Fueron trabajadores forzados del III Reich, aunque la propaganda nazi los presentaba como peligrosos comunistas
“Cuando los españoles piensan en sus víctimas del nazismo, solo recuerdan los 10.000 republicanos deportados a campos de concentración. Los trabajadores forzados españoles del III Reich son una hoja en blanco. No existe conciencia de que fueran perseguidos por Hitler y apenas se encuentran referencias en archivos”, asegura Antonio Muñoz Sánchez, investigador del Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Lisboa y uno de los comisarios de Rotspanier, una exposición en Berlín que pretende reparar este olvido histórico. La muestra, que se puede visitar hasta el 2 de enero, está situada en el Dokumentationszentrum NS-Zwangsarbeit (Centro de Documentación del trabajo forzoso del Nacionalsocialismo), un antiguo campo de trabajo de la II Guerra Mundial. Allí se explica cómo la Alemania nazi recurrió a mano de obra extranjera para sostener su economía. Solo en el territorio del Reich fueron empleados 13 millones de europeos, en especial en la industria armamentística. “Hubo más de 40.000 exiliados obligados a colaborar con el enemigo, aunque la propaganda nazi los presentaba como peligrosos comunistas, como rotspanier (españoles rojos)”, continúa Muñoz Sánchez, que codirige el proyecto Rotspanier.eu junto a Peter Gaida.
Después de la instauración en junio de 1940 de la dictadura colaboracionista del mariscal Pétain, unos 70.000 exiliados tuvieron que servir en los Groupes de Travailleurs Étrangers construyendo infraestructuras. Tras la invasión de la Unión Soviética, Hitler ordenó levantar una megalómana línea defensiva a lo largo de los 3.000 kilómetros de costa entre Hendaya y el cabo Norte. Ese Muro Atlántico fue encargado a la Organisation Todt, dependiente del Ministerio de Armamento nazi. Solo allí participaron más de 300.000 hombres, entre ellos 30.000 rotspanier enviados a Brest, La Rochelle o Burdeos, donde se estaban construyendo bases submarinas, convirtiéndose en el mayor grupo de trabajadores forzados empleados por la Todt en Francia, por delante de judíos y soviéticos.
El mecánico madrileño Bonifacio Ortego es uno de los últimos supervivientes de aquellos rotspanier. A sus 103 años, sigue viviendo en París, donde acabó tras un agónico periplo huyendo de los nazis. Formó parte del Ejército republicano y tras su derrota, al cruzar los Pirineos, fue internado en el campo de Saint-Cyprien. “En septiembre de 1939 me enviaron a una fábrica de Montluçon”, comenta vía e-mail. “De allí me mandaron a Brest para construir una base de submarinos”. Más tarde, los alemanes le seleccionaron para “una misión” en las islas del Canal. Consiguió escapar y llegar de nuevo a Brest, donde encontró empleo en una empresa que suministraba material de transporte a los alemanes. “Formamos un grupo de resistencia y empezamos a realizar sabotajes en camiones”. Pero fueron descubiertos por la Gestapo. “De los 18 de la fábrica, solo 2 logramos fugarnos. A los demás los enviaron a Dachau”, asegura.
Tras una larga pelea judicial, en 1972 el Tribunal Federal de Justicia de Karlsruhe declaró que estos miles de españoles fueron perseguidos por el nazismo por motivos ideológicos, por lo que consiguieron ser indemnizados. Fue un proceso de 10 años. “El tribunal determinó que debían ser indemnizados igual que los deportados a los campos de concentración. Pero nadie ha reivindicado su memoria”, expone Muñoz Sánchez.
Bonifacio Ortego nunca fue indemnizado por Alemania. “Tampoco pedí nada. De lo que estoy más orgulloso es de haber luchado en la Guerra Civil y no haber matado a nadie. Eso me basta para ser feliz”.
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