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El campo de concentración de la localidad fronteriza, uno de los tres que funcionaron en Gipuzkoa, cerró sus puertas hace 80 años
Prisioneros del campo de concentración de Irun asisten a una misa oficiada a cielo abierto. /
No fue un complejo homogéneo, pero desempeñó un papel estratégico en el tupido entramado de la represión franquista. El campo de concentración de Irun, de cuyo cierre se cumplen ahora 80 años, fue el centro de clasificación de los decenas de miles de españoles que intentaban regresar a sus casas después de haber huido a Francia durante la Guerra Civil. El de la localidad fronteriza fue el más importante y duradero -estuvo activo cinco años- de los campos de concentración que el régimen de Franco habilitó en Gipuzkoa. Los otros dos, ubicados en las plazas de toros de San Sebastián y Tolosa, solo llegaron a funcionar unos pocos meses.
El de los campos de concentración es un capítulo poco conocido de los primeros años del franquismo. Aunque no son equiparables a los del régimen de Hitler, dedicados al exterminio sistemático de judíos y otros colectivos señalados por el nazismo, los recintos habilitados en territorio español sí tuvieron un papel destacado dentro del sistema de represión de las tropas de Franco. «No hubo cámaras de gas, pero se practicó el exterminio y se explotó a los cautivos como trabajadores esclavos», apunta el periodista Carlos Hernández de Miguel, autor de una exhaustiva investigación plasmada en su libro 'Los campos de concentración de Franco'. «En España -añade- no hubo genocidio judío o gitano, pero sí hubo un verdadero holocausto ideológico, una solución final contra los que pensaban de forma diferente».
Nueve de los 296 campos de concentración que levantó Franco estuvieron en Euskadi
El trabajo de Hernández de Miguel ha sacado a la luz infinidad de aspectos sobre el entramado concentracionario franquista. También ha permitido documentar la existencia de 296 campos de concentración repartidos por el territorio nacional, una cifra muy superior a la que hasta ahora se había barajado. Los tres años de investigación y consultas en archivos que ha invertido en el libro le han proporcionado un completo conocimiento del funcionamiento de la red.
Trabajos forzados
«Franco -explica el autor- ordenó la creación del primer campo de concentración en Marruecos a las 48 horas del inicio del golpe de Estado contra la República. También instó al resto de los generales rebeldes a que organizasen campos a medida que su ofensiva iba ganando terreno para recluir en ellos a los elementos perturbadores sometiéndoles a trabajos forzados y separándoles del resto de la población».
Hernández de Miguel ha constatado la existencia de nueve campos de concentración en Euskadi. Cuatro de ellos se ubicaron en Álava, tres en Gipuzkoa y dos en Bizkaia. Los dos principales fueron los que se habilitaron en las dependencias de la Universidad de Deusto de la capital vizcaína y el de Irun. Ambos fueron grandes complejos concentracionarios formados por varios recintos. El de Deusto, por ejemplo, abarcaba tanto la sede de la institución académica como la plaza de toros de Vista Alegre y unas escuelas de la calle Iturribide.
«No era un campo de largas estancias, era sobre todo un centro de clasificación. Quienes cruzaban la frontera eran recluidos en el recinto a la espera de información que permitiese clasificarles para enviarlos a su vez a otros campos de concentración, a prisión o para conducirles a sus localidades de origen en el supuesto de que no hubiese nada en su contra».
El nuevo régimen hizo del campo de concentración de Irun una de sus instalaciones más emblemáticas. Prueba de ello son las numerosas fotografías del recinto que se hicieron con fines publicitarios. En ellas se ve a los prisioneros con el brazo alzado o de rodillas siguiendo ceremonias y rituales de reafirmación del franquismo. «Otro de los objetivos de los campos era amedrentar a los cautivos y lavarles el cerebro», señala Hernández de Miguel. «El fin último de este adoctrinamiento forzoso era ganarlos para la nueva causa. Diariamente eran obligados a cantar los himnos franquistas, realizar el saludo fascista, asistir a charlas 'patrióticas' y participar en misas y otros actos religiosos».
Pero el adoctrinamiento solía ser el menos penoso de los peajes que se veían obligados a pagar los prisioneros. Los testimonios que ha recopilado el periodista para elaborar su libro hablan de malos tratos, humillaciones, enfermedades, hambre e incluso ejecuciones. Ángel Fernández Tijera, que fue recluido en el campo que había en Miranda de Ebro, lo contaba así: «Cuando yo estuve las 'sacas' eran por la noche. Llegaban los falangistas y daban en los pies de uno. 'Venga, arriba'. 'Oiga, que yo me llamo fulano de tal'. 'Ni fulano ni nada, arriba'. Y les sacaban para fusilarles».
Sin constancia de las 'sacas'
No hay cifras sobre los fallecidos en los campos de concentración. Se sabe de fusilamientos puntuales en algunos complejos de los que obviamente no quedó constancia documental. Hernández de Miguel calcula que se pueden acreditar unas 6.000 víctimas mortales y que la cifra real está por encima de los 10.000 fallecidos estimados por trabajos de investigación anteriores al suyo. Las pesquisas que ha llevado a cabo no le han permitido identificar hasta ahora ejecuciones en los campos que funcionaron en Gipuzkoa. «En el campo de concentración de la plaza de toros de San Sebastián solo se registró oficialmente la muerte de dos prisioneros, pero eso no quiere decir que no muriesen más porque nos consta que muchas veces no quedaba constancia de las 'sacas' y los asesinatos que se producían».
«No hubo cámaras de gas, pero se explotóa los cautivos como esclavos»
Tanto en San Sebastián como en Tolosa, los otros dos campos que hubo en Gipuzkoa, los prisioneros fueron recluidos en las plazas de toros. Fueron recintos que estuvieron activos unos pocos meses -entre febrero y abril de 1939- pero que acogieron a un importante contingente de cautivos. Cuenta Hernández de Miguel que en la plaza de toros de Donostia llegó a haber 6.000 cautivos, según el cálculo realizado por uno de los prisioneros. Las palabras que el periodista recopiló de otro cautivo permiten hacerse una idea de las condiciones de vida del recinto: «Dos veces al día nos traían para comer, siempre lo mismo:garbanzos aderezados con un sabroso bicarbonato. Cuando llevábamos diez días, algunos empezaron a evacuar unas heces negras como el alquitrán. Cuando ya pasaron las primeras 24 horas, empezamos a hacer nuestras necesidades en los mismos rincones, tras los burladeros. Al cabo de 14 días, a pesar del frío, los olores eran muy desagradables».
El autor del libro confía en que su trabajo abra las puertas a nuevas investigaciones que permitan arrojar luz sobre lo que ocurrió en los campos de concentración españoles. «Es una lástima que hasta ahora no se haya hecho mucho caso a una parte fundamental de nuestra historia, sobre todo porque ya es prácticamente imposible encontrar testimonios de los que vivieron aquella terrible experiencia en primer persona. Quiero creer que mi libro puede contribuir a nuevas investigaciones que aclaren lo que pasó por ejemplo en campos de concentración como el de Tolosa, sobre el que apenas he podido encontrar datos ni testimonios».
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