La Comunidad de Madrid se niega a colocar una placa en la Puerta del Sol en recuerdo de los cientos de resistentes antifranquistas torturados allí.
Madrid--Actualizado a
Viajemos en el tiempo. Octubre de 1945. Cristino García Granda, exoficial comunista del Ejército republicano y héroe de la Resistencia francesa contra los nazis, cae detenido en Madrid, adonde había sido enviado por la dirección del PCE para reorganizar la lucha guerrillera contra la dictadura franquista. Sus captores lo conducen a la Dirección General de Seguridad (DGS) en la Puerta del Sol, donde opera la temida Brigada Política-Social (BPS), la Policía secreta de Franco. Allí es torturado durante varios días y queda malherido e incomunicado. Será fusilado unos meses más tarde, en febrero de 1946. Su asesinato dio lugar a una campaña internacional de repudio impulsada por Francia. Como García Granda, cientos de hombres y mujeres sufrieron durante la posguerra torturas, vejaciones y hasta la muerte en la Real Casa de Correos, transformada por el régimen en uno de los mayores centros de represión de España.
La prensa clandestina llamaba a esos centros de tortura los Belsen españoles, en referencia a un campo de concentración nazi en el que fueron recluidos prisioneros de los ejércitos aliados. La Puerta del Sol era el kilómetro cero de la represión, pero había muchos Belsen en la España franquista. Otra de las casas del horror más tristemente famosa era la Jefatura Superior de Policía de Barcelona, sede de la BPS catalana, en el número 43 de Vía Laietana. Algunos de los más renombrados mandos policiales de la dictadura hicieron carrera allí: Eduardo Quintela, Pedro Polo Borreguero o los hermanos Creix, Antonio Juan y Vicente Juan. La tortura sistemática (palizas, electrodos, ahogamientos…) fue su forma de combatir y derrotar al maquis urbano anarquista, muy activo en la década de los 40. Años más tarde, el escritor Manuel Vázquez Montalbán llegaría a pasar por las manos de los hermanos Creix, a quienes definió como unos “profesionales de la humillación”.
Varias víctimas de torturas han relatado el infierno que se vivía en las dependencias de Vía Laietana. Como en la DGS de Madrid, los resistentes antifranquistas temían más esos calabozos que la propia cárcel. Algunos de ellos no salieron con vida. Fue el caso del militante de la UGT y trabajador de Telefónica Sergio Álvarez Ibáñez, el primer fallecido en las dependencias de la DGS del que se tenga noticia. Ocurrió el 19 de julio de 1939 como consecuencia de “un ataque cardíaco por una neumonía”, según el atestado policial. Así lo cuenta el historiador Pablo Alcántara en su libro DGS, el palacio del terror franquista (Espasa, 2024), un pormenorizado relato sobre la Dirección General de Seguridad de la Puerta del Sol.
La dificultad de investigar
Por el libro de Alcántara desfilan los principales represores de la DGS desde el final de la Guerra Civil hasta su disolución en 1979. No ha sido fácil la tarea de este investigador asturiano. El acceso a los expedientes policiales y archivos relacionados con la Brigada Político-Social continúa siendo a día de hoy una misión casi imposible. “La dificultad del acceso a los archivos policiales del franquismo y la Transición se debe a dos normativas vigentes: la Ley de Secretos Oficiales, de 1968, y otra norma de la que no se habla mucho, la Ley de Patrimonio Histórico, que impide consultar mucha documentación”, se lamenta Alcántara en conversación con Público.
El edificio de la Real Casa de Correos fue sede del Ministerio de Gobernación entre 1847 y 1939. Al término de la Guerra Civil se decide ubicar allí la dirección de la policía política, el lugar desde el que se combatiría a la pujante resistencia antifranquista de los años 40. Durante la primera etapa de la posguerra son encerrados y torturados allí centenares de militantes clandestinos del PCE, la CNT, el PSOE y la UGT, principalmente. Es difícil saber cuántos de ellos murieron por las torturas que les infligieron los agentes de la BPS. “La Policía enmascaraba muchas muertes alegando que los detenidos se habían suicidado o que habían muerto de un ataque al corazón -relata Alcántara-. Es muy complicado discernir quién murió por torturas o por causas naturales. En el caso del militante socialista Tomás Centeno (fallecido en febrero de 1953), la prensa clandestina logró saber que había sido salvajemente torturado. Tenía moratones por todo el cuerpo. Las autoridades franquistas nunca iban a reconocerlo y no hay acceso a fuentes policiales”.
