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Escrito por Sebastiaan Faber |
Lunes, 14 de Enero de 2013 05:03 |
No hay uno solo de de los historiadores neoconservadores o neofranquistas que no manipule o distorsione la evidencia histórica. Lo que venden son mentiras descaradas. Esto suena duro, lo sé, pero lo he demostrado una y otra vez. En España, los mitos propagados por el franquismo han sobrevivido, convenientemente actualizados, y se movilizan en los conflictos políticos de hoy. Si la Guerra Civil es todavía origen de controversia, se debe a que la derecha no desea remover un pasado sangriento que la hace aparecer bajo una luz negativa. Solo por dar un ejemplo, uno de los biógrafos más serviles de Franco es miembro de la Real Academia de la Historia [Luis Suárez]. Como si fuera lo más normal del mundo”.
Ángel Viñas no tiene miedo de decirlo tal y como son las cosas y tiene poca paciencia con la estupidez. Uno de los historiadores más prolíficos de las últimas dos décadas, Viñas ha emprendido ingentes proyectos de investigación y ha cruzado su espada con poderosos adversarios. Con todo, dado que poca de su obra está disponible en inglés, Viñas es menos conocido fuera de España de lo que su envergadura justifica. Su energía parece no tener límites: en los últimos diez años ha publicado o dirigido más de una docena de libros substanciales sobre la Guerra Civil. Entre ellos se cuenta una historia en cuatro volúmenes, 2.600 páginas, de la Segunda República asediada (2006-2009) [1] que Helen Graham ha llamado “magistral”, y que Gabriel Jackson describió en estas páginas como “sin duda, los estudios de archivo más detallados y plenamente documentados sobre las reacciones diplomáticas y militares internacionales que siguieron al estallido de la Guerra Civil”. Cuando en 2011, la Real Academia de la Historia publicó los primeros 25 volúmenes de su controvertido Diccionario Biográfico Español, financiados con fondos públicos —y cuyos textos estaban plagados de errores y nunca fueron adecuadamente revisados; la entrada sobre Franco no caracterizaba al Generalísimo como dictador —, fue Viñas quien congregó a un equipo de historiadores para elaborar rápidamente una recopilación alternativa más rigurosa. El contradiccionario de 976 páginas, titulado En el combate por la Historia [Pasado y Presente, Barcelona, 2012] se publicó en abril. Este pasado octubre el profesor Viñas interrumpió brevemente los muchos proyectos que se acumulan sobre su mesa de trabajo en Bruselas—entre ellos, nuevas investigaciones sobre el bombardeo de Guernica y una reedición española de la obra pionera de Herbert Southworth—para hablar con The Volunteer.
La historiografía como campo de batalla, el historiador como combatiente por la verdad: la imagen parece adecuada para el campo de de los estudios de la Guerra Civil hoy en día y para la obra de Viñas en particular. Nacido en 1941, Viñas se considera un historiador a la vieja usanza. A lo largo de su carrera, ha insistido en la necesidad de investigar rigurosamente tomando como base las evidencias de primera mano del periodo, lo que llama evidencia primaria relevante de época. Su principal objetivo está bien definido. Quiere descubrir qué sucedió realmente, por qué sucedió y explicarlo tan claramente como pueda a un público lo más amplio posible. “En mi opinión,” dice Viñas, “el único modo de avanzar lo constituye la investigación primaria, para abrir nuevas rutas, señalar nuevas direcciones y mejorar anteriores interpretaciones del pasado. La investigación primaria abre puertas, no las cierra. Por supuesto, no es la única forma de escribir Historia. Aplicar nuevos paradigmas también puede deparar nuevos resultados. Pero yo soy un historiador al que le gusta estar cerca de realidades concretas, tratando de encontrar nuevas respuestas a viejas preguntas”.
