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La escritora Begoña Camblor, autora de Hacia todos los vientos. El legado creativo de Aurora de Albornoz y profesora de la Universidad Internacional de la Rioja, nos cuenta sus impresiones después de la lectura de La epopeya del “Chato”.
La Epopeya del "Chato" de A. Febus (Juan Manuel Menéndez). Foto Febus. |
Desde siempre el recuerdo de la España republicana, la guerra civil, el franquismo e, incluso, los años de transición, más allá de los manuales y enciclopedias históricas al uso, ha dado lugar a una literatura instalada en lo que se ha venido definiendo como «géneros del yo»: cartas, diarios, memorias y autobiografías ofrecen, en este contexto, el marco discursivo más adecuado para la proyección textual de una realidad no siempre sencilla de sustentar en palabra escrita. Esta epopeya de un español universal, Jaime Menéndez, incorpora el juego autobiográfico como fundamento de un ejercicio literario que perfila con nitidez el legado intelectual de la España de «los perdedores». Mucho más allá de la recuperación de un único perfil humano, la focalización en el personaje principal viaja por territorios diversos —no por ello dispersos— que instalan la obra en un marco universal donde escuchamos, leemos, recreamos y comprendemos la realidad de centenares de hombres y mujeres esenciales en la historia española.
A. Febus (Juan Manuel Menéndez), autor de la Epopeya del "Chato". Foto Isaac Barragán. |
El autor del texto esconde y desdibuja su propia personalidad tras la voz de su personaje, y desde la figuración autobiográfica se erige en protagonista y narrador de una historia que evoluciona entre múltiples géneros que la enriquecen y rediseñan a un tiempo. En primer término, la recopilación periodística llevada a cabo por A. Febus enfoca la parte llamemos más realista de lo narrado, y nos regala una selección de artículos auténticos que subrayan la veracidad del texto. Pero, una vez asegurada la verosimilitud de la obra, ésta acaba por arrastrarnos al límite entre ficción y realidad, recogiendo la voz autobiográfica en el marco de la fabulación de la muerte del personaje. Desde el territorio más libre del «después de la muerte», el autor es capaz de extraer del relato fantástico una voz viva y auténtica; todo ello hasta el punto de que el lector es incapaz de separar lo narrado del modo en que se narra, algo que precisamente consideramos el mayor acierto del libro. La palabra poética —y no utilizamos el término a la ligera— es capaz de otorgar realidad a un hombre hoy desaparecido tanto dentro como fuera del texto; Jaime Menéndez vuelve a la vida en el marco de su propia revelación autobiográfica. No hay autor real: éste desaparece tras su personaje y la obra vuela libre y distendida hasta nuestros ojos.
Debemos subrayar en este sentido la agilidad de un discurso asimilable por todo tipo de receptores; con una rapidez que no cesa de sorprendernos, el autor distribuye a lo largo del texto los diversos registros lingüísticos que le permiten dar esa vivacidad a su personaje: lenguaje periodístico, habla coloquial, humor a veces ácido a veces paródico, discurso político y lirismo puro se hermanan subrayando la valentía e inteligencia de quien, sin experiencia previa en el mundo editorial, se lanza a la conquista de un terreno inexplorado. Pese a que quien aquí escribe comparte sangre con el objeto de su narración, el texto no se pierde en sentimentalismos ni en prescindibles mitomanías: sí lo hace, conscientemente creemos, entre la ternura y el desencanto de un personaje cuya renovada existencia, real y literaria, nos obliga a replantearnos nuestra visión de la historia española.Con todo, «honestidad» es la palabra que mejor define esta obra: honestidad del personaje y de su autor, honestidad del discurso lingüístico, honestidad histórica y documental. Realidad viva, en suma, reconstruida en realidad creada.
Begoña Camblor.
La escritora Begoña Camblor, autora de este artículo. |
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