Sabela Rodríguez Álvarez- El borrador de la Ley de Igualdad LGTBI prevé la creación de un Centro Nacional de Memoria Histórica centrado en el "reconocimiento de aquellos colectivos sometidos históricamente a prácticas discriminatorias"
- El activista Federico Armenteros confía en que recuperar "un espacio para recordar va a ser un descanso para las víctimas", muchas de las cuales "no han ido a las cárceles, pero han vivido en una cárcel interior"
- Fefa Vila, socióloga y activista, defiende recuperar la "intrahistoria" de cómo durante la dictadura "se instaura el odio y se genera un trauma social a través de la prohibición del deseo y de los cuerpos"
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Sabela Rodríguez Álvarez
"Éramos delincuentes, pecadores y enfermos. Ha habido auténticas barbaridades en nombre de la moral". Federico Armenteros recuerda los últimos días de la dictadura desde la atalaya de la primera persona y con la espina de no haber logrado hacer de la memoria algo colectivo. Sus vivencias representan las de una parte de la población castigada, perseguida y marginada hasta hace no tanto tiempo: las personas LGTBI. Años después, la memoria del colectivo podría dejar de estar sólo en los recuerdos de sus protagonistas. El borrador de la Ley de Igualdad LGTBI, en su artículo decimoctavo, establece la creación de un Centro Nacional de Memoria Histórica LGTBI, destinado al "reconocimiento y memoria de aquellos colectivos sometidos históricamente a prácticas discriminatorias y persecución".
Fuentes del Ministerio de Igualdad subrayan el valor de "conocer la historia, con toda su complejidad, para aprender y evolucionar en el sentido deseado". Y en esa historia el apellido LGTBI cobra especial relevancia. "De esa memoria histórica, el colectivo LGTBI ha sido excluido, ignorado, silenciado. Prácticamente sólo existe memoria de los juicios penales y condenas", pero queda la otra parte: los pasos al frente, las batallas y las victorias. "Es de justicia, pero también es necesario, generar referentes históricos, culturales y políticos para las generaciones actuales y futuras", destacan las mismas fuentes. Aunque Igualdad dice no haber tomado ningún país como referencia, sí mira con especial interés modelos como el Schwules Museum de Berlín o la Gay, Lesbian, Bisexual, Transgender Historical Society de Estados Unidos, instituciones volcadas en la recuperación, conservación y exposición de la historia del colectivo.
Armenteros tiene hoy 62 años y preside la Fundación 26 de Diciembre, centrada en los mayores LGTBI. "Ahora somos legales, pero no tenemos nada que retenga la historia". Y sin una memoria compartida, los protagonistas y sus vivencias se esfuman. El país tiene una deuda con el colectivo, estima el activista, la de no olvidar "aquellas políticas que se ensañaron contra un grupo de la población" y la de "crear un espacio pedagógico para enseñar que todo eso puede volver".
Fefa Vila, socióloga y activista LGTBI, entiende urgente que las instituciones den cuenta de una "memoria olvidada, ninguneada y maltratada, la que no ha pasado nunca los relatos dominantes". El punto de partida debe ser a su juicio la Guerra Civil y la dictadura, responsables de dilapidar al colectivo en el preciso momento en que podía empezar a ser nombrado. Recuperar la génesis del odio, todas las historias de "cuerpos y vidas que fueron repudiados por las propias familias con la complicidad de la Iglesia". Esa es, afirma la socióloga, la "intrahistoria que interesa, el cómo se instaura el odio y se genera un trauma social a través de la prohibición del deseo y de los cuerpos".
De las cárceles a las calles
Primero, delincuentes. Y después enfermos. "Antes de homosexuales, teníamos otros nombres mucho más horrorosos, éramos sodomitas", recuerda Armenteros. A lo largo del siglo pasado, dejaron de ser peligrosos para ser patologizados y marginados. "No les vamos a meter en la cárcel, pero sí en psiquiátricos", recrea el activista. El estigma estaba siempre presente, el silencio, la vergüenza y la clandestinidad predominaban e impedían el desarrollo de una vida plena. No es hasta el año 1973 que la Asociación Americana de Psiquiatría (APA) retira la homosexualidad de su manual de trastornos mentales. Aquel paso en firme lanza un mensaje que resuena en todo el mundo: el rechazo de la discriminación en todas sus formas.
