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Fueron mucho más que los hijos de un Premio Nobel de Literatura. Los hermanos Erika (Múnich, 1905-Zúrich, 1969) y Klaus Mann (Múnich, 1906-Cannes, 1949) crecieron en un entorno privilegiado, en una familia liberal que les inculcó el interés por las letras y el pensamiento crítico, además de potenciar sus inquietudes artísticas. Eran los mayores de los seis hijos del escritor Thomas Mann (Lübeck, 1875-Zúrich, 1955) y Katia Pringsheim (Feldafing, 1883-Kilchberg, 1980), hija de un matemático y coleccionista de arte judío y de una actriz, además de nieta, por parte de madre, de una escritora y activista por los derechos de las mujeres.
Los hijos del matrimonio crecieron entre algodones, rodeados de la bohemia alemana, pero sin dejarse cegar por la opulencia. En la mítica década de los años veinte, los dos hermanos eran ya figuras destacadas del círculo cultural por méritos propios: Klaus como novelista –su obra maestra, El volcán (1939), de inspiración autobiográfica, es una de las mayores novelas sobre el exilio alemán–, Erika como actriz de teatro. A medida que la hostilidad se fue instalando en la sociedad, comenzaron a participar en el periodismo y la política, con un mensaje de firme oposición al nacionalsocialismo. En enero de 1933, tras la llegada de Hitler al poder, abandonaron Alemania, de donde acabaron siendo expatriados, como el resto de su familia.
En el exilio, ambos hermanos se mantuvieron unidos y se movieron por Europa para denunciar lo que estaba ocurriendo en su país y advertir del peligro de los regímenes totalitarios. En junio de 1938, tuvieron la oportunidad de viajar a España como parte del gran movimiento internacional de solidaridad con el gobierno legítimo que se articuló en respuesta a las ayudas que Hitler y Mussolini facilitaban al bando sublevado. Pasaron por Barcelona, el Delta del Ebro, la Ciudad Universitaria de Valencia, Madrid y varios pueblos de los alrededores; hablaron con políticos, intelectuales y, sobre todo, con gente anónima, en el frente y en la retaguardia.
El resultado son las 13 crónicas reunidas en El milagro de España. Crónicas de un viaje en 1938 (Edhasa, 2024), un libro único, por cuanto no existe un equivalente en alemán –estos artículos forman parte de otras compilaciones, no había una exclusiva sobre este viaje– y han sido la editora Ana Pérez y los traductores, Carlos Fortea e Isabel García Adánez, los encargados de seleccionar los textos de entre las crónicas completas de los autores, y de ofrecerlas por primera vez en castellano. Los hermanos escribían para periódicos alemanes de ciudades como París, Basilea, Moscú o Nueva York. Por lo general, por separado, salvo un par de piezas que firman juntos para exponer sus conclusiones de la aventura.
La España republicana, unida frente el fascismo
Llegaron a España con una idea: estaban de parte de los republicanos, esto es, del gobierno legítimo. No eran ni pretendían ser imparciales; como buenos periodistas, serían fieles a los hechos, pero se implicarían en lo emocional, comprometiéndose con lo que consideraban justo, los valores democráticos. En su condición de expatriados, conocían bien el ideario fascista y no se cansaban de denunciar sus atrocidades. El bando sublevado recibía un aporte armamentístico de Hitler y Mussolini que les otorgaba una clara ventaja. Klaus y Erika esperaban encontrarse con una España abatida, pesimista, derrotada.
Los antifascistas tienen que ponerse a prueba de muchas maneras: primero en una lucha a la que se les ha obligado; pero luego, también, en positivo, mediante actos humanitarios, a través del esfuerzo pedagógico, mediante el intelecto
Las víctimas no cesaban, los bombardeos hacían estragos, había hambre y el tráfico de cigarrillos se convirtió en un recurso esencial. Sin embargo, el estado de ánimo general no encajaba con lo previsto: descubrieron a una población luchadora, organizada y con optimismo a pesar de todo. Ni los milicianos ni la sociedad civil se daban por vencidos. Los Mann quedaron admirados por su determinación, su lealtad a los principios de la Segunda República, con una España igualitaria, abierta, culta: “Los antifascistas tienen que ponerse a prueba de muchas maneras: primero en una lucha a la que se les ha obligado; pero luego, también, en positivo, mediante actos humanitarios, a través del esfuerzo pedagógico, mediante el intelecto”. Les llamaba la atención, por ejemplo, el esfuerzo por mantener la escolarización de los niños en la medida de lo posible; la educación era un motor esencial de la República.
