El Patronato de Protección a la Mujer fue un mecanismo usado en la dictadura franquista para ejercer un férreo control patriarcal sobre aquellas muchachas que osaran desafiar el modelo de “buena mujer”. Investigadoras feministas exigen arrojar luz sobre esta institución y reparar el daño de quienes pasaron por ella.
Las palabras que emplean para relatar cómo conocieron la existencia del Patronato de Protección a la Mujer son casi idénticas: “De pura casualidad”, asegura Andrea Momoitio. “Se dieron una cadena de casualidades”, reconoce Pilar Iglesias. Ninguna de las dos pudo contener el “interés” por descubrir qué se escondía detrás de la opacidad y el secretismo que rodearon a aquella institución. Pero, sobre todo, no pudieron refrenar el impulso —incluso la autoimpuesta obligación— de contarlo.
Andrea Momoitio, periodista y coordinadora de Pikara Magazine, se acercó al Patronato de Protección a la Mujer mientras escribía Lunática (Libros del K. O., 2022), “la investigación sobre María Isabel”. Admite que “no tenía ni idea” y que nunca había oído hablar del Patronato, pero como ella misma escribe, le fue imposible no obsesionarse. Comprender “qué significó en sí mismo” aquel organismo se convirtió en un cometido “muy personal”. Más todavía, al escucharla decir entre risas que está “absolutamente convencida” de que “era niña del Patronato”.
Pilar Iglesias es doctora en Filología Inglesa y en 2020 recibió el primer Premio Kate O’Brien del Aula María Zambrano de Estudios Transatlánticos de la Universidad de Málaga por un trabajo que, tras ampliarlo, publicó bajo el título de Políticas de represión y punición de las mujeres: Las Lavanderías de la Magdalena de Irlanda y el Patronato de Protección a la Mujer en España (Círculo Rojo, 2021). Alterada al comprender que se encontraba en “un momento en el que no podía esperar más”, su investigación surgió de un compromiso personal y desde un convencimiento imperturbable “por hacer justicia”.
Pero, antes de poder escribir sobre esa institución que ahora denuncian apoyándose sobre unos sólidos cimientos construidos a base de lecturas, rastreo en archivos, recopilación de testimonios, y paciencia —mucha paciencia—, tuvieron que enfrentarse, rememora Momoitio, a una serie de preguntas: ¿Qué es el Patronato? ¿Cómo llega María Isabel a Salamanca siendo una cría? ¿Qué son las Cruzadas Evangélicas?.
El Patronato de Protección a la Mujer fue un organismo que castigó cualquier conducta transgresora que cuestionara las estrictas normas morales del franquismo
En pocas, muy pocas, palabras, el Patronato de Protección a la Mujer fue una institución encargada de “la dignificación moral de la mujer, especialmente de las jóvenes, para impedir su explotación, apartarlas del vicio y educarlas con arreglo a las enseñanzas de la Religión Católica”. Así fue según, y solo según, el decreto por el que se creó el 6 de noviembre de 1941, cuando se le otorgó la misión de acabar con la prostitución clandestina de menores de edad. Mentiras aparte, fue uno de los tantos mecanismos empleados por la dictadura franquista para ejercer un férreo control patriarcal sobre aquellas muchachas que osaran desafiar el modelo de buena mujer que las constreñía en un papel de beatas esforzadas, esposas sumisas y madres abnegadas que no habían escogido. En otras palabras, un organismo que castigó cualquier conducta transgresora que cuestionara las estrictas normas morales.
Una vez hallada una primera respuesta, planteamos una nueva cuestión: ¿por qué debemos investigar sobre el Patronato de Protección a la Mujer? En su trabajo por estudiar la represión femenina, Andrea Momoitio y Pilar Iglesias comparten una obstinación por desentrañar la enmudecida historia del organismo franquista. Lo mencionan con rabia. Con enfado. Puede que incluso con asco.
La doctora en Filología Inglesa contesta antes de acabar de formularle la pregunta. “Por pura fecha, se pueden estar muriendo mujeres que fueron víctimas del Patronato en los años 40 y 50”, se enfurece al asumir que hay temas en los que “ya se ha esperado demasiado” y considera que “no podemos seguir dejando una violencia tan específica contra las mujeres atrás”. Si no “tiramos adelante con todo”, insiste, perderemos la oportunidad de reparar en vida a todas estas mujeres: “Si ustedes siguen esperando, no va a quedar ninguna viva”.
Que hablen las mujeres
Andrea Momoitio descubrió el organismo franquista a través de la información carcelaria de María Isabel. “Primero me llegó su archivo penitenciario, luego el policial, y en todos se hacía alusión a que había estado en un centro del Patronato en Salamanca, en concreto en Santa Marta de Tormes, gestionado por las Cruzadas Evangélicas”, cuenta. La suerte quiso que en el Archivo Histórico Provincial de Salamanca se conservara información sobre María Isabel. “No sabía ni por dónde empezar. Me salió eso y llamé (…) Diez minutos después, me llaman y me dicen que tienen el expediente y me han mandado por mail las tasas que tengo que pagar. En media hora tenía todo el expediente escaneado ya. Yo pensé que iba a ser fácil todo lo demás, claro”, ironiza Momoitio.
Sin embargo, la falta de archivos y las restricciones para poder consultarlos se han convertido en una constante para todas aquellas que pretenden estudiar el organismo. Momoitio se niega a culpar a las trabajadoras, pues afirma que la mayoría de archivos españoles “no tienen recursos, tienen poquísimo personal y llevan años sin poder abrir nada de lo que tienen sin catalogar”.
La falta de archivos y las restricciones para poder consultarlos se han convertido en una constante para todas aquellas que pretenden estudiar el organismo
La periodista explica que “no hay un archivo central porque no era una institución centralizada”, y denuncia la disparidad de criterios a la hora de acceder a documentos oficiales. “Con la misma petición en algunos archivos me han dicho que ‘ahora mismo’, y en otros me han dicho que era imposible, que jamás me iban a enseñar nada”, convirtiendo en un suplicio encontrar información sobre el “periplo absolutamente angustiante” en el que María Isabel pasó sus únicos 23 años de vida.
La historia de las mujeres que pasaron por el Patronato de Protección a la Mujer, recogida en los archivos, está escrita en su mayoría por hombres. Gobernadores civiles, directores de prisiones, jefes de policía, comisarios, médicos, psiquiatras, párrocos o presidentes de las diferentes juntas provinciales, se encargaron de firmar y enviar expedientes y cartas sobre las internas. La periodista asegura que, en gran parte, ha podido reconstruir la vida de María Isabel a través de voces masculinas y documentos institucionales, unos testimonios a los que acusa de “no estar exentos de pecado patriarcal”.
A pesar de que Pilar Iglesias no hizo uso de archivos para su investigación, asegura que “la parte buena de España (respecto a Irlanda) es que, aunque seguramente se ha perdido mucho, al ser el Patronato un organismo oficial, hay memorias anuales donde dirigirse para las investigaciones”. Ambas autoras destacan la importancia de dar más voz a las víctimas. Iglesias señala que es imprescindible crear equipos interdisciplinares que brinden una oportunidad a aquellas que pasaron por los reformatorios del Patronato de Protección a la Mujer. Es una labor con dificultades, expresa; pero para la investigadora es la única forma de que mujeres que nunca se han atrevido a denunciar los abusos de los que fueron víctimas hablen sobre la realidad que vivieron dentro de estos reformatorios, tal y como sucedió en las Lavanderías de la Magdalena de Irlanda.
Diluidas u olvidadas: las responsabilidades de las órdenes religiosas
Oblatas del Santísimo Redentor, Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad, Trinitarias, Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia, Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, Auxiliares del Buen Pastor, Religiosas Esclavas de la Virgen Dolorosa o las Cruzadas Evangélicas. Estas fueron solo algunas de las órdenes religiosas, o seculares, formadas por misericordiosas hermanas que colaboraron con el Patronato de Protección a la Mujer.
Después de la Guerra Civil, se fundaron en el Estado español nuevas comunidades que buscaron dar respuesta a los planteamientos enunciados por la institución franquista. Pilar Iglesias apunta que incluso en las mismas ciudades convivieron numerosas órdenes religiosas femeninas: “Muchas ya existían, muchas nacieron entonces para trabajar en las cárceles o en las casas de recogidas”. O en el Patronato de Protección a la Mujer.
El miedo a la reclusión en algún reformatorio regentado por monjas marcó los comportamientos de las jóvenes durante la dictadura. El organismo permanecía oculto, pero el temor a las órdenes religiosas latía en toda la población femenina. La doctora en Filología Inglesa explica que, pese a estar “presente en todas partes” y contar con una “estructura sólida”, el Patronato de Protección a la Mujer “permanecía invisible”. “La gente sabía que había conventos, conocía las órdenes religiosas, sabía que allí internaban a las chicas malas”, continúa.
