistas que desembarcó en España a raíz del 18 de julio de 1936 revela el interés que la Guerra Civil despertó en el contexto internacional.HemingwayJohn Dos Passos,OrwellMalrauxSaint-Exupéry. Son algunos de los literatos más conocidos de la tribu que posaron sus ojos sobre el "corazón del mundo", que así es como Audenllamó al Madrid guerracivilista. A su lado, los enviados especiales de las principales cabeceras de la prensa extranjera. No arribaron sólo por la magnitud de la pugna entre republicanos y fascistas, sino por la proyección que ésta tenía como prólogo de la conflagración mundial.
El asunto es recurrente en los ensayos sobre la Guerra Civil y ha sido objeto de monográficos de desigual recorrido. José Mario Armero, abogado y ex presidente de Europa Press, fue el pionero en abordar esta materia en España fue noticia (Sedmay, 1976), un estudio riguroso, algo desordenado pero con testimonios de muchos de los periodistas que 40 años antes transitaron los diferentes frentes. Paul Preston amplió el estudio en Idealistas bajo las balas(Debate, 2007), mientras en su ensayo La llamada de España (Montesinos, 2004), el británico Niall Binns admite que "la llamada de España atrajo la atención del mundo entero".
El texto que firmó Carlos García Santa Cecilia en Corresponsales en la guerra de España, 1936-1939 (Madrid), el catálogo editado con motivo de la exposición organizada por el Instituto Cervantes y la Fundación Pablo Iglesias en 2006, fue una síntesis precisa en una materia en la que ahora ha decidido abundar Daniel Arasa, periodista, redactor jefe de Europa Press en Cataluña durante casi tres décadas, con más de 25 libros a sus espaldas, la mayoría sobre la Guerra Civil.




Ernest Hemingway recorrió los frentes de Madrid, Guadalajara, el Ebro, Cataluña y Levante para una alianza de periódicos de EEUU.

En De Hemingway a Barzini (Stella Maris, 2016), Arasa ahonda en la cobertura de los corresponsales extranjeros, especialmente, en la segunda parte de la guerra, desde 1938. "La Guerra Civil generó una expectación enorme en la prensa internacional desde 1936 hasta finales de 1937. Luego este interés decae porque las fricciones en Europa van en aumento", explica.
Arasa, cuyo ensayo evita deslizarse por la pendiente del maniqueísmo ideológico, considera la Guerra Civil "el paradigma de la no-objetividad en el campo informativo. Es difícil encontrar corresponsales de los que pueda decirse que intentaron ser imparciales". Y la razón no estriba tanto en el tópico -la verdad es la primera víctima de una guerra-, sino en el compromiso ideológico previo de muchos de los corresponsales.
España fue durante tres años el ensayo general de un enfrentamiento de mucha mayor envergadura en Europa. El carácter poliédrico de esta lucha exacerba el foco internacional, pero también la deriva hacia un periodismo tendencioso y distorsionador. No es que no hubiera objetividad, es que ni siquiera ésta fue adoptada como premisa, salvo contadas excepciones. Arasa desmonta la épica: "La Guerra Civil fue una derrota del periodismo. No hubo buen periodismo. Tampoco neutralidad. Otra cosa es que se diga: no pudieron hacer otra cosa, no tenían más medios ni posibilidades".



Crónica de la ofensiva franquista sobre Madrid de Geofry Cox, enviado especial de 'News Chronicle'


