ESTA ES UNA HISTORIA DE LA GUERRA CIVIL (I)
Esta es una historia de la Guerra Civil española que se alimenta de los contenidos del libro que el autor dedicó al franquismo y que han publicado Sílex Ediciones y Punto de Vista Editores. Esa misma procedencia hace que la Guerra Civil sea tratada no desde la óptica ideológica pero sí desde el estudio del bando que finalmente ganó el conflicto e impuso una dictadura.
Anatomía de la Historia
0. Una introducción
La Guerra Civil española fue originada por el fracaso de una sublevación militar iniciada a mediados del mes de julio del año 1936. Su causa inmediata e ineludible fue una rebelión llevada a cabo por militares que habían jurado fidelidad a una Constitución… Nació por tanto de una traición. Una traición justificada de inmediato por quienes la cometían como la única salida posible para evitar que una revolución acabara con los más elementales principios de una tradición, la suya, la de los rebeldes. Revolución que no se produciría, por cierto, hasta que los sublevados decidieron subvertir el orden constitucional, y que tuvo lugar sólo cuando el golpe sedicioso fue incapaz de conquistar el poder de forma absoluta en toda la geografía española. Pues lo que hizo el autodenominado Alzamiento fue precisamente desmoronar la capacidad coercitiva del Estado en los territorios que no apoyaron la rebelión y, con ello, provocar el inmediato impulso necesario a la vocación revolucionaria de las fuerzas del movimiento obrero más concienciado que se vieron solas defendiendo lo poco que hasta entonces habían conseguido, o luchando por aprovechar la brecha para obtener la ansiada sociedad sin clases.
La guerra, civil, claro, no puede tacharse de tal hasta que los implicados no se concienciaron de que era eso, y no otra cosa, lo que había estallado a raíz del éxito demediado del pronunciamiento en el norte de África a la hora de arrastrar al resto del país. Al margen de eso, la propia expresión ya como nombre propio (Guerra Civil) no ha sido siempre la utilizada para denominar al periodo de enfrentamiento bélico entre, por un lado, los partidarios de acabar violentamente con el régimen republicano instaurado en 1931 y, por otro, los variopintos defensores de los principios básicos de la legitimidad constitucional o de los avances sociales acometidos o por acometer por la República amenazada.
Cruzada, guerra nacional, guerra revolucionaria y hasta Alzamiento fueron durante mucho tiempo formas de llamar al conflicto cainita español de la primera mitad del siglo XX. Dado que a estas alturas no se usa sino la expresión Guerra Civil española, o Guerra Civil, sin más, únicamente se usará aquí esta última denominación.
Para finalizar esta introducción qué mejor que acudir al historiador Santos Juliá, quien resumió como sigue la causa de que estallara una guerra civil en la España de mediados de la década de 1930:
“[…] la fragmentación interna de ambos bloques que, por la derecha, llevó a depositar todas las perspectivas de futuro en un golpe militar y, por la izquierda, liquidó de hecho al Frente Popular como instrumento de gobierno, un error estratégico que el PSOE y la República habrían de pagar, el primero al muy alto precio de su perdurable escisión en los años de guerra civil y de exilio y, la segunda, al no menor de su derrota”.
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ESTA ES UNA HISTORIA DE LA GUERRA CIVIL (II)
1. El inicio del conflicto. Comienza la guerra de los mil días
Durante la segunda mitad del mes de julio de 1936, España se inundó de zozobras, audacias, resignaciones y expectativas.
Una sublevación que empieza en el norte de África
Todo comenzó en el protectorado español en Marruecos. En África. Después de que el levantamiento contra el Gobierno constitucional arrancara el 17 de julio en la ciudad norteafricana de Melilla y las unidades militares sublevadas se hicieran de inmediato asimismo con Tetuán y Ceuta, el general Francisco Franco partió al día siguiente desde Canarias hacia Marruecos en el tantas veces mencionado y ya tan cinematográfico Dragon Rapide. Ese día, el emblemático 18 de julio que sería la fiesta por antonomasia del franquismo, se sublevaron con mayor o menor éxito las regiones militares peninsulares.
Pero lo previsto por los sediciosos no funcionó y la sublevación fracasó en donde la confabulación esperaba triunfar, en las principales ciudades españolas. Y, además, el día 20 de ese mes de julio, moría en su exilio portugués en un accidente de aviación el general José Sanjurjo, jefe de los sublevados, cuando se disponía a ponerse al frente de las operaciones.
El plan previo de los conjurados venía tramándose casi desde el mismo día de la proclamación de la Segunda República, cinco años antes, pero no es hasta la primavera de este año 1936 que se aceleran los pasos para llevarlo a cabo. Coordinados por el general Emilio Mola, numerosos altos mandos militares se van uniendo a la sedición y se rodean de los promotores ideológicos de la misma, conspiradores ellos mismos, sobre todo monárquicos borbónicos o carlistas y también seguidores de los variopintos grupos parafascistas surgidos a imitación de las corrientes en alza en la Europa del momento pero con el tinte castizo propio de la extrema derecha española, sin olvidar a numerosos simpatizantes y militantes de partidos menos comprometidos con las nuevas formas del autoritarismo occidental.
Detengámonos brevemente. Franco ha llegado desde Canarias al norte de África, al epicentro de los alzados. Pero, ¿por qué venía Franco desde Canarias hasta Marruecos? ¿Qué hacía en aquel archipiélago?
Retrocedamos un poco en el tiempo. Franco había sido destinado a la comandancia general de Canarias por el Gobierno presidido por Manuel Azaña, un mes después del triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936. Allí, en las islas atlánticas, donde admitió sentirse confinado, se mantuvo indeciso respecto a los compañeros de armas que le animaban a unirse a la conspiración que pretendía derrocar al régimen republicano por medio de un golpe de Estado. Indeciso casi hasta última hora. De hecho, se sabe que Franco no había participado en ninguna de las primeras confabulaciones antirrepublicanas, ni siquiera en el intento de 1932, en el que fracasó su ex jefe directo, el general José Sanjurjo, y al cual negó explícitamente su participación cuando se pidió su implicación en la sublevación. Pero indeciso no quiere decir contrario, sino más bien partidario mas no dispuesto a llevarlo a cabo de inmediato; de hecho se puede decir que tras varias reuniones mantenidas en Madrid antes de partir desde Cádiz hasta su destino tinerfeño, Franco se involucró en la preparación de un golpe militar para el momento en que fuera irremediable llevarlo a cabo, aunque eso sí, carente del optimismo de los más conspicuos sediciosos. Mola, Manuel Goded, Joaquín Fanjul, pero también otros generales como Alfredo Kindelán, Ángel Rodríguez del Barrio o Andrés Saliquet, José Enrique Varela y Luis Orgaz, se encontraban entre los confabulados.
Se puede decir que, pese a que el general Franco tuvo escasa incidencia en la preparación conspiratoria, su participación en la fase final de la confabulación acabó por ser sencillamente decisiva. Aunque habitualmente se ha tenido la creencia de que, a raíz del asesinato del dirigente de extrema derecha y ex ministro primorriverista, José Calvo Sotelo, la misma mañana en que conoció el luctuoso acontecimiento, el 13 de julio del año 36, Franco se comprometió por completo con la revuelta e incluso pasó a proponer que se produjera cuanto antes; el historiador español Ángel Viñas ha demostrado que el general se había sumado ya a la conspiración activamente hacia mitad de junio de 1936 y desarrollado su propia participación en la misma, lo que implicaba hacerse con el control previo de Canarias y la eliminación del comandante militar de Las Palmas, el general Amado Balmes. En cualquier caso, el hispanista estadounidense Stanley G. Payne ha afirmado, en una de sus monografías dedicadas al franquismo, que Francisco Franco “se decidió a participar en la revuelta cuando llegó a la conclusión de que era más peligroso no hacerlo”.
En cualquier caso, el general llegó a Tetuán el 19 de julio con el objetivo cumplido de tomar el mando del Ejército de África, la más profesional fuerza de choque con que se podía contar en aquellos momentos.
El golpe se transforma en guerra civil
A medida que pasaban los días, el país iba quedando fracturado en dos zonas bajo el control de cada uno de los dos bandos, pues de bandos podemos hablar ya propiamente. El éxito o el fracaso de la rebelión era lo que medía la asignación territorial a una o a otra zona. Se ha hecho notar en ocasiones que de alguna manera lo que resultaba en este primer mapa del conflicto era una cierta reproducción del dibujo salido tras las elecciones del mes de febrero. Salvo excepciones, como en el caso de lo que entonces era la provincia de Santander, donde tras nueve días de tira y afloja la región quedó en el lado prorrepublicano, las zonas en las que habían logrado la victoria las candidaturas del Frente Popular evitaron caer en manos de los rebeldes y, por el contario, aquellas otras donde las derechas se habían impuesto pasaron con armas y bagajes a incrementar el territorio de los golpistas.
En efecto, ni el Gobierno reconstituido a trompicones ni los sediciosos habían resultado vencedores en ese primer asalto. Nadie dominaba el país por completo. Se avecinaba una guerra de duración impredecible dada la situación de cada contendiente. Una guerra civil que desde los dos bandos se tacharía en ocasiones de lucha contra un invasor, según se refiriera cada uno a la ayuda exterior que el enemigo recibía de sus aliados internacionales.
Si seguimos la división territorial actual, el régimen provincial imperante y las comunidades autónomas salidas de la Constitución de 1978, las áreas de la España de aquellos días quedaron como sigue.
Además del territorio bajo soberanía española en el norte de África, los sublevados dominaban a finales de julio los municipios de lo que hoy son las comunidades autónomas de Galicia, Navarra, La Rioja e Islas Canarias y una buena parte de Castilla y León; en Euskadi, la provincia de Álava; el occidente de Aragón; Islas Baleares, a excepción de la isla de Menorca; en Extremadura, la provincia de Cáceres casi en su totalidad; Oviedo en Asturias; y, por último, algunas zonas de Andalucía, entre ellas la ciudad de Sevilla.
Antes de continuar, es de rigor hacer una precisión terminológica.
Dado que los rebeldes y los historiadores favorables a sus actos llamaron nacional a su bando y a la zona conquistada por sus tropas, conviene dejar claro que en semejante adjetivo no será usado aquí por cuestiones en absoluto ideológicas, más bien profesionales. Nacionales eran los dos bandos. Y de hecho es curioso que quienes más ayuda internacional recibieran se adjudicasen, llevados por su ideario nacionalista, claro, ese apelativo.
Dicho lo cual; de su lado, el nuevo Gobierno constitucional presidido por el azañista José Giral o, mejor dicho, sus aliados frentepopulistas levantados en armas contra los sediciosos –que se valieron más bien de la impericia de estos últimos a la hora de llevar a cabo la sublevación en según qué zonas– habían logrado conservar las que habrían de ser su buque insignia, Madrid, Cataluña y la Comunidad Valenciana; casi todas las localidades de Andalucía; Euskadi, salvo la citada Álava; Asturias, a excepción de su asimismo mentada capital, Oviedo, Menorca en Islas Baleares; y todas las tierras de Cantabria, Castilla-La Mancha y Región de Murcia, así como parte de Cáceres y la provincia de Badajoz, en Extremadura.