Viñas combinó en un principio su investigación con la carrera diplomática. Se enamoró de los archivos a finales de los años 60, cuando como joven diplomático destinado en Bonn le pidieron que escribiera un artículo sobre la financiación nazi del esfuerzo de guerra franquista.“Cuando entré en los archivos del Auswärtiges Amt (Ministerio de Asuntos Exteriores)”, recuerda, “supe que se trataba de un flechazo”. Este proyecto de investigación se convirtió en la tesis doctoral y el primer libro de Viñas, publicado en 1974 (La Alemania nazi y el 18 de julio, Alianza Editorial, Madrid). A continuación afrontó el tan mistificado episodio del “Oro de Moscú”—la controvertida transferencia a la Unión Soviética, por parte de las autoridades republicanas, de parte del Tesoro español. Viñas trabajó después sobre relaciones internacionales, sobre todo en torno a la alianza entre Franco y los Estados Unidos de los años 50, pasó veinte años trabajando para la Unión Europea, y cinco años de embajador en las Naciones Unidas en Nueva York. Vive actualmente en Bruselas. Y felizmente: “Estoy lejos del barullo de España. Vivir aquí me permite concentrarme en escribir, que es lo que hago doce horas al día, siete días a la semana”.
La obra de Viñas es una lectura que revigoriza. Escribe una prosa directa, combativa, con pocas cautelas. No teme introducir una nota ocasional de divertida malicia. En La conspiración del general Franco (Crítica, Barcelona, 2012), por ejemplo, reconviene al conocido y prolífico historiador norteamericano Stanley Payne por su falta de rigor. Payne y Viñas llevan dándose topetazos durante algún tiempo. En años recientes, Payne ha hablado desdeñosamente de los historiadores académicos españoles mientras abogaba por aficionados“revisionistas” de derechas como Pío Moa o César Vidal. Resulta interesante, señala Viñas, que Payne, que “ha extendido su manto protector para cubrir algo que es verdadera pornografía histórica”, casi nunca haya utilizado más que fuentes secundarias.
Desde luego, la clave de la solidez de Viñas reside en el amplio uso que hace de fuentes primarias de una gran cantidad de archivos españoles y extranjeros. Igual importancia tiene su insistencia en que ningún aspecto del conflicto puede explicarse sin tener en cuenta el complejo contexto internacional de la guerra, un contexto determinado por poderosos intereses tanto políticos como económicos. Al reconstruir los intensos esfuerzos diplomáticos que preceden y siguen inmediatamente al estallido de la guerra, por ejemplo, no deja dudas acerca de la tremenda diferencia entre el rechazo categórico por parte de las potencias occidentales a respaldar a la acosada República y la casi inmediata disponibilidad de los regímenes fascista y nazi a comprometer ayuda militar. Basándose en amplia evidencia, Viñas explica esa diferencia primordialmente en función de cómo se percibe el interés nacional y político.
Los antecedentes del autor y su pericia como funcionario le ayudan a entender su material, pero también a dar forma a su enfoque. Le interesa en última instancia lo que impulsa a quienes toman las decisiones: dirigentes políticos y económicos, así como diplomáticos y mediadores. Al haber vivido las instituciones desde dentro, no se hace ilusiones sobre el calibre moral de sus motivaciones. Viñas también resulta excepcionalmente bueno reconstruyendo los flujos de información: la forma en que cartas, informes y conversaciones personales configuraron la percepción de los líderes sobre lo que estaba aconteciendo en España. Esto le permite, por ejemplo, a lo largo de treinta páginas del segundo volumen de su serie sobre la República una valoración desacostumbradamente matizada de los puntos de vista y de las decisiones de Stalin en relación con la República.
Viñas cree encarecidamente que escribir la historia de España es tarea de historiadores españoles. “La batalla por la verdad tiene que librarse en España, por parte de los españoles. No hay nada extraño en esto: es la norma en todas las naciones. Mire Francia, Inglaterra o Alemania”. A buen seguro, reconoce las importantes aportaciones a la historia de la Guerra Civil hechas por historiadores de fuera de España. Pero su relativa relevancia en los años de postguerra fue una anomalía, debida a la graves restricciones que imponía el régimen de Franco a la historiografía española. Afortunadamente, la situación lleva ya tiempo normalizada. “Los avances más importantes provienen hoy de historiadores españoles. Esto no es más que algo lógico; al fin y al cabo, casi todos los archivos están en España, y son ahora casi todos accesibles. Dicho esto, lejos de mí negar las aportaciones de los historiadores no españoles. Aprecio enormemente su labor”.