Geoffrey Cox, que cubrió el conflicto para el News Chronicle, detalló después su experiencia enLa defensa de Madrid (Oberon, 2005): "Cuando relaté en noviembre y diciembre de 1936 los acontecimientos de Madrid, lo hice con el enfoque de un periodista e historiador, no como un propagandista". Orwell consideró que la historia se detuvo en 1936. Pero, en una conversación con el también corresponsal Arthur Koestler, matizó: "Pude leer reportajes sobre batallas inexistentes y comprobar silencios bochornosos ante enfrentamientos donde habían muerto cientos de hombres".
Los periódicos más importantes tanto de las potencias totalitarias (Alemania, Italia, Unión Soviética) como de los países democráticos o América Latina enviaron corresponsales a los dos bandos, aunque en muchas ocasiones los medios seleccionaban a sus periodistas destacados en función de su ideología. Algunas de las crónicas publicadas eran estupendas historias, bien redactadas y con abundante ornamento de detalles. Pero también a menudo lo explicado poco tenía que ver con lo que estaba sucediendo.
Control informativo
El control sobre los periodistas extranjeros y la censura ejercida sobre su trabajo constituyen dos rasgos análogos en el bando franquista y republicano, aunque con diferente grado de aplicación. Durante la primera etapa de la guerra, la atención a los corresponsales en el bando rebelde fue deficiente. Después se hizo despectiva, salvo en el caso de aquellos periodistas a sueldo de medios afines al fascismo, sobre todo, alemanes e italianos. No faltaron casos de intimidación y amenazas, y sólo la destitución en la jefatura del servicio de prensa franquista de Luis Bolín -el mismo que facilitó el avión Dragon Rapide a Franco para que se trasladara de Canarias al territorio español de Marruecos- consiguió aliviar el trato a los periodistas foráneos.



Arturo Barea, responsable del servicio de censura de la prensa extranjera del Ministerio de Estado de la República.
En el bando republicano la relación con los periodistas extranjeros fue más liviana. A ello ayudó no sólo el compromiso político que asumieron gentes como Hemingway, Louis Fisher oVirginia Cowles, sino a que muchos de sus responsables eran expertos en propaganda. Sin embargo, tanto Constancia de la Mora, jefa de la Oficina de Prensa Extranjera, como Arturo Barea, responsable del servicio de censura de la prensa extranjera del Ministerio de Estado, mantenían un trato bastante cordial con casi todos los periodistas extranjeros. "En los dos bandos había censura, pero en conjunto se puede afirmar -según Arasa- que informaron con más libertad los corresponsales que estaban en el bando republicano".
El núcleo más numeroso de corresponsales extranjeros que recaló en España se instaló en la Gran Vía de Madrid. Primero enfrente del edificio de Telefónica y luego en el hotel Florida, en la plaza de Callao, hoy convertido en unos grandes almacenes.
Barea, en La forja de un rebelde, explicó que los periodistas tenían su propia sala de trabajo en el cuarto piso, escribían sus informaciones en duplicado y las sometían al censor. Una copia se devolvía al corresponsal, sellada y visada, y la otra se mandaba a la sala de conferencias, con el ordenanza. Cuando se establecía la comunicación telefónica con París o Londres, el corresponsal leía en voz alta su despacho, mientras otro censor sentado a su lado escuchaba y, a la vez, a través de micrófonos, oía la conversación accidental que pudiera cruzarse. Un conmutador le permitía cortar instantáneamente la conferencia.



Harold G. Cardozo cubrió el baño de sangre acaecido durante la toma del Alcázar de Toledo para el tabloide 'Daily Mai'. // Foto: Instituto Cervantes.
El hotel Florida fue un hervidero de visitantes, prostitutas, comisarios políticos, whisky y comida que era imposible de hallar en el Madrid sitiado. Arasa, en cambio, prefiere enfatizar la entrega de Matthews y de su compañero William P. Cartney, desplazado por The New York Times a la zona franquista; la audacia del británico Harold G. Cardozo en la cobertura del baño de sangre acaecido durante la toma del Alcázar de Toledo para el tabloide Daily Mail; o la narración de Orwell de los Hechos de Mayo de 1937 en Barcelona, pese a su alistamiento en las milicias del POUM; o el análisis militar de Barzini, corresponsal de Il Popolo d'Italia, diario del Partido Fascista fundado por Mussolini.
Hubo corresponsales bien y mal informados en ambos bandos, aunque dos sobresalieron por el impacto mundial de sus crónicas. El primero, Jay Allen, cuya cobertura de la carnicería perpetrada en Badajoz por las tropas nacionales del general Yagüe supuso un duro golpe para Franco en la escena internacional.
El 30 de agosto de 1936 publicó una crónica en el Chicago Tribune titulada "Matanza de 4.000 en Badajoz" y en la que calificaba al enclave pacense como "ciudad de los horrores". Fue su artículo más sonado y uno de los que obtuvo mayor repercusión durante la Guerra Civil. "El artículo convirtió en mítica la cifra de los 4.000 rojos muertos, pero esta cifra nunca pudo ser contrastada fehacientemente", recalca Arasa. Armero y Preston respaldan la tesis de los fusilamientos.