Pero en España la dictadura, aunque agónica, no estaba dispuesta a ceder. Entonces estaba vigente desde hacía tres años la conocida Ley sobre peligrosidad y rehabilitación social, norma que venía a sustituir a la Ley de vagos y maleantes. El objetivo: la persecución de los parias, los antisociales, los moralmente inaceptables para el régimen. Entre ellos, por supuesto, los homosexuales. "En aquel momento estábamos todos luchando para tirar la dictadura, pero el régimen se reafirma en hacer cárceles, centros psiquiátricos y granjas" para internar a los homosexuales, recuerda el activista. "Fue muy doloroso para el colectivo, te machacaban, lo vivimos acojonados".
En los setenta nace la primera organización LGTBI, el Movimiento Español de Liberación Homosexual (MELH), y en 1977 tiene lugar la primera manifestación del colectivo, el Stonewall español. Fue en Barcelona, gracias al impulso de la organización clandestina Front d'Alliberament Gai de Catalunya (FAGC). Un hito que se reeditaría en los años siguientes y en distintas ciudades. "Fue la primera manifestación visible del colectivo", comparte Uge Sangil, presidenta de la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales (FELGTB). Los activistas que salen a la calle entonces "dan la cara de una manera realmente valiente una vez acabada la dictadura". Y marcan un antes y un después: "El antes eran los campos de concentración, las cárceles y los manicomios. El después fueron las calles".
Hasta el nacimiento de organizaciones combativas, las brechas entre las propias filas del colectivo eran también una realidad. "Los que teníamos las de perder, no podíamos ser visibles", lamenta Federico Armenteros, así que las primeras voces discordantes vinieron de arriba, del privilegio. "Quienes estuvieron más en la lucha eran los que tenían dinero, los que tenían una posición, porque en las redadas a 'los hijos de' no los metían en el calabozo", recuerda, "a los obreros, a los que no tenían nada, sí". Fueron las "clases acomodadas" quienes sembraron los avances porque son ellas "las que nunca pierden". La "gente humilde", en cambio, "se queda paralizada, no tiene ningún apoyo". Pero aquello sirvió de impulso para todos y con la muerte del dictador comienza la organización en las calles. Todavía había que batallar: la ley siguió en vigor entrada la democracia y la amnistía se olvidó de los presos homosexuales. En enero de 1979 se elimina parte de su articulado, cuya desaparición fue progresiva las siguientes décadas, hasta su total desintegración en 1995.
Fefa Vila sí destaca que quienes se echaron a las calles en Barcelona "eran los parias, hartos en un momento determinado". Sin embargo, coincide, la "capacidad de tejer voces no surge de ellos, los que ponen la voz son los hijos maricas de la burguesía". La de los setenta fue "una época de activación, emancipación y alianzas radicales en todas las direcciones", pero posteriormente, con la transición, "se desactivaron muchas memorias y muchas potencias". El sida hizo el resto: sembró el miedo y silenció las voces que habían empezado a brotar.
Entonces se inicia un proceso de resignificación. Armenteros lo explica apuntando al barrio madrileño de Chueca: allí empieza a extenderse el uso de "la palabra gay, se olvidan de los maricones, quieren dar un cambio de imagen". Pasar página. Ahora el activismo quiere lo contrario: recuperar aquella memoria, la de los olvidados y los repudiados. "Se intentó que la historia empezara ahí, lo demás no existía, nadie hacía referencia a las cárceles", reprocha Armenteros. Por eso es fundamental "recuperar esa historia sin revancha, un espacio para recordar va a ser un descanso para las víctimas". Muchas de las cuales "no han ido a las cárceles, pero han vivido en una cárcel interior".
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