Desde 2019, Isabel y Jesús investigan y promueven la colocación de estas placas en las aceras de la capital, una iniciativa con la que ya conmemoran a más de 100 personas.

Madrid-
Isabel recorre una guía de teléfonos online. Son las cinco de la tarde de un viernes de noviembre y, junto a su marido Jesús, lleva todo el día tratando de contactar a un grupo de desconocidos. Solo saben sus nombres y que son —o al menos fueron— hijos de unos vecinos de Vallecas deportados a los campos de concentración nazis a comienzos de los 40. Con suerte, alguno seguirá viviendo en el barrio y podrán encontrarlo con más facilidad.
Desde un piso en el barrio madrileño de Aluche, Isabel Martínez (Madrid, 1955) y Jesús Rodríguez (Madrid, 1955) se encargan de investigar historias de deportados —y en muchos casos asesinados— por el nazismo, buscar cuál fue su último domicilio en la capital y contactar con sus familiares. Todo esto acaba reflejado en una stolperstein —palabra alemana que se podría traducir como "piedra con la que se tropieza"—, una placa dorada de 10x10x10 centímetros que se coloca en el suelo junto al último hogar de las víctimas. Ya han conseguido colocar 111 en Madrid. Y sumando.
"Aquí vivió José Galiner Muñoz", cuenta una de las piedras incrustadas a finales de septiembre en la calle Doctor Fourquet —en Lavapiés— en recuerdo de José, asesinado el 6 de septiembre de 1941 en el campo de concentración de Mauthausen-Gusen en Alemania. "No lo pensamos en un principio, pero para muchos representa la lápida que no tienen en un cementerio", detalla Isabel.
Este pequeño monumento se encuentra en numerosos países de Europa. Lo que comenzó en los años noventa de la mano del artista Gunter Demnig se ha convertido en un movimiento internacional, con más de 115.000 placas incrustadas en las aceras. Pasear por Berlín sin pisar una es casi imposible —la ciudad cuenta con más de 9.000—. Sin embargo, a Madrid llegaron en 2019, cuando Isabel y Jesús, que fueron trabajadores de banca antes de jubilarse, decidieron comenzar con su proyecto.
La iniciativa Stolpersteine Madrid se cocinó a fuego lento. Hace más de una década, la hija de Isabel y Jesús estaba de Erasmus en Suiza. Un día fueron a visitarla y las stolpersteine –la "e" final indica el plural en alemán y es así como se conoce el proyecto– cumplieron su cometido. El matrimonio viajó a Friburgo (Alemania) y allí se topó por primera vez con uno de estos adoquines dorados. Desde ese momento, no dejaron de buscarlos en otras ciudades.
Tiempo después, descubrieron que el proyecto no estaba destinado exclusivamente a judíos, como pensaban inicialmente. En 2015, se colocó el primer adoquín dorado en España, concretamente en el municipio de Navàs (Barcelona). Isabel y Jesús, que nunca habían pertenecido a colectivos ni movimientos sociales, se propusieron llevar el proyecto también a Madrid. En 2016 hicieron una petición al Ayuntamiento de la capital y finalmente, en 2019, consiguieron colocar las ocho primeras placas en Chamberí, Moncloa y Tetuán.
Los archivos históricos
Isabel y Jesús ni siquiera recuerdan cuántas veces han visitado el Archivo de la Villa de Madrid. Calculan que unas cien. Tras cada piedra hay mucho trabajo detrás. En una habitación acumulan carpetas y libretas plagadas de números de teléfono, direcciones, nombres y hasta árboles genealógicos que han ido construyendo. Como mínimo, para una stolperstein es necesario saber dónde vivió la víctima —lugar donde será colocada— y los datos de deportación.
"En la pandemia nos dedicamos a hacer un fichero", explica Jesús mientras enseña Libro memorial: españoles deportados a los campos nazis (1940-1945) de Benito Bermejo y Sandra Checa. Editado en 2006 por el Ministerio de Cultura, supone más de 500 páginas llenadas por nombres de aquellos que pasaron por un campo de concentración nazi, ordenados por su lugar de nacimiento.
De esta manera, identificaron a unas 450 personas nacidas en Madrid. Pero Isabel y Jesús querían extender el proyecto a aquellos que, a pesar de no ser de la capital, residieron por última vez en sus calles antes de dejar España. Para esto fue esencial el Archivo Arolsen, que recoge datos de aproximadamente 17,5 millones de víctimas de la persecución nazi.
"Cogimos el fichero [del Libro memorial: españoles deportados a los campos nazis (1940-1945)] y fuimos buscando y completando", continúa Jesús. Cuando alguien está incluido en el Archivo Arolsen, se incluyen varios documentos digitalizados donde los nazis recogieron datos personales, como el último domicilio o la información de contacto de un familiar. Ya con esta información, Isabel y Jesús buscan en los padrones del Archivo de la Villa de Madrid previos a 1940, cuando comenzaron las deportaciones, para confirmar dónde vivió la persona por última vez y localizar nombres de hijos, primos, hermanos… Cualquier información que pueda llevarles a contactar con un familiar.