George Steer firmó en Guernica, en abril de 1937, uno de los reportajes icónicos de la contienda civil. // Foto: The Times.
Otro reportaje icónico del papel ejercido por la prensa extranjera en la contienda fratricida fue el firmado por el periodista británico George L. Steer en The Times sobre el bombardeo de Guernica en abril del 37. Viajó en coche hasta esta localidad vizcaína y publicó en portada del Times y delNew York Times una crónica con el título "La tragedia de Guernica", sazonada con un tono apagado y sin sensacionalismo. Su texto generó un hondo impacto internacional, sobre todo, porque reveló ante la opinión pública la participación de los nazis en la operación.  
Periodismo militante
Ernest Hemingway fue uno de los primeros espadas de las letras que desfilaron por España desde 1936. Aterrizó en Madrid y convirtió el hotel Florida en centro de la juerga permanente, entre latas de caviar y botellas de vodka. También recorrió varios frentes (Madrid, Guadalajara, el Ebro, Cataluña, Levante) e introdujo en el ambiente de la prensa extranjera desplazada a España a Marta Gellhorn, con quien se casó en noviembre de 1940.
Manu Leguineche recordó en varias ocasiones los celos que Hemingway sentía de su mujer, no sólo por su arrojo profesional sino por su talento para la escritura. "No fantaseaba. Escribía muy bien. Corría riesgos. No se inventaba las historias, pero era sectario. Fue un altavoz de los mandos republicanos", opina Arasa.
El escritor estadounidense trabajó para una alianza de periódicos -la North American Newspaper Alliance (NANA)- y cobró 500 dólares por cada pieza, un lujo para la época. No fue objetivo ni imparcial, pero tampoco un turista en el frente. Su compatriota Henry Buckley describe así su labor en Vida y muerte de la República española: "Para Hemingway la guerra era esto: implicarse en cuanto ocurría a su alrededor, ayudar a los soldados novatos a cargar y descargar armas".



Crónica de Jay Allen publicada el 30 de agosto de 1936 en el 'Chicago Tribune' de la matanza de Badajoz, perpetrada por las tropas rebeldes del general Yagüe.
Líster, que conoció a Hemingway durante la batalla de Guadalajara, le recuerda en sus Memorias como "un hombre que quería verlo todo y que, al no permitírselo, se enfurruñaba como un chico al que le privan de un juguete". Su ejecutoria es relevante porque ejemplifica la evolución del militante intelectual tipo de la República.
El tránsito entre la toma de conciencia por ideales supremos -libertad, Justicia, igualdad- alrededor de una España convertida en foco del impulso revolucionario universal hasta la sucesión de derrotas. Todo ello pasando por la organización de las Brigadas Internacionales y la celebración del Congreso de Escritores Antifascistas.  
Pero, lejos de los cantares de gesta, la realidad es que España concentró una guerra civil de tinta, en expresión de Salvador de Madariaga, que convirtió el periodismo en una continuación del barrizal de metralla. El soviético Mijaíl Koltsov quintaesencia este grado de implicación partidista, en su doble condición de periodista del Pravda, el órgano de propaganda del Partido Comunista de la URSS, e informador de Stalin. El propio Iliá Ehrenburg, que también pisó España en el 36, decía de Koltsov que era el periodista soviético más destacado desde la Revolución de 1917. Después, tras una purga estalinista, acabó siendo fusilado en 1940.  
Albert Camus, en el prefacio del libro L'Espagne libre, sentenció: "Fue en España donde los hombres aprendieron que uno puede tener razón y sin embargo ser derrotado, que la fuerza puede vencer al espíritu, que hay ocasiones en que el coraje y el sacrificio no reciben recompensa".
La mitificación recurrente convirtió el levantamiento militar en España en una guerra de poetas, amplificada por los avances tecnológicos. La última causa noble que halló la crema intelectual de Occidente, polarizada entre las utopías del marxismo y el fascismo. Pero los periódicos extranjeros, más que en notarios de la realidad, mutaron en megáfonos de las reyertas que devastaron el siglo XX.
* Este texto es una ampliación del artículo publicado sobre el mismo asunto en el número de junio de la revista LEER.