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11-10-2016 |
La investigadora Luz Souto analiza los relatos sobre las expropiaciones de menores en la dictadura
Niños “robados” del franquismo: documentales, narrativa y teatro
Resulta casi imposible aventurar cifras, ya que tampoco existían registros penitenciarios que contabilizaran a los menores. “Tomasa Cuevas fue una de las presas políticas más longevas”, subraya Luz Souto. Entrevistó a compañeras de presidio. La mayoría de los testimonios dan cuenta de la convivencia entre madres e hijos presos, y de los crueles traslados que producían la ruptura. “Pero hasta las investigaciones de Vinyes nadie había reparado en que ello podía esconder un plan sistemático”, subraya la investigadora argentina. Los relatos recogidos por Tomasa Cuevas ya en la Transición ponían de manifiesto que muchas madres perdieron a sus hijos, aunque también algunas lograron salvarlos. Una presa de la época, Ángeles Mora, recordaba: “Yo había presenciado el asesinato de un niño delante de su madre; lo cogieron por los pies y le machacaron de un golpe la cabeza contra la pared; la madre se volvió loca y pasaba las noches gritando”. No se trató de casos aislados, sino de un mecanismo para controlar y vejar a los ya derrotados. Otro autor destacado por Luz Souto es el escritor y periodista Rafael Torres, que publicó en 2005 “Desaparecidos de la guerra de España (1936-?)”. Inicia el texto con una apelación directa a la dictadura argentina, y en diferentes capítulos aborda las desapariciones -incluidas las de menores- en combates y desplazamientos de población, así como en concreto la infancia “perdida” de los vencidos.
El escritor Benjamín Prado alumbró la primera novela sobre el “robo” de menores en el estado español, “Mala gente que camina” (2006). En un reportaje que publicó en el diario El País en 2009 (“Vidas robadas”), resalta como algo nada extraño el caso de huérfanos con múltiples familias. Incluso en ocasiones se les asignaba el apellido “Expósito” (recién nacido abandonado, expuesto o confiado a un establecimiento benéfico, según la Real Academia Española). Otras veces, al amparo de la legislación de 1941 que permitía el cambio de apellidos, se preferían formas más tradicionales: Gómez, Pérez o Rodríguez. Quienes, por la razón que fuera, retornaban al orfanato, podían llegar a tener varios padres y apellidos. Asimismo los autores de teatro empezaron a adentrarse en las tramas y procesos expropiatorios. En 2005 vieron la luz obras como “Los niños perdidos”, de Laila Ripoll; y “Presas”, de Ignacio Fernández y Verónica del Moral. En 2008 se estrenó el drama de Gracia Morales “NN12”, el de Hernández Garrido: “Todos los que quedan”; y dos años después, “La sonrisa del caudillo”, obra de Rubén Buren. Además, a la novela precursora de Benjamín Prado le siguió en 2011 “Si a los tres años no he vuelto”, de Ana R. Cañil.
¿Qué tienen en común todas estas producciones? Según la autora del artículo “Formas de la expropiación. Historia, memoria y narración sobre los niños robados del franquismo”, tanto la narrativa como las obras dramáticas beben de las investigaciones de Ricard Vinyes, de los testimonios de las víctimas y de los relatos autobiográficos de quienes pasaron por las prisiones (“Desde la noche y la niebla”, de Juana Doña), orfanatos (el cómic “Paracuellos” (1979), de Carlos Giménez; y la novela “Tanguy. Historia de un niño de hoy” (1957), de Michel del Castillo). “La mayoría de estos textos, aunque se presentan como ficciones, mantienen un vínculo con la Historia; impregnan sus textos de un deber de memoria, revitalizado por la necesidad de actuar ante la falta de justicia”, concluye Luz Souto.
La investigadora dedica un apartado a los niños en el exilio, a quienes algunos funcionarios de la dictadura se obcecaron en “recuperar”. Se trataba de repatriarlos y después reeducarlos. Ya el Gobierno de Burgos, constituido por Franco el 31 de enero de 1938, reclamó a 32.000 menores que -afirmaba- fueron obligados a salir del país. “La mayoría de los padres se negó a firmar una petición oficial de retorno”, recuerda Souto. De hecho, algunos testimonios destacan cómo las madres se enteraron de la repatriación de sus hijos por las fotografías de los periódicos. Ciertamente las obras de ficción han tratado la presencia de los niños en el exilio, pero no tanto los secuestros de la Falange como elemento central. La novela “Operación Gladio” (2011), de Benjamín Prado, señala la circunstancia de un padre que pone a su hijo en manos de los compañeros comunistas, para que lo trasladen a Burdeos; allí, sin embargo, es capturado y obligado a retornar a España. Otra novela, “Lo que mueve al mundo” (2013), de Kirmen Uribe, relata la historia de los niños vascos que se dirigieron al exilio en el buque “Habana”. Los menores evacuados a Rusia fueron asimismo objeto de investigaciones, como la coordinada por Devillard en 2001 “Los niños españoles en la URSS (1937-1997): narración y memoria”. La evocación del éxodo a la Unión Soviética ha dado lugar a diferentes novelas: “Mi estancia en Moscú: Estampas de una nostalgia” (1987), de José Fernández Sánchez; “Cenizas rojas” (1999), de Olga Merino y “Cartas desde la ausencia” (2008), de Emma Riverola. El cine se hizo eco de estos niños exiliados: “Los niños de Rusia” (2001), realizada por Jaime Camilo; e “Ispansi”, producida por Carlos Iglesias en 2010.
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