Exiliados y deportados
Ambos calculan que hay más de 700 víctimas que, fueran o no de Madrid, tuvieron su último domicilio en la capital antes de salir del país. A diferencia de otros lugares de Europa, la Guerra Civil complica la búsqueda de información. Prácticamente todas las víctimas españolas del nazismo fueron antes exiliados.
Tras la derrota republicana en 1939, cientos de miles de españoles cruzaron los Pirineos huyendo de la represión franquista —el informe Valière del Gobierno francés cifró en 440.000 el número de refugiados que llegaron al sur del país—. Sin embargo, en Francia muchos acabaron internados en campos de concentración improvisados y en centros de trabajo forzoso. El Gobierno francés trató a los refugiados españoles prácticamente como prisioneros.
En 1940, Hitler invade Francia y los españoles acaban abandonados a su suerte. Miles de exiliados fueron detenidos sistemáticamente en los territorios ocupados. Tras preguntar a España qué hacer con los presos, el régimen franquista mostró una completa indiferencia. Más de 9.300 españoles fueron deportados a campos de concentración —principalmente a Mauthausen—, según la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica. Allí fueron marcados con un triángulo azul —el símbolo utilizado para los apátridas— y una "s" de "spanier" (en alemán, "español"). Aunque hay excepciones, esta historia se repite en la mayoría de las víctimas conmemoradas por una stolperstein en las calles de Madrid.
Rescatar los nombres de los olvidados
Desde las ocho primeras placas, ya hay 111 repartidas por la capital —principalmente en el centro de la ciudad, en barrios como Lavapiés o Chamberí—. Para conmemorar la llegada al centenar, Isabel y Jesús lanzaron recientemente el mapa Madrid- 100 Stolpersteine con las distintas ubicaciones de las stolpersteine en la capital.
Desde que comenzaron el proyecto, en muchas ocasiones los propios familiares de las víctimas contactan con el matrimonio de jubilados para interesarse por la iniciativa y participar en la colocación de las stolpersteine. Aunque son una pequeña minoría, también hay veces que los allegados no quieren saber nada del proyecto. Para Isabel y Jesús, estos casos son unos de los más especiales: "Cuando la familia está implicada con la historia de su antepasado, se va a transmitir generación tras generación. Cuando no quieren saber nada, es muy probable que no tuviesen descendencia". "Nos parece muy bonito rescatar esos nombres, si no la sociedad nunca va a llegar a saber lo que pasó", añade Isabel.
"Queremos que sea un movimiento ciudadano"
"Siempre pensamos que cuando entró Carmena como alcaldesa, podría haber sido más favorable al proyecto", explica Isabel. Desde la petición que realizaron para las primeras stolpersteine hasta que fueron colocadas en las aceras de la capital pasaron unos tres años. El Ayuntamiento de Manuela Carmena, que comenzó a gobernar la ciudad de Madrid en 2015, aprobó la colocación en abril de 2019. Un mes después, las elecciones municipales cambiaron el Gobierno local con la llegada del Partido Popular de José Luis Martínez-Almeida.
En la actualidad, los distritos se encargan de votar cada nueva petición en las juntas municipales. La burocracia ralentiza el proceso pero, al menos hasta ahora, la respuesta siempre ha sido favorable. Isabel y Jesús compran las piedras y el Ayuntamiento solo se encarga de la obra que conlleva colocarla. "No queremos ninguna institución. No queremos partidos. Queremos que esto sea un movimiento ciudadano", explica Isabel. Con el tiempo, la iniciativa se ha dado a conocer en la capital y han recibido donaciones que ayudan al matrimonio a costear los 132 euros que cuesta cada adoquín.
Las stolpersteine que ya se encuentran repartidas por España han sido gestionados de formas muy diferentes. En Catalunya, se encarga el Memorial Democràtic, una institución de la Generalitat; en Andalucía existe la Asociación Triángulo Azul Stolpersteine y en la Comunidad de Madrid son Isabel y Jesús. En realidad, cualquier persona puede decidir colocar una stolperstein en su localidad. Desde una comunidad de vecinos hasta una institución. Más allá de las trabas burocráticas, solo es necesario solicitar la piedra a la Fundación Spuren de Gunter Demnig, aportar los datos de la víctima para que sean grabados a mano y pagarla.
Isabel y Jesús tienen claro que no podrán completar todo el mapa de deportados, pero saben que continuarán con el proyecto todo lo que les sea posible. En su piso guardan más de 20 stolpersteine esperando a ser colocadas en calles de Vallecas, Tetuán o Carabanchel. Para el próximo año esperan solicitar una treintena más.
Cuando los familiares prefieren custodiar personalmente la piedra, en ocasiones acaba convirtiéndose prácticamente en un altar, un lugar físico al que poder acercarse para recordar. Los asesinados en los campos de concentración fueron incinerados, sus familias jamás podrán visitar sus restos. Isabel se sincera: "Esta piedra es muy importante, simboliza el enterramiento que nunca han tenido".