Cuatro décadas de represión
Por la DGS pasó fugazmente el expresidente de la Generalitat catalana Lluís Companys, detenido en París por la Gestapo gracias a los informes del policía franquista Pedro Urraca. Antes de ser fusilado en el castillo de Montjuic el 15 de octubre de 1940 fue torturado en el siniestro edificio de la Puerta del Sol. Dos décadas después, la represión continuaba en esa “cueva de la fiera”, como la llamaban los antifranquistas. Tras su detención en noviembre de 1962, el dirigente comunista Julián Grimau “se arrojó a través del balcón al callejón de San Ricardo”, según el informe policial. La inverosímil tesis del intento del suicidio fue avalada por el entonces ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne. Grimau sería fusilado en abril de 1963. Ese mismo año serían torturados también en las dependencias de la DGS, y posteriormente ejecutados a garrote vil, los anarquistas Francisco Granados y Joaquín Delgado, falsamente acusados de poner una bomba en la sección de pasaportes de la DGS.
“Desde finales de los años 50 en adelante la oposición antifranquista se amplía al movimiento estudiantil, el mundo de la cultura, las profesiones liberales... La BPS vigila y se infiltra en las universidades, los despachos de abogados, los teatros… Es una vigilancia muy exhaustiva (…) Esos años coinciden con una posición cada vez más fuerte del PCE”, explica Alcántara. Simón Sánchez Montero, dirigente comunista, será también huésped forzado del Belsen madrileño durante unos días, como lo sería años más tarde Santiago Carrillo. Con el paso del tiempo, las técnicas de los interrogatorios se van modulando. España busca su integración en el bloque occidental en plena Guerra Fría bajo el amparo de Estados Unidos. Hasta allí viajan algunos mandos policiales de la Brigada Social para aprender métodos más sofisticados, como la tortura psicológica.
Algunos intelectuales y artistas también conocieron las celdas de la DGS. Por sus críticas a la dictadura fueron detenidos Juan Antonio Bardem, Fernando Arrabal, José Manuel Caballero Bonald, Juan Benet, Gonzalo Arias, Dionisio Ridruejo, Juan Genovés o Lola Gaos, entre otros. “Ellos no sufrieron las torturas salvajes de los militantes políticos, no porque la Policía quisiera torturar menos sino porque eran personajes conocidos y al régimen no le interesaba tener mala publicidad en momentos en que empezaba a despuntar el turismo y España quería integrarse en el mundo. Eso no quiere decir que desapareciera la represión. Seguía existiendo y ahí está el caso, por ejemplo, del dirigente estudiantil Enrique Ruano (asesinado en 1969 tras ser detenido y trasladado a su casa para un registro domiciliario)”.
Efectivamente, en las postrimerías del franquismo y durante la Transición siguió ejerciéndose la represión policial. Alcántara, autor también de La Secreta de Franco (Espasa, 2022), el estudio más completo sobre la Brigada Político-Social, recoge en su nuevo libro algunos testimonios de aquellos que sufrieron torturas durante los últimos años de actividad de la DGS. Emerge en esa época la figura del inspector Antonio González Pacheco, más conocido como Billy el Niño, quien fuera denunciado por varias de sus víctimas en el marco de la querella argentina contra los crímenes del franquismo. “Aunque se ha focalizado mucho en Billy el Niño, es fundamental señalar que no era un verso suelto; él y otros eran parte del sistema y hay que encuadrarlos dentro de la dinámica general del franquismo”, sostiene el historiador.
Un sistema muy aceitado del que sus principales responsables salieron, en su mayoría, muy bien parados. Carlos Arias Navarro (director general de la DGS entre 1957 y 1965) llegó a ser presidente del Gobierno y más tarde Juan Carlos I le otorgaría un título de marqués. Eduardo Blanco (1965-1974) fue condecorado en 1986, con Felipe González en La Moncloa. Francisco Dueñas (1974-1975) era a finales de los años 70 jefe del Estado Mayor de la VIII Región Militar. Y Roberto Conesa, uno de los agentes que mejor ejemplificó la cultura de la represión de la Brigada Social, continuó en puestos policiales relevantes tras la muerte de Franco. La ley de Amnistía de 1977 dejó impunes los crímenes perpetrados en los Belsen españoles durante cuatro décadas.
