Jesús Bienvenido toma en su espectáculo teatral el sobrenombre del Rámper, célebre payaso madrileño de principios del siglo XX, para rescatar del olvido a los autores y componentes de carnaval asesinados por los sublevados a partir de 1936.
Para los aficionados al carnaval de Cádiz, Jesús Bienvenido no requiere presentación: de su pluma y su guitarra han salido algunas de las comparsas más bonitas, elegantes e irreverentes de lo que llevamos de siglo. Pero su última participación en el certamen de coplas del Teatro Falla se remonta a 2017, cuando obtuvo un primer premio. "Nunca me he encontrado demasiado cómodo en el concurso —responde para explicar su ausencia desde entonces—. No me gusta, me pesa, se me hace largo. Me suponía un agobio el tema de los grupos, organizar a tanta gente. Siempre estaba yendo y viniendo, intermitente, y decidí no salir más en el teatro y vivir el carnaval en la calle, que me parece más amable y sencillo".
Bienvenido compaginó su vasta producción carnavalesca con la composición de canciones —bien para otros artistas, bien para grabarlas él— mientras ejercía como maestro de música en la educación pública. Desde hace cuatro años, se dedica exclusivamente a la creación de proyectos en solitario. "Lo que hago ahora tiene una raíz de la tierra, de Cádiz, pero está más enfocado al teatro", resume.
El Rámper, la obra que ahora representa, pone el dedo en la llaga de la represión brutal que sufrieron autores y componentes gaditanos en el período inmediatamente posterior al golpe de Estado de 1936. Por tanto, su vinculación temática con el carnaval es notoria, algo que se rebaja en el aspecto formal, puesto que entre las múltiples composiciones que la conforman solo se incluyen tres pasodobles y cuatro cuplés —a diferencia de El balsero, su anterior espectáculo, que casi podría definirse como el repertorio de una comparsa cantado a una sola voz—.
"Mi familia no tiene una raíz política —rememora Bienvenido—, pero llegó un momento en el que eso no era necesario para sufrir la represión. Mi abuelo estuvo un año entero escondido en el campo". El autor, nacido en 1976, es el último de cinco hermanos: "Hemos sufrido los coletazos de esa guerra y esa dictadura. Me he criado en una casa donde tenía que buscarme las papas para estudiar; mi padre y mi madre no podían sentarse conmigo porque no sabían leer ni escribir, no se lo han permitido porque vivían en la más absoluta miseria. Poco a poco se buscaron la manera de progresar y darnos a nosotros todo lo que nos han dado, que es muchísimo. Creo que mi generación y yo estamos en deuda con eso". Esa creencia le lleva a echar la vista atrás en su obra teatral: "Ahora nosotros tenemos las herramientas para contar lo que ellos no han podido, por miedo o porque no tenían cómo. Lo siento muy necesario".
Jesús Bienvenido es un gran admirador del carnaval anterior a la Guerra Civil —"soy un friki, desde niño me sé un montón de repertorios de esa época"—, y define ese período que tan bien conoce, a fuerza de bucear en los escasos archivos sonoros existentes, como "pura génesis. Todo estaba formándose, no había nada establecido. Eran juegos basados en los ritmos de la época. Por ejemplo, los cuplés son polkas, valses, guajiras. Cada uno hacía lo que le salía, dentro de la libertad más absoluta". Eso en el terreno compositivo, mientras que en el plano puramente sociológico podría resumirse como "el antónimo del carnaval burgués, que era lo que se imponía en las casas palacio y en los teatros. Me parece muy bonito que la clase obrera hiciese carnaval para contestarle a esa gente con humor y expresar así sus ideas y su lucha".
Esa manifestación popular, como tantas otras cosas, quedó cercenada después del 18 de julio de 1936. Hoy, gracias a un artículo del historiador gaditano Santiago Moreno, se tiene constancia de la identidad de los primeros carnavaleros asesinados en la ciudad: fueron Guillermo Crespillo y Manuel Peña, cuyos cadáveres aparecieron en lo que ahora se llama la plaza de las Viudas, dos semanas después de la sublevación militar, con sendos disparos en la nuca y la sien. Ellos inauguraron una larga lista de autores y componentes muertos a manos de los golpistas, bien por su filiación política, bien como revancha por el contenido de sus letras, que se burlaban, entre otras cosas, de la religión católica.
