https://www.infolibre.es/noticias/verano_libre/2017/08/14/exiliados_republicanos_francia_argelia_68601_1621.html
- Cuando 550.000 exiliados cruzaron la frontera con Francia tras la victoria de Franco, el país vecino decidió utilizar a algunos de ellos como mano de obra esclava
- Este agosto infoLibre recupera personajes y acontecimientos que, desde la sombra, han marcado la historia de España
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El 29 de marzo de 1939, el buque Stanbrook llegaba al puerto de Mazalquivir, cerca de Orán, con 2.638 exiliados republicanos a bordo. El barco iba cargado hasta los topes tras la evacuación de emergencia del puerto de Alicante, cercado por las tropas franquistas, y días después de la capitulación de Madrid en la Guerra Civil española.
Muchos de esos exiliados republicanos acabarían en campos de concentración en Argelia, o forzados a trabajar en pleno desierto por el gobierno francés filonazi de Vichy instaurado en 1940. A gran parte de ellos se les aplicó luego la ley de Compañías de Trabajadores Extranjeros (CTE) por la que los solicitantes de asilo debían trabajar obligatoriamente para el Estado en distintas tareas, siendo una de ellas la construcción del Ferrocarril Transahariano, que pretendía enlazar Níger con el Mediterráneo atravesando el desierto.
Pero no solo los pasajeros del Stanbrook serían maltratados por las autoridades francesas. Cuando la Guerra Civil estaba en sus últimos compases, cientos de miles de personas cruzaban los Pirineos con la esperanza de huir de las represalias franquistas. El 25 de febrero de 1939, el Ejecutivo francés reconoce al Gobierno franquista e intercambia embajadores, con casi 440.000 refugiados españoles en sus fronteras según un informe francés de la época. Finalmente, cerca de 550.000 españoles fueron encerrados en campos de concentración improvisados, la mayoría cerca de la frontera con Francia.
Son tiempos complicados: Francia cae rápidamente bajo el dominio nazi y los prisioneros republicanos son considerados, como poco, un problema, y tratados como mano de obra esclava en muchos casos. Hasta el final de la Segunda Guerra Mundial y la caída del Gobierno colaboracionista de Vichy, esta sería la tónica general de los exiliados: campos de concentración y represión, como el tristemente célebre Mauthausen. Pero los destinados al desierto argelino —colonia francesa en aquellos años— sufrieron también condiciones inhumanas.
Palas al calor del desierto
El 20 de junio de 1939, el gobernador civil de Argelia escribe al prefecto de Orán para que construya de urgencia un campo de internamiento para refugiados españoles. En menos de dos meses, el campo de Relizane está listo, situado a 200 kilómetros de Orán, y con capacidad para 792 personas. Los barracones y los trabajos forzados en el desierto pasan a ser la realidad de estos exiliados.
Cerca de la frontera con Marruecos se estableció otro campo, el de Bou Arfa, a 320 kilómetros de la costa, situado estratégicamente en las proximidades de una mina de manganeso y del Transahariano. En Bou Arfa, 1.200 prisioneros extranjeros trabajaban en las obras ferroviarias y, aunque no todos eran españoles, todos sufrían unas condiciones muy duras. Bou Arfa compartía parte de las características de Relizane, como la improvisación y los barracones, pero no estaba vallado, ya que los oficiales contaban con que el desierto se encargara de quien tratara de huir.
En el libro Atrapados, la periodista Montserrat Llor recoge los testimonios de varias víctimas del franquismo, entre ellos el de Antonio Cánovas Lapuente, que pasó por los campos de internamiento en Francia y Argelia, entre ellos el de Bou Arfa. Cánovas, que se alistó en el ejército republicano tras el estallido de la contienda, explica que huyó a Francia porque "tenía más miedo de la represión franquista que de la guerra".
El republicano comenzó su periplo como prisionero en Argèles-sur-Mer, un campo cercano al mar en el sur de Francia. Tras este, Agde, donde le ofrecieron trabajar en una CTE, a lo que accedió, y acabó en Saint-Cyprien, al norte de Francia, para acondicionar la base naval de Brest. Esa sería tomaba en 1940 por los alemanes, y en la huida francesa Cánovas acabaría en Casablanca, desde donde lo enviaron a Bou Arfa. Allí le esperaban años de trabajo en unas condiciones brutales en pleno desierto.
Los presos españoles saboteaban el Transahariano, según relata Cánovas, por lo que llegaron a matar a uno de sus amigos: "Cuando le dieron el alto echó a correr y le pegaron un tiro". El ex luchador republicano y algunos de sus compañeros continuaron con su afiliación y actuación comunista clandestinamente, por lo que en 1942, cuando los descubren, Cánovas y otros de sus compañeros acaban en una prisión del actual Marruecos. Meses después, las tropas americanas desembarcan en Marruecos y en 1943 Cánovas es liberado.
Regresos forzados y conflictos políticos
Otro de los testimonios recogidos por Llor es el de María Salvo Iborra, que pasó también por aquella Francia cuyo Gobierno colaboracionista los calificaba de indésirables, indeseables. La republicana llegaría al campo de concentración de Moisdon-la-Rivière, en la Bretaña francesa, donde permaneció meses en condiciones insalubres hasta que fue deportada forzosamente a España, reclamada por el Gobierno franquista al igual que decenas de republicanos. Salvo Iborra pasaría 16 años en prisión en España, acusada de conspirar contra la Seguridad Interior del Estado.
Para tratar de regularizar la situación, se puso en marcha el Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles(SERE) por parte de Juan Negrín, expresidente del Consejo de Ministros desde 1937. Este organismo trataría de ayudar a los exiliados en Francia y trasladaría a 14.000 de ellos a América antes de disolverse en 1940. Poco después, Indalecio Prieto organizaría la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles (JARE), que perduraría más tiempo, y ayudaría a llegar a México a unos 5.000 refugiados entre 1940 y 1942. La creación de ambas agencias fue otro de los muchos enfrentamientos entre Prieto y Negrín, que acabaría venciendo el primero.
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, la situación de los exiliados republicanos en Francia terminó regularizándose, y muchos de ellos se quedaron definitivamente en el país como unos emigrantes cualquiera. Otros regresarían a España años más tarde, o marcharían a un tercer país. Pero algunos de ellos —como recogió e documental Cautivos en la arena— quedaron allí, enterrados en el desierto, en fosas anónimas.
Muchos de esos exiliados republicanos acabarían en campos de concentración en Argelia, o forzados a trabajar en pleno desierto por el gobierno francés filonazi de Vichy instaurado en 1940. A gran parte de ellos se les aplicó luego la ley de Compañías de Trabajadores Extranjeros (CTE) por la que los solicitantes de asilo debían trabajar obligatoriamente para el Estado en distintas tareas, siendo una de ellas la construcción del Ferrocarril Transahariano, que pretendía enlazar Níger con el Mediterráneo atravesando el desierto.
Pero no solo los pasajeros del Stanbrook serían maltratados por las autoridades francesas. Cuando la Guerra Civil estaba en sus últimos compases, cientos de miles de personas cruzaban los Pirineos con la esperanza de huir de las represalias franquistas. El 25 de febrero de 1939, el Ejecutivo francés reconoce al Gobierno franquista e intercambia embajadores, con casi 440.000 refugiados españoles en sus fronteras según un informe francés de la época. Finalmente, cerca de 550.000 españoles fueron encerrados en campos de concentración improvisados, la mayoría cerca de la frontera con Francia.
Son tiempos complicados: Francia cae rápidamente bajo el dominio nazi y los prisioneros republicanos son considerados, como poco, un problema, y tratados como mano de obra esclava en muchos casos. Hasta el final de la Segunda Guerra Mundial y la caída del Gobierno colaboracionista de Vichy, esta sería la tónica general de los exiliados: campos de concentración y represión, como el tristemente célebre Mauthausen. Pero los destinados al desierto argelino —colonia francesa en aquellos años— sufrieron también condiciones inhumanas.
Palas al calor del desierto
El 20 de junio de 1939, el gobernador civil de Argelia escribe al prefecto de Orán para que construya de urgencia un campo de internamiento para refugiados españoles. En menos de dos meses, el campo de Relizane está listo, situado a 200 kilómetros de Orán, y con capacidad para 792 personas. Los barracones y los trabajos forzados en el desierto pasan a ser la realidad de estos exiliados.
Cerca de la frontera con Marruecos se estableció otro campo, el de Bou Arfa, a 320 kilómetros de la costa, situado estratégicamente en las proximidades de una mina de manganeso y del Transahariano. En Bou Arfa, 1.200 prisioneros extranjeros trabajaban en las obras ferroviarias y, aunque no todos eran españoles, todos sufrían unas condiciones muy duras. Bou Arfa compartía parte de las características de Relizane, como la improvisación y los barracones, pero no estaba vallado, ya que los oficiales contaban con que el desierto se encargara de quien tratara de huir.
En el libro Atrapados, la periodista Montserrat Llor recoge los testimonios de varias víctimas del franquismo, entre ellos el de Antonio Cánovas Lapuente, que pasó por los campos de internamiento en Francia y Argelia, entre ellos el de Bou Arfa. Cánovas, que se alistó en el ejército republicano tras el estallido de la contienda, explica que huyó a Francia porque "tenía más miedo de la represión franquista que de la guerra".
El republicano comenzó su periplo como prisionero en Argèles-sur-Mer, un campo cercano al mar en el sur de Francia. Tras este, Agde, donde le ofrecieron trabajar en una CTE, a lo que accedió, y acabó en Saint-Cyprien, al norte de Francia, para acondicionar la base naval de Brest. Esa sería tomaba en 1940 por los alemanes, y en la huida francesa Cánovas acabaría en Casablanca, desde donde lo enviaron a Bou Arfa. Allí le esperaban años de trabajo en unas condiciones brutales en pleno desierto.
Los presos españoles saboteaban el Transahariano, según relata Cánovas, por lo que llegaron a matar a uno de sus amigos: "Cuando le dieron el alto echó a correr y le pegaron un tiro". El ex luchador republicano y algunos de sus compañeros continuaron con su afiliación y actuación comunista clandestinamente, por lo que en 1942, cuando los descubren, Cánovas y otros de sus compañeros acaban en una prisión del actual Marruecos. Meses después, las tropas americanas desembarcan en Marruecos y en 1943 Cánovas es liberado.
Regresos forzados y conflictos políticos
Otro de los testimonios recogidos por Llor es el de María Salvo Iborra, que pasó también por aquella Francia cuyo Gobierno colaboracionista los calificaba de indésirables, indeseables. La republicana llegaría al campo de concentración de Moisdon-la-Rivière, en la Bretaña francesa, donde permaneció meses en condiciones insalubres hasta que fue deportada forzosamente a España, reclamada por el Gobierno franquista al igual que decenas de republicanos. Salvo Iborra pasaría 16 años en prisión en España, acusada de conspirar contra la Seguridad Interior del Estado.
Para tratar de regularizar la situación, se puso en marcha el Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles(SERE) por parte de Juan Negrín, expresidente del Consejo de Ministros desde 1937. Este organismo trataría de ayudar a los exiliados en Francia y trasladaría a 14.000 de ellos a América antes de disolverse en 1940. Poco después, Indalecio Prieto organizaría la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles (JARE), que perduraría más tiempo, y ayudaría a llegar a México a unos 5.000 refugiados entre 1940 y 1942. La creación de ambas agencias fue otro de los muchos enfrentamientos entre Prieto y Negrín, que acabaría venciendo el primero.
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, la situación de los exiliados republicanos en Francia terminó regularizándose, y muchos de ellos se quedaron definitivamente en el país como unos emigrantes cualquiera. Otros regresarían a España años más tarde, o marcharían a un tercer país. Pero algunos de ellos —como recogió e documental Cautivos en la arena— quedaron allí, enterrados en el desierto, en fosas anónimas.
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