En definitiva, en medio de una profunda crisis social y política, y de una exacerbada polarización de la sociedad, tiene lugar, contra el deteriorado orden constitucional instituido durante la Segunda República española, una sublevación militar en Melilla, plaza norteafricana perteneciente al protectorado español de Marruecos, donde se declara el estado de guerra. Es el 17 de julio del año 1936. El que se dará en llamar Alzamiento nacional se adelanta sobre lo previsto y su fracaso tendrá como resultado una guerra civil, la Guerra Civil española.
El día 18 de ese mes, la sublevación triunfa en todo el protectorado. Comienza a extenderse: así, llega a Canarias, donde se subleva el general Francisco Franco; Andalucía, con el general Gonzalo Queipo de Llano al frente de los rebeldes sevillanos; Valladolid; Burgos; Zaragoza… Dimite el jefe del Gobierno, Santiago Casares Quiroga. Intenta formar un nuevo ejecutivo el republicano Diego Martínez Barrio. Ante la situación, el sindicato anarquista Confederación Nacional del Trabajo (CNT) promueve la huelga general.
Un día más tarde, Barcelona se añade a la sublevación, también Vitoria, Oviedo (donde el coronel Antonio Aranda logrará hacer triunfar la rebelión desde la apariencia de fidelidad a la legalidad en medio de una Asturias fiel a la República), Cáceres… y la rebelión se generaliza por buena parte del país. Franco se pone al frente del principal cuerpo de Ejército, el del norte de África. El presidente de la República, Manuel Azaña, consigue por fin la formación de un nuevo Gobierno, encabezado por otro republicano, José Giral. El nuevo ejecutivo ordena la entrega de armas a las organizaciones sindicales y a los militantes de izquierda.
La sublevación fracasa en Madrid y en Barcelona el 20, pero triunfa en Galicia. Fallece ese mismo día en accidente de aviación el general José Sanjurjo, a quien los rebeldes habían designado jefe del llamado Alzamiento. Lo que comenzó como un pronunciamiento al uso se transforma, al no obtener su objetivo de inmediatez, en una auténtica guerra civil. Al mismo tiempo, el desplome del Estado a raíz de los acontecimientos se convierte, en la zona leal a las autoridades republicanas, en el comienzo de la revolución que los sublevados venían a impedir.
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ESTA ES UNA HISTORIA DE LA GUERRA CIVIL (III)
2. Franco, jefe político y militar de los insurrectos
Estallada la guerra tras el fracaso de lo que pretendía la conspiración, apoderarse del aparato del Estado, las operaciones militares atravesarían por las tres fases canónicas que casi todos los investigadores suelen convenir: asalto de los sublevados sin éxito a Madrid, campaña del Norte y la fase decisiva que tiene a la batalla del Ebro como combate señero y la debacle republicana como colofón.
La batalla de Madrid y el comienzo del franquismo
La primera de esas etapas daría comienzo a principios de agosto de 1936, con el decisivo paso del estrecho de Gibraltar de las tropas del Ejército radicado en el protectorado marroquí y mandadas por Franco. Se puede decir que esta primigenia fase del conflicto en su vertiente militar estuvo protagonizada por la dedicación extrema de los rebeldes a obtener el centro neurálgico del Estado, la capital, la ciudad de Madrid. El asedio de Madrid a cargo de los insurrectos, la llamada batalla de Madrid, se pretendió llevar a término con un ataque por el norte y otro por el sur, acabados finalmente ambos en fracaso. Por los pelos.
La batalla de Madrid tuvo un mes muy especial, el de noviembre de 1936, y si bien duró hasta el final de la guerra, hasta abril de 1939, es en aquel mes del 36 cuando se produjeron las principales acciones de ataque y defensa de uno y otro bando.
Pero no obstante, debemos antes decir que los sublevados del norte y los del sur habían logrado enlazar ya en el mes de agosto. Y lo habían hecho a lo largo de la frontera con Portugal, luego del avance sobre Andalucía y la provincia extremeña de Badajoz de las tropas de Franco, las fuerzas de África, que contaban ya con las primeras ayudas alemanas e italianas. Por su parte, el ejército de Mola ocupaba la ciudad guipuzcoana de Irún a principios de septiembre y cortaba así la otra frontera, la francesa.
Y no nos olvidemos de la creación de uno de los mitos por excelencia de la Guerra Civil vista desde el lado alzado, el de la resistencia del Alcázar. El propio Franco decidió renunciar al avance hacia Madrid y desviarse hacia la ciudad de Toledo para liberar del asedio que venían sufriendo desde el 22 de julio los hombres (y las familias atraídas por ellos, algunas en calidad de rehenes) del coronel José Moscardó, refugiados en el emblemático edificio de la Academia de Infantería, donde había estudiado el cadete Francisco Franco hacía algunas décadas. La fecha del 28 de septiembre de 1936, cuando se produjo la salida de los resguardados defensores y de los secuestrados por ellos, ingresará por derecho propio en el almanaque heroico tan caro al franquismo.
Ocho días antes, Franco se encontraba ya en la localidad toledana de Maqueda, a 40 km de la ciudad de Toledo, y en contra de lo que habría parecido más pertinente, que habría sido según le aconsejaban sus correligionarios castrenses seguir el avance hacia Madrid, decidió bajar en dirección sureste y recorrer esos pocos miles de metros para que se procediera a la liberación de los de Moscardó. Lo que consiguió fue enaltecer simbólicamente su figura de libertador y aumentar su popularidad entre los enemigos de la República, todo ello en el momento en el que los jerifaltes confabulados estaban prestos a resolver un asunto crucial: la unidad de mando.
Retrocedamos unos meses. Los insurrectos necesitaban institucionalizar su conglomerado de fuerzas militares y paramilitares y, cómo no, políticas. Muy pronto, el día 24 del mes de julio, se había creado en la ciudad de Burgos la Junta de Defensa Nacional. Resultó elegido presidente de la misma por sus compañeros de armas más significados el general Miguel Cabanellas. ¿Sus méritos? Ser el militar con una trayectoria más larga en el Ejército español. Franco, todavía destacado en el norte de África tratando de conseguir el traslado de sus tropas tan esenciales, no formaría parte de la Junta, compuesta asimismo en calidad de vocales por otros cuatro generales, Emilio Mola, Fidel Dávila, Andrés Saliquet y Miguel Ponte; e incluso por dos coroneles, Fernando Moreno y Federico Montaner.
Habrá que esperar a finales de septiembre de ese año, al día 29, uno después de la liberación del Alcázar toledano, para que la Junta de Defensa Nacional haga pública la designación de Franco como jefe militar de las fuerzas sublevadas, con el título de generalísimo de los tres ejércitos −un nombre que, acortado a generalísimo sin más, habría de calar en el imaginario popular durante décadas−, y jefe político de un gobierno que aun no es técnicamente tal. El general ferrolano es elegido por los miembros de la Junta de Defensa Nacional, si bien con la contrariedad de Cabanellas, y sin que quede claro si el mandato se otorga sólo para el tiempo que dure la guerra, pues no se ponía limitación específica alguna. Pero no es hasta el día 1 de octubre, fecha simbólica que se unirá al 18 de julio en los fastos franquistas, que el general ferrolano asumiría plenamente ambos cargos, a los cuáles él mismo se ocupó de añadir el de jefe del Estado. Su investidura en la que es la sede de los rebeldes, la ciudad de Burgos, se producirá en tanto que “jefe del Gobierno del Estado”.
Franco tiene todo el poder sobre el territorio arrebatado por los conjurados a los frentepopulistas que les hacen frente desde el otro bando, en medio de una guerra si no cruel sí causante de una retaguardia aterrorizada a ambos lados del límite de los combates.
Ha comenzado el franquismo. Ese día 1 de octubre se puede decir sin temor a equivocarnos que se inicia la dictadura personal del general Francisco Franco Bahamonde y, con ella, el periodo al que llamamos franquismo y, por ende, el régimen político homónimo, surgido del “consenso mínimo” alcanzado por los sublevados: “la destrucción hasta su raíces de la tradición liberal”, tal y como el historiador español Ismael Saz Campos afirma cuando describe su configuración.
La figura de Franco logró de inmediato, si no contaba ya con él, un enorme grado de adulación retroalimentado hasta el paroxismo que ya no habría de abandonarle hasta finales del año 1975, cuando falleciera el todavía Caudillo y con él se desmoronara el edificio construido tras casi cuatro décadas de lisonjas e hipérboles dedicadas a su capacidad de liderazgo.
Como dejó escrito el historiador español Alberto Reig Tapia:
“Prensa, radio y después televisión se pusieron al servicio de una de las hagiografías más alucinantes que ha conocido la historia contemporánea. Un hombre absolutamente corriente aunque habilísimo y tenaz para aprovechar con el mayor rendimiento sus circunstancias particulares fue revestido de unos loores completamente desorbitados y, sin embargo, para muchos de sus seguidores ha sido no ya un gobernante excepcional sino el más grande de los últimos siglos”.
El día 2 de aquel mes de octubre la Junta Técnica del Estado sustituye a la anterior Junta como forma de organización del Gobierno rebelde. El documento que da carta de naturaleza al nuevo organismo dice de él que es el “órgano asesor del mando único y de la Jefatura del Estado Mayor del Ejército, cuyas resoluciones necesitaban el refrendo del general Franco como Jefe del Estado”. El general Fidel Dávila es nombrado su presidente. De alguna manera, Franco se convierte en el jefe del Estado y del Gobierno, aunque Dávila preside un peculiar consejo asesor que funcionará como poder ejecutivo presidido en realidad por el propio Franco. La Junta Técnica del Estado ya no está integrada solo por militares y canaliza las distintas fuerzas políticas del bando rebelde, al que ya se puede llamar bando franquista. Con su sede en Burgos ―aunque la del jefe del Estado estará en la también ciudad castellanoleonesa de Salamanca―, en ella ya están representadas las fuerzas políticas que conforman dicho bando. Entre los civiles que integraron la nueva Junta, se encontraba José Cortés López, al frente de la Comisión de Justicia; Andrés Amado Reygondaud, en la de Hacienda; Joaquín Bau Nolla, presidente de la Comisión de Industria, Comercio y Abastecimientos; Eufemio Olmedo Ortega, en la de Agricultura y Trabajo Agrícola; Alejandro Gallo Artacho, encabezando la Comisión de Trabajo; el escritor José María Pemán, en la de Cultura y Hacienda; o Mauro Serret y Mirete, como presidente de la Comisión de Obras Públicas y Comunicaciones. Como se puede ver, técnicos sin ningún peso político.
Es en aquellos días cuando por primera vez se enuncia el carácter del Nuevo Estado encarnado en Franco que habrá de ampliar su territorio a medida que las conquistas de sus hombres vayan mermando la zona leal.
Tratemos de imaginarnos la noche del primer día de octubre de 1936, cuando Franco pronunciaba a través de las ondas de Radio Castilla de Burgos un discurso de enorme trascendencia política, de carácter programático, su primera alocución como lo que él y sus allegados habían decidido que habría de ser su principal título político: jefe del Estado.
“¡Españoles!: […] Españoles que, bajo la horda roja, sufrís la barbarie de Moscú y que esperáis la liberación de las tropas españolas. […] A vosotros me dirijo, no con arengas de soldado. Voy solamente a exponeros los fundamentos de nuestras razones, no con tópicos ni contumacias, sino con el propósito de hacer un breve examen del pretérito y de lo que nos proponemos en el porvenir.