Según Moreno, la mayoría fueron represaliados durante el llamado terror caliente: los meses transcurridos desde la caída de Cádiz hasta las primeras semanas de 1937, cuando se puso en marcha la justicia militar. Aquel año, el bando vencedor prohibió provisionalmente la fiesta, para hacerlo de manera definitiva en 1940.
En el documental El que la lleva la entiende, estrenado en 2020, uno de los carnavaleros más conocidos en toda España, Selu García Cossío, habla con personalidades como Almudena Grandes, Luis García Montero o Joaquín Sabina, entre otros. En una conversación con El Gran Wyoming, el Selu relativiza la presión y las críticas por hacer humor hoy en día, al compararlo con aquellos tiempos en los que podía pagarse con la vida. El chirigotero repite la historia, transmitida oralmente en Cádiz, de una agrupación que fue fusilada.
El Selu debió de ver poco antes otro documental llamado Murieron cantando, ya que su narración a Wyoming incluye una mención casi literal de un testimonio recogido en esa cinta —como el detalle de los chavales que viajaban apresados rumbo a un lugar del que nunca volverían, y que al ver a sus madres desde el camión les tiraban las babuchas para que al menos supiesen que iban dentro—. Ese documental también fue escrito por el ya mencionado Santiago Moreno, cuyas investigaciones arrojan mucha luz a aquel período oscuro. Jesús Bienvenido lo señala —junto a El verano que trajo un largo invierno, de Alicia Domínguez— como la principal fuente de investigación para su espectáculo. "Me he documentado para contar esta historia desde lo real, el único personaje ficticio es el Rámper", explica.
Y ni siquiera es completamente imaginario, ya que sí existió alguien con ese sobrenombre: fue Ramón Álvarez Escudero, el payaso más famoso de España en la primera mitad del siglo XX. Pero Bienvenido no se inspira directamente en él, sino en una agrupación que sacó en su honor Manuel López Cañamaque —el más célebre carnavalero de la época—: Los Rámpers filarmónicos, de 1925. "El personaje de mi obra es un autor de carnaval ficticio basado en autores como Manuel León, Juan Sevillano o Cañamaque, que fueron represaliados. Aprovecho la figura del payaso para encauzar la historia a través del mundo del circo, que me parecía un punto de vista bonito, metafórico y muy realista a la vez".
En la recta final se vive el que, probablemente, sea el momento más emocionante del espectáculo: numerosos compartimentos del decorado van abriéndose para dejar ver las fotografías de los carnavaleros represaliados. Mientras, una vieja radio enumera la lista de todos los que murieron asesinados. "He querido mantener sus nombres, sus direcciones y las agrupaciones donde habían salido", recalca Bienvenido. Cuando la obra se representa en Cádiz —algo que sucede dos noches por mes, al menos hasta junio—, suele vivirse un momento especialmente conmovedor: "La gente a veces reconoce los apellidos, o escucha el nombre de una calle y se sorprende porque es la suya o la de al lado. Es un impacto muy real. Se dan cuenta de que es algo cercano, porque fueron sus vecinos quienes lo vivieron".
Según desvela Bienvenido, no es extraño que al terminar se le acerque algún profesor de instituto al que le gustaría que sus alumnos pudiesen disfrutar la obra. En palabras del autor, "sería una manera de mostrar a los chavales esta parte de la historia, que puedan entenderla y que les llegue". Por lo pronto, a pesar de que lleva ya meses en la carretera, El Rámper tiene cerradas visitas futuras a Málaga, Sevilla, Ayamonte, Sanlúcar, Madrid o San Sebastián, ciudades a las que seguramente se sume Barcelona, así como varios festivales de teatro por toda la geografía española.
El espectáculo es una muestra perfecta del estilo y el compromiso de Jesús Bienvenido, que él mismo resume así: "Todo mi trabajo lo enfoco a que, aparte de que guste y emocione, tenga un contenido importante, y que sea, a mi manera, una herramienta de transformación social. Que la gente se plantee cosas. No sé si es tan poderoso como para conseguir un cambio, pero sí remover las conciencias y poner en conocimiento esa realidad. La música y el arte son herramientas muy poderosas para devolver a la conciencia lo que se olvida".
El autor abunda en ese concepto: "El miedo trae el silencio, y ese silencio hace que la gente deje de hablar de sus seres queridos y que dejen de existir, o que solo existan dentro del núcleo familiar, y fuera de ahí nadie sepa".
Quizás por eso, uno de los últimos versos que canta el Rámper en la obra dice así: "Yo te juro que perdono, pero no olvido".
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