En la resistencia había militantes de diferentes inclinaciones políticas –socialistas, comunistas, anarquistas, liberales–, pero se unieron en contra de lo que percibían como un enemigo común: “El requisito fundamental para hacerle frente es ese: la unidad de todos aquellos que están en contra del fascismo”. Esa era la clave: la unión, la fuerza del colectivo, poner el bien común por encima de cualquier individualidad. Mientras el fascismo favorecía el liderazgo único de un tirano bajo el que se sometía a la población, los republicanos eran conscientes de que dependían los unos de los otros y su acción se debía basar en la solidaridad, la igualdad de derechos, los valores humanos. Sin perder la serenidad, no se quedaban de brazos cruzados pese a la desventaja en la contienda. Era el verano de 1938 y aún quedaba guerra por delante, aún había esperanza.
Democracia, educación, cultura, solidaridad
La vida cotidiana continuaba. Los establecimientos se abrían, había movimiento en los cafés, los teatros, los comercios. Los vecinos hacían gala de una vitalidad asombrosa. Los hermanos iban tanto a las trincheras como a los hospitales, los albergues infantiles y los refugios. Erika, sobre todo, aporta una perspectiva de género sobre la guerra, al prestar especial atención a las mujeres y los niños: “Nada es tan terrible, nada provoca tan directamente la indignación y la compasión como el destino de los niños españoles”, escribe.
Las Brigadas Internacionales, junto con las políticas del gobierno, resultaron básicas para proteger a los más pequeños, y aun así no alcanzaban a todos. No había suficientes refugios, lo que llevó a algunas familias a enviar a sus hijos al extranjero –un tema abordado recientemente en la última novela de Julia Navarro, El niño que perdió la guerra; y el libro juvenil Tristes armas, de Marina Mayoral–.
Klaus, por su parte, expresa su admiración por los literatos españoles, en particular por Federico García Lorca (“ya se sabía que lo habían fusilado los fascistas […] se guarda con gran respeto el recuerdo de su terrible final”) y Rafael Alberti. Con este último y su esposa, la también escritora María Teresa de León, compartieron una velada en Madrid: “Nos enseñaron fotos del teatro que hacen para los soldados en el frente […] contribuye a animar e infundir valor a los espectadores”. En efecto, también el arte se revistió de política por las circunstancias; los artistas, los creadores, se adaptaron y contribuyeron con lo que mejor sabían hacer.
Es llamativo, sobre todo al pensar en el retroceso que se produjo después, ver cómo los defensores de la república se comprometían con la cultura. Necesitaban a una población instruida contra la ignorancia que propulsaban los bárbaros; la educación proporcionaba las armas (otro tipo de armas) a la clase trabajadora para luchar por sus derechos y sus intereses: “Un pueblo ilustrado y con formación no se deja tiranizar tan fácilmente”. Era la consecuencia de muchos años de sindicalismo, de iniciativas educativas liberales, de la cercanía de los creadores con el pueblo. Cuando lo necesitaron, ese pueblo actuó para poner a resguardo el patrimonio artístico, otro aspecto reflejado por los cronistas, desmintiendo el bulo difundido por la prensa fascista de que malvendían las obras de arte: “Tenemos que replicarles cada vez que lanzan y difunden estas mentiras suyas tan descomunales y absolutas […], decirles bien alto y sin alterarnos: ‘¡Mentís! ¡Ya estáis mintiendo otra vez!’”.