Lugares de memoria
El Gobierno de Pedro Sánchez dictó hace unos meses una resolución para iniciar la declaración de la Real Casa de Correos, actual sede de la Presidencia autonómica, como “lugar de memoria”, una figura prevista en la Ley de Memoria Democrática de 2022, pero se ha encontrado con una tenaz resistencia por parte de Isabel Díaz Ayuso. La presidenta de la Comunidad de Madrid se niega a instalar una placa que recuerde las atrocidades que se cometieron en la etapa de la DGS (1939-1979). A su rechazo le ha dado forma legal, a través de una ley ómnibus aprobada en diciembre pasado por la Asamblea madrileña. El Gobierno ha rechazado las alegaciones que formuló el Ejecutivo regional y el asunto se dirimirá en el Tribunal Constitucional.
El Ayuntamiento de Barcelona sí pudo colocar en Vía Laietana una placa conmemorativa durante el mandato de Ada Colau, en marzo de 2019. Desde entonces, el atril ha sido vandalizado hasta en 15 ocasiones. Los sindicatos policiales pusieron el grito en el cielo ante la colocación de la placa. Numerosas voces, de ERC a organizaciones de expresos políticos, han demandado que el lugar sea resignificado. Los diputados de los Comunes Gerardo Pisarello y Aina Vidal instaron al ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, a convertir la comisaría en un centro de memoria. Hace unas semanas, el conseller de Justicia y Calidad Democrática de la Generalitat, Ramón Espadaler, escribió al ministro para hacerle llegar la misma petición, lo que supone un giro en la posición del PSC, contrario a esa propuesta hace unos años. El Govern, en manos de los socialistas, es partidario ahora de que la Policía nacional cuente con otra sede “más funcional y operativa”.
En plena conmemoración del 50º aniversario de la muerte del dictador, España no cuenta con un museo de la memoria como sí existe en otros países (Alemania, Italia, Portugal, Argentina, Chile, etc.), pese a que Sánchez se comprometió hace ya años a su apertura. En el centro de Lisboa, el museo del Aljube (una antigua prisión) ilustra al visitante sobre la dictadura de Salazar y la represión ejercida por la PIDE, su policía política. En Argentina existen varios centros de memoria. El más conocido es el Museo Sitio de Memoria ESMA. Ubicado en el predio de la antigua Escuela de Mecánica de la Armada, allí fueron recluidos durante la dictadura cívico-militar (1976-1983) unos 5.000 activistas de izquierdas, muchos de los cuales acabaron sus días en los vuelos de la muerte. Hay una docena de centros de la memoria desperdigados por la geografía latinoamericana en los que se hace una continua pedagogía democrática.
Como señala Alcántara, son necesarios espacios de la memoria en cada comunidad autónoma donde se explique en qué consistió la represión y la dictadura franquista: “Los investigadores también tenemos que divulgar para llegar al máximo público posible, y una de las maneras de hacerlo es creando museos de la memoria”.
Viajemos de nuevo en el tiempo. “Es preciso pasar despacio y serio por delante de esos sótanos de Gobernación, donde hay tantos desgraciados, aguardando la muerte”, anota en su diario el escritor Rafael Cansinos Assens el 25 de octubre de 1943, dos años antes de que Cristino García Granda fuera torturado en la DGS. Relegado al ostracismo por el régimen, Cansinos Assens fue un lúcido testigo del Madrid de la posguerra, unos años marcados por el terror, el miedo y el hambre. Ya casi nadie pasa despacio por delante de la Real Casa de Correos. Tal vez una placa en memoria de todos aquellos resistentes antifranquistas que se jugaron la vida luchando contra la dictadura pudiera obligarnos a desacelerar el paso y recordar, aunque sólo fuera por un instante, que allí, en la bulliciosa Puerta del Sol, se escribió una de las páginas más negras de nuestro pasado reciente.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada