diumenge, 15 de juliol del 2018

La memoria escondida de nuestras abuelas en el franquismo


http://ctxt.es/es/20180711/Firmas/20682/memoria-franquismo-mujeres-abuelas-intrahistoria-Nuria-Alabao.htm



Nos olvidamos de preservar la experiencia de tantas mujeres trabajadoras invisibles, a quienes no hicimos las preguntas correctas ni escuchamos sus respuestas porque teníamos demasiada prisa por dejar atrás ese mundo de derrotas

<p>Viñetas de la novela gráfica 'El arte de volar' (2009) de Antonio Altarribia y Kim.</p>

Viñetas de la novela gráfica 'El arte de volar' (2009) de Antonio Altarribia y Kim.

11 DE JULIO DE 2018
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Antonio Altarriba, de 90 años, se arrojó al vacío el 4 de mayo de 2001 desde la cuarta planta de una residencia de ancianos. A modo de homenaje, para hilar la historia que le llevó a suicidarse y como forma de conjurar los propios fantasmas familiares, su hijo Antonio reconstruyó su vida en un cómic, junto al dibujante Kim. Hoy, El arte de volar (2009) se considera una verdadera joya de la novela gráfica española.
Su biografía, la de un anarquista criado en el ámbito rural, es la historia de la derrota de toda una generación que quedó atrapada en el bando perdedor de la guerra civil. Más allá de la épica revolucionaria, de la contienda bélica y posterior exilio y resistencia en Francia, quizás lo más duro de la narración es el retorno a una posguerra gris que escribía “derrota” en cada uno de los más ínfimos gestos cotidianos y en las estrechas posibilidades que ofrecía para la vida y la lucha. Una España que se dormía sobre los cadáveres de las cunetas.
Altarriba padre tratará de acomodarse a esa modorra vital y sufrirá otras muchas derrotas. Entre ellas, la de una esposa beata, reacia al contacto sexual con la que se casó por la Iglesia apretando los dientes. Otra rendición más. La esposa quedará en la trastienda de la narración como una sombra tan opaca como el propio país.
Sin embargo, Altarriba hijo descubrirá en el lecho de muerte de su madre de 80 años que esta estaba tullida: no podía desdoblar ni estirar el brazo izquierdo. “¿Desde cuándo?”, le preguntó. “Desde siempre”, le respondió ella. Para él, criado, amamantado y cuidado por esa mujer durante toda su infancia, la información era una novedad. Ni siquiera el marido y padre del dibujante parecía haberse dado cuenta. De esa perplejidad nació El ala rota, el espejo invertido de la anterior obra, y que relata la historia de Petra Ordóñez, criada, madre y ama de casa. Aunque esta novela gráfica tardó más en llegar: lo que tardó en ser reconocida como historia digna de ser contada. La épica estaba del lado del padre, del lado de la guerra, la implicación política y el exilio. ¿Quién querría conocer la biografía de una simple criada, madre y ama de casa?
La anécdota del brazo inútil llevado en secreto fue para el autor además de una revelación, una buena metáfora: “Refleja ese anonimato y el silencio en que vivían las mujeres de su generación, que no le daban importancia a sus vidas, que no creían que debían ser contadas y que pasaron cuidando de los demás. Eran invisibles, como ella hizo invisible esa minusvalía. Son la trastienda de la historia”.
La biografía de Petra podría ser la de cualquier mujer, hija de la época y de su clase: sus hermanos se fueron de casa y ella tuvo que quedarse cuidando a su padre paralítico y alcohólico durante años. Al morir este, Petra marchó a Zaragoza a servir de criada. Tenía 30 años cuando se casó con Antonio, y su matrimonio fue uno de esos no excesivamente felices porque el ama de casa beata y el anarquista derrotado no tenían mucho en común. De hecho, este acabará convirtiéndose en una opresión para Petra, que tendrá que sufrir sus infidelidades y sostener a la familia en medio de las penurias económicas. Sostener la alegría, cocinar, mantener la casa: cuidar, con el paisaje de fondo de esa derrota histórica convertida en una sucesión de días iguales y de peleas por la supervivencia.
Educada en la sumisión, obediente y siempre al servicio de los demás, Petra fue una católica ejemplar, un producto de su época cuya vida pasó inadvertida en una España donde las mujeres de clase trabajadora tenían escasos derechos. Por debajo del doblegamiento de los trabajadores –que antes habían sido una poderosa fuerza organizada con capacidad de articular incluso una cultura paralela a la “oficial”– se podría vislumbrar la subordinación de las mujeres de esa clase respecto de esos mismos hombres oprimidos, además de a la estructura social fuertemente jerarquizada.
La trastienda de la historia