Hablando de ignorancia y fascismo, los Mann tuvieron la oportunidad de entrevistar a dos presos enemigos, dos jóvenes pilotos alemanes (“resultaba un tanto morboso… ir a ver a nuestros compatriotas a la cárcel como quien va a ver fieras enjauladas”). No los consideran compatriotas, “puesto que son nazis”, pero admiten que quizá, en lugar de “enemigos”, no son más que “hombres malogrados y manipulados”. Teniendo siempre presente la realidad de su país, se preguntan hasta cuándo durará esto, la barbarie que, entre otras cosas, divide a la gente, a gente que en otro contexto no se rechazaría. “¡De qué manera se han convertido en unos extraños nuestros hermanos!”, se lamenta Klaus.
¿Se puede ser pacifista en tiempos de guerra?
Conocer in situ los estragos de la contienda transformó a los hermanos hasta el punto de cuestionar una de sus creencias más arraigadas: el pacifismo, el rechazo de las armas. Al tratar con los combatientes republicanos, se percataron de que lo que estos necesitaban y pedían era más material bélico para tener opciones en la batalla; la rendición no entraba en sus planes. A diferencia de Hitler y Mussolini, los estados que apoyaban al gobierno legítimo se lo pensaban mucho a la hora de enviar a sus tropas o proveer de armas a los republicanos. Esto, constataron los Mann, era lo que estaba marcando la diferencia.
Lo que falta en España es la maquinaria y las armas que el enemigo sí está recibiendo en abundancia
Los hermanos utilizaban el periodismo para concienciar al resto de Europa, para que se involucrara en la guerra española. Comprobaron en primera persona cuán fácil era, en la distancia, pregonar la paz; sin embargo, una vez en el campo de batalla, la desigualdad flagrante de recursos ponía de relieve que, sin armas, la victoria sería de los sublevados. Y los resistentes querían combatir, luchar por la República; sabían todo lo que estaba en juego. Esta es la llamada a la acción de los hermanos Mann: “Lo que falta en España es la maquinaria y las armas que el enemigo sí está recibiendo en abundancia”.
Leídas hoy, estas crónicas no son solo una pieza brillante de reporterismo de guerra, sin nada que envidiar a corresponsales célebres como Ernest Hemingway o George Orwell, sino que, en las circunstancias actuales, y dada la naturaleza cíclica de determinados procesos históricos, invitan a reflexionar sobre cuál debe ser el papel de cada país, y de la Unión Europea, en los conflictos bélicos en curso. Vivimos en un mundo global, aún más global que el que conocieron Erika y Klaus Mann, y esa ola de confrontaciones podría extenderse de nuevo, quién sabe con qué consecuencias.
No solo los movía la compasión por el agraviado; también estaban preocupados por el futuro del continente, sabían que lo que veían podía replicarse a gran escala. Querían insuflar ánimo; estaban convencidos de que todavía estaban a tiempo de frenar la deriva
Estas piezas son asimismo un conmovedor recordatorio de los valores republicanos, de esa España que fue torturada y borrada de la memoria, con tanta astucia que incluso hoy mucha gente desconoce que hubo unos años de progreso social y educativo, con artistas e intelectuales comprometidos, con una ciudadanía movilizada por el bien común. Esa era la España que defendían los hermanos, como defendían la Alemania del esplendor cultural de entreguerras; una España que tejía lazos, que no discriminaba identidades, que arrimaba el hombro, que tenía un sueño compartido por el que seguir perseverando. La España de Lorca, de Machado, de Negrín y de todos los héroes y heroínas anónimos que, desde las trincheras o en las ciudades, permanecieron fieles a la República.
Erika y Klaus Mann quisieron contagiar ese espíritu inconformista a sus lectores. Su noción del periodismo resultaba indisociable de la verdad, y para contar la verdad se personaron en el terreno, escucharon a los protagonistas, documentaron lo que vieron. No solo los movía la compasión por el agraviado; también estaban preocupados por el futuro del continente, sabían que lo que veían podía replicarse a gran escala. Querían insuflar ánimo; estaban convencidos de que todavía estaban a tiempo de frenar la deriva. Tenían un mensaje claro: “El tremendo sufrimiento que el pueblo español soporta desde hace dos años podría evitársele a Europa… podría evitársele al mundo entero”.
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