El aparato represor que el franquismo puso en marcha durante la guerra y sostuvo durante la postguerra tuvo su origen en un antiguo colegio de los jesuitas reconvertido en campo de concentración donde se torturaba y asesinaba a los republicanos que caían en manos de los fascistas. Por Camposancos, en el municipio pontevedrés de A Guarda, pasaron entre 5.000 y 6.000 prisioneros de guerra entre 1936 y 1941.
El 27 de julio de 1936, nueve días después del golpe, las tropas de Franco llegaron a A Guarda, a dos kilómetros de la frontera portuguesa, depusieron al alcalde -Brasilino Álvarez Sobrino, fusilado poco después en la vecina localidad de Tui- y empezaron a detener y a pasear a ciudadanos de toda la comarca.
Los primeros en estrenar Camposancos fueron los republicanos guardeses, los militares se dieron cuenta de que el colegio de los jesuitas que la República había expropiado a la orden, tras ordenar su disolución en 1932, "era el lugar ideal" para instalar un campo de concentración a donde llevar en masa a los prisioneros que iban haciendo a medida que avanzaban en el frente norte.
Tenía capacidad para 680 personas pero llegó a albergar más de 1.200 a la vez.
Las primeras remesas de prisioneros de fuera de Galicia llegan a Camposancos en octubre de 1937, tras desembarcar del Aritzatxu, un buque prisión que llevaba presos asturianos y cántabros, entre ellos unas 260 mujeres, hasta Baiona, desde donde fueron trasladados en camiones al campo. Algunas de las mujeres estaban embarazadas y tuvieron que dar a luz en el propio recinto en condiciones infrahumanas.
Camposancos contaba con tres patios. En el primero (según Jose Antonio Uris autor de A Porta do Inferno, libro sobre el Campo de concentración de Camposancos) se obligaba a los prisioneros a formar, a cantar el Cara al sol con el brazo en alto y a dar vivas a Franco, a escuchar misa y hacer guardias frente a la bandera rojigualda. En el segundo se instalaron las jaulas para condenados a muerte -"los tenían como a perros", dice Uris- y en el tercero, las cocinas bajo unos galpones y el acuertelamiento del Séptimo Batallón del Regimiento de Infantería Mérida número 35 con base en Vigo.
Los presos dormían hacinados en celdas comunes plagadas de piojos, chinches y garrapatas, recibían constantes palizas y maltratos y aunque la comida no era de las peores, algunos de ellos murieron de hambre.
Lo más terrible era lo que los reclusos acabaron denominando "el torreón de tortura", donde se les interrogaba bajo tormento para extraerles información, clasificarlos y decidir su situación penal y su destino final.
Tal fue el número de presos a los que se destinó a consejos de guerra que Franco decidió que era más rentable juzgarlos allí, por lo que ordenó el traslado a Camposancos del Tribunal Militar Permanente número 1 de Gijón, cuyo presidente era el siniestro Luis Vicente Sasiain.
Sólo entre junio y octubre de 1938 fueron juzgados en Camposancos 513 prisioneros, en juicios sumarísimos de una hora de duración media y con hasta veinte reos por vista. Se decretaron 191 penas de muerte, 83 de cadena perpetua, 115 de veinte años de prisión, cincuenta de quince años, seis de doce años, una de nueve, dos de seis y 36 absoluciones.
De las 191 sentencias capitales, se ejecutaron 155. Las primeras al poco de empezar los juicios. El 2 de junio fueron fusilados 31 republicanos, y el 20 de julio, otros dieciocho. Sus cuerpos están enterrados en "cajas de pobres" en una fosa común junto a las tapias del cementerio de Xestás.
Las ráfagas de ametralladora atronaban al pueblo, y aunque eran otra manera de mantener aterrorizada a la población -también se dieron paseos y ejecuciones extrajudiciales, como en la mayoría de localidades de Galicia-, los responsables del campo decidieron trasladar a los prisioneros a otras zonas para ejecutar allí los fusilamientos.
Las ejecuciones siguieron en meses posteriores:34fusilados en A Sangriña, 33 en Tui, 28 en Pontevedra, 29 en Forte do Castro, ocho en la isla de San Simón, siete en Celanova...
Según Víctor Santidrián, "Camposancos fue el inicio del sistema represivo del franquismo y se fue consolidando como campo de concentración y redistribución de prisioneros a medida que iba cayendo el frente norte" y el franquismo iba configurando su aparato carcelario y fundando nuevos campos en otras zonas del Estado.
Según la documentación que ofrece el libro de Uris y Santidrián, a 1 de abril de 1938 había en las zonas ocupadas por el ejército fascista 36 campos de concentración con más de 49.000 prisioneros registrados oficialmente. Otras fuentes hablan de hasta 110.000 prisioneros apenas un mes después. Tras la ofensiva de Cataluña, los expertos calculan que alrededor de 350.000 personas estaban confinadas en campos, prisiones e instalaciones para batallones de trabajadores forzados.
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