Para construir El ala rota, Altarriba dice que tuvo que usar la imaginación más que en el libro anterior sobre su padre porque sabía poco de su madre. Y no sabía mucho de ella porque Petra había sido educada en una cultura donde las mujeres tenían que estar en un segundo plano, ser discretas, callar y servir: la mujer como reposo del marido y educadora de los hijos. De tratar de formatear a la sociedad bajo estos principios se encargará la Sección Femenina –de la Falange Española– que durante cuarenta años impondrá un servicio social obligatorio destinado a crear esposas dóciles, alejadas de la política y miedosas de las luchas sociales. Su programa era intensamente nacionalista y católico: el verdadero deber de las mujeres hacia la patria era el de formar familias. El resultado será terrible para las de abajo –las de arriba siempre encontraron más formas de sortear las restricciones con dinero, poder o prestigio. El destino de las trabajadoras –de la que algunas por suerte conseguirán escapar con rebeldías de todo tipo–, más allá de la pobreza, el analfabetismo y la falta de opciones, estará marcado por la subordinación y a veces incluso, por la violencia recibida.
CUANDO LE DECÍAN AL CONFESOR QUE SU MARIDO LES PEGABA, LES RESPONDÍA QUE DEBÍAN AGUANTAR, RESIGNARSE Y ENTENDER QUE ESTE TENÍA QUE DESAHOGARSE
La Iglesia tendrá su papel en esta guerra contra las conquistas femeninas. Los curas, figuras de autoridad y control social, las aleccionarán en el sacrificio, la resignación y la sumisión a las figuras masculinas. Así como tendrán un papel fundamental en promover la represión sexual como forma de sujetar a las mujeres al hogar y al mando del marido. “Para muchas mujeres como mi madre, el sexo era un tributo obligado y molesto para desfogue del marido”, explica Altarriba. Muchas mujeres asumían el sexo como una “obligación” pero sin ningún aliciente ni placer, como se refleja en El ala rota.Además, “cuando le decían al confesor que su marido les pegaba, les respondía que debían aguantar, resignarse y entender que este tenía que desahogarse”, dice el autor sobre la aceptación y el encubrimiento del maltrato.
El franquismo fue una contrarrevolución. Para plegar a la mujer hizo falta bastante represión para intentar contener los avances hacia la igualdad que habían supuesto la República y la revolución social. Por tanto, la represión tras la guerra tuvo también especificidades de género –como expliqué en este artículo–. Durante la revolución, las mujeres se organizaron, lucharon por sus ideas y asumieron papeles hasta hace poco reservados a los hombres. Sin embargo, hay también una historia subterránea de las que no entraron en política, de las que quizás no llegaron a primera línea de batalla pero que libraron mil y una guerras en la retaguardia de la cotidianidad. Gestas a veces pequeñas pero que salvaron vidas –como Petra que evita la muerte de su padre a manos de los falangistas– y auténticas heroicidades que a menudo han quedado sepultadas en la desmemoria– que es casi una seña de identidad de este país y de la transición. Por ejemplo, las de las mujeres que se jugaron la vida para ayudar a los maquis ocultos en las montañas o las protagonizadas por las mujeres que más tarde participarían en la lucha antifranquista.
Pero además de los hilos con los que se construye la memoria política de un país, también hay una intrahistoria de las que nunca formarán parte de la memoria oficial –como la de Petra– y que reflejan a la perfección la textura de una época: el lugar reservado para ellas por el franquismo en lo más bajo de la sociedad. Relatos que a menudo olvidamos porque la historia se hace con otros materiales más brillantes.
Abuelas o madres que se marcharon con sus cuentos
AL IGUAL QUE ALTARRIBA, RECONOZCO QUE ES POCO LO QUE EN REALIDAD SÉ DE MI ABUELA
Las narraciones que encarnan esa operación política sobre la sociedad permanecen ahí latentes en nuestras mayores y se van disolviendo en el tiempo a medida que las perdemos. Como me sucedió a mi con mi abuela Pepa. Al igual que Altarriba, reconozco que es poco lo que en realidad sé de ella. Me costó demasiado tiempo entender el valor de su experiencia, de una experiencia de la que yo quería huir cuando era adolescente. “No ser como tus mayores”. Y sobre todo: no dejarse el lomo en trabajos manuales como tu abuela, no ser mojigata como ella –tener otra relación con el cuerpo y con el sexo–, no vivir solo para cuidar, y tantas otras distancias. (Distancias también imaginadas porque realmente lo que supe de ella es escaso y muchas rebeldías vitales se esconden en pliegues escondidos de las biografías).
Eso nos pasó. Demasiado salto generacional, entre mi yaya Pepa, campesina huérfana, y una niña de la transición que lo tenía todo. En solo tres –¿o quizás dos?– generaciones España era otra, las mujeres también éramos, por suerte, muy diferentes. (Ya ni siquiera nos considerábamos obreras y no habíamos aprendido las canciones revolucionarias que cantaban nuestras abuelas). Quizás en ese tránsito, nos olvidamos del papel de preservar su memoria, el de tantas y tantas mujeres trabajadoras invisibles que pasaron sin dejar huella, a quienes no hicimos las preguntas correctas ni escuchamos sus respuestas porque teníamos demasiada prisa por dejar atrás ese mundo de derrotas.