¿Por qué entonces esta actitud crítica hacia Payne? “Tenía por Payne el mayor de los respetos como historiador y solía ser ávido lector de sus obras. En términos académicos, mi dosis de respeto ha menguado. Payne no hace investigación de archivo. Y lo que necesitamos precisamente en este momento es fundamentar interpretaciones históricas sobre evidencias de primera mano de los archivos. Pero esa no es la peor parte. Aunque opera todavía so capa de rigor erudito, en la actualidad Payne es poco más que un producto y un defensor de la visión conservadora que insiste, contra toda evidencia, en culpar a la izquierda y a los reformistas republicanos del estallido de la Guerra Civil. Desde un punto de vista académico, la metodología y los presupuestos de Payne no tienen, sencillamente, fundamento. Y la protección que otorga a los payasos neofranquistas que se llaman historiadores es, la verdad, bastante repelente.
Ciertamente, pocas cosas irritan más a Viñas que “las sandeces que algunos autores siguen difundiendo como si no hubiera pasado el tiempo”: el conjunto de ideas fundamentalmente erradas sobre la Guerra Civil que, pese a haberse demostrado que carecen de base, llevan circulando desde los años 30 y se niegan obstinadamente a desaparecer. La noción, por ejemplo, de que las políticas de no intervención salvaron a España de caer en una revolución y de un futuro como satélite de la Unión Soviética. O la idea de que las políticas de no intervención de Francia, Gran Bretaña y los Estados Unidos — su traición a la Segunda República Española, en una palabra—se viera impulsada por alguna otra cosa que no fuera “una política salvaje de protección del interés nacional, sazonada de connotaciones ideológicas, políticas y de clase, y sesgadas por análisis erróneos o prejuiciados de la realidad española”.
“La historiografía franquista, que todavía ejerce una tremenda influencia sobre los historiadores conservadores de la Guerra Civil, opera por medio de un mecanismo que yo, junto al profesor Alberto Reig Tapia, he llamado ejercicio deproyección. Por ello entiendo que los franquistas atribuyen el comportamiento de su propio bando a sus oponentes políticos o militares. De este modo encuadran la reacción republicana a la rebelión militar como resultado de un proyecto revolucionario, cuando en realidad se trató de un estallido espontáneo, respuesta a una sublevación militar cuidadosamente planeada y en buena medida incitada por partidarios civiles. Acusan a la República de solicitar ayuda extranjera —es decir, soviética— con el fin de imponer un Estado totalitario, cuando la verdad es que fueron los monárquicos los que comprometieron material de guerra de los italianos antes de la sublevación. Hablan de la creación de una ‘república popular’avant la lettre, controlada por los comunistas, mientras que en realidad fue la derecha la que generó el fascismo español que realmente existió. Condenan la matanza de españoles patriotas, cuando fueron los militares rebeldes los que empezaron de inmediato a masacrar a sus adversarios. Denuncian la supuesta dependencia de la República respecto a Stalin para distraer de la dependencia mucho mayor de Franco respecto a Hitler y Mussolini. Vemos cómo funciona el mismo mecanismo en el caso del bombardeo de Guernica en abril de 1937. De la destrucción se culpó a los ‘vascos bolchevizados’ o a las ‘huestes de dinamiteros asturianos’, pero en realidad el bombardeo fue resultado de órdenes directas emitidas por el mando del Ejército del Norte a la Legión Cóndor nazi”. Todas estas afirmaciones se basan en evidencias laboriosamente recogidas de archivos españoles y extranjeros.
¿Es más difícil ser historiador de la Guerra Civil Española que, digamos, de la II Guerra Mundial o la Edad Media? “Sí, lo es. Tiene que ver en primer lugar con el hecho de que se tardara tanto en abrir los archivos a la investigación. Sólo después de la muerte de Franco se instauró la libertad de investigar y escribir. Y luego, como ya he dicho, está el problema de las posiciones ideológicas del neofranquismo, que siguen teniendo sus repercusiones. A día de hoy, es probable que un historiador que esté en desacuerdo con estas posturas tenga que soportar las arengas de la derecha, lo cual sería impensable en el contexto de la II Guerra Mundial. Nadie en su sano juicio pensaría en motejar de de ‘antinazis’ o ‘antifascistas’ a los historiadores franceses, británicos o norteamericanos que han analizado los mecanismos de las dictaduras nazi y fascista”.