No se trata, por tanto, de invocar una situación que justifique nuestra decisión. Lo que es nacional no precisa razonamiento. España, y al invocar este nombre lo hago con toda la emoción de mi alma, sufría la mediatización más nociva de algunos intelectuales equivocados, que tenían un concepto demoledor.
Permanecimos en silencio mientras se iba inoculando el virus que jamás debió atravesar las fronteras […] y así se iba perdiendo el concepto de la Bandera, del Honor, de la Patria y de los valores históricos.
Todo eso, y mucho más, acabó por añadir, a la falta de sentimiento patriótico, la pérdida del carácter tradicional de nuestro pueblo, olvidadas nuestras pasadas glorias y falto de conciencia para el porvenir, por ese concepto moderno de las cosas.
[…]
España se organiza dentro de un amplio concepto totalitario de unidad y continuidad. La implantación que implica este movimiento, no tiene exclusivo carácter militar, sino que es la instauración de un régimen de autoridad y jerarquía de la Patria.
La personalidad de las regiones españolas será respetada en la peculiaridad que tuvieron en su momento álgido de esplendor, pero sin que ello suponga merma alguna para la unidad absoluta de la Patria.
Los Municipios españoles también se revestirán de todo su rigor como entidad pública. Fracasado el sufragio inorgánico, que se malversó por los caciques nacionales y locales, la voluntad nacional se manifestará oportunamente a través de aquellos organismos técnicos y Corporaciones que representen de manera auténtica sus intereses y la realidad española.
Dentro del aspecto social, el capitalismo se encauzará y no se regirá como clase apartada, pero tampoco se le consentirá una inactividad absoluta. El trabajo tendrá una garantía absoluta, evitando que sea servidumbre del capitalismo y que se organice como clase, adoptando actitudes combativas que le inhabiliten para colaboraciones conscientes. Se implantará la seguridad del salario hasta que se pueda llegar a la participación de los obreros, haciéndose beneficiarios en el aumento de producción.
Serán respetadas todas las conquistas alcanzadas legítimas y justamente, pero al lado de estos derechos estarán sus deberes y obligaciones, especialmente en cuanto afecta al rendimiento de su trabajo y leal colaboración. Todos los españoles estarán obligados a trabajar según sus facultades. No puede el Estado nuevo admitir parásitos.
[…]
Estoy seguro que en esta tierra de héroes y de mártires que vierte su sangre generosa para que el mundo encuentre en España la más clara de las visiones, cuando escriba sobre las páginas de su Historia, que no es Oriente ni Occidente, sino genuinamente española, marcará el ejemplo a seguir con este movimiento nacional. ¡Viva España!”
ESTA ES UNA HISTORIA DE LA GUERRA CIVIL (IV)
¿Pero, cómo ha llegado hasta aquí Franco?
Franco era ya un personaje muy popular en la escena pública española desde que en la década de los años 20 se convirtiera en un joven general afamado por sus hazañas en el norte de África y por su vertiginoso ascenso en la carrera castrense. Un militar además de reconocido prestigio conservador, nacionalista y contrario a los principios esenciales que encarnaban el régimen republicano, contra el que dudó en rebelarse más por cuestiones logísticas y tácticas que de convencimiento moral o ideológico. Un militar recordado y hasta añorado por los soldados y oficiales en suelo africano, algo que será esencial en los decisivos y acelerados días del verano de 1936, cuando sepa aprovechar su desbordante ascendente sobre las tropas españolas en el protectorado marroquí para ponerse al frente de ellas tras aceptar el mando que la conspiración le había reservado.
Asesinado antes de que comenzara la sublevación –de hecho acelerándola precipitadamente– el líder de la extrema derecha menos parafascista, José Calvo Sotelo; y con el fundador y máximo dirigente de los esos sí parafascistas de Falange –el hijo del ex dictador, José Antonio Primo de Rivera– en la cárcel desde la primavera de ese año de 1936; el panorama ya se había despejado para Franco con el accidente aéreo que le había costado la vida a Sanjurjo, el máximo dirigente in pectore de los sublevados, y con la suerte que corrió otro de los jefes previsibles de la sedición, el general Manuel Goded, uno de los cabecillas de primera hora de la conspiración, ajusticiado en agosto tras fracasar al intentar llevar a la ciudad de Barcelona hacia su causa. El fusilamiento en noviembre de José Antonio y otro accidente de aviación, el que acabará con la vida de Mola en junio de 1937, dejarán al general ferrolano sin competidores posibles en el camino más elemental hacia el futuro político buscado por los sediciosos: una dictadura militar de mayor o menor duración, con o sin un rey.
Pero el espaldarazo definitivo en el liderazgo del bando sublevado por parte de Franco llegará cuando, a finales de julio y principios de agosto del fatídico año 1936, el jefe de las fuerzas armadas norteafricanas consiga hacerlas cruzar el estrecho de Gibraltar tras lograr que la Alemania nazi y la Italia fascista vendan a los rebeldes los aviones necesarios para su traslado a Andalucía y llevar así a cabo subrepticiamente, para no romper la llamada no intervención internacional, el primer puente aéreo militar de la historia. El financiero Juan March, varias veces elegido diputado y miembro que fuera del Partido Radical de Alejandro Lerroux, además de ex convicto por presuntas irregularidades en sus actividades económicas, fue el principal rico hombre aportador capitalista a la causa no ya rebelde sino particularmente franquista.
Ajeno aún a las maneras políticas de los autócratas que iban a poner boca abajo el planeta, Franco no dudó en solicitar a las potencias que unos meses más tarde crearían el Eje Roma-Berlín su ayuda interesada, algo que hizo presentándose a sí mismo como el líder de los sublevados, una jefatura autoasumida y de la que el general no tuvo dudas desde el momento en que supo del fallecimiento de Sanjurjo, como recoge el historiador británico Paul Preston. El 7 de agosto de ese año, Franco estaba en Sevilla. Y a finales de ese mes, en Cáceres. Hacia la jefatura de los alzados.
Es hora de una nueva recapitulación.
Estamos en 1936, concretamente en el día 23 de julio, cuando se reúne en Burgos por vez primera la que al día siguiente se denominará Junta de Defensa Nacional, presidida por el general Miguel Cabanellas, de alguna manera esbozo del primer Gobierno de los sublevados. El 30 de ese mes, la Junta dicta un bando de guerra que extiende el estado de guerra a todo el país.
Si el 24 de julio comienza la ayuda francesa al Gobierno republicano, al día siguiente es la Alemania nazi la que decide dar la suya a los sublevados y el día 27 la Italia fascista envía aviones para echar mucho más que una mano a los rebeldes, quienes el 28 reciben los primeros aviones alemanes. Pero, eso sí, el 1 de agosto el Gobierno francés, aunque afín al del Frente Popular que gobierna la República española, da marcha atrás y propone la no intervención. En efecto, el 4 de agosto Reino Unido y Francia deciden no intervenir en la Guerra Civil española, con lo que se da paso al conocido como Comité de No Intervención.
Los sublevados logran el 5 de agosto superar el bloqueo republicano del estrecho de Gibraltar para transportar tropas y material desde el norte de África hasta la península Ibérica. Aun así, el control del paso del estrecho permanecería del lado fiel a la República unas semanas más. Nueve días después, Badajoz es tomada por las fuerzas sediciosas al mando del teniente coronel Juan Yagüe. Los territorios rebeldes del sur quedan unidos a los que, en el centro y en el norte, están ya bajo dominio sublevado.
En dos días infaustos, el 22 y el 23 de ese mes de agosto, milicianos contrarios a los rebeldes asesinan, en la cárcel Modelo de Madrid, a unos 30 presos, militares y políticos, entre ellos al prestigioso dirigente conservador Melquíades Álvarez. Desde el mismísimo comienzo del conflicto, la represión en la zona republicana tiene su correlato en el territorio rebelde, donde había dado comienzo el mismo día 17 de julio.
El 4 de septiembre dimite Giral al frente del Gobierno republicano, y el 9 el dirigente socialista y sindicalista Francisco Largo Caballero forma un nuevo ejecutivo que cuenta con presencia ya no solo de republicanos, sino también de socialistas y comunistas.
Ese último día tiene lugar la primera reunión del Comité de No Intervención, en Londres, en la cual participan 25 países. El mero hecho de que Alemania e Italia, ambos miembros del organismo, desoyeran sus acuerdos dejaba a los rebeldes con una magnífica ventaja combativa.
Unos días antes, el 5, la conquista rebelde de la ciudad guipuzcoana de Irún por parte de las tropas del general Emilio Mola supone el aislamiento del llamado Frente Norte.
Aunque no se hará público hasta dieciséis días más tarde, Franco es designado generalísimo de los tres ejércitos el 12 de septiembre por la Junta de Defensa Nacional.
El 13 de ese mes, San Sebastián pasa a poder de los sublevados, tras su toma a cargo de las tropas de Mola.
La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) comienza a ayudar al bando republicano el día 25 de septiembre de ese año 1936.
Es el 27 cuando el general José Enrique Varela libera a los resistentes rebeldes del simbólico Alcázar de Toledo. Franco había preferido retrasar el hasta entonces decisivo avance hacia Madrid para llevar a cabo esta emblemática acción. Dos días más tarde, tras su derrota en la batalla del cabo Espartel, los republicanos pierden el control del estrecho de Gibraltar.
En la zona republicana, las Cortes aprueban el Estatuto de autonomía del País Vasco el día 1 de octubre, la misma fecha en la que Franco es investido en Burgos “jefe de Gobierno del Estado”. El 2 la Junta Técnica del Estado sustituye a la anterior Junta como forma de organización del Gobierno rebelde (“órgano asesor del mando único y de la Jefatura del Estado Mayor del Ejército, cuyas resoluciones necesitaban el refrendo del general Franco como Jefe del Estado”). El general Fidel Dávila es nombrado su presidente. De alguna manera, Franco se convierte en el jefe del Estado y del Gobierno, aunque Dávila preside un peculiar consejo asesor que funciona como poder ejecutivo presidido en realidad por el propio Franco. La Junta Técnica del Estado ya no está integrada solo por militares y canaliza las distintas fuerzas políticas del bando rebelde (al que ya se puede llamar bando franquista).
El nacionalista vasco José Antonio Aguirre es elegido primer presidente del Gobierno (autonómico) vasco el 7 de octubre. También en la zona prorrepublicana, pero cinco días más tarde, los primeros voluntarios de las llamadas Brigadas Internacionales, llegados a España por motivos ideológicos para combatir a los rebeldes franquistas, arriban al puerto de Alicante. Y el día 16, el Gobierno de Largo Caballero institucionaliza la centralización y uniformidad de las fuerzas militares republicanas: se instituye el Ejército Popular Regular, se militarizan de forma oficial las milicias creadas tras el pronunciamiento fallido rebelde y se crea el Comisariado de Guerra para controlar la insuficiente vinculación de algunos militares profesionales con los fines gubernamentales. No ha acabado el mes, cuando el 28 zarpan desde el puerto de Cartagena, en dirección al puerto ucranio de Odessa, los cuatro cargueros soviéticos que transportan el oro ya evacuado el 14 de septiembre del Banco de España. Es el llamado Oro de Moscú, u Oro de la República, el controvertido pago del Gobierno republicano al principal país que, saltándose las prescripciones del Comité de No Intervención, ayudaba con armas y bagajes a los que luchaban contra las fuerzas franquistas: la URSS.
