dimecres, 11 de gener del 2017

La oscura voz del cisne. Angelina Gatell.



https://vientosur.info/IMG/pdf/VS143_A_Gatell_La_oscura_voz_del_cisne.pdf

La oscura voz del cisne
Angelina Gatell (Barcelona, 1926)
En 1952 fundó, junto con su marido Eduardo Sánchez, uno de los primeros teatros de cámara y, años después, la tertulia literaria Plaza Mayor junto a José Hierro, Manrique de Lara y Aurora de Albornoz. Actriz de doblaje, traductora y autora de obras de literatura infantil. Ha preparado y prologado la antología Mujer que soy. La voz femenina en la poesía social y testimonial de los años cincuenta (Bartleby, 2006). Entre sus poemarios: Poema del soldado (1954), Esa oscura palabra (1963), Las Claudicaciones (1969 y 2010), Los espacios vacíos, Desde el olvido (2001), Cenizas en los labios (2011) y La oscura voz del cisne (Bartleby, Madrid, 2015). “Mis días están palideciendo/ se difuminan sus colores”, aquí, tan cerca de la frontera entre la vida y la nada, nace esta “oscura voz” que grita al viento “igual que el cisne en su agonía”. Llega entonces “el rumor de las pérdidas”: la Barcelona de la infancia, la llegada a Madrid, la soledad como salvación y herida. “Evocaciones y homenajes” donde está la memoria viva, tantas veces atravesada por la muerte, de nuestra tradición cultural y cívica; lo más digno, lo más noble, los sueños y esperanzas levantados en la larga noche del franquismo. Lo que esta mujer vivió y compartió, lo que aprendió y lo que nos deja: la fraterna compañía, la palabra en libertad. El abuelo Josep (fallo del autor: era hermano) que arrojó su muerte “igual que una pedrada/ al rostro de lo injusto”, el hermano que “a diario muere en Francia/por una causa justa”, el recuerdo de Neruda, Vicente Aleixandre, Aurora de Albornoz, el Madrid irrespirable de 1974: “Aquel hedor a cárcel, a cuerpos mal lavados, / a hambres permanentes, a terror, / a la destitución de todo/ lo que un día fue humano”. Y Ángela Figuera, la gran poeta de posguerra, como el aliento que mantenía en píe a la nueva generación. Porque este es el hilo de la dignidad, el que trenzaron mujeres como Ángela Figuera, Francisca Aguirre, Angelina Gatell, compañeros como José Hierro, Blas de Otero, Félix Grande… Esta oscura voz del cisne dibuja: “la hermosa arqueología de todo/ lo que empecé a perder una mañana/ del año veintiséis del siglo veinte”. Todo lo que recuperamos en esta elegía imprescindible. La memoria viva del coraje, la dignidad y la palabra. 
Antonio Crespo Massieu.

ASÍ SERÁ
A Javier Serrano.
Estaré sola sin saberlo. Sola.
Y dejaré la lluvia su copo cristalino
inútil ya, en las flores que vinieron
por amor o en memoria de lo que ya no es.
Se oirá un rumor de pasos en la senda de la grava
como señales últimas del día.
Allá, en mi casa, germinará la ausencia
y, en un extraño desconcierto habrá quedado
lo que absurdamente llamé mío.
Frías sobre la mesa, sin mis ojos,
las gafas, asombradas, buscarán el poema
suspendido del clavo incandescente
de lo vago, lo incierto, lo imposible.
Acaso llorarán no haber sabido
de qué forma inculcarle
el deber de morir con lo que muere.
Será un día cualquiera a cualquier hora,
dotado con la luz que yo abandone.
.
REENCUENTRO
Entre la vida y la nada
qué delgada es la frontera.
Rafael Morales
A la memoria de Juan José Arnedo
En esa raya
tan delgada y confusa en que la vida
estrella sus mareas; en la linde del tiempo
donde los actos palidecen y se apagan
todas nuestras heridas,
me detendré.
Sé que habrá alguien esperándome.
Me tenderá una mano,
me llevará al lugar donde están ellos
con su canto y el mío no extinguidos.
Ven —me dirán sus voces inaudibles—.
La manifestación es a las siete.
Desplegaremos
con ardor las banderas, las pancartas.
Y unidos otra vez debajo de las pérdidas
—aún más heridos que la propia historia—,
levantando las manos con el gesto
de amor que siempre nos ha unido,
iremos repitiendo la consigna.
Y entonces, solo entonces,
cruzaré muy despacio la frontera
tan delgada que hay, que siempre ha habido,
entre mis sueños y la nada.
.
VECINDAD
…y ya siento en mi alma el dolor de los mundos.
Ángela Figuera
A Juan Ramón Figuera, su hijo.
Además de encontrarnos
en la expresión ilusionada de la idea
ardiendo en las palabras, fuego
guardado en cada imagen
en donde se ocultaban
la oración laica y el metal torturado
como razones únicas,
fuimos también vecinas.
De mi casa a tu casa
el tiempo no existía, sí la prieta
espiga fraternal, el sueño…
(Siempre el sueño, pero
¿cómo nombrar lo único
que nos mantuvo en pie, aquella fuerza…?)
Envueltos en el humo
esquivo y gris de tu boquilla,
con tu voz oscura navegando
en el temblor del vino,
por Echegaray, Ventura de la Vega,
la calle de la Cruz…
—¿recuerdas?—
los que éramos aún jóvenes
tan sospechosamente jóvenes:
Antonio, Félix, Paca, Carlos …,
con la fe intacta el corazón intacto,
te seguíamos.
Tú nos dabas tu aliento. Nos dotabas
de un futuro que no ha llegado aún.
Cuando te pienso
se me viene de golpe lo perdido.
Y en el centro de mí sigues vencida
por el Ángel de siempre…
Y en tu alma, en mi alma, como entonces
el dolor de los mundos.
.
ANIVERSARIO
A la memoria de mi hermano.
Y a sus nietos, que él no conoció.
Por si volviera a ser doce de marzo
me he levantado triste esta mañana.
Por si otra vez mi hermano hubiera muerto
en su exilio de Francia, lo he llorado
y he puesto unos claveles en su tumba,
en Varennes.
(No estoy segura
de que haya sido así…
Se me confunden
el tiempo y el dolor)
Sé únicamente
que mi hermano a diario muere en Francia
por una causa justa;
que a diario le llevo unos claveles
y lloro a diario encima de su tumba.
.
BUSCÁNDOME
A Manuel Rico.
Por mí pregunto.
Ni las fotografías, ni la luz implacable
que ronda los espejos, me devuelven
las imágenes múltiples,
superpuestas que fueron sucediéndose,
una y diversa, igual y otra,
sobrellevando el tiempo, la mutación,
la injuria, el desafecto.
Y hasta aquí llegaron.
No sólo me refiero a las distintas
maneras de mostrarme,
de estar en la apariencia, en la figura
que todavía pugna por salir del mármol.
También pregunto
por algo algo más. Por lo que pocos
supieron advertir.
Por lo que estaba
emboscado en el pasmo, en el estruendo
de lo abolido.
Debajo de una muerte prematura.
O de un asesinato.
.

AHORA
A José Siles
Puede no traspasar la inmediatez
huidiza del adverbio
y en la primera sílaba quedarse
a medio ser, a media ausencia.
Decir ahora es acotar el tiempo,
subrayar el instante, resumirlo,
dejarlo sin recursos
pendiente de ese hilo que podría
romperse de un momento a otro.
Basta
una respiración para que ocurra.