¿Qué piensa Viñas de las iniciativas de base de “recuperación de la memoria histórica” que han brotado por toda España desde finales del siglo XX? “El llamado movimiento por la memoria histórica está estrechamente relacionado con el esfuerzo colectivo por sacar a la luz las dimensiones ocultas de la represión franquista extremadamente severa durante el periodo de la guerra y la postguerra. Estos esfuerzos son muy importantes. Lo que me sorprende es que, pese a todo el trabajo hecho, la mayoría de los historiadores extranjeros todavía no reconozca el hecho de que España formó parte de lo que Timothy Snyder, en referencia a Europa Oriental, ha llamado Tierras de sangre [2] —la victimización masiva de civiles a manos de poderosas estructuras militares y estatales —si bien en distinta constelación y en una parte diferente de Europa”. Por suerte, Paul Preston ha expuesto el caso español al público lector de lengua inglesa.
Hace un año Viñas se jubiló de su puesto de catedrático de la Universidad Complutense de Madrid. Sin embargo, continúa orientando a jóvenes historiadores. Entre sus discípulos se cuenta Fernando Hernández Sánchez, con el que escribió El desplome de la República (Crítica, Barcelona, 2010) y que publicaría luego una historia pionera del Partido Comunista durante la Guerra Civil (Guerra o revolución. El Partido Comunista de España en la guerra civil, Crítica, Barcelona, 2010). Observador de la actualidad española desde su mirador septentrional de Bruselas, Viñas ve pocos motivos para el optimismo. Le preocupa su país. El futuro pinta especialmente sombrío en el caso de la universidad española y la investigación académica. “La universidad franquista estaba corrompida. Era un subproducto de las relaciones de poder del país, oligárquicas y, en el mejor de los casos, paternalistas. La situación ha mejorado de algún modo desde la Transición, aunque no lo suficiente. Este ha sido un fallo grave de los gobiernos socialistas y, aún más, de los conservadores. Ha sido posible trabajar bien dentro de las estructuras existentes y hay mucha gente que lo ha hecho, aunque en ocasiones esto ha exigido una considerable dosis de valor cívico. Personalmente, no puedo envanecerme de nada debido a que por razones profesionales he podido trabajar 25 años fuera de la Universidad. Esto me permitió tomar cierta distancia y, sobre todo, no depender financieramente de nadie. Pero estoy extremadamente preocupado por el futuro de la universidad española. El conservadurismo español ha entrado en fase regresiva, tanto en términos económicos como ideológicos. El actual gobierno ultraconservador es un auténtico desastre. La situación me recuerda,mutatis mutandis, a la del ‘bienio negro’ de 1934-35. Toda una generación de jóvenes historiadores quedará frustrada”.
Notas del t.:
[1] Esos cuatro volúmenes son La soledad de la República: El abandono de las democracias y el viraje hacia la Unión Soviética, Crítica, Barcelona, 2006; El escudo de la República: el oro de España, la apuesta soviética y los hechos de mayo de 1937, Crítica, Barcelona, 2007; El honor de la República: entre el acoso fascista, la hostilidad británica y la política de Stalin, Crítica, Barcelona, 2008; El desplome de la República: La verdadera historia del final de la Guerra Civil,Crítica, Barcelona, 2009.
[2] Bloodlands, de Tymothy Snyder, se ha publicado en español como Tierras de sangre, Europa entre Hitler y Stalin(Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2011). Snyder es también conocido por su diálogo con Tony Judt en Pensar el siglo XX(Taurus, Madrid, 2012).
Sebastiaan Faber enseña Estudios Hispánicos en el Oberlin College de Oberlin, Ohio, y preside la directiva de ALBA(Abraham Lincoln Brigade Archives), que custodia el legado de los veteranos norteamericanos de las Brigadas Internacionales, cuyo órgano de expresión es The Volunteer.
Traducción Lucas Antón
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