dissabte, 4 de febrer del 2023

«El campo de concentración de La Isleta no tiene nada que envidiar a uno nazi»

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'Héroes de Chabola' recoge los horrores que sufrió Antonio Junco Toral durante la represión franquista


Dánae Pérez
DÁNAE PÉREZLas Palmas de Gran Canaria

«La verdad debe ir desnuda. Por eso este libro carece de literatura». La cita lleva la firma de Antonio Junco Toral (Oviedo, 1899-Las Palmas de Gran Canaria, 1955) y pertenece a su libro de memorias 'Héroes de Chabola'presentado recientemente en un concurrido patio del Cabildo de Gran Canaria, corporación en la que trabajó, en la sección de cuentas y presupuestos.

Junco fue una de las cientos de miles de víctimas de la represión franquista en Canarias y en 'Héroes de Chabola' relata el terror que sufrió durante dos largos años, del 36 al 38, en la Prisión Provincial de Las Palmas, en los campos de concentración de La Isleta, Gando y Fyffes -este último en la isla de Tenerife- y en el Hospital San Martín. Su único delito, tal y como lamentó su nieta, Cristina Vallejo, en la presentación del ejemplar, fue apoyar la legalidad de la República ante el Gobierno Civil de Las Palmas y oponerse al golpe militar del 18 de julio de 1936.

El profesor e historiador grancanario Sergio Millares es uno de los grandes responsables de que este testimonio haya salido a la luz. «Conocí este libro por vinculaciones familiares. Lo leí y me pareció tremendo, pues conocía lo que había pasado, pero no había leído nunca un relato tan directo y descarnado», enfatiza Millares.

Para el historiador, el texto posee especial valor porque «ilustra», entre otros lugares, sobre los diferentes campos de concentración ya citados. Lo cierto es que, a día de hoy, muchos se llevan las manos a la cabeza y se preguntan: «¿Pero en Canarias había campos de concentración?». Los había, y el de La Isleta, tal y como apunta el profesor, « no tenía nada que envidiar a los campos nazi, salvo por la premeditación del exterminio; eso, por supuesto, no existía en La Isleta, pero el castigo, las continuas torturas, el clima de terror, puede equivaler a un campo de concentración nazi perfectamente».

Imagen de Antonio Junco Toral, incluida en el libro de sus memorias.

El de Gando, que se abrió posteriormente al de la capital grancanaria, dado que este se quedó pequeño por la cantidad de presos, «se suavizó un poquito más, pero el de La Isleta era brutal, las órdenes eran machacar a los presos y muchos murieron allí por las palizas, que eran continuas». Todo lo contrario que en el de Fyffes, al menos en apariencia. « Este era un campo en el que aparentemente no pasaba nada, todo era amabilidad, los presos hacían sus camas, estaban un poco hacinados en el interior de las naves -por lo que no eran sometidos a trabajos forzosos-, pero no había un plan de tortura. Sin embargo, en Fyffes existía algo terrible: a las doce de la noche, (los militares ) empezaban a decir nombres y a esos que nombraban los sacaban y asesinaban».

Así, el resto de presos era cada vez «más consciente de lo que estaba pasando. Imagínate vivir todo el día esperando a la noche, a ver si te toca; ese es el terror en estado puro», reflexiona Millares. Otro de los aspectos del libro que destaca especialmente, por novedoso, es que Junco Toral ofrece los nombres de los victimarios. Algo que causó reparos en la familia del represaliado, a la hora de publicar sus memorias.

El profesor tuvo acceso al testimonio de Junco en los años 80, época en la que le «hubiera encantado» darlo a conocer al gran público. No lo hizo, precisamente, por el miedo de la familia a las represalias. Y es que el miedo al franquismo perduró más allá de los 40 años de dictadura, en la que hubo un «férreo control de lo que se decía», por lo que callar se convirtió en un método de supervivencia. Así fue, entre otras, por episodios como el de la Vecindad de Enfrente, en Agaete, en el que se «eliminaron prácticamente a todos los hombres». «Muchos no sabían ni leer ni escribir, solo eran miembros de los sindicatos de Oficios Varios de Agaete, nada más», agrega Sergio Millares. Siendo así, «la gente moría sin saber por qué» y se instauró en el tejido social del archipiélago un «miedo ciego».

Antonio Junco Toral junto a su familia (arriba), su mujer, María de la Cruz Lojendio (abajo, izquierda), y con su nieto Luis, en brazos, y su hija Consuelo. / IMÁGENES INCLUIDAS EN 'HÉROES DE CHABOLA'

El historiador asegura que la puerta del silencio se ha ido abriendo «a partir de las asociaciones de la memoria histórica, de la Ley de la Memoria Histórica inicial y la de la Democrática ahora». « Hay que superar la guerra, pero hay que hacerlo con verdad, con restitución histórica y mención a las víctimas. El franquismo reivindicó a sus muertos, porque el bando republicano también asesinó, y estuvo 40 años recordándolos y haciéndoles homenajes y monumentos; falta la reivindicación de los asesinados en el bando republicano».

Por otro lado, considera que 'Héroes de Chabola' es el mejor «desmentido» de los mitos del franquismo, siendo uno de ellos la paralización de una supuesta «revolución roja», pues su autor, Junco Toral, era «republicano moderado, creyente, miembro de la generación republicana reformista, como Azaña o Negrín. Se trata de segmentos de la burguesía española que se opusieron a Franco, y Franco no se los perdonó». Millares cree que Junco Toral fue absuelto de los cargos de rebelión, en consejo de guerra celebrado en marzo de 1938, por su buena posición social y por su familia política, militar y cercana al régimen. Esto, no obstante, no le libró de las palizas, de las humillaciones, de la vida robada, tanto a él como a sus compañeros de calvario, los héroes de Chabola.

El historiador calcula que, en las islas, el franquismo dejó unos mil desaparecidos, 125 fusilados y miles de detenidos, «unos diez mil o veinte mil. Todo esto hace que la red de afectados, directa o indirectamente, sea enorme: unas cien mil personas, aproximadamente», valora.