Llegamos al mes de noviembre: el día 4, ante el avance sobre las cercanías de Madrid, el Gobierno de Largo Caballero se refuerza haciendo entrar en él a cuatro militantes de la CNT. Y el 6 dicho gabinete abandona Madrid y se dirige a Valencia, donde ya se encontraba días antes el presidente de la República, Manuel Azaña. El general José Miaja, al frente de la Junta de Defensa de Madrid, se hace cargo de la defensa de la hasta entonces capital republicana, y le encarga al teniente coronel Vicente Rojo la organización y planificación de la misma.
El 7 de noviembre de 1936 se puede dar por comenzada la denominada batalla de Madrid. Valencia pasa a ser la capital de la República por cuanto en ella reside el Gobierno. Se inician las llamadas matanzas de Paracuellos, los asesinatos masivos llevados a cabo cuando se producían los apresurados traslados de presos desde diversas cárceles madrileñas, durante el asedio rebelde de la ciudad. Los municipios madrileños de Paracuellos de Jarama y Torrejón de Ardoz fueron el escenario de estas matanzas perpetradas ante el descontrol de los responsables de la Junta de Defensa de Madrid, las más sanguinarias de cuantas acontezcan en territorio progubernamental.
Los rebeldes franquistas reciben el día 15 la ayuda de los primeros efectivos de la Legión Cóndor, una fuerza militar nazi mayoritariamente aérea. Tres días después, la Alemania nazi y la Italia fascista reconocen oficialmente al Gobierno franquista.
El anarquista Buenaventura Durruti es herido en el frente madrileño, probablemente por fuego amigo. Es el día 19 de noviembre de 1936. Fallece al día siguiente, y se convierte de inmediato en una figura de extremo valor simbólico para buena parte de los partidarios de la revolución y del combate contra los sublevados franquistas. Casualmente, ese mismo día 20 de noviembre (emblemática fecha en un libro sobre el franquismo, por cierto), el fundador de Falange Española, José Antonio Primo de Rivera, en prisión por posesión ilícita de armas desde el mes de marzo, es fusilado en la prisión republicana de Alicante. Los rebeldes tienen su propio eximio mártir (aunque sus dirigentes tardarán meses en hacer público el óbito).
El 23 de noviembre Franco decide renunciar al ataque frontal sobre Madrid.
Cinco días más tarde se produce la firma del Acuerdo Hispano-italiano, el primer tratado internacional de la España “nacional”.
En el mes de diciembre, el día 11, el ministro de Estado (asuntos exteriores) prorrepublicano, Julio Álvarez del Vayo, reconviene la actitud internacional frente al conflicto ante la Sociedad de Naciones, solicita la condena de Italia y Alemania por su reconocimiento al Gobierno rebelde y deplora la no intervención. Pero los primeros soldados italianos que habrán de conformar el llamado Cuerpo de Tropas Voluntarias llegan el 22 a Cádiz para ayudar a los franquistas.
El día 20 de ese mes de diciembre se publica en la zona sublevada el Decreto de Militarización de las Milicias, de forma que éstas quedan sometidas a la disciplina militar.
Y entramos en el año 1937. El 19 de enero se inaugura en la ciudad de Salamanca, en la zona rebelde, Radio Nacional de España. Dos semanas más tarde, el 4 de febrero, es la fecha del Decreto republicano que iguala los derechos civiles de ambos sexos.
Comienza el 6 de febrero la batalla del Jarama, en torno a la ciudad de Madrid, ante el intento franquista de envolverla por el sureste. El Congreso de Estados Unidos establece el embargo de armas destinadas a cualquiera de los bandos combatientes. Dos días más tarde se produce la conquista de Málaga a cargo del Cuerpo de Tropas Voluntarias italiano. La batalla del Jarama finaliza el 28 de ese mes, sin que se modifique la línea del frente establecida antes de su comienzo.
Ahora la pretensión del ejército franquista es la de rodear a la ciudad de Madrid desde el noroeste, de tal forma que el 8 de marzo se inicia la batalla de Guadalajara, que llega a su fin trece días después con un rotundo fracaso rebelde, especialmente de las desordenadas tropas voluntarias italianas. Tras la primera gran victoria del ejército republicano, Franco se decide a concentrar los esfuerzos bélicos en la llamada campaña del Norte, iniciada el día 31 de marzo por Mola con un primer objetivo: Bilbao.
El 19 de abril de ese año Franco firma el conocido como Decreto de Unificación, por medio del cual se creaba el partido único del régimen, Falange Española Tradicionalista y de las JONS, y por tanto lo que habría de llamarse Movimiento Nacional, organización cuya jefatura asumirá en tanto que máximo dirigente de la zona rebelde. Y cuatro días después se autodisuelve la Junta de Defensa de Madrid.
La Legión Cóndor, ayudada por cazas italianos, bombardea inexplicable y brutalmente la villa vasca de Guernica. Es el 26 de abril de 1937.
Dan comienzo el 3 de mayo en Barcelona los llamados “sucesos de mayo”, una especie de guerra civil dentro de la guerra civil que, en esencia, enfrenta a los partidarios de la revolución (anarquistas y trotskistas o paratrotskistas, opuestos en definitiva al estalinismo prosoviético) con aquellos que defienden la necesidad perentoria de ganar la guerra (republicanos, socialistas y comunistas). Cinco días más tarde cesan en la capital catalana los violentos enfrentamientos entre los dos bandos de la zona no rebelde. El bando republicano demuestra así su manifiesta falta de unidad, un lastre a la hora de combatir a los franquistas. Tras los sucesos, Largo Caballero presenta la dimisión el día 15. El también socialista Juan Negrín recibe el encargo dos días después de formar Gobierno de parte del presidente Azaña. Salen del gabinete los ministros anarquistas y la acción del ejecutivo se encamina hacia la preeminencia de las opiniones de los dirigentes comunistas. El principal objetivo es el esfuerzo bélico, no los avances revolucionarios.
El general Mola fallece el 3 de junio en accidente de aviación en la provincia de Burgos. Le sustituye en el mando del ejército del Norte el general Dávila, quien es a su vez relevado al frente de la Junta Técnica del Estado por el general Francisco Gómez-Jordana Sousa. Bilbao pasa a poder de los franquistas dieciséis días más tarde.
En la zona republicana, el día 22 de ese mes, el máximo dirigente del paratrotskista Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), Andreu Nin, es posiblemente asesinado a manos de agentes soviéticos debido a sus decididas posturas antiestalinistas. Una muestra del terrible grado de enfrentamiento en el interior del propio bando republicano.
ESTA ES UNA HISTORIA DE LA GUERRA CIVIL (V)
3. No ha llegado la paz, ha llegado la Victoria: Franco domina toda España
Atendida la primera de las fases en que he dividido el desarrollo militar de la Guerra Civil, hablaré en este epígrafe de las otras dos, ya adelantadas en su momento: la que tiene su epicentro en la campaña del Norte y la decisiva, que lleva al triunfo del bando franquista.
El camino hacia la victoria franquista
Evidentemente, aunque fue en la primera etapa de la guerra cuando el avance sobre Madrid protagonizó la estrategia rebelde, dicha fijación en conquistar la capital del Estado no desapareció en todo el conflicto, si bien dejó de ser el objetivo esencial de los movimientos y las decisiones franquistas.
Si en junio de 1937 Vizcaya pasaba a poder de los ejércitos de Franco y con ella lo que quedaba de Euskadi, en agosto Cantabria hacía lo propio y en octubre dichas tropas tomaban los territorios que les faltaban en Asturias y cerraban así la llamada campaña del Norte, donde nuevamente se demostraban dos cosas: que la unidad de mando y la mayor profesionalización militar de los sublevados, así como la capacidad de estos de atraerse a sus aliados naturales, la Italia fascista mussoliniana y la Alemania nazi hitleriana, y de mantener la aberración de la neutralista no intervención de las demás potencias estaban resultando decisivas a la hora de imponerse en una guerra en la que el otro bando apenas contaba con ayuda exterior, más cara política que económicamente (la soviética), y era asimismo incapaz de estructurar debidamente por más que lo había intentado una organización castrense profesional en todos sus rangos.
Conquistado el norte peninsular por la España dominada desde la autoridad depositada en Franco, el curso de la Guerra Civil española se dirige hacia su ecuador dibujando una situación cada vez más favorable a los enemigos de lo que queda del régimen republicano. La otra España, la gobernada desde mayo de 1937 por el socialista Juan Negrín, parece que ha encauzado demasiado tarde el objetivo del conflicto hacia la obtención de la derrota bélica de los rebeldes más que hacia la posibilidad de lograr la sociedad perfecta ideada por los obreros conscientes que, aunque han intentado evitarlo, siguen desorganizados y disgregados en al menos tres grupos, como poco (comunistas, socialistas y anarquistas).
Acerquémonos a la situación de la política interna en la zona sublevada dominada unipersonalmente por Franco, donde el 19 de abril de 1937 había tenido lugar en Salamanca –de alguna manera capital franquista por aquel entonces– uno de los pasos encaminados a facilitar al militar gallego ese desempeño autocrático: la promulgación, por su parte, del llamado Decreto de Unificación que llevaba implícita la creación del partido único que todo régimen autoritario porta como santo y seña de su política de participación pública. Ese partido recibía el inacabable nombre de Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (FET y de las JONS), amalgama coriácea de todas las formaciones políticas que habían participado en las labores de acoso y derribo al régimen republicano o se habían unido finalmente a los sublevados que ahora se encontraban bajo el poder de Franco. Si bien su nombre hace referencia solo a tres de ellas (falangistas, jonsistas y carlistas) amasaba asimismo al disolverlas al resto de ellas: alfonsistas (monárquicos defensores del regreso del exiliado rey Alfonso XIII), cedistas y, en general, partidarios de todas las fuerzas de derechas no republicanas que participaron en las elecciones de febrero de 1936 en las candidaturas opuestas al Frente Popular.
La norma en cuestión fue publicada en el Boletín Oficial del Estado al día siguiente bajo el epígrafe siguiente: Decreto núm. 255 Disponiendo que Falange Española y Requetés se integren, bajo la Jefatura de S. E. el Jefe del Estado, en una sola entidad política, de carácter nacional, que se denominará “Falange Española Tradicionalista de las JONS”, quedando disueltas las demás organizaciones y partidos políticos.
Dejemos a Saz Campos que nos puntualice qué significó la unificación:
“Ideológicamente, el nuevo partido […] se presentaba como una continuación de la tradición, de la del siglo XVI y de la tradicionalista del siglo XX, en la que lo falangista parecía reducirse a la técnica, la novedad, la propaganda, etc. Políticamente, era el gobierno y no el partido el eje central de la vida política”.
Si el franquismo ya tenía su Alzamiento Nacional desde julio del 36, con FET y de las JONS añadía su propio Movimiento Nacional pues esta fue la denominación más habitual que se usó para referirse al partido único del que por supuesto Franco será jefe máximo desde primera hora. Las divergencias internas de las fuerzas políticas ciertamente variopintas que conformaban la base no militarista del régimen que se iba creando (que iban creando Franco y el paso del tiempo a través del crisol de la guerra) llegaron a su fin con el Decreto de Unificación, mal recibido por los más altos dirigentes carlistas y falangistas, pero en general atendido con disciplina por la casi totalidad de los militantes antirrepublicanos. La victoria en la guerra era ya el único objetivo, común, de todos los grupos que luchaban contra los restos de la autoridad republicana.
En 1938 asistimos al año decisivo, un año que casi se abre con la conquista republicana de Teruel en el mes de enero, la ciudad aragonesa que poco pudieron retener los leales en sus manos pues los hombres de Franco se la arrebatarían en febrero.
Pero es en julio de ese año cuando dará comienzo la que es considerada batalla decisiva del conflicto civil: la del Ebro, largo y cruel combate que finalizará en noviembre con la derrota del Ejército republicano en la que fue su última y más decidida ofensiva en pos de lograr un triunfo que se le escapaba irremediablemente ante la conducción de la guerra efectuada por Franco, considerado por sus panegiristas un consumado estratega militar pero que cada vez es más valorado como un excelente estratega en lo político pero mediocre en lo castrense. Y ahí entraríamos en la habitual confrontación entre quienes opinan que Franco retrasó el objetivo principal de toda guerra, vencer al enemigo cuanto antes para reducir los costes propios, porque lo que le interesaba, en aras de lograr el poder absoluto, era prolongar la guerra al máximo para afianzarse él mismo y para doblegar por completo a los contrarios −de forma que nunca más supusieran una amenaza al despliegue de su militar manera de entender la configuración de un régimen político− y quienes consideran lo contrario, amparados habitualmente en la estimación de que el general gallego fue un estratega invencible y un estadista de mérito. Para aquéllos sería, como dije un poco más arriba, más bien un mal estratega militar pero un excelente estratega político, si seguimos las conclusiones del historiador Alberto Reig Tapia.
El caso es que la victoria de los franquistas tras la batalla del Ebro significaba la destrucción casi definitiva del enemigo y despejaba su avance hacia Cataluña. Y así es, en efecto, pues a finales de enero de ese año 1939 los ejércitos de Franco llegan a Barcelona, camino de la frontera con Francia, poco antes de proceder a la ocupación de los pasos gerundenses hacia el país vecino que van desde Puigcerdá hasta Portbou.
El final de la guerra
A los defensores de la República apenas les quedan territorios en el centro de la Península y en el sur. Pocos. Es así que la ofensiva franquista de los meses de febrero y marzo es un avance hacia el final del conflicto, decidido y certero.
Si el Gobierno de Negrín intentó por todos los medios a su alcance, escasos, prolongar el conflicto hasta el más que probable estallido de la Guerra Mundial que se acercaba como un cohete más rápido que el avance franquista, en los primeros días de marzo la realidad del interior de su propio bando le vino a dar la espalda: en Madrid se había creado el autodenominado Consejo Nacional de Defensa, a la cabeza del cual estaba el jefe del Ejército del Centro, el coronel Segismundo Casado, que destituyó al jefe del ejecutivo republicano como medida previa para negociar una paz honrosa con Franco, no sin antes verse obligado a enfrentarse militarmente en la capital con los partidarios de resistir hasta el final, sabedores de la inclemencia del jefe de los sublevados.
Pero la paz no llegó, y no llegó porque no hubo acuerdo de paz. Hubo rendición y Victoria con mayúscula. El triunfo de los valores diametralmente opuestos a aquellos que habían inspirado las jornadas de alegría colectiva de abril de 1931, el triunfo de la autocracia personalista ultraconservadora, antiliberal y antidemocrática, revanchista y represiva. Los franquistas entraban el 28 de marzo en Madrid y tres días después no quedaba un solo metro cuadrado sobre el que alguna autoridad contraria a Franco pudiera hacer valer su mando. Con el famosísimo bando de guerra postrero, el 1 de abril la guerra había terminado.
El historiador español Luis Enrique Íñigo Fernández concretó muy bien las causas de la victoria de los ejércitos sublevados cuando respondía a la pregunta “¿por qué fue derrotada la República?”
“Los factores son múltiples, pero actuaron en una suicida combinación de falta de unidad política, tardía disciplina militar, oficialidad escasa y sin formación y tácticas militares conservadoras. Dicho de otra forma, los militares sublevados se alzaron con la victoria gracias a su rápida unidad militar, política e ideológica, la mayor importancia de la ayuda extranjera que recibieron, un uso más imaginativo del armamento, que no siempre era mejor que el republicano, y una oficialidad más numerosa y competente”.
Sobre la ayuda extranjera, no está de más que citemos a un experto a ese respecto, al también historiador español Ángel Viñas: “Sin la ayuda material y humana, absolutamente determinante, de Mussolini y Hitler, por orden de cuantificación, hubiera sido imposible para Franco sostener y ganar la guerra”.
Como tantas veces se ha escrito, España es a partir de aquella primavera del año 1939 un país de vencedores y vencidos.
ESTA ES UNA HISTORIA DE LA GUERRA CIVIL (VI)
4. El primer Gobierno de Franco
Mientras la guerra seguía su curso, el franquismo hacía lo propio. En enero de 1938 se formaba el primer Gobierno que merece tal nombre de cuantos habría de presidir Franco a lo largo de su dictadura de décadas. Se trataba de un gabinete integrado por militares y por civiles cuya figura dominante (si tal cosa se puede decir de un gobierno franquista que excluya a su protagonista) fue Ramón Serrano Suñer, concuñado del jefe del Estado y a la sazón ministro de Interior y secretario del Consejo de Ministros. Y tres meses después se promulgaba el Fuero del Trabajo, vértice normativo del nacionalsindicalismo, a su vez pilar indiscutible del régimen franquista y del que ya hablaremos llegado el caso.
No obstante, es preciso hacer una nueva interrupción. Y sí, viene a cuento.
Algo más que una anécdota
El historiador Gabriel Cardona, militar asimismo, fundador de la clandestina y reivindicativa Unión Militar Democrática (UMD) en los estertores de la dictadura de Franco y especialista en un asunto tan destacado en el régimen franquista como es el devenir de lo castrense, nos contó cómo se las gastaba la muy pagada de sí misma personalidad del Generalísimo y cómo sus conmilitones de primera hora en los avatares de la guerra de los años 30 le facilitaron todavía más el halago desmedido con que sus acólitos adornarán la larga estancia en el poder del Caudillo.
Cuando en mayo del año 39 tuvo lugar el primer desfile de la Victoria celebrado en la capital del país, la ciudad de Madrid, que en un tris estuvo según parece de perder ese título por su afán en su defensa de la lealtad a la República, el general José Enrique Varela impondría a Francisco Franco nada más y nada menos la Gran Cruz Laureada de San Fernando, la “principal condecoración española por méritos en combate”. Una recompensa que llevaba aparejado “el derecho a percibir una pensión vitalicia que doblaba el sueldo de capitán general”. Una distinción que el jefe del Estado venía ambicionando desde sus años de capitán en el protectorado marroquí, y que le había hecho reclamar ante el mismísimo rey Alfonso XIII su mérito, sin éxito.
Nos narra Cardona que, para obtenerla, Franco había decidido hacerlo sin apropiarse de ella, más bien “recibiéndola de manos inocentes y neutrales. Para que todo fuera transparente como el agua, dimitió durante unas horas y por única vez en toda su vida. Entonces, el vicepresidente, el general Jordana, reunió al Gobierno y, a propuesta del ministro del Ejército, general Dávila, otorgó a Franco la Gran Cruz Laureada de San Fernando, sin más trámites ni sustanciar el expediente contradictorio, que era reglamentario desde mediados del siglo XIX. Y colorín colorado, concedida la cruz, Francisco Franco asumió de nuevo sus poderes”. Días después, como se ha dicho ya, el propio Varela le impondría solemnemente la condecoración.
ESTA ES UNA HISTORIA DE LA GUERRA CIVIL (VII)
Hagamos una nueva recapitulación, esta vez de la fase final de la Guerra Civil que devino en el triunfo del franquismo.
En el verano de ese año 1937, concretamente el día 1 de julio, se firma la titulada Carta colectiva de los obispos españoles a los de todo el mundo con motivo de la guerra de España, el documento de la Iglesia católica española que sirve de respaldo religioso definitivo al bando franquista.
Comienza el día 6 de ese mes la batalla de Brunete. Los republicanos pasan a la ofensiva, en el oeste de Madrid, con el objetivo de aliviar la presión franquista sobre la ciudad y distraer fuerzas enemigas del Frente Norte. Pero el 25 de julio los nacionales ocupan definitivamente la localidad de Brunete. La batalla finaliza al día siguiente.
Por cierto, entre tanto, Franco es designado por su propio Gobierno capitán general del Ejército y la Armada: es el 18 de julio de 1937.
10 de agosto de ese año 37: tropas al mando del comunista Enrique Líster disuelven por orden gubernamental el conocido como Consejo de Aragón, la entidad administrativa fundamentalmente regida por anarquistas donde se había instalado desde primera hora el comunismo libertario y la colectivización agraria.
Entre el 24 de agosto y el 6 de septiembre tiene lugar la batalla de Belchite. Si bien los republicanos toman finalmente la localidad zaragozana de Belchite, su ofensiva no se puede considerar precisamente exitosa pues no impide que el día 26 de agosto las tropas franquistas entren en Santander, encabezadas por soldados del Cuerpo de Tropas Voluntarias.
Por medio de un real decreto, el de Ordenación Triguera, el 23 de agosto se había creado en la zona franquista el Servicio Nacional del Trigo, una medida para establecer el control gubernamental de una de las principales producciones agrarias.
El jefe del Gobierno republicano, Juan Negrín, preside en Ginebra la Asamblea de la Sociedad de Naciones el 13 de septiembre. Ese mismo mes, en una línea diametralmente opuesta a la participación en un foro internacional con voluntad de entendimiento entre los pueblos, en el otro bando, el día 16, la Junta Técnica del Estado aprueba una orden para depurar las publicaciones conservadas en bibliotecas, centros culturales y afines que transmitan ideas nocivas.
Los días 1 y 2 de octubre tiene lugar una sesión extraordinaria de las Cortes republicanas en Valencia.
Los franquistas entran en las ciudades asturianas de Gijón y Avilés, con lo que se da por terminada la campaña del Norte. Es el 21 de octubre del año 1937. La Guerra Civil continúa.
El 1 de noviembre, Barcelona se convierte en sede del Gobierno republicano, que se traslada el día anterior desde Valencia huyendo del cada vez más incontenible avance franquista. El 1 de febrero del año siguiente, de hecho, las Cortes republicanas se reunirán en el monasterio de Montserrat, en la provincia de Barcelona.
El 15 de diciembre del 37 se inicia el ataque republicano contra Teruel: comienza así la batalla homónima. Y siete días después, Franco suspende la ofensiva sobre Madrid para recuperar la ciudad aragonesa, que ha sido capturada ese día por el avance republicano. Ya en el año siguiente, el 22 de febrero, la batalla de Teruel llega a su fin con la toma de la ciudad a cargo de los franquistas.
Se disuelve el 30 de enero de ese año 38 la Junta Técnica del Estado y se constituye en su lugar el primer Gobierno de la España franquista, con Franco a su frente. El gabinete está compuesto por todo el espectro político favorable a la causa anticonstitucional y antirrepublicana: reputados militares, monárquicos, carlistas y falangistas. El 9 de marzo se promulga (Franco promulga, por mejor decir) el Fuero del Trabajo, que acabaría por ser la primera de las normas que conformarían el peculiar entramado seudoconstitucional de la dictadura franquista. Se trata de un texto corporativista que intentaba dotar de la ideología falangista a las relaciones sociales y económicas.
Francia abre de nuevo el 17 de marzo la frontera con el objeto de permitir la entrada de armas para la República, pero tres meses después, el 12 de junio, la vuelve a cerrar.
El dirigente socialista Indalecio Prieto, que había presentado su dimisión días antes como ministro de Defensa, tras sus enfrentamientos con los comunistas, es sustituido el 5 de abril por el propio Negrín, que asume su cartera.
El día 15 de ese mes, las tropas franquistas llegan a la localidad mediterránea castellonense de Vinaroz y rompen en dos la zona republicana. Cataluña queda aislada.
Se aprueba el 22 la primera Ley de Prensa en la zona franquista, que habrá de estar en vigor durante casi tres décadas y que tiene como objetivo no solo suprimir las publicaciones periódicas republicanas, sino hacer de la prensa una institución al servicio del Estado, un instrumento de adoctrinamiento político. El responsable de su publicación fue el entonces ministro del Interior y concuñado del propio Franco, Ramón Serrano Suñer.
Mientras, en el otro bando, el día 30 de ese mes de abril, Negrín da a conocer sus “13 puntos para la victoria”, conocidos como los 13 puntos de Negrín, un programa político que intenta lograr apoyos internacionales y, especialmente, finalizar la Guerra Civil mediante una paz negociada. No conseguiría ni lo uno ni lo otro, si acaso un taxativo rechazo del mismísimo Franco.
El Gobierno de Franco une al ya antiguo reconocimiento de sus dos aliados (Italia y Alemania) el del Vaticano (4 de mayo) y el de Portugal (11 de mayo).
El 25 de julio de ese año da comienzo la batalla del Ebro, la más cruenta de cuantas tengan lugar durante la guerra: tropas republicanas cruzan el río por diversos lugares para intentar avanzar hacia Vinaroz y reunificar las dos zonas republicanas partidas. Los republicanos pasan a la defensiva el 2 de agosto, iniciándose así una terrible batalla de desgaste. Mientras están teniendo lugar dichos combates, el 28 de octubre, las Brigadas Internacionales reciben una despedida multitudinaria en Barcelona. Negrín había anunciado el 21 de septiembre ante la Sociedad de Naciones la retirada de los voluntarios internacionales a favor de la República, con la intención de que los alemanes e italianos que ayudaban a los franquistas hicieran lo propio. No lo hicieron. La batalla del Ebro llega a su fin el 16 de noviembre: el ejército republicano se retira del frente del Ebro.
Comienza el 23 de diciembre la ofensiva franquista sobre Cataluña.
Dos meses antes, el día 1 de octubre, tenía lugar una reunión de las Cortes republicanas en la localidad barcelonesa de Sant Cugat del Vallès.
El último año del conflicto, 1939, comienza prácticamente con una paradoja, el Gobierno republicano decreta el estado de guerra, el 23 de enero. La misma norma nombraba a Miaja generalísimo de todos los ejércitos, un cargo sin precedentes en la zona republicana. En la zona franquista, el estado de guerra, aunque al margen de la Constitución, suspendida de hecho, se había ido declarando en cada territorio a medida que se le iba incorporando a la rebelión. Dos días después, ante la inminencia de la llegada de las tropas franquistas, el Gobierno republicano se traslada a Figueres, en la provincia de Girona, la más importante localidad de cuántas se hallan cerca del territorio francés.
Las tropas del general José Solchaga entran el 26 de enero en Barcelona. El camino del exilio a Francia se desborda: los refugiados colapsan ya la frontera con el país vecino, que no sabe cómo acogerlos y los irá destinando a campos de pésimas condiciones. Mientras, el día 1 del mes de febrero, en el castillo de Figueres tiene lugar la última reunión de las Cortes republicanas antes del exilio. En dicha sesión, Negrín vuelve a proclamar su intención de negociar con los franquistas un acuerdo de paz en torno a la independencia de España, la capacidad de decisión de la forma de gobierno por parte del pueblo español y la negación de ambos bandos del uso de la represión posterior.
El 5 de febrero Girona es conquistada por el avance franquista. Los principales dirigentes republicanos cruzan la frontera con Francia: el presidente de la República, Azaña; el de las Cortes, Martínez Barrio; y los de los gobiernos autonómicos catalán, el líder de Esquerra Republicana de Catalunya, Lluís Companys, y vasco, José Antonio Aguirre, del Partido Nacionalista Vasco. Tres días más tarde Negrín hace lo propio, aunque el 10 de febrero regresa a territorio español y llega a Alicante, desde donde se trasladará la localidad alicantina de Elda.
Se promulga en la zona franquista el día 9 la Ley de Responsabilidades políticas, uno de los principales pilares (el primero legal además) del esfuerzo represor que impulsa la definitiva instauración de un régimen dictatorial surgido de la propia victoria militar. Tropas franquistas alcanzan la frontera francesa con Cataluña. El éxodo republicano asciende a cifras inauditas.
Los acontecimientos se desencadenan en una espiral que avanza hacia el centro del triunfo de la causa franquista. Así, el 21 de febrero se celebra en Barcelona el llamado Desfile de la Victoria que, presidido por Franco, se convierte en un acto de pretendida majestuosidad para festejar lo que los rebeldes consideran la liberación de la segunda ciudad más importante del país. Seis días más tarde, Reino Unido y Francia reconocen al Gobierno franquista, con lo que dan definitivamente la espalda a la legitimidad republicana. Azaña presenta desde su exilio francés por carta al presidente de las Cortes, Martínez Barrio, su dimisión como presidente de la República.
Si no fuera ya el camino republicano un descenso imparable hacia la catástrofe, el 5 de marzo el coronel Segismundo Casado da en Madrid un golpe militar de Estado contra el Gobierno de Negrín. La intención de los golpistas es acabar con la Guerra Civil por medio de un acuerdo estrictamente entre militares para conseguir el doble objetivo de impedir el proyecto comunista, que resultaría falso, de prolongar los combates hasta el presumible estallido de una conflagración en Europa y de reducir las represalias del bando vencedor. Un día después, los golpistas crean el llamado Consejo Nacional de Defensa, presidido por Miaja, y del que formaban parte ocho consejeros, Casado en Defensa y el dirigente socialista Julián Besteiro en Estado como miembros más destacados, junto al también socialista Wenceslao Carrillo en Gobernación. En medio de esas conspiraciones que acelerarán la derrota republicana (de hecho, de alguna manera, adelantando el golpe de Casado), la flota constitucional intenta evitar caer en manos de quintacolumnistas y de favorables al golpe interno de Estado, y toma rumbo al puerto francés de Bizerta, en las costas tunecinas, donde arribará cinco días más tarde. En Madrid, comienzan los combates entre casadistas y comunistas. Negrín y sus ministros salen de España en avión desde el campo de aviación alicantino de Monóvar. Los asesores soviéticos y los principales dirigentes comunistas también huyen. La guerra civil dentro de la Guerra Civil finaliza el 12 de marzo con el triunfo de los golpistas, tras la rendición un día antes de los últimos combatientes comunistas.
El 18 de ese mes, el Gobierno franquista firma con Portugal el Tratado de amistad y no agresión hispano-portugués.
Pocos días más tarde, el 23, el Consejo de Defensa envía emisarios a Burgos para negociar la rendición con los del propio Franco. Pero el día 27 Franco no acepta la rendición a cambio del cese de las represalias, y ordena a sus ejércitos que inicien la definitiva ofensiva, llamada de la Victoria. Ese mismo día 27 de marzo de 1939 la España franquista se adhiere al Pacto Antikomintern, el acuerdo que ya en noviembre de 1936 firmaran Japón y Alemania para combatir a la Internacional Comunista (Comintern, o Komintern), y al cual ya se habían ido adhiriendo otros países como Italia.
Sin encontrar resistencia, ante la rendición de los ejércitos republicanos, entran en Madrid el 28 de marzo las tropas de los autodenominados nacionales, al mando del general Eugenio Espinosa de los Monteros. Besteiro, que se ha negado a huir, al contrario que el resto del Consejo, incluido Casado, es detenido por las nuevas autoridades (un año y pocos meses después morirá enfermo en la prisión sevillana de Carmona, acusado de delito de adhesión a la rebelión militar como tantos otros pese a lo aberrante de tal acusación, tras haber sido penado con 30 años de cárcel). El día 29, ante el avance franquista y la desmovilización de los derrotados republicanos, Cuenca, Albacete, Ciudad Real, Jaén y Almería pasan a integrar la nueva España del general Franco. Y el 30 Valencia y Alicante engrosan asimismo el territorio nacional. La desesperación por huir en los últimos puertos marítimos que les quedaban a los franquistas por conquistar es total. Murcia es la última capital de provincia en ser ocupada por los victoriosos ejércitos del general Franco, y Cartagena también es tomada por ellos: es el 31 de marzo. Ese mismo día se produce la firma del Tratado germano-español de amistad entre el Gobierno franquista y la Alemania nazi.
1 de abril de 1939: Franco firma el último parte oficial de guerra, que dice como se sabe aquello de “En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado”. La Guerra Civil española finaliza con la victoria de quienes se sublevaron en julio de 1936, y dará como resultado la inmediata derrota total del orden constitucional republicano y del intento de establecimiento de la verdadera democracia, así como la implantación de un régimen dictatorial unipersonalista con la figura de Franco como cabeza directora y visible. Décadas después del final del conflicto fratricida las heridas siguen abiertas, si bien la Transición a la democracia que siguió al fallecimiento del general Franco se cimentó sobre el avasallador deseo y el espectacular consenso de abolir las intenciones de considerar disputas políticas a las represiones ejercidas en ambos frentes y durante la dictadura.
ESTA ES UNA HISTORIA DE LA GUERRA CIVIL (VIII)
La organización del franquismo
Situémonos ahora en el comienzo de 1938, el día 30 del mes de enero, cuando aún no ha acabado el conflicto pero el Nuevo Estado avanza con paso firme desde la prehistórica Junta Técnica de Estado hasta el verdadero primer Gobierno presidido por el caudillo Francisco Franco, desde lo que llamara el historiador español Javier Tusell, recogiendo la expresión acuñada por Serrano Suñer, el Estado campamental hasta la institucionalización provisional del nuevo régimen: desde los primeros meses en que el hermano de Franco, Nicolás, es el hombre fuerte o mano derecha, bien poca cosa teniendo en cuenta las habilidades políticas (que no las sociales, donde al parecer iba sobrado a juzgar por sus tejemanejes de personal enriquecimiento); hasta la llegada del cuñadísimo y su arrolladora presencia de riguroso y ascético hombre de Estado convencido de cumplir una misión rehuyendo la autocomplacencia.
Ese primer gabinete franquista reunió un elenco de ministros cuya adscripción abarcará el arco político consentido por el régimen, consentido por Franco. Esa sería “una de las constantes del régimen”, como afirma entre otros Saz Campos: “eje de la vida política y escenario del compromiso autoritario, sería un gobierno de coalición en el que todas las sensibilidades estarían representadas. Por supuesto, era Franco quien decidía quién era el representante de cada sensibilidad”.
Como siempre, integrado por militares, añadió esta vez sí dicho Gobierno a destacadas personalidades de las tres principales fuerzas sustentadoras del bando rebelde: falangistas, carlistas y alfonsistas.
De entre los militares elegidos por el dictador destacará Francisco Gómez-Jordana, a quien Franco reservó nada más y nada menos que la Vicepresidencia del Gobierno y el Ministerio de Asuntos Exteriores, después de que en junio sustituyera al general Dávila como presidente de la Junta Técnica del Estado. Conde de Jordana desde 1926, Gómez-Jordana ya había formado parte del Directorio Militar primorriverista.
Los otros dos generales que acompañaron a Gómez-Jordana y a Franco en el primer ejecutivo de Franco fueron Severiano Martínez Anido, que ya fuera ministro con Primo de Rivera y venía de formar parte de la Junta Técnica en calidad de responsable de un departamento ligado a la jefatura del Estado (Seguridad Interior, Orden Público y Fronteras), y desempeñó el cargo de ministro de Orden Público; y Dávila, ministro de la Defensa Nacional.
Dos personas muy allegadas a Franco fueron en ese gabinete Juan Antonio Suances, que recibió el encargo de encabezar el Ministerio de Industria y Comercio, y el concuñado del autócrata, a quien ya conocemos, el ex cedista y reciente falangista de pro Ramón Serrano Suñer, ministro de Interior, secretario del Consejo de Ministros y para muchos hombre fuerte en aquel primer Gobierno franquista, que además añadiría la cartera de Martínez Anido tras el fallecimiento de éste en diciembre de ese mismo año.
Serrano Suñer había logrado escapar de las cárceles republicanas madrileñas y llegado a la zona nacional el 20 de febrero de 1937. Ya en Salamanca, participó codo con codo con el marido de la hermana de su mujer, el Caudillo, en la creación del Nuevo Estado hasta convertirse en el auténtico integrador del efervescente falangismo en el entramado nacional-militarista que sustentaba las acciones de su concuñado.
Sigamos con la alineación de aquel gabinete primigenio del franquismo.
Como forma de dar representación gubernamental al carlismo, Tomás Domínguez Arévalo, conde de Rodezno −más dócil que el ampliamente contrario a la política de Franco y anterior máximo dirigente carlista, Fal Conde− fue ministro de Justicia; y para hacer lo propio, el falangista Raimundo Fernández-Cuesta, responsable del Ministerio de Agricultura y de la Secretaría General del Movimiento, ocuparía uno de los huecos reservados al partido fundado por José Antonio Primo de Rivera; en tanto que el escritor y político Pedro Sainz Rodríguez fue el más relevante alfonsista en el ejecutivo franquista y se situaría como responsable del Ministerio de Instrucción Pública, que cambiaría bajo su mandato su nombre por el de Ministerio de Educación Nacional.
Ministro de Hacienda fue Andrés Amado Reygondaud −antigua mano derecha del asesinado y protomártir franquista José Calvo Sotelo−, que ya presidió la Comisión de Hacienda de la Junta Técnica. El ingeniero Alfonso Peña Boeuf disfrutaría por su parte del cargo de ministro de Obras Públicas, y sería de los pocos miembros del primer Consejo de Ministros franquista que no representaba a fuerza política ninguna, junto a Suances.
Por último, el ministro designado por Franco para los asuntos relacionados con el mundo del trabajo fue Pedro González-Bueno, como Amado Reygondaud dirigente del Bloque Nacional de Calvo Sotelo y más tarde, con la guerra ya empezada, sobrevenido falangista. Al frente del Ministerio de Organización y Acción Sindical, denominación momentánea del que tendría siempre la palabra Trabajo en su sintagma, González-Bueno sería el responsable de la redacción de la primera pieza del peculiar entramado constitucional del franquismo: el Fuero del Trabajo. Entramado que conformaría poco a poco las llamadas Leyes Fundamentales del franquismo.
En efecto, menos de dos meses después de la formación del primer Gobierno de Franco, el 9 de marzo de 1938, éste promulgó el Fuero del Trabajo, un texto legal corporativista que intentaba dotar de la ideología falangista a las relaciones sociales y económicas de forma que sirviera para modelar la política social y económica del régimen. El Fuero le daba carta de naturaleza al nacionalsindicalismo, es decir a la organización sindical del franquismo, si bien no sería hasta dos años después cuando se instituiría de forma explícita el sindicalismo vertical, propio de la autocracia del bando que ya había vencido en la Guerra Civil, por medio de dos normas: la Ley de Unidad Sindical, de 26 de enero de 1940, y la Ley de Bases de la Organización Sindical, de 6 de diciembre del mismo año. Lo que significaron el Fuero y la legislación que lo desarrollaba en los ámbitos de acción sindical fue la inclusión de todos los trabajadores españoles en un único sindicato integrado en el partido único del Movimiento Nacional, FET y de las JONS. Ni más ni menos. Aunque los ropajes son los del corporativismo parafascista, los del nacionalsindicalismo, Fernando García de Cortázar y José Manuel González Vesga no han dejado de ver en él, como otros autores, la legitimación de “las aspiraciones tradicionales del empresario español, dando la prioridad absoluta al desarrollo de la producción sobre la calidad de las relaciones laborales”. Añaden ambos autores: “en la práctica, el Fuero del Trabajo se transformó en el del capital”.
El mismo día en el que daba forma a su primer Gobierno en 39 años, el 30 de enero de aquel año 1938, Franco promulgó la Ley organizando la Administración Central del Estado, que venía a acabar con la provisionalidad meramente administrativa de la organización estatal fundamentada en la Junta Técnica; a instituir, a restituir de alguna manera mejor dicho, al Consejo de Ministros (aunque la Ley hablaba de Departamentos Ministeriales) como máximo órgano colegiado de gobierno hasta el punto de que éste acabó por ser a lo largo de todo el franquismo el “verdadero órgano de poder del régimen y la única institución con la que Franco contaría verdaderamente”, en palabras del historiador Juan Pablo Fusi; y, asimismo y sobre todo a otorgar al Caudillo el poder absoluto. El Consejo de Ministros fue para este historiador el “verdadero instrumento de gobierno” del general, en el cual los ministros contaban con una auténtica autonomía en el ejercicio de su cargo, autonomía por supuesto tutelada y pilotada con la máxima autoridad por el propio Franco, quien no dudará en sustituir a su antojo a quienes le causaran problemas. Los gobiernos del régimen fueron en definitiva gabinetes de concentración franquista en los que aparecían representados mejor o peor los intereses de los alzados en julio del 36 contra la legalidad republicana.
Así es, la Ley de 30 de enero de 1938 consignaba que “el Caudillo conservará el Mando supremo de los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire”, además de especificar que el presidente del Gobierno sería el jefe del Estado, para quien se reservaba además “la suprema potestad de dictar normas jurídicas de carácter general”. Difícil desligar la palabra dictadura de las palabras dictar y suprema potestad.
ESTA ES UNA HISTORIA DE LA GUERRA CIVIL (IX)
5. Las consecuencias de la Guerra Civil
Finalizada la Guerra Civil, es desolador hasta más no poder el panorama con que se encuentra la autocracia ultranacionalista. Un panorama que no es sino aquel en el que han sumido al país los avatares derivados de una contienda fratricida. Ahora queda por ver qué les deparará a los españoles el triunfo en ese conflicto del sector más antiliberal de cuantos promovieron la destrucción del régimen democrático instituido en abril de 1931 y de aquellos que simplemente se vieron impelidos a aceptar un bando.
Es sabido que la primera de las consecuencias de la Guerra Civil fue el elevadísimo número de pérdidas humanas, cifrado habitualmente en una cantidad superior al medio millón. Lo cual provocó una drástica disminución de la población activa y constituyó uno de los factores de la actividad económica de la posguerra.
Si los frentes de batalla sirvieron de suelo para la mayoría de las víctimas, incluidas las producidas en las ciudades bombardeadas −especialmente por los rebeldes−, no debemos de menospreciar que muchas de ellas sucumbieron en medio del horror de las represiones ejercidas en las retaguardias de las dos zonas.
Las represiones en la retaguardia
Llegó la hora de tratar con cierto grado de profundidad el más delicado asunto relacionado con la Guerra Civil y el primer franquismo, la tremendamente polémica represión.
“No vamos aquí ni a hacer el recuento de tales monstruosidades, ni a establecer comparaciones, ya inútiles, entre su dimensión en uno y en otro de los bandos en lucha”. Ese es en realidad el criterio del autor de la anterior frase entrecomillada, Ramón Serrano Suñer, quien fallecido el dictador, escribió unas memorias en las que no ocultó su reconocimiento del “brutal encarnizamiento de las retaguardias” y en las cuales afirmó que la “represión controlada” de los sublevados y por ende del franquismo fue una “justicia al revés”. Se refería con esa expresión a la “aplicación al revés del Código de Justicia Militar” implícita en la Ley de Responsabilidades políticas del año 39: acusando de rebelión a quienes luchaban contra, o no habían secundado, la rebelión.
Pero si nos vemos aquí obligados si no a hacer el recuento sí a establecer el estudio aunque somero de las represalias en cada uno de los territorios en que se dividió el país a lo largo de la Guerra Civil.
No debemos olvidar, en cualquier caso, cuando de represión se habla, que no sólo se alude a los muertos, a los asesinados o ajusticiados según se quiera mirar, a la violencia física siquiera, sino que se ha de considerar por fuerza asimismo la represión económica y laboral, así como la política y la cultural.
Es evidente que durante la Guerra Civil se perpetraron esencialmente dos represiones, según el territorio fuera dominado por uno u otro bando.
Por lo que se refiere a la represión ejercida en el cada vez más menguado territorio fiel a la causa republicana se suele decir de ella que fue fundamentalmente espontánea, llevada a cabo por indocumentados sin control, en su mayoría anarquistas. Observa lector las palabras en cursiva porque cada vez es más reconocido que en la zona leal no sólo hubo represión espontánea y que no era extraño que quienes la llevaran a cabo o la consintieran sin reparos tuvieran nombre y apellidos, y cierto prestigio incluso, y, por supuesto, no fueran mayoritariamente seguidores de los principios del anarquismo.
Sí tiene más peso el reconocimiento de que aquella represión republicana estalló con vigor en el sangriento verano del 36 y se redujo notablemente, sin desaparecer, seis meses después de la sublevación. Y, evidentemente, cesó en cada lugar cuando las tropas franquistas entraban tras su incontenible proceso de conquista. Cesó para siempre. Mejor, se permutó por la de los recién llegados y por la de los quintacolumnistas o simples ex sufridores que en muchos casos volvían ahora las tornas hacia donde su odio les dictaba
La represión física perpetrada en el bando republicano, que suele estimarse en unos 50.000 seres humanos ajusticiados o asesinados, fue fruto de la propia revolución social provocada por el desbaratamiento del Estado traído por la sublevación de julio de 1936. Pero ese descontrol especialmente inicial se extendió a lo largo de todo el conflicto si bien institucionalizado, pese a los esfuerzos de los distintos gobiernos encabezados pronto por los socialistas, escindidos ellos mismos entre la tendencia demócrata pero poco y la revolucionaria intransigente, y formados además no sólo por anarquistas o por republicanos más o menos radicales sino también por comunistas.