Andrea Momoitio, por su parte, apoya esta hipótesis en su propia experiencia investigadora. La madre de María Isabel “no sabía nada del Patronato”. Eugenia le confesó a la escritora que llevó a su hija a un reformatorio “porque no podía hacer carrera con ella”, sin saber ni quién gestionaba ese centro ni quién pagaba. Durante su búsqueda, se ha dado cuenta de que “es difícil investigar el Patronato, porque el Patronato como tal no era nada”.
De hecho, Momoitio se muestra “preocupada” al pensar que “hablando tanto del Patronato se diluya la responsabilidad de las órdenes religiosas que ejecutaron todo aquello”. Diluida u olvidada, la realidad es que el paso de los años no ha repercutido en tan piadosas madres y hermanas. Ajenas a cualquier protesta en su contra, las religiosas persisten en “los mismos espacios exactamente desde el siglo XVII”, recalca Iglesias.
“Las mismas monjas siguen atendiendo a mujeres en situación de vulnerabilidad, mujeres migrantes, embarazadas solteras, generalmente coincidiendo también con migrantes, o a mujeres en situación de prostitución. Los servicios sociales siguen estando muy externalizados, a través de organizaciones, empresas privadas u órdenes religiosas”, añade la doctora en Filología Inglesa, quien compara esta situación con que “el Ejército lo llevara una ONG o un convento de frailes”.
El decreto que pretendió acabar con el organismo en 1985 únicamente propició que “dejara de llamarse así, porque entonces empezaba a cambiar la estructura del Estado. Pero no cambió nada más y el Patronato no desapareció”
Por este motivo, la autora de Lunática rechaza hablar de la desaparición del Patronato de Protección a la Mujer: “Ahora ya no se llama Patronato, pero siguen funcionando los servicios sociales de la misma manera, sigue habiendo reformatorios”. Así, el decreto que pretendió acabar con el organismo en 1985 únicamente propició que “dejara de llamarse así, porque entonces empezaba a cambiar la estructura del Estado. Pero no cambió nada más y el Patronato no desapareció”.
Estas comunidades religiosas han sido ampliamente galardonas y han acumulado un llamativo palmarés. En el 2005, las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl obtuvieron el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia por “su excepcional labor social y humanitaria en apoyo de los desfavorecidos”. En el 2014, las Adoratrices fueron condecoradas con el Premio de Derechos Humanos Rey de España, con el que se reconoció “su labor en favor de las mujeres víctimas de trata y de violencia de género”. Ese mismo año, la reina Sofía y la entonces princesa Letizia entregaron la condecoración de la Orden Civil de la Solidaridad Social a las Oblatas por “su compromiso con las mujeres en situación de prostitución y las víctimas de trata de seres humanos”. Hace unos meses, la Diputación de Valencia distinguió con el galardón Celia Amorós a las Auxiliares del Buen Pastor (Villa Teresita) por “su labor en defensa de las mujeres víctimas de la prostitución, a las que acogen en su red de casas de acogida y les ofrecen un acompañamiento y una alternativa para salir de la situación de exclusión”.
Puede que estos múltiples reconocimientos hayan contribuido a que las monjas nunca se hayan confesado por los crueles pecados cometidos contra miles de jóvenes. “Que yo sepa ninguna de las órdenes ha mostrado tampoco ningún interés por facilitar ninguna investigación ni colaborar”, señala Andrea Momoitio. Pilar Iglesias lamenta que “no se han disculpado, pero tampoco nadie les ha pedido que se disculpen”.
Colocar al Patronato en un lugar bien visible de nuestra memoria colectiva
La periodista de Pikara Magazine es muy crítica respecto a la demora en iniciar un procedimiento de dignificación de las miles de mujeres que fueron internadas en alguno de los reformatorios dependientes del Patronato de Protección a la Mujer: “Lo grave de todo esto es que no había ni hay vistas de que se inicie a corto plazo ningún proceso ni de justicia ni de memoria ni de reparación”.
Compara, citando la investigación de Pilar Iglesias, la petición pública de perdón del gobierno irlandés hacia las mujeres encerradas en las Lavanderías de la Magdalena con la “poca importancia” otorgada a las víctimas del Patronato. Se indigna al reconocer que «n el caso del Estado español, “no ha habido nada ni tan siquiera parecido porque entre las prioridades, desde luego, no está qué pasaba con las niñas pobres”.
