dilluns, 21 d’abril del 2014

La última alumna de Machado dice que los franceses conocen mejor la Historia de España


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Concha Ramírez, a sus 90 años, es donante de memoria y se reúne a menudo con jóvenes para explicarles la dureza de 40 años de exilio, "para que sepan esa historia que se ha escondido"

RAFAEL GUERRERO Madrid 21/04/2014 07:00 Actualizado: 21/04/2014 07:34

Conchita Ramírez, la última alumna de Machado.

Conchita Ramírez, la última alumna de Machado.RAFAEL GUERRERO

Concha Ramírez Naranjo es una señora de 90 años a la que el golpe militar del 36 le cambió la vida. A ella y a toda su familia: a sus padres y a sus cinco hermanos. Demasiadas esperanzas frustradas. Todos ellos podrían haber tenido una vida mejor, como la que disfrutaba Conchita hasta aquel último curso 1935/36 en el instituto madrileño Calderón de la Barca, donde tuvo la inmensa suerte de recibir clases de francés de Antonio Machado,compartiendo pupitre con Eduardo Haro Tecglen. Pero como su padre, el coronel sevillano Ángel Martínez, rechazó la presión del general Varela para sumarse al golpe, todos se vieron arrastrados a los traslados forzosos a Valencia y Barcelona para finalmente huir a Francia, en un exilio que para ella duró exactamente 40 años.
Cuatro años después de la muerte de Franco, en 1979, Concha Ramírez regresó a España con su marido francés Gabriel Torralba y se establecieron en una urbanización a las afueras de Sevilla. "Después de tanto desarraigo de mi tierra, volver aquí y estar con mi marido hasta que murió en 1989, fueron nuestros diez años más felices".

Los exiliados no podían ir al instituto en Francia

A Concha se le acabaron los estudios para siempre con la Guerra Civil. "En Francia los españoles no teníamos derecho a ir al instituto", se lamenta. Exceptuando el padre, que siguió luchando en el frente hasta el último momento en que pasó los Pirineos con un ministro, la familia cruzó la frontera y se estableció precariamente cerca de Suiza, aunque tuvieron la suerte de no pasar por los campos de concentración cercanos a las playas del sur de Francia.
No sabían nada del cabeza de familia, pero gracias a los anuncios que entonces los periódicos franceses publicaban de exiliados buscando a sus familiares, se produjo la reagrupación familiar en Burdeos, una ciudad plagada de españoles exiliados, donde acabarían estableciéndose los Ramírez Naranjo, aunque sin las comodidades de que disfrutaban en España. Concha no guarda un buen recuerdo del exilio: "Se pasa mal, madre mía, los franceses decían que Pasionaria chupaba la sangre a los niños. Nos llamaban "les rouges". Contaban horrores de nosotros". Con cierto acento francés, esta mujer, que también habla alemán e italiano, añade: "yo lo comprendo, tal vez porque llegamos tantísimos españoles de golpe. No nos hablaban, no nos trataban bien, no nos daban trabajo. Yo llegué allí con 15 años y mi padre, coronel, no encontraba trabajo, aunque algo sí, pero poco como obrero manual". Concha recuerda que muchos exiliados trasladaron allí sus controversias y disputas ideológicas, las mismas que traían de España: comunistas, socialistas y anarquistas "seguían discutiendo, pero no era terrible, no llegaba la sangre al río".
Y fue allí estando en casa de la familia Torralba -hispanofranceses- donde se enamoró de Gaby, un joven voluntario francés que había luchado defendiendo a la República española y que, durante la ocupación nazi en Francia, acabaría siendo deportado a Auschwitz junto a su padre y a tres hermanos. La novia que Gaby tenía en España no fue paciente para esperar que concluyera su calvario en el campo de exterminio polaco, pero Concha sí. Y un año después de la liberación se casaron, después de que el novio se repusiera físicamente, ya que había entrado en el campo fuerte con 80 kilos y había salido esquelético pesando apenas 40. Gaby regresó también muy traumatizado: "Casi nada contaba sobre Auschwitz. Me dijeron que tuviera paciencia porque no había podido integrarse bien en la vida normal. Sólo tenía en la cabeza el recuerdo obsesivo del horror que había vivido, pero no hablaba de ello".
El coronel republicano Ángel Ramírez en Jarama. RAFAEL GUERRERO
Cuando Concha estudiaba con 12 años en aquel instituto del Madrid republicano al que su padre había sido destinado, comenzó a escribir un diario que la Diputación de Sevilla publicaría en 2006 bajo el título Diario de una niña exiliada, 1936-1947. Siempre añorará a aquel maestro excepcional de francés: "Me enteré varios años después de la temprana muerte de Antonio Machado. Aparentaba más edad de la que tenía con su semblante triste, pero se entusiasmaba con los alumnos, a los que trataba con respeto y amistad. Era una gran persona".
A sus 90 años Concha Ramírez se nos presenta como una mujer extraordinariamente activa y vitalista: conduce a diario su pequeño utilitario para desplazarse, hace gimnasia, lee mucho, pinta y sigue escribiendo. Sin duda, esa continua actividad física y mental influye en su buena presencia y en la fluida verbalización de sus ideas y su excelente memoria.

Donante de memoria para los jóvenes

Pero hay más, ya que Concha se ha implicado activamente en el fenómeno de la recuperación de la memoria histórica, incluso poco antes de su inicio. En el año 2000 participó en Madrid en un homenaje a los guerrilleros antifranquistas que había promovido la Asociación Guerra-Exilio y desde entonces se afilió a esa organización y no ha parado de participar en numerosos encuentros y foros memorialistas por toda Andalucía, a veces organizados por AGE y a veces por otros, siendo llevada o conduciendo su propio coche.
Y ya con 90 años sigue ejerciendo con mucho gusto como donante de memoria. "Me dan ganas de llorar a veces cuando me reúno con jóvenes estudiantes. Cuando les hablo, no se oye una mosca, me escuchan en silencio absoluto y a algunos los veo llorar. Una vez, cuando terminé una charla, se me acercó una profesora francesa que llevaba a un grupo de 20 alumnos en viaje de estudios por España y me pidió que les diera la charla a ellos en francés. Lo hice y me aplaudieron mucho, emocionados".
Concha Ramírez no entiende bien que en la Transición y en parte de la democracia ya consolidada, España no se haya sensibilizado con las víctimas del franquismo y, en su caso, con los exiliados. "No comprendo eso, qué cosa tan rara", pero rápidamente se dispara su optimismo vital: "pero estoy contenta de que ahora se quiera conocer por fin una historia que los franceses conocen mucho mejor que los españoles".
"Siempre quise ser escritora, pero yo sigo reflexionado y escribiendo cada día", confiesa esta joven nonagenaria que se ilusiona con sus frecuentes encuentros con estudiantes, a quienes -quién sabe si emulando a Machado, su admirado profesor- imparte clases magistrales de memoria oral, "porque yo lo que quiero es que se sepa esta historia que se ha escondido durante tanto tiempo"