Si hablamos de la represión ejercida por los sublevados, pronto franquistas, no podemos obviar su principal característica, derivada del resultado de los propios acontecimientos: su prolongación en el tiempo hasta el final de la misma dictadura en 1975. Si durante la guerra los represaliados eran cuantos pudieran ser tenidos por partidarios del otro bando e incluso los opuestos al ejercicio personalista del poder por parte de Franco, durante la posguerra lo fueron estos últimos y sobre todo cuantos cabría asimilar a los perdedores de la guerra, aunque de manera más directa todos aquellos tachados de antifranquistas.
El hito que parte en dos la represión franquista puede ser el final de la Segunda Guerra Mundial y el necesario lavado de imagen del régimen. A uno de sus lados, la más dura represión física y de todo tipo; y al otro la represión suavizada pero aun llena de una crueldad a la que desde 1945 se añade la poca piedad y el nulo perdón. Y eso sin tener en cuenta la misma injusticia de la dictadura a la hora de considerar los motivos para aplicar los castigos, injusticia desde cualquier óptica moral que se aplique.
Las cifras de la represión digamos física son continuamente analizadas y únicamente podemos afirmar aquí que en el caso de la ejercida por el franquismo se suele admitir que fueron eliminados (asesinados, ajusticiados: elija lector el calificativo) entre 150.000 y 200.000 seres humanos, aunque como más adelante tendremos oportunidad de recordar, se suele descender hasta el primero de los dos datos. Casi todos entre julio de 1936 y la promulgación en julio del año 1945 del Fuero de los Españoles, acabada ya la Segunda Guerra Mundial. Sólo en nueve años, principalmente en los de la guerra y en los de la primerísima posguerra. En concreto, se estima que el número de personas que recibieron la muerte en el ejercicio de la represión llevada a cabo por el régimen de Franco, una vez acabada la Guerra Civil española, ascendió a unos 50.000 seres humanos.
Autores como Paul Preston consideran, probablemente de una manera exagerada, que lo que supuso el franquismo en cuanto al uso de la violencia fue un auténtico exterminio de la oposición, de los ideales del liberalismo político y de la izquierda, buscado desde el mismo comienzo de la sublevación, que finalizará convirtiéndose en un verdadero Holocausto, esa es la palabra para muchos desmesurada que emplea: Holocausto. Sin llegar a usar ese vocablo, Reig Tapia también considera evidente que el fin de la represión franquista no era otro que lograr “la parálisis del enemigo mediante el terror y la aplicación de una lógica de exterminio”.
Pero a esa catástrofe, no hemos de olvidar, hay que añadir asimismo las otras represiones, la que se llevó a cabo por medio de la depuración de los funcionarios, no sólo aunque sobre todo profesores, incluidos por supuesto los militares (aquellos que se salvaran de los pelotones de fusilamiento, claro está); o la represión económica aplicada desde enero de 1937 por medio de incautaciones de bienes y embargos de cuentas a quienes se les tuviera por responsables de las pérdidas de riqueza durante la Guerra Civil, pero también a través de los numerosos despidos consentidos por el régimen; y por supuesto la más generalizada de todas, la estrictamente política, la que impedía asociarse fuera del partido único o del sindicato vertical afín o publicar periódicos sin la estricta autorización gubernamental fijada en la Ley de Prensa del año 38 o escribir en general sin pasar por la censura establecida o siquiera verter en cualquier lugar público opiniones contrarias a la famélica diversidad de criterios admitida por el régimen.
En suma, la dictadura −y aquí seguimos de nuevo a Santos Juliá− “tuvo como primer fundamento la represión de los vencidos”. Si ya la guerra fue una guerra “de eliminación del enemigo interior, por la muerte, por el exilio o por la represión y depuración”, la dictadura que impuso la victoria sublevada “liquidó la herencia liberal y las tradiciones republicana, socialista y anarquista construyendo en su lugar un nuevo Estado […] que asegurara la exclusión eterna de los vencidos y el exterminio de la Anti-España”.
En palabras del historiador español Gutmaro Gómez Bravo, la represión franquista contempló “la exclusión y la marginación en una sociedad reconstruida sobre los rasgos de los vencedores, pero sobre todo, [da como resultado] una cultura que reniega de todo lo que tenga que ver con los vencidos, que los aparta y los incapacita para la vida futura”. El franquismo, en su esencial política de eliminación de las ideas disolventes de sus enemigos, acabó por provocar ya en la década de los 40 el llamado “exilio interior”. Gómez Bravo nos dibuja de forma magistral la situación: “el caos burocrático, la desidia, el aprovechamiento o la venganza interfirieron en un particular y kafkiano proceso español presidido por la arbitrariedad y la total incertidumbre”.
La ruptura con las tradiciones culturales que llevaban en volandas al país hacia la modernización, y que de hecho le mantenían en el vilo del progreso creativo, fue total a raíz de la victoria militar de la coalición que asumió la dictadura personal del general Franco. Semejante “erial”, no absoluto, por supuesto, sería fruto de las prohibiciones expresas del régimen pero también del manifiesto interés de este por imponer una concepción de la cultura que era, al tiempo, puro antiliberalismo católico y algo del específico fascismo español a medio camino de la soldadesca patriotera y la paradójica revolución social nacida para evitar la revolución social.
El historiador español de la literatura José-Carlos Mainer habla de “una suerte de glaciación” cuando se refiere a la cultura impuesta por los vencedores de la Guerra Civil, una glaciación contrarreformista que lo que hacía era esconder los últimos tres siglos y exaltar “el pasado medieval devoto y guerrero”. Y volviendo a la huida del país forzada por el resultado de la contienda cainita, el propio Mainer ha escrito que “el dramático hecho del exilio de muchos intelectuales fue la confirmación más patente de la hostilidad del régimen a la intelligentsia”.
Fue la represión franquista, en definitiva, y estamos con Gómez Bravo, “una forma de castigo colectivo llevada a cabo para atemorizar a la población mediante una ‘pedagogía del terror’”.
El historiador español Borja de Riquer recogió de forma brillante algo que carece de discusión a este respecto:
“El conjunto de las medidas represivas adoptadas por las autoridades franquistas se caracteriza por su voluntad de ejemplaridad y de castigo, por su masividad y su totalidad, por su arbitrariedad y por su continuidad”. La delación y la denuncia fueron elevadas a la categoría de actitudes patrióticas, aunque lo que hicieron fue promover la búsqueda de beneficios personales o el simple deseo de venganza. “Así conviene recordar que la represión tuvo sus colaboradores, activos y pasivos, y sus beneficiarios, directos e indirectos […], creó complicidades y lealtades y ayudó a cohesionar al bloque vencedor de la guerra”.
Y García de Cortázar y José Manuel González Vesga afirman en esta línea de cosas:
“Dos sentimientos invadían a los españoles de la primera posguerra: un desánimo que hacía presa en los vencidos y una exaltación revanchista, que mantenía unidos a los vencedores”.
Los otros efectos del conflicto
Otra consecuencia, podemos decir humana, de considerable valor derivada de aquella cainita lucha de tres años, y sobre la que ya algo se ha dicho aquí, es la nada despreciable cifra de exiliados. Un baldón profesional e intelectual pero también estrictamente laboral que el franquismo nunca valorará, pues el demérito sería en todo caso propiedad absolutamente suya.
En lo económico, la consecuencia más destacada del conflicto fue el descenso a niveles preindustriales del nivel de renta de la población, a lo que habría que añadir una brutal disminución de la producción provocada por la ya citada merma de la población activa, la casi desaparición de las reservas o la destrucción de una considerable parte de las infraestructuras del país (vías férreas y carreteras, pero también viviendas y hasta centros industriales).
También es importante no perder de vista otra deriva económica de la guerra: las deudas contraídas por el régimen con los dos países que de alguna manera habían financiado primordialmente el esfuerzo de los sublevados: Alemania e Italia. Si al Estado italiano se le estuvo pagando hasta un año tan tardío como 1967, al país dominado por los nazis se le devolvió su esfuerzo antes de que acabara la Segunda Guerra Mundial, a base de exportaciones, principalmente del queridísimo wolframio, y de mano de obra española (más de 10.000 trabajadores operaron en las industrias del Tercer Reich). Por no hablar, en un porcentaje menor pero nada despreciable, de la ayuda privada proveniente de empresas estadounidenses (Texaco, Standard Oil y General Motors) y británica.
Y en lo social, en lo que respecta a la vida cotidiana de la inmensa mayoría de quienes salían del largo túnel de una guerra civil para entrar en la oscura senda de los años de una posguerra inacabable, siguieron años de privaciones ya padecidas durante los años de conflicto. De privaciones protagonizadas por el racionamiento que habrían de durar hasta la década de 1950.
Todo ese panorama realmente terrible, provocado por la insensatez de todos pero muy especialmente por la decisión irrevocable de los sublevados y sus seguidores organizados en torno de la figura dictatorial de Francisco Franco, habría de estar pilotado por un régimen que construía un Nuevo Estado antidemocrático.
Sin una verdadera representación política, pues FET y de las JONS precisamente venía a cercenar esa práctica, sin la división de poderes propia de los regímenes demoliberales y sin las libertades propias de la Edad Contemporánea que el franquismo realmente negaba, Francisco Franco tenía la tarea descomunal de sacar a España del hoyo en que se hallaba. Contaba para ello con una base ideológica antiliberal, anticomunista, nacionalsindicalista y nacionalcatólica.
ESTA ES UNA HISTORIA DE LA GUERRA CIVIL (Y X)
6. Y el franquismo
Recién ganada la guerra, Franco se enfrentaba, además de a la reconstrucción de un país en ruinas, al problema intrínseco del régimen que venía edificando. Preservar su inmenso poder es la razón de que buena parte del trabajo de Franco estuviera dirigido a conseguir acrecentar su carisma. A ello contribuyó la nueva Ley de la Administración del 8 de agosto de 1939, que incrementó su jefatura militar sobre los tres ejércitos, al situarle como presidente de la Junta de Defensa Nacional que ejercería la supremacía directa sobre los tres ministerios bélicos, y suprimió la vicepresidencia gubernamental. En el artículo 7 de esa Ley se volvía a repetir aquello de que correspondía “al Jefe del Estado la suprema potestad de dictar normas jurídicas de carácter general”, pero ahora se añadía: “y radicando en él de modo permanente las funciones de gobierno, sus disposiciones y resoluciones adoptan la forma de Leyes o de Decretos, y podrán dictarse aunque no vayan precedidas de la deliberación del Consejo de Ministros, cuando razones de urgencia así lo aconsejen, si bien en tales casos el Jefe del Estado dará después conocimiento a aquél de tales disposiciones o resoluciones”.
El general Francisco Franco ejercería sobre los españoles en sus 39 años de gobierno una dictadura. Su pragmatismo, alejado de las ideologías y en absoluto doctrinario, llevó a cabo una obra de adaptación permanente a las circunstancias, tanto a las del exterior como a las del aparente inmovilismo interior que era en realidad un bullicio consentido por el autócrata sólo hasta los límites en que le impedía asentar su poder personal.
El 9 de agosto de 1939, Franco formaba su primer Gobierno posterior a la Guerra Civil, pero eso, eso ya sí es otra Historia que el lector podrá seguir, como se adelantó al inicio de esta serie, en mi libro titulado El franquismo (versión digital en Punto de Vista Editores y versión original en papel en Sílex Ediciones).
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