Iglesias denuncia que esa “violencia institucional” que clausuró a muchachas contra su voluntad durante la dictadura “sigue vigente” al invisibilizar a esas niñas y “normalizar que aquello que le pasa a las mujeres es menos grave que lo que le ocurre a los hombres”
En este sentido, Iglesias denuncia que esa “violencia institucional”, que clausuró a muchachas contra su voluntad para reeducarlas y adecuarlas al modelo único de mujer establecido por la dictadura, “sigue vigente” al someter a aquellas niñas (hoy mujeres adultas) a una “invisibilización” y “normalizar mediante la misma política sexual patriarcal que aquello que le pasa a las mujeres es menos grave que lo que le ocurre a los hombres”. “Siempre hay algo antes que los temas que afectan directamente a las mujeres. Siempre hay una revolución antes que la de las mujeres”, lamenta.
La autora de Políticas de represión y punición de las mujeres: Las Lavanderías de la Magdalena de Irlanda y el Patronato de Protección a la Mujer en España defiende la necesidad de investigar, desde cualquier ámbito, sobre la institución franquista para combatir el “desconocimiento brutal”, pues reivindica que “toda mirada al pasado es un acto de justicia y reparación hacia las víctimas, pero además es una mirada al presente”. Cuando habla del presente se refiere una y otra vez a la reciente Ley de Memoria Democrática que, desde su punto de vista, significa un paraguas importante para poder “comenzar a insistir desde muchos lados y que existan ciertas posibilidades” de desenterrar del olvido la existencia del organismo.
No obstante, reconoce que le hubiera gustado que se mencionara de manera específica el Patronato de Protección a la Mujer en la norma, que, aunque tiene artículos referentes a la represión contra las mujeres, la educación, la creación de materiales o la investigación, ignora, sostiene, a las jóvenes confinadas en los centros de la institución. Es aquí donde Andrea Momoitio suma un nuevo caso de amnesia en el proceso oficial de recuperación de la memoria, que “no ha situado en el debate el tráfico de bebés como una cuestión relacionada con la memoria histórica y la represión franquista”.
Aunque apenas se mencione cuando se hable de bebés (y madres) robados, las maternidades del Patronato fueron el escenario de sospechosas desapariciones y fallecimientos de criaturas recién nacidas
Aunque no se diga, aunque apenas se mencione cuando se hable de bebés (y madres) robados, las maternidades del Patronato fueron el escenario de sospechosas (por ser sutiles) desapariciones y fallecimientos de criaturas recién nacidas. “Todavía nos falta tratar este tema dentro de una lógica de represión bien localizada contra las mujeres durante la dictadura”, sostiene la periodista.
Iglesias insiste en que el primer paso para colocar el Patronato de Protección a la Mujer en un lugar bien visible de nuestra memoria colectiva es empezar a “contar al máximo” qué ocurrió en aquellos reformatorios. Desde su conocimiento del caso irlandés, plantea que la forma más eficaz es “poner el arte al servicio de la justicia”. Enumera la infinidad de “productos de televisión, series documentales, películas, exposiciones de arte, obras de teatro o narrativa” que posibilitaron que en un país como Irlanda nadie quedara ajeno a la realidad de las Lavanderías de la Magdalena. Y, con la esperanza de captar adeptas, fantasea: “Imaginaos una ficción sobre el Patronato”. Se buscan voluntarias.
Incansable en su empeño por hacer justicia, cuenta preocupada los años restantes para el centenario de la proclamación de la II República, “siete u ocho”. Menos de una década para tratar de reparar el daño. El sufrimiento. El miedo. Ese miedo que “duró muchas décadas” y que fue acompañado de “una moral sexual imperante” que ha impedido que miles de mujeres decidan hablar por temor a ser señaladas (de nuevo).
Pero Pilar Iglesias es consciente de que cuanto exige es inalcanzable sin un “compromiso de los partidos políticos, las instituciones, la academia, las asociaciones de memoria —que siguen teniendo un rostro excesivamente masculino—, y, también, las feministas”. De momento, el Patronato de Protección a la Mujer continúa relegado al más absoluto silencio. Al ser preguntada sobre si cree que es posible revertir esta ignorancia que planea sobre gran parte de la sociedad, parece contener su enfado y ahorrarse pronunciar algunas palabras hasta que al final responde: “No es que se puede, es que se debe. Hace mucho que se murió el dictador y seguir pensando que en España ciertas cosas son imposibles me parece muy fuerte”.
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